26
—¡Repugnante, vergonzoso!
—¡Es morboso, y aberrante, y un escándalo! ¡Es… No encuentro palabras, maldita sea, es indigno, eso es, indigno y asqueroso!
—Guarros, que sois unos… La vergüenza que me habéis hecho pasar, el papelón que… Vamos, vamos, por Dios, tener que presentarme ahí y… Sí, señor guardia, yo tampoco lo sabía, sí, señor guardia, es que tengo una hermana un poco puta y algo loca, la leche que os han dado, qué ridículo…
—No, no, señor, no diga eso…
—¡Tú te callas, cabrón!… Que eres un cabrón… Anda, di algo… Pedazo de cabrón… Eso, mira al suelo, cabrón… Marrano, si eres un mocoso… Chulo de mierda, aprovechándote de la tonta de mi hermana…
—Eso no, señor, eso no, yo la quiero mucho, yo…
—¡Que te calles! No te atrevas a…
—No me callo, señor, no me callo, yo puedo ser todo eso que usted dice, no sé, y sé que hemos hecho mal, pero yo quiero a Antonia, y Antonia no es una puta, usted no la conoce, por eso dice lo que dice.
—Mira, imbécil, te voy a sobar los morros… No te atrevas a contestarme que todavía te vas a ganar una patada en el culo, so cabrón.
—Pues démela.
—… Así es que encima te pones gallito… Muy bien. Mira, chico, no te lo tengo en cuenta porque eres un enfermo. Si de verdad dices que quieres a Antonia es que eres un enfermo. Podría ser tu madre, chico. Tú estás mal.
—Pero mírala bien, chico… Gorda, vieja, tonta… Pobrecita, que es tonta… De eso te aprovechas tú, cabrón.
—No, señor, yo no me aprovecho, no me aprovecho de nada. Antonia no es así como usted dice, Antonia es muy buena, usted no la conoce.
—Calla, desgraciado… Ahora tú, precisamente tú, me vas a decir a mí cómo es mi hermana… ¿Pero tú quién te has creído que eres?
—Yo no me he creído nada, señor, pero Antonia no es así, y yo me entiendo…
—Tú no entiendes nada, animal, que eres un tarado, no hay más que verte la cara. Pero dejemos esto. Ya no hay manera de arreglar el escándalo… Mira que ponerse a hacer guarradas en mitad de un parque… Es que no lo entiendo, coño, no lo entiendo, no os bastaba con estar liados, no, teníais que poneros y ponerme en ridículo…
—Bueno. Vamos a lo que interesa. Tú no vuelves a ver a mi hermana, ¿has entendido? No vuelves a verla. Que te quede bien claro.
—No, señor.
—¡Cómo que no!
—Suélteme, suélteme, señor, por favor, digo que no la volveré a ver más…
—Eso es otra cosa.
—Pero no la volveré a ver porque yo no quiero, porque la quiero mucho y por eso no quiero volver a verla… Pero usted no puede entenderlo.
—Tú eres tonto, eso es lo que pasa, ya lo creo que lo entiendo… Un tonto y un mocoso. Mira, chico, de hombre a hombre: ¿No entiendes que eso es como una enfermedad? ¿Que haces tú con una mujer tan mayor? Lárgate con chicas de tu edad, hombre. Si yo tuviera tus años, ay, si tuviera tus años… Me comería el mundo.
—Usted no entiende.
—Cállate, desgraciado, y no te pongas encima impertinente… Mira, chico, no me caes mal. Yo esto lo hago por el bien de todos. Esto es una aberración y una vergüenza. Lo hago sobre todo por el bien de mi hermana. Está haciendo el ridículo, se está poniendo en ridículo y es mi hermana, ¿entiendes? Yo quiero lo mejor para ella. Antonia es como una niña y yo tengo que cuidar de ella, ¿comprendes? No puedo permitir que la gente se ría de ella, y yo sé que se ríen.
—Sí…
—¿Qué has dicho?
—Que sí…
—Lo ves, chico… Acabaremos entendiéndonos. Esto también es bueno para ti, hombre. Dentro de unos años me comprenderás y me lo agradecerás. Es lo único que se puede hacer.
—Oiga…
—¿Qué pasa?
—Yo… yo quería decirle que… Yo no me he querido aprovechar de Antonia. Yo la quiero mucho. Yo la respeto y… No sé por qué hicimos lo de ayer, yo…
—No me recuerdes lo de ayer que se me calienta la cabeza. Vamos a lo que importa: tienes que dejar la portería, no puedes seguir viviendo en la misma casa.
—Sí.
—¿Sí, qué?
—No, que ya había pensado yo en eso… Se lo quise decir a Antonia ayer, pero… Me he cogido una habitación en una pensión, lejos de aquí… Mi tío me ha prestado un poco de dinero, porque yo no tengo nada…
—Ahhhh… Mira el tarado, con lo que sale, y parecía tonto… Así que lo que quieres es dinero… Podíamos haber empezado por ahí. ¿Cuánto?
—¡No, no, no! ¡Guárdese eso! ¡No quiero nada de usted, nada!
—Está bien, chico, tranquilo, tranquilo… Mira, te puedo hacer un préstamo, si quieres, no hay nada malo en ello…
—No… señor.
—Está bien. Y ahora escucha bien, imbécil: espero no volver a verte más. De lo contrario, la próxima vez no podré ser tan comprensivo, ¿has entendido?
—Oiga…
—¿Qué pasa?
—¿Le… le podría dar esta carta a Antonia?
—Pues yo creo que no, que no se la voy a poder dar… ¿Para qué?
—Por favor, es sólo para despedirme de ella, no quiero que crea que…
—¿Me juras que no vas a volver a verla? ¿Que no la vas a escribir más, que no la vas a telefonear? —Sí.
—Está bien. Dámela. A lo mejor se la entrego. Ya veré.
—Oiga…
—¿Y ahora qué? Abrevia, que ya he perdido demasiado tiempo contigo.
—Cuídela.
—Yo sé muy bien cómo tengo que tratar a mi hermana.
—Adiós.
—Eh, tú, espera… Por lo menos me podrías dar las gracias… Si no llega a ser por mí, a estas horas estarías en el calabozo y pendiente de un consejo de guerra… Porque tengo amigos en la policía, que si no… Si no llega a ser por mí se hubieran enterado en el cuartel.
—Sí, señor.
—¿Sí señor, qué?
—Sí señor… gracias.