Capítulo 46
OTRO VIAJE
1
Los curó, pero nunca pudo recordar con exactitud cómo sucedió ni ningún detalle específico; durante un rato el Talismán había resplandecido y cantado en sus manos y guardaba un recuerdo muy vago del momento en que su fuego había parecido fluir hacia ellos hasta que quedaron envueltos en un baño de luz. Esto era todo cuanto podía recordar.
Al final, la gloriosa luz del Talismán se debilitó… se hizo tenue… y se extinguió.
Jack, pensando en su madre, profirió un grito ronco y plañidero. Speedy se tambaleó hasta él por la nieve medio derretida y rodeó con un brazo los hombros de Jack.
—Volverá, Viajero Jack —le consoló, sonriendo, aunque parecía mucho más cansado que Jack. Speedy estaba curado… pero aún no restablecido del todo—. Este mundo le está matando —pensó vagamente Jack—. Por lo menos la parte de él que es Speedy Parker. El Talismán le ha curado… pero aún está moribundo.
—Ha luchao por él —dijo Speedy— y ahora quiere creé que él te corresponderá. No te preocupe. Asércate, Jack. Asércate a tu amigo.
Jack obedeció. Richard dormía sobre la nieve medio fundida. Aquel horrible fragmento de piel levantada había desaparecido, pero ahora se veía entre sus cabellos una larga franja blanca de cuero cabelludo, una franja en la que nunca volvería a crecer pelo.
—Cógele la mano.
—¿Por qué? ¿Para qué?
—Vamo a salta.
Jack dirigió a Speedy una mirada inquisitiva, pero éste no ofreció ninguna explicación. Se limitó a asentir, como diciendo:
Sí, me has oído bien. Bueno —pensó Jack—, he confiado en él hasta ahora…
Se inclinó y cogió la mano de Richard, mientras Speedy le agarraba la mano a él.
Sin apenas un tirón, los tres saltaron.
2
Fue como Jack había intuido: la figura que tenía ante sí, en esta playa de arena negra puntuada por doquier por el pie deforme de Morgan de Orris, parecía sana, robusta y vigorosa.
Jack miró fijamente, con respeto —y cierta inquietud—, a este desconocido que parecía el hermano de Speedy Parker.
—Speedy… quiero decir, señor Parkus, ¿qué…?
—Muchachos, los dos necesitáis un descanso —interrumpió Parkus—. Tú, sin duda, y aún más este otro joven caballero. Ha estado más cerca de la muerte de lo que nadie, aparte de él, sospechará nunca… y no creo que sea la clase de persona que admita muchas cosas, ni siquiera ante sí mismo.
—Sí —dijo Jack—, esto es bien cierto.
—Descansará mejor allí —dispuso Parkus y echó a andar por la playa con Richard en los brazos y alejándose del castillo. Jack le siguió a trompicones y a los pocos momentos quedó rezagado. Le faltaba el aliento y las piernas le fallaban. Además, le dolía la cabeza como resultado de la batalla final; la resaca del shock, pensó.
—¿Por qué…? ¿Dónde? —logró jadear. Llevaba el Talismán apretado contra su pecho. Ahora era opaco y el exterior sucio y nada interesante.
—Sólo un poco más arriba —respondió Parkus—. Ni tú ni tu amigo querréis descansar donde estuvo él, ¿verdad?
Y, a pesar de su agotamiento, Jack negó con la cabeza. Parkus miró a Jack con tristeza por encima del hombro.
—Ahí abajo apesta a su maldad —dijo— y apesta a tu mundo, Jack.
«Creo que apestan de modo demasiado parecido para mi tranquilidad».
Echó a andar de nuevo, con Richard en los brazos.
3
Se detuvo unos cuarenta metros más arriba de la playa. Aquí la arena negra había cambiado de color; no era blanca, pero sí gris tirando a claro. Parkus depositó a Richard en el suelo con suavidad y Jack se recostó junto a él. La arena estaba tibia; despedía un calor muy agradable. Aquí no había ni rastro de nieve. Parkus se sentó a su lado con las piernas cruzadas.
—Ahora vais a dormiros —dijo— y quizá no os despertéis hasta mañana. Nadie os molestará. Mira a tu alrededor.
Parkus señaló con la mano el lugar ocupado por Point Venuti en los Territorios americanos. Jack vio primero el castillo negro, un lado del cual estaba destrozado, como si se hubiera producido una tremenda explosión en su interior. Ahora el castillo parecía casi insignificante. Su amenaza había sido eliminada y su tesoro ilícito, transportado a otro lugar. Era sólo un montón de piedras ruinosas.
Al mirar un poco más lejos, Jack vio que el terremoto no había sido tan violento aquí… y había habido menos que destruir. Vio unas cabañas derrumbadas que parecían construidas con troncos arrojados a la orilla por el oleaje, y una serie de carruajes destrozados que podían o no haber sido Cadillacs en los Territorios americanos; aquí y allá yacían cuerpos de cara barbuda.
—Los que sobrevivieron se han marchado —explicó Parkus—. Saben lo que ha ocurrido, saben que Orris está muerto y ya no te molestarán. El mal que habitaba aquí ha desaparecido. ¿Lo sabes? ¿Puedes sentirlo?
—Sí —murmuró Jack—. Pero… señor Parkus… usted no se… no…
—¿Si me voy? Sí. Muy pronto. Tú y tu amigo vais a dormir profundamente, pero antes tú y yo hemos de hablar. No requerirá mucho tiempo, pero quiero que intentes levantar la cabeza, por lo menos un rato.
Con cierto esfuerzo, Jack levantó la cabeza y abrió los ojos, aunque no del todo. Parkus asintió.
—Cuando os despertéis, dirigios hacia el este… ¡pero no saltéis! Permaneced aquí algún tiempo. Quedaos en los Territorios. Habrá demasiado jaleo en vuestro lado: brigadas de socorro, periodistas, Jason sabe qué más. Por lo menos la nieve se fundirá antes de que alguien la vea, exceptuando a algunos que serán tratados de visionarios…
—¿Por qué tiene que marcharse?
—He de disponer varias cosas, Jack. Hay mucho trabajo que hacer aquí. La noticia de la muerte de Morgan ya estará camino del este, y difundiéndose con gran rapidez además. En este momento estoy detrás de esta noticia y debo procurar adelantarme a ella. Quiero volver a las Avanzadas… y al este… antes de que personas muy malévolas empiecen a dirigirse a otros lugares. —Miró hacia el océano con ojos fríos y grises como el pedernal—. Cuando se presenta la factura, la gente debe pagar. Morgan se ha ido, pero la deuda subsiste.
—Aquí es usted algo equivalente a un policía, ¿verdad? Parkus asintió.
—Soy lo que vosotros llamaríais el fiscal general y el juez supremo fundidos en la misma persona. Aquí, claro. —Puso una mano fuerte y cálida sobre la cabeza de Jack—. Allí sólo soy el tipo que va de un lado a otro, realiza pequeños trabajos y entona algunas melodías. Y a veces, créeme, me gusta mucho más ser esto último.
Volvió a sonreír y esta vez fue Speedy.
—Y verás a ese tipo de vez en cuando, Jacky. Sí, de vez en cuando y en distintos lugares. En un centro comercial, tal vez, o en un parque.
Guiñó un ojo a Jack.
—Pero Speedy… no está bien —dijo Jack—. Cualquiera que sea su enfermedad, el Talismán no ha podido curarla.
—Speedy es viejo —contestó Parkus—. Tiene mi edad, pero vuestro mundo le ha envejecido. De todos modos, aún le quedan varios años, quizá muchos. No te preocupes, Jack.
—¿Me lo promete? —preguntó Jack.
—Claro —sonrió Parkus.
Jack le correspondió con una sonrisa cansada.
—Tú y tu amigo os dirigiréis al este. Caminad hasta que calcules que habéis recorrido ocho kilómetros. Atravesáis aquellas colinas bajas y todo irá bien… será un paseo. Buscad un árbol grande, el árbol más grande que hayáis visto jamás. Os acercáis a él, Jack, tomas la mano de Richard y saltáis. Os encontraréis junto a un secuoya gigante con el tronco agujereado, formando un túnel para que pase la carretera. La carretera es la 17 y allí pasa por las afueras de una pequeña ciudad del norte de California llamada Storeyville. Entrad en ella. Frente al semáforo hay una gasolinera.
—¿Y entonces?
Parkus se encogió de hombros.
—No lo sé seguro, Jack. Quizá encuentres a alguien conocido.
—Pero, ¿cómo llegaremos a…?
—Shhhh —interrumpió Parkus, poniendo una mano en la frente de Jack, tal como había hecho su madre cuando era
(de excursión, papá se ha ido a cazar y toda esa historia, bla, bla, duérmete, Jacky, todo va bien, todo va bien y)
muy pequeño.
—Basta de preguntas. Creo que a partir de ahora todo os irá bien a Richard y a ti.
Jack se acostó, colocando la bola oscura en el hueco del brazo. Cada uno de sus párpados parecía tener un ladrillo encima.
—Has sido valiente y fiel, Jack —dijo Parkus con tranquila gravedad—. Ojalá fueras mi propio hijo… Te saludo por tu valor. Y tu fe. Hay personas en muchos mundos que te deben gratitud y creo que la mayoría lo intuyen, de un modo u otro.
Jack logró sonreír.
—Quédese un rato —murmuró.
—Está bien —dijo Parkus—. Hasta que te duermas. No te preocupes, Jack. Nada te hará daño aquí.
—Mi mamá siempre decía…
Pero antes de completar el pensamiento, se quedó dormido.
4
Y continuó dormido de una forma misteriosa al día siguiente, cuando estaba técnicamente despierto, o si no dormido, sumido en un letargo protector que hizo pasar como en un sueño las horas lentas de aquel día. Él y Richard, que también se movía lentamente y con vacilación, se encontraron bajo el árbol más alto del mundo. A su alrededor, lentejuelas de luz tapizaban el suelo del bosque. Diez hombres corpulentos cogidos de las manos no habrían podido rodear el árbol, que se erguía hacia el cielo, majestuoso y aislado: en un bosque de árboles altos era un Leviatán, un puro ejemplo de la exuberancia de los Territorios.
No te preocupes, había dicho Parkus cuando ya amenazaba con desvanecerse como el Gato de Cheshire. Jack levantó la cabeza para mirar la copa del árbol. No lo sabía con claridad, pero estaba emocionalmente agotado. La inmensidad del árbol sólo despertó en él un parpadeo de asombro. Apoyó la mano en la corteza, de una suavidad sorprendente. He matado al hombre que mató a mi padre, dijo para sus adentros. Apretó con la otra mano la bola oscura y al parecer muerta del Talismán. Richard miraba fijamente hacia la gigantesca copa del árbol, que se elevaba ante ellos como un rascacielos. Morgan estaba muerto, Gardener también y la nieve de la playa ya debía haberse fundido. No en su totalidad sin embargo; Jack tenía la impresión de alojar en su cabeza toda una playa cubierta de nieve. Había pensado en un principio —hacía mil años, le parecía ahora— que si alguna vez podía rodear con sus manos el Talismán, estaría tan inundado de triunfo, excitación y asombro que explotaría. No obstante, sólo sentía un pequeño indicio de todas estas cosas. Nevaba dentro de su cabeza y no podía ver más lejos de las instrucciones de Parkus. Comprendió que el enorme árbol le estaba sosteniendo.
—Dame la mano —dijo a Richard.
—Pero, ¿cómo llegaremos a casa? —preguntó Richard.
—No te preocupes —dijo Jack, apretando la mano de su amigo. Jack Sawyer no necesitaba que un árbol le sostuviera. Jack Sawyer era valiente y fiel. Jack Sawyer era un exhausto muchacho de doce años con nieve en el cerebro. Saltó sin esfuerzo a su propio mundo y Richard atravesó todas las barreras que se levantaban a su lado.
5
El bosque se había contraído; ahora era un bosque americano. La bóveda de ramas en suave balanceo estaba mucho más abajo y los árboles tenían un tamaño mucho menor que en la parte del bosque de los Territorios adonde Parkus les había dirigido. Jack era vagamente consciente de este cambio de escala en todo cuanto había a su alrededor cuando vio ante él la carretera alquitranada de dos carriles; pero la realidad del siglo veinte le impresionó con toda su magnitud cuando oyó el ruido de un pequeño motor e instintivamente se echó atrás y al mismo tiempo echó atrás a Richard antes de que pasara como una exhalación un pequeño Renault Le Car. El coche se alejó por el túnel cortado en el tronco del secuoya (cuyo tamaño era la mitad del de su contrapartida de los Territorios). Sin embargo, por lo menos un adulto y dos niños del Renault no miraban a los secuoyas que habían venido a contemplar desde New Hampshire («¡Vive libre o muere!»). La mujer y los dos niños pequeños del asiento posterior se habían vuelto para mirar a Jack y Richard con las bocas abiertas como cavernas negras. Acababan de ver a dos muchachos aparecer como fantasmas junto a la carretera, surgir milagrosa e instantáneamente de la nada, como el capitán Kirk y mister Spock después de aterrizar en un rayo del Enterprise.
—¿Estás bien para andar un poco?
—Claro —contestó Richard.
Jack pisó la carretera 17 y pasó por el enorme agujero del árbol.
Quizá estaba soñando todo esto, pensó. Quizá aún se encontraba en la playa de los Territorios, con Richard desmayado a su lado y ambos bajo la mirada bondadosa de Parkus. Mi mamá siempre decía… Mi mamá siempre decía…
6
Caminando como a través de una espesa niebla (aunque aquel día fue de hecho soleado y seco en aquella parte de California septentrional), Jack Sawyer condujo a Richard Sloat por el bosque de secuoyas hasta una carretera inclinada entre secas praderas del mes de diciembre.
… que la persona más importante de cualquier película suele ser el cámara…
Su cuerpo necesitaba más sueño. Su mente necesitaba unas vacaciones.
… que el vermut es la ruina de un buen martini…
Richard le seguía en silencio, meditabundo. Se rezagaba tanto que Jack tenía que esperarle en la cuneta hasta que le alcanzaba. Una ciudad pequeña que debía ser Storeyville se vislumbraba a un kilómetro de distancia; una serie de edificios blancos se levantaba a ambos lados de la carretera. ANTIGÜEDADES, decía el rótulo que ostentaba uno de ellos. Después de los edificios pendía un semáforo sobre un cruce vacío. Jack distinguió el letrero de MOBIL frente a la gasolinera. Richard le seguía con esfuerzo y la cabeza tan baja que la barbilla casi le rozaba el pecho. Cuando se hubo acercado lo suficiente, Jack vio que su amigo estaba llorando y le puso un brazo sobre los hombros.
—Quiero que sepas una cosa —dijo.
—¿Qué? —La cara delgada de Richard estaba húmeda de lágrimas pero expresaba determinación.
—Te quiero —contestó Jack.
Los ojos de Richard volvieron a posarse en la carretera. Jack dejó el brazo sobre los hombros de su amigo. Al cabo de un momento, Richard levantó la vista, miró a los ojos de Jack y asintió con la cabeza. Y fue como algo que Lily Cavanaugh Sawyer había dicho realmente a su hijo una o dos veces: Jack-O, hay ocasiones en que no es necesario hablar por los codos.
—Ya estamos en camino, Richie —dijo y esperó a que Richard se secara los ojos—. Supongo que habrá alguien para recibimos en la gasolinera.
—¿Hitler, tal vez? —Richard se apretó los ojos con las palmas de las manos. En seguida estuvo listo y los dos muchachos entraron juntos en Storeyville.
7
Era un Cadillac, aparcado a la sombra de la gasolinera de Mobil, un El Dorado con una antena de televisión en la parte trasera. Parecía grande como una caravana y oscuro como la muerte.
—Oh, Jack, mala suerte —gimió Richard, agarrando el hombro de su amigo. Tenía los ojos muy abiertos y los labios le temblaban.
Jack volvió a sentir una oleada de adrenalina, pero ésta ya no le reanimaba, sólo le hacía sentir cansancio. Había soportado demasiadas cosas, demasiadas.
Sosteniendo contra su pecho la barata y opaca bola de cristal en que se había convertido el Talismán, Jack bajó por la pendiente en dirección a la gasolinera.
—¡Jack! —gritó débilmente Richard a sus espaldas—. ¿Qué diablos haces? ¡Es uno de ELLOS! ¡Es igual que los coches de Thayer! ¡Igual que los coches de Point Venuti!
—Parkus nos dijo que viniéramos —contestó Jack.
—Estás loco, compinche —murmuró Richard.
—Lo sé. Pero no pasará nada, ya verás. Y no me llames compinche.
La puerta del Cadillac se abrió y una pierna muy musculosa, embutida en un pantalón de dril azul, se posó en el suelo. La inquietud cedió el paso a un positivo terror cuando Jack vio que la bota negra del conductor había sido agujereada para dejar salir los dedos peludos. Richard profirió un chillido de ratón.
Era un Lobo, desde luego; Jack lo adivinó aun antes de que el tipo sé volviera. Medía más de dos metros y llevaba el pelo largo, despeinado y no muy limpio. Le colgaba a mechones sobre el cuello de la camisa y había lampazos enredados entre ellos. Entonces la alta figura dio media vuelta, Jack vio un destello en los ojos anaranjados… y de improviso el terror se convirtió en alegría.
Corrió hacia la figura, sin hacer caso del empleado de la gasolinera que había salido a observarle ni de los curiosos que miraban desde la tienda. Los cabellos le ondeaban detrás de la cabeza, las viejas zapatillas se abrían y hacían un ruido hueco, una sonrisa beatífica iluminaba su rostro y los ojos le brillaban como el propio Talismán.
Un mono de pechera: Oshkosh, para más señas. Gafas redondas, sin montura. Y una gran sonrisa de bienvenida.
—¡Lobo! —gritó Jack Sawyer—. ¡Lobo, estás vivo! ¡Lobo, estás vivo!
Se hallaba todavía a más de un metro de Lobo cuando dio un salto y Lobo le cogió con gracia y agilidad, sonriendo de gozo.
—¡Jack Sawyer! ¡Lobo! ¡Vaya, vaya! ¡Tal como dijo Parkus! ¡Estoy en este maldito lugar, que huele como la mierda en un pantano, y tú llegas! ¡Jack y su amigo! ¡Lobo! ¡Bien! ¡Estupendo! ¡Lobo!
Fue el olor del Lobo lo que dijo a Jack que éste no era su Lobo, aunque sí algún pariente suyo… seguramente muy cercano.
—Conocí a tu hermano de carnada —dijo, todavía en los brazos fuertes y peludos del Lobo. Ahora, mirándole la cara, pudo ver que era más vieja y más sabia. Pero igualmente bondadosa.
—Mi hermano Lobo —dijo Lobo, bajando a Jack. Alargó la mano y tocó el Talismán con la yema de un dedo. Su rostro expresaba asombro y reverencia. Al tocarlo, apareció un brillante destello que se introdujo en el interior opaco del globo como un cometa fulgurante.
Lobo inspiró, miró a Jack y esbozó una sonrisa. Jack sonrió a su vez.
Ahora Richard se les acercó, mirando a ambos con sorpresa y recelo.
—En los Territorios hay Lobos buenos, además de malos… —empezó Jack.
—Muchos Lobos buenos —interrumpió Lobo.
Alargó la mano a Richard y éste retrocedió un paso y después la estrechó. Su mueca durante el apretón de manos hizo suponer a Jack que Richard había esperado la clase de tratamiento con que Lobo había obsequiado a Heck Bast mucho tiempo atrás.
—Es el hermano de carnada de mi Lobo —explicó con orgullo. Carraspeó, sin saber con exactitud cómo expresar sus sentimientos hacia el hermano de este ser. ¿Comprendían la condolencia los Lobos? ¿Formaba parte de su ritual?—. Quise mucho a tu hermano —dijo—. Me salvó la vida. Exceptuando a Richard, supongo que fue el mejor amigo que he tenido en mi vida. Siento que muriera.
—Ahora está en la luna —contestó el hermano de Lobo—. Regresará. Todo se va, Jack Sawyer, como la luna, y todo vuelve, como la luna. Vamos. Quiero salir de este lugar apestoso.
Richard pareció perplejo, pero Jack comprendió a Lobo y estuvo de acuerdo con él: la gasolinera parecía rodeada del tufo caliente y aceitoso de hidrocarburos fritos. Era como una sábana marrón algo transparente.
El Lobo fue hacia el Cadillac y abrió la puerta trasera como un chófer, lo cual debía ser exactamente lo que era, pensó Jack.
—¿Jack? —Richard parecía asustado.
—Todo va bien —le tranquilizó su amigo.
—Pero, ¿adonde…?
—Al lado de mi madre, creo —respondió Jack—. A Playa de Arcadia, New Hampshire, al otro extremo del país. Y en primera clase. Vamos, Richie.
Caminaron hasta el coche. En Un rincón del amplio asiento trasero había una vieja funda de guitarra. Jack sintió palpitar de nuevo su corazón.
—¡Speedy! —Se volvió hacia el hermano de carnada de Lobo—. ¿Viene Speedy con nosotros?
—No conozco a nadie de ese nombre —contestó el Lobo—. Tuve un tío que era bastante veloz[7], pero acabó cojo, ¡Lobo!, y ni siquiera podía alcanzar al rebaño.
Jack señaló la funda de guitarra.
—¿De dónde ha salido esto?
Lobo sonrió, enseñando muchos dientes grandes.
—Parkus también dejó esto para ti —contestó—. Por poco se me olvida.
Extrajo una postal muy vieja del bolsillo trasero. El grabado representaba un carrusel lleno de muchos grandes caballos conocidos —Ella Veloz y Dama de Plata entre ellos—, pero las damas que estaban en primer plano llevaban miriñaques, los chicos, pantalones bombachos y muchos de los hombres, sombreros hongos y bigotes con las puntas hacia arriba. La postal había sido muy manoseada.
Le dio la vuelta y leyó primero las palabras impresas en el centro: CARRUSEL DE PLAYA ARCADIA, 4 DE JULIO DE 1894.
Era Speedy —no Parkus— quien había garabateado dos frases en el espacio para el mensaje. Tenía una letra grande, tosca y había escrito con un lápiz blando y romo:
Has hecho grandes maravillas, Jack. Usa lo que necesites del contenido de la funda… y quédate el resto o tíralo.
Jack se guardó la postal en el bolsillo trasero y se aposentó en el cómodo asiento posterior del Cadillac. Uno de los cierres de la vieja funda de guitarra estaba roto. Abrió los otros tres.
Richard subió al coche después de Jack.
—¡Caracoles! —exclamó.
La funda de guitarra estaba repleta de billetes de veinte dólares.
8
Lobo les llevó a casa, y aunque Jack olvidó al poco tiempo muchos detalles de los sucesos de aquel otoño, cada momento de aquel viaje quedó grabado en su mente para el resto de su vida. Sentados en la parte posterior del El Dorado, él y Richard dejaron que Lobo les llevara al este, siempre hacia el este. Lobo conocía las carreteras y Lobo les llevaba. A veces ponía música, canciones del Creedence Clearwater Revival —Corre a través de la jungla parecía ser su favorita— a un volumen ensordecedor. Después pasaba largos períodos escuchando las tonalidades del viento, tras pulsar el botón que controlaba la ventanilla giratoria de su lado. Esto parecía fascinarle completamente.
Hacia el este, siempre hacia el este… hacia el amanecer todas las mañanas y hacia el misterioso crepúsculo azul todas las tardes, escuchando primero a John Fogerty y después al viento, a John Fogerty y de nuevo al viento.
Comían en los restaurantes del borde de la carretera, hamburguesas y pollo frito. A Jack y Richard les servían en bandejas; a Lobo le daban un cubo familiar y devoraba las veintiuna raciones. Por el ruido que hacía, debía comerse también los huesos y esto recordó a Jack lo de Lobo y las palomitas de maíz. ¿Dónde había sido? En Muncie. En las afueras de Muncie, justo antes de ser atrapados y encerrados en el Hogar del Sol. Sonrió… y luego le pareció que una flecha le atravesaba el corazón. Miró por la ventana para que Richard no viera brillar sus ojos.
La segunda noche pararon en Julesburg, Colorado, y Lobo les guisó una enorme cena en una barbacoa portátil que sacó del maletero. Cenaron en un campo nevado a la luz de las estrellas, abrigados con pesadas parkas que compraron con el dinero de la funda de guitarra. En el cielo centelleaba una lluvia de meteoritos y Lobo bailó como un niño sobre la nieve.
—Adoro a este tipo —murmuró Richard con expresión pensativa.
—Yo también. Tendrías que haber conocido a su hermano.
—Me habría gustado mucho. —Richard empezó a recoger los trastos. Su frase siguiente dejó estupefacto a Jack—: Estoy olvidando muchas cosas, Jack.
—¿Qué quieres decir?
—Sólo esto. A cada kilómetro recuerdo un poco menos lo sucedido. Todo está muy confuso. Y creo… creo que debe ser así. Escucha, ¿estás realmente seguro de que tu madre se encuentra bien?
Jack había intentado tres veces comunicar con su madre, sin obtener respuesta. Pero no estaba demasiado preocupado por ello, todo iba bien, o así lo esperaba. Cuando llegase, la encontraría allí. Enferma… pero todavía viva. Así lo esperaba.
—Sí.
—Entonces, ¿cómo es que no contesta al teléfono?
—Sloat manipuló los teléfonos —dijo Jack— y creo que también manipuló a los empleados del Alhambra. Está bien. Enferma… pero bien. Aún sigue allí. Siento su presencia.
—Y si este objeto curativo funciona… —Richard hizo una mueca y al final se decidió—: ¿Aún crees… quiero decir, aún piensas que ella me permitirá… ya sabes, vivir con vosotros?
—No —respondió Jack, ayudando a Richard a recoger los restos de la cena—. Es probable que quiera verte en un orfanato. O quizá en la cárcel. No seas idiota, Richard, claro que puedes vivir con nosotros.
—Bueno… después de lo que hizo mi padre…
—Fue tu padre, Richie —se limitó a decir Jack—, no tú.
—¿Y no me lo estaréis recordando siempre? Ya sabes, ¿aludiendo a los recuerdos?
—No, si tú quieres olvidar.
—Quiero olvidar, Jack. De verdad que sí. Lobo volvía a su lado.
—¿Estáis listos? ¡Lobo!
—Listos —contestó Jack—. Escucha, Lobo, ¿qué te parecería aquella cassette de Scott Hamilton que compré en Cheyenne?
—Claro, Jack. Y después, ¿qué te parecería alguna de Creedence?
—Corre a través de la jungla, ¿no?
—¡Buena melodía, Jack! ¡Densa! ¡Lobo! ¡Una melodía densa!
—Ya lo creo, Lobo. —Miró de reojo a Richard, quien sonrió y puso los ojos en blanco.
Al día siguiente atravesaron Nebraska y lowa y al otro pasaron por delante de las ruinas quemadas del Hogar del Sol. Jack pensó que tal vez Lobo pasaba por allí a propósito, quizá porque quería ver el lugar donde había muerto su hermano. Puso la cassette de Creedence al mayor volumen posible, pero Jack creyó oír a pesar de ello los sollozos de Lobo.
Tiempo… Retazos suspendidos de tiempo. A Jack casi le parecía estar flotando y experimentaba una sensación de interludio, triunfo, despedida y de un trabajo honradamente cumplido.
Hacia el atardecer del quinto día cruzaron los límites de Nueva Inglaterra.