Capítulo 17

LOBO Y EL REBAÑO

1

Lobo habló de muchas cosas, levantándose de vez en cuando para espantar al ganado del camino y una vez para guiarlo hasta un río que se encontraba a media milla más al oeste. Cuando Jack le preguntó dónde vivía, Lobo se limitó a agitar vagamente la mano en dirección norte y decir que vivía con su familia. Cuando Jack le pidió que aclarara este extremo unos minutos mas tarde, Lobo pareció sorprendido y contestó que no tenía pareja ni hijos porque no quería entrar en lo que llamó la «gran luna trillada» hasta dentro de uno o dos años. La inocente lujuria de la sonrisa que iluminó su rostro dejó bien patente que la «gran luna trillada» le atraía.

—Pero has dicho que vivías con tu familia.

—¡Oh, la familia! ¡Ellos! ¡Lobo! —rió—. Claro. ¡Ellos! Todos vivimos juntos. Tengo que cuidar del ganado, ¿sabes? De su ganado.

—¿De la Reina?

—Sí. Ojalá no se muera nunca. —Y Lobo hizo un saludo absurdo y conmovedor, inclinándose un momento hacia delante con la mano derecha en la frente.

Preguntas ulteriores aclararon más el asunto en la mente de Jack… por lo menos, así lo creyó él. Lobo era soltero (aunque esta palabra no parecía adecuada). La familia era muy extensa… literalmente, toda la familia de los Lobos. Eran una raza nómada, pero de una lealtad a ultranza, que vagaba por las grandes regiones vacías al este de las Avanzadas pero al oeste de «Las Colonias», con lo cual Lobo parecía referirse a las ciudades y los pueblos del este.

Los Lobos eran en su mayoría trabajadores esforzados y cumplidores; su fuerza era legendaria y su valor, incuestionable. Algunos se habían ido a las colonias del este, donde servían a la Reina como guardias, soldados e incluso como miembros de la escolta. Sus vidas, según Lobo explicó a Jack, tenían sólo dos grandes devociones: la Señora y la familia. La mayoría de Lobos, añadió, servían a la Señora como él: guardando los rebaños.

Las vavejas constituían la principal fuente de carne, vestido, sebo y aceite para lámparas de los Territorios (Lobo no dijo esto a Jack, pero el muchacho lo dedujo de sus explicaciones). Todo el ganado pertenecía a la Reina y la familia de los Lobos lo guardaba desde tiempos inmemoriales. Era su trabajo. En esto Jack encontró una correspondencia extrañamente significativa con la relación existente entre el búfalo y los indios de las Llanuras americanas… por lo menos hasta que el hombre blanco había llegado a dichos territorios y alterado el equilibrio.

—Y he aquí que el león duerme con el cordero y el Lobo con las vavejas —murmuró Jack, sonriendo. Estaba tendido boca arriba con las manos cruzadas bajo la nuca, invadido de pronto por la más maravillosa sensación de paz y sosiego.

—¿Qué dices, Jack?

—Nada —contestó—. Lobo, ¿te conviertes realmente en animal durante la luna llena?

—¡Claro que sí! —exclamó Lobo. Parecía estupefacto, como si Jack hubiera preguntado algo así como: Lobo, ¿te subes realmente los pantalones después de cagar?— Los forasteros no, ¿verdad? Phil me lo dijo.

—Y el… ejem… rebaño, ¿qué hace cuando te transformas?

—Oh, nunca nos acercamos al rebaño durante la transformación —contestó seriamente Lobo—. ¡Por Jason, no! Nos lo comeríamos, ¿no lo sabías? Y un Lobo que se come al rebaño debe ser castigado con la muerte. Así lo establece el Libro del buen agricultor. ¡Lobo! ¡Lobo! Tenemos sitios adonde ir durante la luna llena, y el rebaño también. Son animales estúpidos, pero saben que deben marcharse cuando hay luna. ¡Lobo! ¡Por Dios que es mejor para ellos saberlo!

—Pero coméis carne, ¿verdad? —inquirió Jack.

—Eres preguntón como tu padre —observó Lobo—. ¡Lobo! No me importa. Sí, comemos carne, claro que sí. Somos Lobos, ¿no?

—Pero si no os coméis a los rebaños, ¿qué coméis?

—Comemos bien —dijo Lobo, negándose a extenderse sobre el tema.

Como todo lo de los Territorios, Lobo era un misterio, un misterio a la vez maravilloso y aterrador. El hecho de que hubiera conocido al padre de Jack y a Morgan Sloat —o por lo menos, visto a sus Gemelos en más de una ocasión— contribuía a acrecentar la aureola de misterio de Lobo, pero no la definía completamente. Todo cuanto Lobo decía sugería a Jack una docena de nuevas preguntas, la mayoría de las cuales Lobo no podía —o no quería— contestar.

La cuestión de las visitas de Philip Sawtelle y Orris era un ejemplo. Habían hecho su primera aparición cuando Lobo estaba en la «luna pequeña» y vivía con su madre y dos «hermanas de carnada». Al parecer, sólo se hallaban de paso, como ahora el propio Jack, sólo que ellos se dirigían al este en lugar de al oeste («A decir verdad, tú eres el único ser humano que he visto tan al oeste y que persiste en dicha dirección», dijo Lobo).

Ambos habían sido una compañía alegre, hasta que al cabo de un tiempo empezaron los problemas… problemas con Orris. Fue después de que el socio del padre de Jack se «hubiese labrado una posición en este mundo», como dijo Lobo a Jack una y otra vez… Sólo que ahora parecía referirse a Sloat, en la persona de Orris. Lobo dijo que Morgan había robado a una de sus «hermanas de carnada» («Mi madre se mordió las manos y los dedos de los pies durante un mes cuando supo seguro que se la había llevado», explicó en tono normal) y se llevaba a otros Lobos de vez en cuando. Lobo bajó la voz y, con una expresión de miedo supersticioso en la cara, dijo a Jack que el «hombre cojo» se había llevado a algunos de estos Lobos al otro mundo, al Lugar de los Forasteros, para enseñarles a comer animales del rebaño.

—Esto es muy malo para tipos como vosotros, ¿verdad? —preguntó Jack.

—Están condenados —replicó escuetamente Lobo. Jack pensó al principio que Lobo hablaba de secuestro; el verbo usado por él al hablar de su hermana de carnada era, al fin y al cabo, la versión de los Territorios de «robar», pero ahora empezó a comprender que no se trataba en absoluto de secuestro, a menos que Lobo, con poesía inconsciente, hubiese intentado decir que Morgan había secuestrado las mentes de algunos miembros de la familia de los Lobos. Jack comprendió que en realidad Lobo hablaba de hombres lobos que habían renegado de su antigua fidelidad a la Corona y el rebaño para someterse a Morgan… a Morgan Sloat y Morgan de Orris.

Lo cual inducía, naturalmente, a pensar en Elroy.

Un Lobo que se come al rebaño debe ser castigado con la muerte.

Y a pensar en los hombres del coche verde, que se habían detenido para preguntarle el camino y le habían ofrecido una golosina e intentado meterle en su coche. Los ojos. Los ojos que cambiaban.

Están condenados.

Se labró una posición en este mundo.

Hasta ahora se había sentido seguro y encantado a la vez; encantado de estar de vuelta en los Territorios, donde el aire era fresco pero no gélido como en la parte occidental de Ohio y seguro con el grande y amistoso Lobo a su lado, en pleno campo, a millas de distancia de los hombres y las cosas.

Se labró una posición en este mundo.

Hizo preguntas a Lobo sobre su padre —Philip Sawtelle en este lado—, pero Lobo meneó la cabeza. Había sido un tipo excelente y un Gemelo —y por lo tanto un Forastero—, pero esto era todo cuanto Lobo parecía saber. Dijo que los Gemelos eran algo que tenía que ver con carnadas de personas y sobre este tema no pretendía saber nada. Tampoco podía describir a Philip Sawtelle; no le recordaba. Sólo recordaba su olor. Todo cuanto sabía, dijo a Jack, era que, si bien ambos Forasteros parecían simpáticos, sólo Phil Sawyer había resultado serlo de verdad. En una ocasión había llevado regalos a Lobo y sus hermanos de carnada. Uno de los regalos, que llegó sin cambios del mundo de los Forasteros, fue una especie de mono con pechera para Lobo.

—Me lo ponía siempre —continuó Lobo—. Mi madre quiso tirarlo a los cinco años de uso continuo, ¡diciendo que estaba raído, que yo había crecido demasiado para su tamaño! ¡Lobo! Dijo que estaba destrozado y hecho jirones, pero yo no di mi brazo a torcer, hasta que al fin ella compró tela a un viajante que se dirigía a las Avanzadas. No sé cuánto pagó por ella y, ¡Lobo!, te diré la verdad, Jack, me da miedo preguntárselo. La tiñó de azul y me hizo seis pares. Ahora uso para dormir el que tu padre me trajo. ¡Lobo! ¡Lobo! Supongo que es mi bendita almohada. —Lobo sonrió de un modo tan abierto, y al mismo tiempo con tanta nostalgia, que Jack se conmovió y le cogió la mano. Fue algo que jamás hubiera hecho en su antigua vida, fueran cuales fueran las circunstancias, pero aquello se le antojaba ahora un defecto. Se alegró de coger la mano cálida y fuerte de Lobo.

—Estoy contento de que te gustara mi padre, Lobo —dijo.

—¡Me gustaba! ¡Me gustaba! ¡Lobo! ¡Lobo! Y entonces se desencadenó la catástrofe.

2

Lobo dejó de hablar y miró a su alrededor, sobresaltado.

—¡Lobo! ¿Qué suce…?

—Shhhhh…

Y por fin Jack lo oyó. El oído más sensible de Lobo había captado antes el sonido, pero éste se acrecentó con rapidez; pronto, pensó Jack, incluso un sordo lo habría oído. El rebaño se removió inquieto y empezó a alejarse en tropel, del lugar de donde procedía el sonido, que era como un efecto sonoro de la radio, conseguido desgarrando una sábana por en medio, muy lentamente. Sólo que el volumen siguió creciendo hasta que Jack pensó que iba a enloquecer.

Lobo se enderezó de un salto, aturdido, confundido y asustado. El sonido de desgarramiento, como un zumbido áspero, continuó creciendo. Los balidos del rebaño se intensificaron. Algunos animales retrocedían hacia el río y Jack vio a uno cayendo al agua con las patas moviéndose torpemente en el aire; lo habían empujado las hileras de sus compañeros en retirada y al caer profirió un chillido estridente. Otra vaca oveja tropezó y fue igualmente empujada hacia el agua. La otra orilla del río era baja y húmeda, pantanosa y cubierta de juncos verdes. Las vavejas que la alcanzaron quedaron pronto sumergidas en el barro.

¡Oh, maldito y estúpido rebaño! —vociferó Lobo, corriendo colina abajo hacia el río, donde el primer animal que había caído en él parecía debatirse en los estertores de la agonía.

—¡Lobo! —gritó Jack, pero Lobo no podía oírle. Jack apenas podía oírse a sí mismo por encima de aquel sonido áspero y penetrante. Miró a su derecha, a su orilla del río, y abrió la boca con asombro. Algo le ocurría al aire. Aproximadamente a un metro del suelo, ondeaba y daba vueltas, se retorcía y parecía tirar de sí mismo. A través de este remolino, Jack podía ver el Camino del Oeste, pero de manera muy confusa y borrosa, como a través del aire caliente y rizado de un horno crematorio.

Algo está hendiendo el aire, formando como una herida; algo lo atraviesa… ¿desde nuestro lado, tal vez? Oh, Jason, ¿es esto lo que hago cuando me traslado? Pero, incluso en medio de su pánico y confusión, sabía que no era así.

Jack tenía una idea muy clara de quién se trasladaba de este modo, como cometiendo una violación.

Jack empezó a correr colina abajo.

3

El sonido de desgarramiento continuaba. Lobo estaba arrodillado junto al río, intentando ayudar a levantarse al segundo animal. El primero flotaba inerte río abajo, con el cuerpo mutilado y destrozado.

¡Levántate, maldito seas, levántate! ¡Lobo!

Lobo apartaba a empujones y palmadas a las vavejas que se apelotonaban contra él, mientras cogía al animal con ambos brazos y trataba de levantarlo.

¡LOBO! ¡AQUÍ Y AHORA! —gritó. Las mangas de la camisa se le rasgaron sobre los bíceps, recordando a Jack a David Banner en una de las cóleras inspiradas por los rayos gamma que le convertían en el Increíble Hulk. Rodeado de chorros de agua, que salpicaban por doquier, Lobo se puso en pie echando chispas por los ojos anaranjados, con el mono azul tan empapado que parecía negro. El agua brotaba de los ollares del animal que Lobo apretaba contra su pecho, como si fuera un cachorro desarrollado en exceso; la vaca oveja tenía los ojos en blanco.

—¡Lobo! —gritó Jack—. ¡Es Morgan! ¡Es…!

¡El rebaño! —chilló a su vez Lobo—. ¡Lobo! ¡Lobo! ¡Mi maldito rebaño! ¡Jack! No intentes…

El resto fue ahogado por un trueno ensordecedor que hizo estremecer la tierra. Por un momento, el trueno dominó incluso aquel sonido penetrante y monótono de desgarramiento. Casi tan aturdido como el rebaño de Lobo, Jack levantó la vista y vio un cielo azul claro, sin ninguna nube a excepción de unos jirones esponjosos que flotaban a millas de distancia.

El trueno desencadenó un auténtico pánico en el rebaño de Lobo, que intentó una estampida, pero con su gran estupidez, muchos optaron por retroceder y tropezaron y cayeron al río, hundiéndose bajo el agua. Jack oyó un chasquido de huesos rotos, seguido del beeeeeé de un animal herido. Lobo rugió de rabia, dejó caer la vaca oveja que transportaba y que había intentado salvar y vadeó con esfuerzo el río en dirección al fango de la otra orilla.

Antes de que pudiera alcanzarla, media docena de animales chocaron con él y le sumergieron. Brotaron surtidores de agua finos y brillantes. Jack vio que ahora era Lobo quien corría el peligro de ser pisoteado y ahogado por los animales en su ciega huida.

Jack se abrió paso hasta el río, de color oscuro por el lodo removido. La corriente intentaba continuamente hacerle perder el equilibrio. Un animal que balaba con los ojos en blanco cayó junto a él y estuvo a punto de derribarle. El agua le salpicó la cara y Jack procuró secarse los ojos.

Ahora el sonido parecía invadir todo el mundo: RRRRRIIIIIIPPPP…

Lobo. Morgan no importaba, al menos de momento. Lobo estaba en peligro.

Su peluda cabeza empapada fue momentáneamente visible sobre el agua y entonces tres animales le pasaron por encima y Jack sólo pudo distinguir una mano peluda agitándose sobre la superficie. Continuó adelante a empujones, intentando abrirse camino entre el rebaño, algunos de cuyos miembros aún estaban levantados, mientras otros se hundían y ahogaban.

¡Jack! —vociferó una voz por encima del ruido. Era una voz conocida por Jack. La voz de tío Morgan. —¡Jack!

Sonó otro trueno, un fragor sordo que rodó por el cielo como un proyectil de artillería.

Jadeando, con los cabellos empapados colgando ante sus ojos, Jack miró por encima del hombro… y directamente al área de descanso de la I-70 cerca de Lewisburg, Ohio. La veía como a través de un vidrio rizado y mal hecho… pero la veía. La esquina de ladrillo del lavabo se hallaba a la izquierda de aquella franja de aire violento y atormentado. El capó de algo que parecía un camión Chevrolet estaba a la derecha, flotando a un metro sobre el campo donde él y Lobo habían hablado tranquilamente cinco minutos antes. Y en el centro, como un extra en una película sobre el ataque al Polo Sur del almirante Byr, se encontraba Morgan Sloat, con la cara ancha y rubicunda contraída por una rabia asesina. Rabia y algo más. ¿Triunfo? Sí, Jack pensó que era esto.

Estaba metido en el agua hasta la ingle, rodeado de animales que pasaban balando por su lado, y miraba fijamente, con la boca y los ojos muy abiertos, aquella ventana aparecida en la misma urdimbre de la realidad.

Me ha encontrado, oh, Dios mío, me ha encontrado.

¡Aquí estás, pequeño asqueroso! —le gritó Morgan. Su voz llegaba, pero tenía un tono ahogado y muerto al pasar de la realidad de aquel mundo a la realidad de éste. Era como oír gritar a un hombre dentro de una cabina telefónica—. Ahora nos veremos las caras, ¿verdad? ¿Verdad?

Morgan avanzó, con el rostro borroso, como hecho de plástico blando, y Jack tuvo tiempo de ver que su mano empuñaba algo y que algo le colgaba del cuello, un objeto pequeño y plateado.

Jack esperó, paralizado, mientras Sloat embestía el agujero entre los dos universos. Al acercarse, realizó su propio número de lobo, cambiando de Morgan Sloat, inversionista, especulador de terrenos y antiguo agente de Hollywood, a Morgan de Orris, pretendiente al trono de una reina moribunda. Sus mejillas rojas y colgantes se adelgazaron y palidecieron. Sus cabellos se renovaron, creciendo hacia delante, tiñendo primero la redondez del cráneo, como si un ser invisible coloreara la cabeza de tío Morgan, y luego cubriéndola. El pelo del Gemelo de Sloat era largo, negro, despeinado y parecía muerto. Lo llevaba recogido en la nuca, pero Jack se fijó en que se le habían soltado muchos mechones.

La parka se desdibujó, desapareció un momento y luego volvió convertida en una capa con capucha.

Las botas de ante de Morgan Sloat se convirtieron en botas de cuero oscuro hasta la rodilla, con el borde doblado, y de una de ellas sobresalía el mango de un cuchillo.

Y el objeto pequeño y plateado que empuñaba se convirtió en un pequeño tubo de punta envuelta en una llama enroscada y azul.

Es un lanzarrayos. Oh, Dios mío, es un…

—¡Jack!

El grito fue bajo, como un gargarismo, lleno de agua. Jack dio torpemente media vuelta en el río, esquivando apenas a otra vaca oveja muerta que flotaba de lado en el agua. Vio desaparecer de nuevo la cabeza de Lobo y sus dos manos agitándose en el aire. Jack luchó por acercarse a aquellas manos, sorteando como podía a los animales. Uno de ellos chocó con fuerza contra su cadera y Jack se hundió y tragó agua. Se levantó de prisa, tosiendo y ahogándose, buscando con una mano en el interior de su coleto para saber si el agua se le había llevado la botella. No, aún seguía allí.

¡Muchacho! ¡Da la vuelta y mírame, muchacho! Ahora no tengo tiempo, Morgan. Lo siento, pero voy a ver si impido que me ahogue el rebaño de Lobo antes de ver si impido que tu tubo fatídico me deje frito. Yo…

Una llama azul se arqueó sobre el hombro de Jack, chisporroteando… Era como un mortífero arco iris eléctrico. Rozó uno de los animales atrapados en el fango del otro lado del río y la infortunada vaca oveja estalló, como si hubiera tragado dinamita. Un surtidor de sangre cayó en una fina cascada de gotas y trocitos de carne llovieron alrededor de Jack.

¡Vuélvete a mirarme, muchacho!

Sintió la fuerza de aquella orden agarrarle la cara con manos invisibles e intentar volverla.

Lobo consiguió emerger de nuevo, con el pelo pegado a la cara y los ojos aturdidos asomando entre los mechones como los de un perro pastor inglés. Se tambaleaba y tosía, por lo visto sin saber ya ni dónde estaba.

—¡Lobo! —gritó Jack, pero en el cielo azul volvió a retumbar un trueno que ahogó su voz.

Lobo se agachó y vomitó gran cantidad de agua fangosa. Al cabo de un momento, otro aterrado animal tropezó con él, sumergiéndole una vez más.

Ya está —pensó Jack, desesperado—, ya está, ha desaparecido, debe haberse hundido, lo dejo, tengo que salir de aquí…

Sin embargo, continuó avanzando hacia Lobo, apartando de su camino una vaca oveja convulsa y moribunda.

¡Jason! —gritó Morgan de Orris y Jack se dio cuenta de que Morgan no maldecía en el argot de los Territorios, sino que le llamaba, a él, a Jack, por su nombre. Sólo que aquí no era Jack, sino Jason.

Pero el hijo de la Reina murió en la cuna, murió…

De nuevo el ondulante chisporroteo de la electricidad, que esta vez pareció hacerle una raya en los cabellos. Volvió a rozar la orilla opuesta, desintegrando a otro animal del rebaño de Lobo. No, no del todo, pensó Jack. Las patas del animal continuaban hundidas en el fango como estacas y, mientras las miraba, empezaron a abrirse despacio en cuatro direcciones diferentes.

¡VUÉLVETE Y MÍRAME. MALDITO SEAS!

El agua, ¿por qué no lo tira al agua y me fríe a mi, al Lobo y a todos los animales al mismo tiempo?

Entonces se acordó de las ciencias de quinto grado. Una vez la electricidad tocaba agua, podía dirigirse a cualquier parte… incluyendo al generador de la corriente.

El rostro aturdido de Lobo, que flotaba bajo la superficie, alejó estos pensamientos de la mente de Jack. Lobo aún estaba vivo, pero aprisionado parcialmente bajo un animal que parecía indemne pero se hallaba inmovilizado por el pánico. Las manos de Lobo se agitaban con débil y patética energía. Cuando Jack salvó la última distancia, una de aquellas manos cayó y quedó flotando, inerte como un nenúfar.

Sin detenerse, Jack bajó el hombro izquierdo y golpeó con él a la vaca oveja como Jack Armstrong en un cuento deportivo juvenil.

Si se hubiera tratado de una vaca adulta en vez del modelo compacto de los Territorios, es probable que Jack no hubiese podido moverla, teniendo como tenía la fuerza de la corriente en contra de él. Pero era más pequeña que una vaca y Jack estaba exasperado. Baló bajo el golpe de Jack, notó hacia atrás, se sentó un instante sobre los cuartos traseros y se lanzó hacia la orilla opuesta. Jack agarró las dos manos de Lobo y tiró con todas sus fuerzas.

Lobo emergió con tanta dificultad como un tronco saturado de agua, con los ojos vidriosos entornados, sacando agua por las orejas, la nariz y la boca. Tenía los labios azules.

Dobles haces de fuego llamearon a derecha e izquierda de donde Jack sostenía en brazos a Lobo; los dos parecían un par de borrachos intentado bailar un vals en una piscina. En la orilla opuesta, otra vaca oveja voló en todas direcciones, decapitada y todavía balando. Ardientes lenguas de fuego zigzaguearon por toda la zona pantanosa, iluminando los juncos y algas y después la hierba más seca del campo donde la tierra empezaba a subir de nuevo.

¡Lobo! —chilló Jack—. ¡Lobo, por el amor de Dios!

—Auh —gimió Lobo y vomitó agua cálida y fangosa por encima del hombro de Jack—. Auhhhhhhhhhhhhh…

Ahora Jack vio a Morgan de pie en la otra orilla, una figura alta y puritana con capa negra. La capucha enmarcaba su pálido rostro de vampiro con una especie de tétrico romanticismo. Jack tuvo tiempo de pensar que los Territorios habían ejercido su magia incluso aquí, en favor de su temible tío. A este lado, Morgan no era un sapo obeso, hipertenso y grave con un corazón de pirata y una mente de asesino; aquí, su rostro se había estrechado y adquirido una frígida belleza masculina. Apuntó con el tubo de plata como si fuera una varita mágica de juguete y una llama ízul hendió el aire.

¡Oidme, tú y tu estúpido amigo! —gritó Morgan, con los labios delgados abiertos en una sonrisa triunfante, enseñando unos dientes amarillos que destruyeron para siempre la confusa impresión de belleza que acababa de tener Jack.

Lobo gritó y se retorció en los brazos doloridos de Jack, mirando fijamente a Morgan con los ojos de color naranja desorbitados por el odio y el temor.

¡Demonio! —exclamó Lobo—. ¡Demonio! ¡Mi hermana! ¡Mi hermana de carnada! ¡Lobo! ¡Lobo! ¡Demonio!

Jack extrajo la botella del interior de su coleto. Al fin y al cabo, sólo quedaba un trago. No podía sostener a Lobo con un solo brazo; le estaba perdiendo y Lobo parecía incapaz de sostenerse sin ayuda. No importaba. De todos modos, no podía llevarlo consigo al otro mundo… ¿o sí?

¡Demonio! —repitió Lobo, llorando, mientras su cara resbalaba por el brazo de Jack. La espalda de su mono con pechera flotaba y se hinchaba en el agua.

Se olió a hierba quemada y a animales quemados.

Un trueno, una explosión.

Esta vez el río de fuego que voló por el aire pasó tan cerca de Jack que los pelos de las ventanas de su nariz se chamuscaron y enroscaron.

—¡OH, SÍ, VOSOTROS DOS, VOSOTROS DOS! —vociferó Morgan—. ¡YA TE ENSEÑARÉ A CRUZARTE EN MI CAMINO, PEQUEÑO BASTARDO! ¡OS QUEMARÉ A LOS DOS! ¡OS TRITURARÉ!

—Lobo, ¡aguanta! —gritó Jack, cejando en sus esfuerzos de sostener a Lobo y cogiéndole muy fuerte de la mano—. No me sueltes, ¿me oyes?

¡Lobo!

Levantó la botella, la inclinó y el horrible y frío sabor de uvas podridas le llenó la boca por última vez. La botella estaba vacía. Mientras tragaba, la oyó estallar al ser alcanzada por los rayos de Morgan. Sin embargo, el sonido del cristal roto fue débil… el zumbido de la electricidad… incluso los gritos de rabia de Morgan sonaron débiles.

Tuvo la sensación de caer de espaldas en un agujero. Una tumba, quizá. Entonces la mano de Lobo apretó tanto la suya, que Jack gimió. La sensación de vértigo, de haber dado un salto mortal completo empezó a desvanecerse… y la luz solar también empezó a debilitarse y se convirtió en el triste gris morado de un crepúsculo otoñal en el corazón de América. Una lluvia fría mojó el rostro de Jack, quien tuvo la impresión de que el agua en la que chapoteaba era mucho más fría que unos segundos antes. En algún lugar, no muy lejos, oyó sonar el familiar estruendo de los grandes camiones en la autopista… sólo que ahora parecían circular justo encima de su cabeza.

Imposible, pensó, pero, ¿lo era? Los límites de esta palabra se ensanchaban como si fueran de plástico. Durante un momento de confusión, imaginó camiones voladores de los Territorios conducidos por hombres voladores de los Territorios provistos de grandes alas de lona sujetas con correas a sus espaldas.

Ya estoy de vuelta, pensó. He vuelto a la misma hora y al mismo puesto de peaje.

Estornudó.

El mismo frío, también.

Pero había dos cosas diferentes ahora.

Aquí no se veía ningún área de descanso. Se encontraban metidos hasta el muslo en el agua helada de un río que fluía debajo del puente de un puesto de peaje.

Lobo estaba con él; éste era el otro cambio.

Y Lobo gritaba.