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—Es el amor, pregunto yo, una inquietú, una ansiedá… Sentir latir el corasón con desesperasión por tiiiiiiii… Estoy enferma de contar las horas, que aún me faltan, para verte a solaaaasss… y con mis besos entregarte todo, todo mi quereeeeerrrrr…
—Isabel…
—Uy, vaya, chica, no te había visto. ¿Qué haces aquí? ¿Estabas esperándome? ¿Por qué no has pasado dentro?
—No, estaba… Salí a dar una vuelta y… Me he acercado a las rebajas y después…
—Mira, yo las únicas rebajas que conozco son las de mi sueldo, o sea, que ni pa pipas, chica, ni pa pipas… Anda, pasa y te tomas una copa.
—No, yo copa no.
—Venga, mujer, no seas tiquismiquis, que uno no se condena por tan poca cosa.
—No, si yo ya me iba, de verdad…
—¿Sabes que tu hermano viene mucho por aquí?
—¿De verdad?
—¡Pero mira que eres boba! Deja de volverte para todos lados, que nunca viene por las tardes.
—Ah…
—Suele asomar las orejas a eso de las doce… Y además, ¿qué importa que te vea?
—Pues qué sorpresa el encontrarte aquí, Antonia, al principio ni te he reconocido…
—Bueno, chica, ¿te has quedado muda o qué? Estás como alelada con un flas, como dicen los modernos.
—A lo mejor te… te estoy interrumpiendo.
—No me interrumpes… Sí, sí me interrumpes, la verdad, si te quedas ahí como una pasmada. Venga, pasa adentro y charlamos un ratito mientras me cambio de ropa, que ya es tarde.
—No, de verdad, no quisiera molestar.
—Y dale con la molestia… Qué antigua eres, hija, sigues tan agonías como de niña. Anda, pasa y no seas ñoña. Claro que si te da vergüenza entrar al club en el que trabajo, pues me lo dices a las claras y tan amigas, rica.
—Uy, no, no, Isabel, qué dices…
—¿Sabes que hacía años que nadie me llamaba Isabel? Ni tu hermano me llama así… Me haces sentir viejísima…
—Qué va… Estás muy guapa…
—¿Guapa? Mira, mira qué caderas… Mira qué tripón… Estoy gorda como un cerdo. Pero me da igual, mira. A quien no le guste, que se rasque. Y además les gusta, joder que si les gusta… Los hombres se pirran por unas buenas agarraderas, tú ya me entiendes…
—Jesús, Isabel, qué cosas dices…
—Pues tú tampoco estás nada mal.
—Yo… Yo estoy feísima.
—Qué va. Lo que pasa es que vas hecha una pena. A dónde vas con mangas, con el calor que hace… Y luego te sobra tela como para el faldón de una mesa camilla, es que eres un desastre… Pareces del siglo pasado, estás hecha una carroza…
—¿Una qué?
—Lo que tienes que hacer es ceñirte la cintura, así, para que resalten las caderas… Y desabróchate el cuello, mujer, que se te vean ese par de tetas tan hermosas…
—¡Deja, deja, por favor!
—Bueno, bueno, ya te dejo, sigue cociéndote, si quieres, que por mí… ¿Sabes qué te digo?
—¿Qué?
—Que nunca pensé que vinieras a verme. Cuando te encontré el otro día te di la dirección del club no sé por qué, porque estaba segura de que no vendrías.
—¿Por qué?
—No sé… Eres tan rarita… Y la verdad, Toñi, con tanta misa y tantas monsergas siempre me has mirado como por encima, las cosas como son.
—No, no, yo no…
—Bueno, pues a mí me lo parecía, chica, qué quieres que te diga… ¿Y qué? ¿Sigues soltera y sin arrimarte a nadie?
—Isabel, por Dios…
—No, si a lo mejor hasta tienes razón, porque para las cosas a las que una se tiene que arrimar… Uuuuuu, ya han encendido el luminoso, yo me tengo que cambiar. ¿Entras o no?
—No, no.
—Bueno, pues yo me tengo que ir, guapa. Ya sabes donde me tienes, pásate por aquí otro día con más tiempo.
—Isabel…
—¿Qué?
—Antonia…
—Blurup.
—Pero chica, ¿qué te pasa? Pero si estás llorando…
—Hiiiiiii…
—Venga, mujer, tranquila, ¿qué te ocurre?
—Nnnnnnsssssss…
—¿Cómo dices?
—No… sé…
—Acabáramos… Te pones como una magdalena y no sabes por qué…
—Nooooo…
—Es que no sé qué me pasa, sabes… De repente me pongo a llorar así, sin venir a cuento, no sé…
—Bueno, bueno…
—Es como una pena muy grande, no sé…
—¿Pero pena de qué?
—No sé, una pena por dentro, una pena que me quisiera morir, Dios me perdone…
—Ya estoy mejor. Perdona.
—No seas boba. Toma, suénate.
—Frrrrrunf.
—¿De verdad que estás mejor?
—Sí, sí. Después me quedo más tranquila.
—¿Has ido a ver al médico?
—¿Para qué?
—Yo qué sé, a lo mejor es falta de vitaminas.
—Bueno, sí… Iré a ver al doctor Gómez.
—Eso. Mañana mismo te vas al médico, y ahora te vienes conmigo y te tomas una copa, que te vendrá de perlas. Hala, venga, que invito yo.
—No, Isabel, gracias, no, de verdad, me voy a casa.
—¿Seguro?
—Sí, sí, seguro.
—Es que yo tengo que actuar, debería estar dándole ya a la tecla, y seguro que Menéndez está al loro y me da la bronca…
—Vete, vete, no te preocupes, perdona, muchas gracias.
—Como eres de redicha, hija… No hay nada que perdonar y nada que agradecer. Anda, Toñi, guapa, anima esa cara y prométeme que vendrás a verme otro día. ¿Lo prometes?
—Sí.
—¿De verdad?
—Te lo prometo.