18

Parecía mentira que una habitación tan pequeña pudiera albergar tanto desorden. Bella resopló con desaliento y comenzó a recoger bragas. Porque había bragas por todas partes, bragas pequeñas, espumosas, bragas de nylon imitando encaje, bragas rojas, negras o rosadas, bragas caladas y bordadas, una marea de bragas sucias inundando los bajos de la cama, salpicando el suelo, coronando las volutas ornamentales del armario. Vanessa asomaba la punta de una nariz amarillenta por encima del embozo y la miraba en silencio.

—Tienes esto hecho un asco, guapa… —gruñó Bella.

El cuarto era más alto que ancho, y la bombilla, polvorienta y pelada, colgaba ridículamente de un cable larguísimo. Bueno para ahorcarse, pensó Bella, de pésimo humor. Eran las cuatro de la larde pero la luz eléctrica estaba dada, porque la ventana daba a un patio enano muy oscuro. Apenas había sitio para moverse entre la cama, el armario de luna y las dos sillas que componían el mobiliario.

—¿Cuánto pagas por esto, mona? Porque a mí me parece una pensión asquerosa.

Detrás de la puerta se apretujaba el lavabo, desportillado y cubierto de indelebles y sospechones manchones oscuros; en su tripa de porcelana anidaban una falda tubo arrugadísima y una sandalia roja de charol.

—Eres un desastre. Se te mojó el zapato —dijo Bella, sujetando la sandalia entre dos dedos.

El charol estaba hinchado y estallado, como una pústula. Dejó el zapato encima de una silla.

—No creo que tenga arreglo. Lo has desgraciado —remachó.

Se agachó a mirar bajo la cama y extrajo un burruño de ropas del que se habían adueñado las pelusas. Más zapatos. Naipes sueltos de una baraja ausente. Un vaso pegajoso. Mugre y media docena de colillas.

—Lo que se dice una pocilga.

Bella se sentó a los pies de la cama, jadeando. Hacía mucho calor y se asfixiaba en la abundancia de sus carnes. Vació un cenicero lleno de cáscaras de pipas y encendió un cigarrillo. Esta chica es una idiota y una guarra, se dijo sin irritación, como constatando una realidad. La habitación olía a sudor viejo.

Vanessa empezó a lloriquear bajito, hundida entre las sábanas, muy quieta.

—Venga, venga —le reconvino Bella con impaciencia—. No seas tonta.

—Eres tan buena… —farfullaba Vanessa—. Eres tan buena, sois todos tan buenos, y yo os he tratado tan maaaaaaaaaaaaal…

Ahora sollozaba abiertamente. Bella sabía que los arrebatos afectuosos de un enfermo eran tan engañosos como los de un borracho, pero de todas formas se ablandó un poco.

—Anda, boba, cálmate, no digas tonterías.

—Que sí, que sí, que he sido muy mala… Yo aquí todo el día vomitando y con diarrea, yo aquí tirada como un perro y llegó el Poco y me compró las medicinas y me trajo comida y me la hizo, yo estaba tan sola, hiiiiiii…

¿Cómo se habría enterado el Poco de la dirección de la pensión? Y la de las oficinas en donde Vanessa limpiaba por las tardes. El Poco estaba siempre en todo. El Poco era muy bueno. Demasiado. Preocupándose por esta putilla impertinente. Lo que es por ella, como si Vanessa hubiera reventado. Además, nadie revienta por una vulgar colitis. Si el Poco no le hubiera pedido que viniera a verla, desde luego que a ella ni se le habría ocurrido. Aquí, recogiéndole las bragas sucias a esta guarra. El Poco era demasiado bueno. También le había pedido que fuera a las oficinas en donde trabajaba la chica, para avisar de su enfermedad. Y ella, claro, pues había ido. Que Vanessa está mala, que no podrá venir en varios días, había explicado Bella a aquel tipo suspicaz y encorbatado. ¿Quién dice usted?, contestó el ejecutivo, perplejo. Menos mal que ella recordó el verdadero nombre de la chica. Me refiero a la asistenta, a Juana. Ah.

—Yo estaba tan sola, llevaba dos días sin comer, sin poder levantarme, aquí olvidada, creí que me moría, hiiiiiiiiiii…

—Bah, bah, bah, nadie se muere de una cagalera de verano, cálmate…

Qué habitación tan horrible. Estrecha y gris como una tumba. Tantas ínfulas y luego para esto. Tantas ínfulas y no era más que una fregona. Juana la asistenta por las tardes y Vanessa la putilla por las noches.

—Sois tan buenos los dos y yo he sido tan mala con vosotros y estoy tan sola, hiiiiiiiii…

Vanessa fregona, artista con colitis, se dijo Bella, burlona, chupándose la mella. El grifo del lavabo goteaba y el espejo del armario de luna estaba roto.