Capítulo 30
THAYER SE VUELVE MISTERIOSO
1
A través de la ventana Jack podía ver a muchachos con abrigos, encorvados bajo el frío glacial, yendo y viniendo entre la biblioteca y el resto de la escuela. Etheridge, el estudiante de último curso que se había dirigido a Jack por la mañana, pasó apresurado, con la bufanda ondeando tras él.
Richard sacó una chaqueta de tweed del estrecho armario que había junto a la cama.
—Nada va a convencerme de que no debes volver a New Hampshire. Ahora tengo que irme a jugar a baloncesto porque, si no voy, el entrenador Frazer me hará hacer diez vueltas de castigo en cuanto vuelva. Hoy tenemos a otro entrenador y Frazer nos dijo que nos lo haría pagar si no cumplíamos. ¿Quieres que te preste algo de ropa? Tengo por lo menos una camisa de tu talla; mi padre me la envió de Nueva York y Brooks Brothers se equivocaron de medidas.
—Enséñamela —dijo Jack. Su ropa estaba realmente zarrapastrosa, tan tiesa de suciedad que Jack se sentía como Pigpen, el personaje de Peanuts que vivía en un marasmo de porquería y desaprobación. Richard le dio una camisa blanca todavía metida en una bolsa de plástico—. Magnífico. Gracias —añadió, sacándola de la bolsa y desprendiendo los alfileres. Sería casi su talla.
—También podrías probarte una chaqueta —dijo Richard—. El blazer del fondo del armario. Te lo probarás, ¿eh? Y ponte una de mis corbatas. Sólo por si entra alguien. Dices que eres del Saint Louis Country Day y que formas parte de un intercambio entre periódicos. Lo hacemos dos o tres veces al año; chicos de aquí van allá y chicos de allá vienen aquí a trabajar en el periódico de la escuela. —Se dirigió a la puerta—. Volveré antes de cenar para ver cómo estás.
Jack se dio cuenta de que había dos bolígrafos prendidos a una lengua de plástico del bolsillo de la chaqueta y de que todos los botones estaban abrochados.
En Nelson House reinó un silencio total al cabo de pocos minutos. Desde la ventana de Richard, Jack vio muchachos sentados a las mesas de la biblioteca, que tenía grandes ventanales. No se veía a nadie en los senderos ni en la hierba tiesa y parda. Sonó un timbre insistente que marcaba el comienzo de la cuarta clase. Jack estiró los brazos y bostezó. Una sensación de seguridad volvió a invadirle; una escuela a su alrededor, con todos los familiares rituales de timbres, clases y partidos de baloncesto. Quizá podría quedarse otro día; quizá incluso podría llamar a su madre desde uno de los teléfonos de Nelson House. Y, desde luego, podría recuperar el sueño perdido.
Fue hacia el armario empotrado y encontró el blazer donde Richard le había dicho que buscara. Aún colgaba una etiqueta de una de las mangas; Sloat lo había mandado desde Nueva York, pero Richard no se lo había puesto. Como la camisa, el blazer era una talla demasiado pequeña para Jack y le iba demasiado justa de hombros, pero el corte era amplio y las mangas de la camisa blanca sólo sobresalían un centímetro.
Sacó una corbata del armario: rojo con un dibujo de anclas azules. Se la puso alrededor del cuello y la anudó laboriosamente. Entonces se miró al espejo y soltó una carcajada al ver que lo había conseguido por fin. Contempló el bonito blazer nuevo, la corbata de club, la nivea camisa y sus arrugados vaqueros. Era él. Era un estudiante de escuela, preparatoria.
2
Jack vio que Richard se había convertido en un admirador de John McPhee y Lewis Thomas y Stephen Jay Gould. Cogió El pulgar del panda de la hilera de libros de Richard porque le gustó el título y volvió a la cama.
Richard tardó muchísimo en volver del partido de baloncesto. Jack paseaba arriba y abajo del reducido cuarto. No podía imaginar qué impedía a Richard volver a su habitación, pero su imaginación le sugería una catástrofe tras otra.
Después de mirar el reloj cinco o seis veces, Jack se dio cuenta de que no se veía a ningún estudiante en el campus.
Lo que pudiese haber sucedido a Richard, debía haber afectado a la escuela entera.
La tarde tocaba a su fin. Pensó que Richard podía estar muerto. La entera escuela Thayer podía estar muerta… y él era un portador de plagas, un mensajero de la muerte. No había comido nada en todo el día después del pollo que Richard le trajera del comedor, pero no sentía hambre. Una gran pesadumbre le acongojaba. Llevaba la destrucción adondequiera que fuese.
3
De pronto oyó pasos en el pasillo.
En el piso de encima volvió a sonar el ritmo pesado de un contrabajo y reconoció una vez más un disco de los Blue Oyster Cult. Los pasos se detuvieron ante su puerta y Jack corrió a abrirla.
Richard estaba en el umbral. Dos muchachos rubios con corbatas cortas miraron hacia dentro y se alejaron por el pasillo. La música de rock era mucho más audible en el pasillo.
—¿Dónde has estado toda la tarde? —inquirió Jack.
—Bueno, ha sido algo misterioso —contestó Richard—. Han suspendido todas las clases. El señor Dufrey no ha permitido siquiera que los chicos volvieran a sus armarios. Y entonces todos hemos tenido que ir a jugar a baloncesto y esto ha sido aún más misterioso.
—¿Quién es el señor Dufrey? Richard le miró con asombro.
—¿Que quién es el señor Dufrey? Es el director. ¿No sabes nada de esta escuela?
—No, pero ya voy teniendo una idea —contestó Jack—. ¿Qué ha sido misterioso en el baloncesto?
—¿Recuerdas que antes te he dicho que el entrenador Frazer nos enviaba a un amigo para ocupar hoy su puesto? Como nos dijo que todos seríamos castigados con vueltas a la pista si no cumplíamos, pensé que su amigo sería un tipo estilo Al Maguire, ya sabes, competente y severo. La escuela Thayer no tiene una tradición atlética muy buena. De todos modos, creía que su sustituto sería alguien especial.
—Déjame adivinarlo. El nuevo entrenador tenía aspecto de no haber hecho nunca deporte.
Richard levantó el mentón, sorprendido.
—Exacto —dijo—, has acertado. —Miró intrigado a Jack—. Fumaba todo el rato y sus cabellos eran largos y grasientos… no se parecía en nada a un entrenador. Si he de ser sincero, tenía aspecto de ser todo lo que los entrenadores censuran. Incluso sus ojos eran extraños. Apuesto algo a que fuma porros. —Richard se estiró el suéter—. Creo que no sabía nada sobre baloncesto. Ni siquiera nos ha hecho jugar como solemos hacer después del período de calentamiento. Hemos corrido y encestado, mientras él nos gritaba, riendo, como si ver jugar a baloncesto fuera lo más ridículo que había visto en su vida. ¿Has conocido alguna vez a un entrenador que encontrara ridículo el deporte? Incluso el período de calentamiento ha sido extraño. Sólo ha dicho: «Está bien, haced algunas planchas», sin dejar de fumar. Ni recuento, ni cadencia, todos yendo cada uno por su lado. Después ha dicho:
«Está bien, corred un poco». Parecía… realmente ajeno a todo. Creo que voy a quejarme al entrenador Frazer mañana.
—Yo no me quejaría a él ni al director —dijo Jack.
—Oh, comprendo —replicó Richard—. El señor Dufrey es uno de ellos. Un habitante de los Territorios.
—O trabaja para ellos —sugirió Jack.
—¿No ves que podrías incluir cualquier cosa en esta historia?
¿Cualquier cosa anormal? Es demasiado fácil… todo podrías explicarlo de esta manera. En esto consiste la locura: estableces conexiones que no son reales.
—Y ves cosas que no existen.
Richard se encogió de hombros y pese al desenfado del gesto, su expresión era preocupada.
—Tú lo has dicho.
—Espera un momento —dijo Jack—. ¿Recuerdas que te hablé de un edificio que se derrumbó en Angola, Nueva York?
—Las Rainbird Towers.
—Vaya memorión. Creo que el accidente fue culpa mía.
—Jack, estás…
—Loco, ya lo sé —replicó Jack—. Escucha, ¿me silbaría alguien si saliéramos a ver el telediario?
—Lo dudo. La mayoría de chicos están estudiando ahora. ¿Por qué?
Porque quiero saber qué ha ocurrido aquí, pensó Jack, pero no lo dijo. Pequeños incendios, bonitos terremotos… señales de su venida. En busca de mí. En busca de nosotros.
—Necesito un cambio de aires, Richard, viejo compinche —dijo Jack y siguió a Richard por el pasillo de un verde acuático.