Transcripción de las declaraciones hechas por Benigno Martí a Paco Mancebo, reportero de la revista El Criminal

Pregunte usted, joven, pregunte usted todo lo que quiera. No tengo ninguna prisa y estoy aquí para servirle. Aunque no sé si serviré de mucho, porque me temo que sé muy poco del asunto. Pero pregunte usted, joven, no sea tímido. Qué profesión tan bonita, la suya. Periodista. Enterarse de todo, y conocer a muchísima gente, y vivir aventuras apasionantes. ¿Y dice usted que va a poner mi nombre en el reportaje? Martí Garriga. Benigno Martí Garriga, así me llamo. Por favor, ponga también el segundo apellido. En recuerdo de mi pobre madre, le hubiera gustado tanto verme en los periódicos… Aunque, claro, se trata de una ocasión luctuosa, pero de todas maneras… Sí, usted ya sabe que soy funcionario de la administración pública y que he trabajado durante años a las órdenes de la víctima, a quien Dios guarde. No, no conozco a la homicida, y por tanto ignoro las causas de su comportamiento criminal. Verdaderamente yo de lo que puedo hablar, en mi modestia, es de mi relación con don Antonio, larga y, si se me permite decir, también estrecha, porque debo decirle, joven, que yo era su más íntimo colaborador. Un hombre cabal, eso se lo puedo asegurar; don Antonio siempre me pareció un hombre cabal, todo un señor. Durante el juicio he podido escuchar, con gran pena, los más arbitrarios comentarios sobre el pobre don Antonio, comentarios que me siento en la obligación de rebatir, puesto que él mismo no puede hacerlo. Ora han insinuado que don Antonio no mantenía un comportamiento digno, ora que tuvo que ver con desgraciados accidentes de los que, estoy seguro, fue completamente ajeno. Créame, joven, todo esto no son más que infamias, puras infamias. Don Antonio siempre me pareció un caballero, un hombre recto y honorable, incapaz de nada turbio. Un hombre como debe ser, de orden, a la antigua, y no como ahora, que, en fin, uno ya nunca puede estar seguro de con quien está hablando, dicho sea sin señalar. Se notaba que era de buena familia, lo mismo que su señora hermana, a quien tuve el placer de conocer en una ocasión en la que, casualmente, hube de dirigirme al domicilio de ésta en busca de mi jefe, por mor de una urgencia laboral. Mor, mor, he dicho por mor de… O sea, como quien dice «a causa de»… Sí, es una palabra que ahora está en desuso… Ya no sé por donde iba, esta cabeza… Ah, sí, exacto, decía que conocí a su hermana… Ay, Señor, Señor… No lo puedo evitar, joven, cuando hablo de todo esto me emociono como un tonto… Es que desde que don Antonio falta mi vida no es ni asomo de lo que era. Tengo 63 años, soy soltero y solo. Desde hace mucho tiempo, tanto que ya he perdido la memoria de lo que hubo antes, mi vida se ha centrado en mi relación con don Antonio y en la redacción de mi ópera magna, una novela épica titulada De la heroica resistencia de los ampurdaneses contra las tropas invasoras del corso Bonaparte. Porque yo desciendo de ampurdaneses, ¿sabe usted? Se me ocurre que a lo mejor usted sería tan amable de hablar de todo esto en su periódico, ¿no? Podría usted citar lo de la novela y quizá convenga que le haga un breve resumen de la obra y así… Sí, sí, claro, tiene usted razón, joven, se aparta un poco del asunto principal del reportaje, entiendo… De todas maneras, si a usted le interesa el tema yo tendría sumo gusto en explicarle el argumento de la novela aunque no vaya a incluirlo en el artículo, no tengo ninguna prisa y… Ya… Comprendo… Sí, sí… No, no se excuse usted, joven, al contrario: disculpe la verborrea de este viejo. Tenga en cuenta que hoy es la primera vez que hablo con alguien desde que esa criminal arrojó a don Antonio por la ventana, es decir, desde hace seis semanas, desde hace exactamente seis semanas y dos días. Seis semanas solo en casa, solo también en la oficina… ¿Sabe usted lo que es pasar tanto tiempo en silencio? A veces intercambio algunas palabras con el conserje. O con el carnicero, cuando voy a comprar el jamón de York en el mercado. Nada. Eso no es nada. Es el vacío, joven, es como si uno no viviera… Con la defenestración de mi jefe he perdido a las dos únicas personas que llenaban mi existencia: a don Antonio, de quien me consideraba amigo, en mi modestia, y a su señora hermana, doña Antonia, a quien no he vuelto a ver desde que tuve el placer de conocerla, pero que siempre estuvo presente en mi memoria. Porque yo… Mire, le voy a confiar un secreto, una locura. El recuerdo de doña Antonia acompañó honestamente la vigilia de muchas de mis noches, ¿me entiende? Quiero decir que… A veces, en mi desmesura, llegué a soñar que… Delirios de viejo, usted ya sabe. Pronto me jubilaré y la vida de un jubilado es un desierto. Alguien para acompañar mis tardes y mis miedos, sólo eso quería, sólo eso. Las tardes sobre todo, son tan tristes. Pero ahora doña Antonia ha desaparecido, se ha ido tras el trágico accidente, usted lo sabe. Nos podríamos haber consolado mutuamente, pero se ha ido. No me queda nada, joven, ¿sabe usted? La verdad es que hace mucho tiempo que ni siquiera escribo en la novela. No me siento con ánimo, es como si se me hubiera secado la cabeza… ¿Qué estaba yo diciendo, antes de esto? No sé por donde iba, he perdido el hilo del relato… No sé qué más puedo decirle, en realidad yo sé muy poco… No, no, oh, no, no me ha robado usted nada de tiempo, si no tengo nada que hacer, ya se lo he dicho… Pero espere, espere, por favor, no se vaya todavía, ¿le puedo invitar quizá a un cafelito? Corren tiempos duros, joven, y yo me siento solo, solo y viejo.