Capítulo 5

JACK Y LILY

1

Cuando el camión de Speedy salió de la carretera y desapareció bajo el arco del Divertimundo, Jack empezó a andar en dirección al hotel. Un Talismán. Otro Alhambra. A orillas de otro océano. Su corazón estaba como vacío. Sin Speedy a su lado, la tarea era descomunal, gigantesca y, además, vaga… Mientras Speedy hablaba, Jack casi había tenido la impresión de comprender aquel batiburrillo de insinuaciones, instrucciones y amenazas; ahora, en cambio, se le antojaba sólo un batiburrillo. No obstante, los Territorios eran reales. Se aferró con toda su fuerza a esta certidumbre, que le animaba y asustaba al mismo tiempo. Era un lugar real y él regresaría a aquel lugar. Aunque en realidad no lo comprendiera todo, aunque fuese un peregrino ignorante, realizaría aquel viaje. Ahora lo único que le quedaba por hacer era tratar de persuadir a su madre. El «Talismán», dijo para sus adentros, usando la palabra como una contraseña y cruzó Boardwalk Avenue para subir saltando los escalones y enfilar «el sendero entre los setos». La oscuridad del interior del Alhambra, una vez se hubo cerrado la puerta a sus espaldas, le sobrecogió. El vestíbulo era una larga caverna… Se necesitaría una hoguera sólo para separar las sombras. El pálido empleado acechaba detrás del mostrador, clavando sus ojos blancos en Jack. Leyó un mensaje en ellos: sí. Jack tragó saliva y desvió la mirada. El mensaje le fortalecía, le confería importancia, aunque su intención era despreciativa.

Fue hacia los ascensores con la espalda recta y el paso tranquilo. Con que te relacionas con negros, ¿eh? Les dejas rodearte con su brazo, ¿eh? El ascensor bajó chirriando como un ave grande y pesada, las puertas se separaron y Jack entró dentro. Se volvió para pulsar el botón luminoso del cuarto piso. El conserje seguía como un fantasma detrás del mostrador, enviando su malévolo mensaje. Amigo de los negros, amigo de los negros (te gusta asi, ¿eh, mocoso? Caliente y negro, eso es para ti, ¿eh?). Por suerte, las puertas se cerraron. El estómago de Jack pareció bajar hasta sus zapatos, el ascensor inició el ascenso con una sacudida.

El odio se quedó en el vestíbulo; el mismo aire del ascensor mejoró en cuanto llegaron al primer piso. Ahora lo único que Jack debía hacer era decir a su madre que tenía que ir solo a California.

No permitas que tío Morgón firme ningún documento en tu nombre…

Cuando Jack salió del ascensor, se preguntó por primera vez en su vida si Richard Sloat sabía cómo era realmente su padre.

2

Después de pasar de largo los apliques vacíos y los cuadros de pequeños barcos navegando por mares espumosos y ondulados, vio que la puerta marcada con el número 408 estaba entreabierta, dejando ver un palmo de la moqueta descolorida de la suite. La luz que se filtraba a través de las ventanas del salón formaba un largo rectángulo en la pared interior.

—No has cerrado la puerta. ¿Qué sig… —estaba solo en la habitación— …nifica esto? —preguntó a los muebles—. ¿Mamá? —El desorden más completo reinaba a su alrededor: un cenicero rebosante de colillas, un vaso de agua medio lleno sobre la mesa del café.

Jack se prometió que esta vez no se dejaría vencer por el pánico.

Giró lentamente sobre sí mismo. La puerta del dormitorio estaba abierta y su interior oscuro como el vestíbulo porque su madre no había descorrido las cortinas.

—Eh, sé que estás aquí —dijo, entrando en el dormitorio vacío para llamar a la puerta del cuarto de baño. Ninguna respuesta. Jack abrió esta puerta y vio un cepillo de dientes rosa sobre el lavabo y un cepillo solitario sobre el tocador. Entre las cerdas estaban enredados unos cabellos claros. Laura DeLoessian, anunció una voz en la mente de Jack y salió del lavabo andando hacia atrás; aquel nombre le inquietaba.

—Oh, otra vez no —se dijo—. ¿Adonde habrá ido?

Era como si lo viese.

Lo vio cuando se dirigió a su propio dormitorio, lo vio cuando abrió su propia puerta y contempló su cama deshecha, su mochila aplanada, su pequeño montón de libros de bolsillo y sus calcetines enrollados encima de la cómoda. Lo vio cuando miró en su propio cuarto de baño, donde las toallas yacían por el suelo y pendían de los lados de la bañera y de los estantes de fórmica en oriental desorden.

Morgan Sloat irrumpiendo por la puerta, agarrando los brazos de su madre y arrastrándola escaleras abajo…

Jack volvió corriendo al salón y esta vez miró detrás del sofá.

… sacándola por una puerta lateral y metiéndola en un coche, mientras sus ojos empezaban a tornarse amarillos…

Cogió el teléfono y marcó el 0.

—Soy, ejem, Jack Sawyer y estoy, ejem, en la habitación cuatro cero ocho. ¿Ha dejado mi madre algún mensaje para mí? Debería estar aquí y… y por alguna razón… ejem…

—Voy a ver —dijo la chica, y Jack apretó el teléfono durante un momento candente hasta que ella volvió—. No hay mensaje para la cuatro cero ocho, lo siento.

—¿Y para la cuatro cero siete?

—Tiene la misma casilla —respondió la chica.

—Ah. ¿Ha recibido alguna visita en la última media hora? ¿Ha venido alguien esta mañana? A verla, quiero decir.

—Esto lo sabrían en recepción —contestó la chica—. Yo no lo sé. ¿Quiere que lo pregunte?

—Sí, por favor —dijo Jack.

—Oh, me alegro de tener algo que hacer en este depósito de cadáveres. No cuelgue.

Otro momento candente. La chica volvió para decir:

—No ha habido visitas. Quizá ha dejado una nota en sus habitaciones.

—Sí, lo miraré —contestó Jack, desanimado, y colgó. ¿Decía la verdad la empleada? ¿Y si Morgan Sloat le había alargado la mano con un billete de veinte dólares doblado como un sello en su carnosa palma? Jack también vio esto.

Se desplomó en el sofá, conteniendo un deseo irracional de mirar bajo los almohadones. Claro que tío Morgan no podía haber entrado en sus habitaciones y secuestrado a su madre… aún estaba en California. Pero podía haber enviado a otras personas para que lo hicieran. Personas como las que Speedy había mencionado, los Forasteros que tenían un pie en cada mundo.

De pronto Jack no pudo continuar en la habitación. Se levantó del sofá de un salto y salió al pasillo después de cerrar la puerta tras de sí. Caminó unos pasos y entonces dio media vuelta, fue de nuevo hacia la habitación y abrió la puerta con su llave. La empujó para que quedara abierta unos centímetros y corrió hacia los ascensores. Siempre cabía la posibilidad de que Lily hubiera salido sin llevarse la llave… para ir a la tienda del vestíbulo o al quiosco a comprar un periódico o una revista.

Seguro. No la había visto coger un periódico desde el principio del verano. Todas las noticias que le interesaban las oía por la radio del hotel.

Pues habría ido a dar un paseo.

Sí, claro, estaría haciendo ejercicio y respirando hondo. O corriendo, tal vez; a Lily Cavanaugh le había dado de repente por correr los cien metros lisos. O había colocado vallas en la playa y se entrenaba para los próximos juegos olímpicos…

Cuando el ascensor le depositó en el vestíbulo, echó una ojeada a la tienda, donde una mujer rubia entrada en años le miró por encima de las gafas desde detrás del mostrador. Animales disecados, una pila ordenada de periódicos locales, un estante con barritas de manteca de cacao perfumada. De un revistero colocado junto a la pared sobresalía People, Us y New Hampshire Magazine.

—Lo siento —dijo Jack, dando media vuelta. Se encontró mirando fijamente la placa de bronce que había junto a un helécho enorme y mustio… ha empezado a deteriorarse y pronto morirá.

La mujer de la tienda carraspeó. Jack pensó que debía haber permanecido mirando estas palabras de Daniel Webster durante minutos enteros.

—¿Sí? —preguntó la mujer a sus espaldas.

—Lo siento —repitió Jack y se obligó a caminar hasta el centro del vestíbulo. El odioso empleado arqueó una ceja y se colocó de lado para mirar fijamente la escalinata vacía. Jack se aproximó a él con un gran esfuerzo.

—Señor —interpeló cuando estuvo delante del mostrador. El empleado fingía querer recordar la capital de Carolina del Norte o el primer producto de exportación de Perú—. Señor. —El hombre frunció el entrecejo; ya casi lo tenía, no podía ser molestado.

Jack sabía que todo esto era comedia y dijo:

—Quizá podría usted ayudarme. Al final el hombre decidió mirarle.

—Depende de la clase de ayuda, muchacho. Jack optó por no hacer caso de la velada ironía.

—¿Ha visto salir a mi madre hace un rato?

—¿Cuánto tiempo es un rato? —Ahora la ironía era casi visible.

—¿La ha visto salir? No pregunto nada más.

—¿Tienes miedo de que te viera hacer manitas con tu novio ahí fuera?

—Dios mío, es usted un asqueroso —se sorprendió diciendo Jack—. No, no tengo miedo de esto. Sólo quiero saber si mi madre ha salido y, si usted no fuera tan asqueroso, me lo diría. —Estaba acalorado y se dio cuenta de que había cerrado los puños.

—Está bien, sí, ha salido —contestó el conserje, retrocediendo hacia los casilleros que tenía detrás de él—. Pero será mejor que tengas cuidado con lo que dices, chico. Será mejor que te disculpes, atildado señorito Sawyer. Yo también tengo ojos y sé cosas.

—Atienda a su boca y yo atenderé a mi negocio —dijo Jack, recordando la frase de uno de los discos viejos de su padre; quizá no encajaba en la situación, pero le gustó pronunciarla y el conserje parpadeo satisfactoriamente.

—Quizá está en los jardines, no lo sé —dijo el hombre con voz sombría, pero Jack ya se dirigía hacia la puerta.

La Novia de los Cines al Aire Libre y Reina de las B no estaba en los jardines de delante del hotel. Jack lo vio en seguida y además ya lo sabía, porque la habría visto al llegar al hotel y porque Lily Cavanaugh no paseaba por los jardines; era algo tan impropio de ella como colocar vallas en la playa.

Por Boardwalk Avenue circulaban algunos coches. Una gaviota chilló muy arriba y el corazón de Jack se encogió.

Pasándose los dedos por los cabellos, miró la soleada calle en ambos sentidos. Quizá había sentido curiosidad a propósito de Speedy, quizá había querido echar un vistazo a este insólito nuevo compañero de su hijo y se había dirigido al parque de atracciones. Sin embargo, tampoco la encontró en el Divertimundo Arcadia, como no la había encontrado vagando pintorescamente por los jardines. Tomó una dirección menos conocida, la del pueblo.

Separado de los terrenos del Alhambra por un seto alto y tupido, el Salón de Té y Mermelada Arcadia era el primero de una hilera de polícromos establecimientos. El salón y la farmacia de Nueva Inglaterra eran las únicas tiendas de la terraza que permanecían abiertas después del Día del Trabajo. Jack titubeó un momento en la resquebrajada acera. Un salón de té era un lugar improbable para la Novia de los Cines al Aire Libre, pero como no había un lugar más probable, cruzó la acera y miró por la ventana.

Una mujer con el pelo recogido en la coronilla fumaba delante de una caja registradora. Una camarera con vestido de rayón rosa se apoyaba en la pared del fondo. Jack no vio ningún cliente. Entonces, ante una de las mesas más próximas al Alhambra, vio a una anciana alzando una taza. Aparte de las empleadas, estaba sola. Jack la observó dejar la taza en el platillo con movimientos delicados, y luego extraer un cigarrillo del bolso, y comprendió con un desagradable sobresalto que era su madre. Un instante después había desaparecido la impresión de la edad.

Podía recordarla, sin embargo… y fue como si la viera a través de unas gafas bifocales y contemplara en el mismo cuerpo a Lily Cavanaugh Sawyer y a aquella frágil anciana.

Abrió la puerta con cuidado, pero aun así hizo sonar la campanilla que sabía estaba encima del marco. La mujer rubia de la caja registradora sonrió y saludó con la cabeza. La camarera se enderezó y alisó la falda de su vestido. Su madre le miró con expresión de auténtica sorpresa y en seguida le dedicó una radiante sonrisa.

—Vaya, Errante Jack, eres tan alto, que te he tomado por tu padre cuando has cruzado el umbral —dijo—. A veces me olvido de que sólo tienes doce años.

3

—Me has llamado Errante Jack —observó, cogiendo una silla y desplomándose en ella.

La cara de su madre estaba muy pálida y sus ojeras parecían casi moradas.

—¿No te llamaba así tu padre? Se me acaba de ocurrir… te has pasado la mañana de un lado a otro.

—¿Me llamaba Errante Jack?

—Algo parecido… estoy segura. Cuando eras pequeño. Viajero Jack —dijo con firmeza—. Eso es. Solía llamarte Viajero Jack… ya sabes, cuando te veíamos correr por el jardín. Era gracioso, supongo. A propósito, he dejado la puerta abierta. No sabía si te habías acordado de coger tu llave.

—Ya lo he visto —respondió, aún impresionado por la nueva información que acababan de suministrarle de modo tan fortuito.

—¿Quieres desayunar? No me he visto capaz de comer otra vez en ese hotel.

La camarera apareció ante ellos.

—¿Y usted, joven? —preguntó, levantando el bloc de pedidos.

—¿Cómo sabías que te encontraría aquí?

—¿Es que se puede ir a otro sitio? —preguntó con sensatez su madre y dijo a la camarera—: Dele el desayuno de tres estrellas.

Crece unos dos centímetros y medio al día.

Jack se apoyó en el respaldo de la silla. ¿Cómo podía empezar? Su madre le miró con curiosidad y él empezó; tenía que hacerlo ahora mismo.

—Mamá, si tuviera que ausentarme una temporada, ¿podrías quedarte sola?

—¿Qué significa quedarme sola? ¿Y qué significa ausentarte una temporada?

—¿Podrías?… bueno, ¿tendrías problemas con tío Morgan?

—Sé manejar al viejo Sloat —dijo ella, con una sonrisa tensa—. Al menos por un tiempo. ¿Qué quieres decir con todo esto, Jacky? Tú no te vas a ninguna parte.

—Tengo que marcharme. De verdad —contestó Jack. Entonces se dio cuenta de que parecía un niño pidiendo un juguete. Por suerte, llegó la camarera con tostadas y un gran vaso de zumo de tomate. Jack desvió un momento la mirada y cuando miró de nuevo a su madre, ésta le untaba un triángulo de tostada con mermelada de uno de los tarros que había sobre la mesa.

—Tengo que marcharme —repitió. Su madre le alargó la tostada; pareció que iba a preguntar algo, pero no llegó a hacerlo.

—Tal vez estarías un tiempo sin verme, mamá —añadió Jack—. Voy a tratar de ayudarte. Por eso tengo que irme.

—¿Ayudarme? —inquirió ella y Jack calculó que su fría incredulidad era auténtica en un setenta y cinco por ciento.

—Quiero tratar de salvarte la vida —dijo.

—¿Nada más?

—Puedo hacerlo.

—Puedes salvar mi vida. Esto es muy divertido, querido Jacky; un tema para un programa en las horas de mayor audiencia. ¿Has pensado alguna vez en trabajar para la televisión? —Había dejado en el plato el cuchillo manchado de rojo y abrió mucho los ojos burlones, pero bajo la incomprensión deliberada, Jack vio dos cosas: un destello de terror y la débil e incrédula esperanza de que quizá pudiera hacer algo, después de todo.

—Aunque me digas que no puedo ni intentarlo, lo haré de todos modos, así que será mejor que me des tu autorización.

—Oh, es un trato maravilloso. En especial porque no tengo la menor idea de qué me hablas.

—Pues yo creo que sí… que tienes una idea, mamá, porque papá habría sabido exactamente de qué estoy hablando. Sus mejillas se ruborizaron y apretó los labios.

—Esto es tan injusto que yo lo llamaría despreciable, Jacky. No puedes utilizar lo que Philip podría saber como un arma contra mí.

—Lo que sabía, no lo que podría saber.

—Todo esto es un maldito disparate, querido muchacho. La camarera dejó sobre la mesa, delante de Jack, un plato de huevos fritos, patatas fritas y salchichas e inspiró audiblemente. Cuando se hubo ido, muy derecha, Lily se encogió de hombros.

—Por lo visto, no sé encontrar el tono justo con los empleados de la localidad. Pero un maldito disparate es un maldito disparate, como dijo Gertrude Stein.

—Voy a salvarte la vida, mamá —repitió él—, y para ello tengo que irme muy lejos y volver con algo. Y estoy decidido a hacerlo.

—Me gustaría saber de qué hablas.

Una conversación normal y corriente, pensó Jack, tan normal como pedir permiso para pasar un par de noches en casa de un amigo. Cortó una salchicha por la mitad y se metió en la boca uno de los trozos. Ella le observaba con atención. Cuando Jack hubo masticado y tragado la salchicha, comió un poco de huevo. La botella de Speedy abultaba como una roca en su bolsillo posterior.

—También me gustaría que dieras muestras de oír las pequeñas observaciones que te hago, por obtusas que puedan parecerte.

Sin inmutarse, Jack se tragó los huevos y se metió en la boca un buen montón de patatas saladas y crujientes.

Lily puso las manos sobre su falda. Cuanto más largo fuera el silencio de Jack, con tanta más atención le escucharía cuando hablara, así que el muchacho fingió concentrarse en su desayuno, en sus huevos, salchichas, patatas, salchichas, patatas, huevos, patatas, huevos, salchichas, hasta que intuyó que ella estaba a punto de gritarle.

Mi padre me llamaba Viajero Jack, dijo para sus adentros, y me cuadra, me cuadra más que cualquier otra cosa.

—Jack…

—Mamá —interrumpió—, ¿te llamó algunas veces papá desde muy lejos cuando tú sabías que debía encontrarse en la ciudad?

Ella enarcó las cejas.

—Y a veces, ¿no entraste en una habitación pensando que él estaba dentro, sabiéndolo quizá, y no estaba? La dejó pensar un poco.

—No —contestó ella.

Ambos callaron después de esta negativa.

—Casi nunca.

—Mamá, me pasó incluso a —dijo Jack.

—Siempre había una explicación, lo sabes muy bien.

—Mi padre —lo sabes muy bien— se explicaba de maravilla, sobre todo cuando el tema era difícil de explicar. Era muy hábil en esto. Quizá sea una de las razones de que fuera tan buen agente.

Ahora fue ella quien guardó silencio.

—Pues yo sé adonde iba —prosiguió Jack—; he estado allí esta mañana. Y si voy otra vez, puedo intentar salvarte la vida.

No necesito que me salves la vida, no necesito que me la salve nadie —silbó Lily. Jack bajó la mirada hacia su plato vacío y murmuró algo—. ¿Qué has dicho? —gritó ella.

—He dicho que sí lo necesitas. —Y la miró a los ojos.

—Supón que te pregunto de qué modo piensas tratar de sálvarme la vida, como tú dices.

—No puedo contestar porque yo mismo aún no lo comprendo del todo. Mamá, en cualquier caso, no voy a la escuela… dame una oportunidad. Quizá sólo esté fuera una semana.

Ella levantó las cejas.

—Podría ser un poco más —admitió él.

—Creo que estás chalado —dijo Lily, pero Jack vio que una parte de ella quería creerle y sus siguientes palabras lo demostraron—. Si… si estuviera lo bastante loca para dejarte ir a esta misteriosa misión, tendría que estar segura de que no correrías ningún peligro.

—Papá siempre regresó —apuntó Jack.

—Preferiría arriesgar mi vida que la tuya —dijo ella y esta verdad también exigió un gran silencio entre ambos.

—Te llamaré cuando pueda, pero no te preocupes demasiado si paso un par de semanas sin llamar. Volveré, como volvió siempre papá.

—Todo esto es una locura —exclamó ella— y yo también estoy loca. ¿Cómo irás a ese lugar al que tienes que ir? ¿Y dónde está? ¿Tienes suficiente dinero?

—Tengo todo lo que necesito —respondió Jack, esperando que su madre no insistiera en las dos primeras preguntas. El silencio se prolongó mucho y al final Jack lo interrumpió—: Supongo que iré andando. No puedo hablar mucho de ello, mamá.

—Viajero Jack —dijo ella—, casi puedo creer…

—Sí —contestó él—, sí. —Asintió con la cabeza. Y tal vez, pensó, sabes algo de lo que sabe ella, la Reina verdadera, y por eso me dejas ir tan fácilmente—. Eso es. Yo también lo creo. Por eso debo hacerlo.

—Bueno… si dices que irás, diga lo que diga…

—Y es verdad.

—… supongo que mi respuesta no importa. —Le miró con valentía—. Pero importa, ya lo sé. Quiero que regreses lo antes posible, cariño mío. No te vas ahora mismo, ¿verdad?

—Es preciso. —Respiró hondo—. Sí, me voy en seguida. En cuanto te deje.

—Casi podría creer en este galimatías. Se ve que eres hijo de Phil Sawyer. No habrás encontrado una chica en este lugar, ¿verdad…? —Le miró atentamente—. No. No es ninguna chica. Está bien. Sálvame la vida. Anda, vete. —Meneó la cabeza y Jack creyó ver un fulgor nuevo en sus ojos—. Si has de irte, vete ahora, Jacky. Llámame mañana.

—Si puedo. —Jack se levantó.

—Si puedes, claro. Perdóname. —Bajó la mirada y él vio que no la dirigía a nada en particular. Dos manchas rojas ardían en sus mejillas.

Jack se inclinó y la besó, pero ella sólo le dijo adiós con un ademán. La camarera les miraba con fijeza, como si actuasen en el teatro. Pese a las últimas palabras de su madre, Jack creía que había bajado el nivel de su incredulidad al cincuenta por ciento, aproximadamente, lo cual significaba que ya no sabía qué creer.

Lily volvió a mirarle un momento y Jack vio de nuevo el fulgor en sus ojos. ¿Cólera, lágrimas?

—Ten cuidado —murmuró su madre e hizo una seña a la camarera.

—Te quiero —dijo Jack.

—No abandones nunca el plato después de una frase como ésta. —Ahora casi sonreía—. Vete de viaje, Jack. Vete antes de que comprenda que es una locura.

—Ya me voy —respondió él, dio media vuelta y salió del restaurante. Sentía la cabeza tensa, como si los huesos del cráneo hubieran crecido de repente y estirasen la carne que los cubría. La luz del sol, amarilla y opaca, le hirió los ojos. Oyó cerrarse de golpe la puerta del Salón de Té y Mermelada Arcadia un instante después de sonar la campanilla. Parpadeó y cruzó Boardwalk Avenue sin mirar si venían coches. Cuando llegó a la acera del otro lado, pensó que debía volver a la suite para coger algo de ropa. Su madre aún no había salido del salón de té cuando Jack abrió la gran puerta principal del hotel.

El conserje dio un paso atrás y le miró fija y sombríamente. Jack sintió emanar de él una especie de emoción, pero durante un segundo no pudo recordar por qué el empleado reaccionaba con tanta prontitud al verle. La conversación con su madre —mucho más corta, en realidad de lo que él había imaginado— parecía haberse prolongado durante días enteros. Al otro lado del vasto abismo de tiempo que había pasado en el Salón de Té y Mermelada, había llamado asqueroso al conserje. ¿Debería excusarse? Ya no se acordaba de la razón que le había impulsado a insultarle.

Su madre había aceptado que se fuera, le había dado permiso para emprender el viaje y Jack, mientras caminaba bajo el fuego cruzado de la mirada del conserje, comprendió al fin por qué. Él no había mencionado el Talismán de una manera explícita, pero aunque lo hubiera hecho —aunque hubiera hablado del aspecto más descabellado de la misión—, ella también lo habría aceptado. Y si hubiera dicho que volvería con una mariposa de treinta centímetros de longitud y la asaría en el horno, habría accedido a comer mariposa asada. La aceptación habría sido irónica, pero real. El hecho de que se agarrase a semejantes extremos demostraba en parte la intensidad de su miedo.

Sin embargo, se agarraba a ellos porque en cierto modo sabía que no eran extremos inverosímiles. Su madre le había dado permiso para marcharse porque en su interior también sabía algo de los Territorios.

¿Se despertaba alguna vez durante la noche con aquel nombre resonando en la cabeza, Laura DeLoessian?

Una vez en la 407 y la 408, tiró prendas de ropa dentro de su mochila casi al azar: si sus dedos la encontraban en un cajón y no era demasiado grande, la metía en la mochila. Camisas, calcetines, un suéter, pantalones cortos. Después enrolló un par de vaqueros claros y los apretó contra todo lo demás, pero entonces se dio cuenta de que sería un equipaje demasiado pesado y sacó la mayor parte de camisas y calcetines. También desechó el suéter. En el último momento se acordó del cepillo de dientes. Entonces se puso las correas sobre los hombros y sopesó la mochila; no pesaba en exceso. Podría andar todo el día con aquella carga de pocos kilos. Permaneció quieto en medio del salón unos momentos, sintiendo —con mucha más fuerza de lo esperado— la ausencia de una persona o un objeto al que pudiera decir adiós. Su madre no volvería a la suite hasta que estuviera segura de que se había ido; si le veía ahora, le ordenaría que se quedara. No podía decir adiós a estas tres habitaciones como lo habría dicho a una casa querida; las habitaciones de hotel aceptaban las despedidas sin emoción. Al final fue hacia el bloc del teléfono, cuyas hojas de papel muy fino llevaban impreso un dibujo del hotel y escribió con el lápiz pequeño y despuntado del Alhambra las tres líneas que expresaban casi todo lo que tenía que decir:

Gracias.

Te quiero

y volveré

4

Jack bajó por Boardwalk Avenue al tenue sol septentrional, preguntándose dónde debía… saltar. Ésta era la palabra. ¿Y no tenía que ver una vez más a Speedy antes de «saltar» a los Territorios? Casi estaba obligado a verle otra vez, porque sabía tan poco acerca de su destino, de quién podía encontrar, de qué buscaba… Parecía una bola de cristal. ¿Eran éstas todas las instrucciones que Speedy pensaba darle sobre el Talismán? ¿Éstas y la advertencia de que no lo dejara caer? Jack casi se desesperó por falta de preparación, como si tuviera que presentarse al examen final de una asignatura que no había estudiado nunca.

También pensó que podía saltar justo donde estaba, tal era su impaciencia por empezar, iniciar el viaje, moverse. Tenía que regresar a los Territorios, comprendió de repente; la idea era un hilo brillante en el torbellino de sus nostalgias y emociones. Quería respirar aquel aire; lo ansiaba. Los Territorios, las largas llanuras y cordilleras de montañas bajas, los campos de hierba alta y los ríos que los cruzaban, centelleantes, le atraían. Todo el cuerpo de Jack ansiaba aquel paisaje. Y podría haber sacado la botella del bolsillo y bebido un trago del horrible líquido en aquel mismo instante, de no haber visto al antiguo propietario de la botella apoyado en un árbol, en cuclillas y con las manos abrazando las piernas. Junto a él había una bolsa de colmado y sobre la bolsa un enorme bocadillo que parecía hecho con cebolla y salchicha de hígado.

—Ya te marsha —dijo Speedy, sonriéndole—, veo que te ha puesto en camino. ¿Ha disho adiós? ¿Sabe tu mamá que etarás ausente una temporada?

Jack asintió y Speedy le alargó el bocadillo.

—¿Tiene hambre? Eto é demasiao grande para mí.

—Ya he comido algo —respondió el muchacho—. Me alegro de poder despedirme de ti.

—El viejo Jack etá ansioso, impasiente por irse —entonó Speedy, con la larga cabeza ladeada—. El shico se la pira.

—Escucha, Speedy.

—Pero no te vaya sin una cosa que te he traío. La tengo en eta bolsa, ¿quiere verla?

—¡Speedy!

El hombre guiñó los ojos a Jack desde el pie del árbol.

—¿Sabías que mi padre solía llamarme Viajero Jack?

—Oh, é probable que yo lo oyera en alguna parte —contestó Speedy, sonriendo—. Asércate a vé qué te he traío. Además, tengo que desirte adonde debe ir primero, ¿no?

Aliviado, Jack cruzó la acera y se acercó al árbol de Speedy, quien dejó el bocadillo sobre sus piernas y cogió la bolsa.

—Felice Navidade —dijo, extrayendo un viejo libro de bolsillo, largo y manoseado. Jack vio que era un atlas de carreteras de Rand McNally.

—Gracias —contestó, tomando el libro de manos de Speedy.

—Ayí no hay mapa, así que síñete todo lo que pueda a lo camino del viejo Rand McNally. Así podrá yegar a tu detino.

—Está bien —dijo Jack, descargándose de la mochila para deslizar el libro en ella.

—Lo siguiente no é presiso que lo meta en ese caprishoso aparejo que yeva a la epalda —dijo Speedy. Puso el bocadillo sobre la aplanada bolsa de papel y se levantó con un movimiento suave y elástico—. No, puede yevarlo en el bolsillo. —Hundió los dedos en el bolsillo izquierdo de la camisa de trabajo y sacó, entre el segundo y tercero, como si fuera un Tarrytoon de Lily, un objeto triangular que el muchacho tardó un momento en identificar como una púa de guitarra—. Tómalo y guárdalo. Tendrá que enseñarlo a un hombre. Él te ayudará.

Jack le dio la vuelta entre sus dedos. Nunca había visto una igual, de marfil, con filigranas talladas que ascendían en diagonal como una especie de escritura extraterrestre. Bella en lo abstracto, era casi demasiado pesada para ser útil como dedal.

—¿Quién es este hombre? —preguntó Jack, guardando la púa en uno de los bolsillos del pantalón.

—Tiene una gran sicatris en la cara… le verá poco depué de aterrisá en los Territorios. £ un guardia. De hesho, é capitán de lo Guardia Exteriore y te yevará a un luga donde verá a una dama a quien tiene que vé sin falta. Así que ya conoses la otra rasón de que deba arriesga el pellejo. Mi amigo de ayí comprenderá lo que hase y te fasilitará lo medio para yegar nata la dama.

—Esta dama… —empezó Jack.

—Sí —dijo Speedy—, lo ha adivinao.

—Es la Reina.

—Mírala bien, Jack. Fíjate bien en eya cuando la vea. Verá lo que é, ¿comprende? Entonse te dirige hasia el oete. —Speedy le examinó con gravedad, casi como si dudara de volver a ver a Jack Sawyer, y entonces las arrugas de su cara se crisparon y añadió—: Apártate del viejo Bloat, vigila sus hueya… la suya y la de su Gemelo. El viejo Bloat puede averigua adonde ha ido, si no tiene cuidao, y si lo averigua te perseguirá como un sorro a un ganso. —Speedy se metió las manos en los bolsillos y miró de nuevo a Jack como ansioso de decirle más cosas—. Consigue el Talismán, hijo —terminó— y tráelo sano y salvo. Será una carga, pero ha de sé má grande que tu carga.

Jack se concentraba con tanta atención en lo que decía Speedy, que miraba el rostro surcado guiñando los ojos. Un hombre con una cicatriz, capitán de los Guardas Exteriores. La Reina. Morgan Sloat, persiguiéndole como un depredador. En un lugar malévolo en la otra punta del país. Una carga.

—Está bien —dijo, deseando de repente encontrarse de nuevo con su madre en el Salón de Té y Mermelada. Speedy le dedicó una sonrisa torcida y cálida.

—Etupendo, Jack el Viajero, é un shico exselente. —La sonrisa se intensificó—. Ya sería hora de que bebieras un sorbo de ese zumo especial, ¿no te párese?

—Creo que sí —asintió Jack. Sacó la botella del bolsillo posterior y desenroscó el tapón. Miró otra vez a Speedy, cuyos ojos pálidos se clavaron en los suyos.

—Speedy te ayudará cuando pueda.

Jack asintió, pestañeó y se acercó a los labios el cuello de la botella. El olor podrido y dulzón que salió de ella casi le hizo cerrar la garganta en un espasmo involuntario. Levantó e inclinó la botella y el sabor invadió su boca. El estómago se le encogió. Tragó y un líquido ardiente y áspero le bajó por la garganta.

Varios segundos antes de que Jack abriera los ojos, supo por la fuerza y claridad de los aromas que le rodeaban que había saltado a los Territorios. Caballos, hierba, un penetrante olor a carne cruda; polvo; el aire diáfano en sí.