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Querida madre:

Espero que al recibo de ésta esté usted bien. Antonio está muy bien, gracias a Dios, y yo ya le digo que la escriba a usted, pero ya sabe como es Antonio y además está muy ocupado con su trabajo y sus olores. Me dice que la mande besos y que la diga que la quiere aunque no la escriba y que si usted quiere algo no tiene más que decirlo. Yo también estoy bastante bien, aunque anduve algo pachucha, pero usted no se preocupe porque fui al médico y me dijo que era cosa de la menopausia, que es lo de la retirada del mes, y me dijo que era normal. El doctor Gómez es un médico estupendo y me escuchó con todo interés y me preguntó muchas cosas y me mandó unas píldoras para los nervios y otras para la sangre y me las estoy tomando y estoy mucho mejor y mañana o pasado iré a ver al doctor Gómez otra vez, es un señor muy amable y estoy segura de que a usted le gustaría.

Se me olvidó contarle que cuando venía de visitarla a usted el mes pasado me encontré en el tren con Isabel, la hija del Teodoro, el del bar, ¿se acuerda usted de ella?, aquella rubiona que se habló con mi hermano cuando eran chicos. Iba en un coche distinto al mío pero me la encontré cuando me levanté al uater clos. Está muy bien, grandona como siempre ha sido, y resulta que ahora es pianista y da conciertos en un sitio muy fino que hay cerca de mi casa, fíjese usted que casualidad, y estuvo muy amable y ahora yo algunas tardes cuando baja el calor me voy dando un paseíto y me acerco a verla y charlamos un rato, es una chica muy buena y muy lista y estoy segura de que a usted le gustaría. Y me ha dicho que Antonio va también a verla alguna vez, y yo me digo que si no será que ahora van y se hacen novios, Dios lo quiera, porque Antonio ya va para los cincuenta y no es bueno que el hombre esté solo, las mujeres somos otra cosa, somos más apañadas, pero un hombre solo es un desastre, ya lo sabe usted. Y la verdad es que Antonio y la Isabel estuvieron muy colados el uno por el otro cuando eran jovencitos, o eso me parece a mí, así que a lo mejor resulta que hasta se casan, pero no le diga usted nada a Antonio, por favor, no le diga usted nada, madre, que luego usted sabe cómo es su hijo y se enfada y se pone conmigo hecho una furia. Porque él es así, muy bueno pero con un pronto como el de padre, que en paz descanse, hay hombres que tienen ese carácter y hay otros que son más tranquilitos, como Damián, el sobrino del portero, que es un chico muy bien dispuesto, muy callado, es casi un niño pero se parece a don Miguel, aquel médico tan guapo que vino al pueblo antes de que muriera padre, se parece aunque tiene una bizquera en un ojo, poca cosa, sólo se le nota si le miras muy de frente, y el pobre es huérfano desde muy pequeño, a mí me da mucha pena la criatura, estoy segura de que a usted le gustaría.

Creo que no tengo nada más que contarle por hoy, madre. Como ya me toca ir a verla la próxima semana no le voy a escribir más hasta entonces. Si quiere usted que le lleve algo, dígale a la señora Encarna que me escriba o que me telefonee. Cuídese usted mucho, tómese las medicinas y no quiera usted hacerlo todo sola, como siempre, porque luego se me vuelve a caer y es peor. Y reciba usted todo el cariño de su hija, que la quiere,

Antonia.

P. D. A la atención de la señora Encarna: Muchas gracias por leerle la carta a mi madre. Ya he comprado las medias que me pidió usted, las he encontrado de rebajas y son muy buenas y bastante baratas. Se las llevaré el próximo día. Un saludo afectuoso.