I

Hice mi viaje al fondo de la tierra y me perdí en un bosque de hojas negras y de lagartos dormidos. Millones y millones de árboles y de gusanos hundidos y quemados por un sol de cien mil años formaban un lago oscuro y un río de aguas lentas y sin luz. Era el petróleo.

Me monté en un dinosaurio azul y me vine siguiendo el río de aguas lentas. Atravesé llanuras de aguas subterráneas, túneles oscuros y minas de diamantes. Un día me dormí en un campo de esmeraldas, pero me despertó una jirafa roja para decirme que arriba me esperaba el sol, el viento y las flores y los caminos de la tierra.

Así que seguí mi viaje por el río de aguas oscuras. Atravesé inmensas rocas, visité laberintos de metales brillantes y conocí árboles y pájaros que tenían veinte mil años.

Me hice amigo de un oso de las cavernas y me enamoré de un ave del paraíso.

Querían hacerme una casa de helechos derretidos con un techo de tibias mariposas, pero el dinosaurio azul me convenció del cielo: él quería verlo, y cómo iba yo a ser tan mal amigo que me negara a continuar el viaje hasta la superficie.

Pasamos diez mil años debajo de las montañas que viven en los mares y cuyas cumbres se asoman a la luz para ser islas.

Hasta que un buen día caminamos por el fondo del lago de Maracaibo, donde encontramos la pata de palo de un pirata. Nos montamos en ella y salimos a la superficie.

El dinosaurio azul se quedó mudo: no conocía la playa, ni el sol, ni el viento, ni el agua azul y ni los cocoteros. ¡Pobre dinosaurio azul analfabeto de la tierra!

Se asustó tanto que se fue corriendo otra vez para el fondo de la tierra y me dejó, náufrago sobre una pata de palo de pirata, en las orillas del lago Maracaibo, allí precisamente donde desembocan los ríos del petróleo, de aguas lentas y oscuras.