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Querida madre: No soy buena, madre, pero tampoco soy muy mala. No soy buena pero dentro muy dentro sé que no soy mala. No sé qué pensar y rezo mucho, estoy haciendo una novena a la Virgen pero eso tampoco me consuela, será que no tengo propósito de enmienda ni dolor de corazón, porque me duele un poco, y me da un poco de vergüenza, pero no me duele de verdad y no me arrepiento de lo que hago. No soy buena pero sé que usted me entendería si supiera, aunque a veces me entra un apuro muy grande de pensar que padre me está viendo desde el cielo, o desde el purgatorio, porque padre era un poquitito soberbio, que él me perdone, y a lo mejor tiene que pasarse unos siglos purgando sus faltas. Y no es que me alegre, claro, pero a cada cual lo suyo. Usted sí que irá al cielo derechita, madre, y desde allí sé que me comprenderá y que rezará por mí. Isabel me decía que hay que vivir y a mí siempre me ha dado mucha envidia la Isabel, tiene una vida de artista llena de aventuras, tendría usted que verla lo aparente y guapetona que está cuando actúa con su traje de estrella y los focos y todo eso, la Isabel sabe mucho de lo que es el mundo y le ha pasado de todo y no debe aburrirse nunca. Pues Isabel me decía que hay que vivir y yo creo que ahora estoy viviendo y a ratos soy feliz y a ratos me entra como una angustia muy grande por dentro, pero los ratos de felicidad son más largos, así que da lo mismo. A Damián le han llamado por fin para la mili, estaba de médicos porque casi se libra por la vista que la tiene un poco cruzada, pero después le han dado útil y ahora está en un cuartel de aquí, de cerca la ciudad, y tiene pase de pernocta que le llaman, que es que sale a las seis de la tarde y viene a casa, pero está todo el día allí el pobre y lo pasa muy mal la criatura. Damián es el sobrino del portero, no sé si sabe usted, no sé si ya le hablé de él, tiene veintiún años, o sea, veintitrés menos que yo, y es huérfano el pobre desde chico, que no conoció madre, y siempre estuvo muy maltratado por la vida, a mí es que se me rompe el corazón cuando lo veo. Rece usted por mí, madre, y no deje de quererme aunque le digan de mí lo que le digan, porque las cosas no son como parecen. Rece usted por mí y perdóneme, porque yo sé que Dios me perdonará, y después de Él es usted lo que más me importa en este mundo. Y reciba usted todo el cariño de su hija que la necesita y que la quiere,
Antonia.
P. D.: Antonio está muy bien y manda besos.