LAS LAGUNAS TIENEN EL COLOR PUÑAL

Las lagunas tienen el color puñal; las lagunetas son lagunas donde el Arco Iris bebió hasta que fueron quedando los juncos erizados. Quedaron también los colores, que se fueron apagando hacia la greda con un velo turbio de yema descolgante. Del fondo salieron los ojos de Luis Sáez, piches, viscosos, sin pupilas. Salieron las manos casi desmembradas por los machetazos; y salió todito él, nuevamente vivo, después de que lo echaron cadáver de veinte tajos para rematarlo con el barro por si le sobraba un tris de vida. Y le sobraba. Tres días más tarde llegó arrastrándose hasta un rancho de leprosos y fueron cicatrizando las heridas y enrollándose como serpientes bajo la piel. Después huyó hasta el lugar de refugio.

No quiso quedarse en las cercanías del pueblo, así que se abrió paso diez leguas monte adentro y puso un río entre él y los otros. Llamó Quebrada del Medio a las aguas de la separación y La Laguna al campo que comenzó a talar. Nombró las cosas y fue venciendo a la montaña.

Vivió íngrimo y solo durante muchos años; conversaba algunas veces con los bueyes, generalmente en las tardes mientras desenyugaba. Silbaba siempre, con distraída gravedad. Monologaba silbando.

Sacaba el café páramo arriba hacia Boconó, sin pasar por el pueblo. Nadie supo cuándo trajo mujer ni cuándo fueron naciendo los hijos, que llegaron a veinte.

Un día bajaron los hijos, hombres y mujeres ya formados, entraron a la iglesia y allí depositaron una urna de cedro. Los hombres llevaban grandes malabares prendidos con alfiler de gancho en la solapa, las mujeres los llevaban con rizadores sobre el pelo negrísimo.

Después del agua bendita lo enterraron y regresaron, por un camino angosto y empinado, hasta La Laguna, un campo preñado de cafetales, sombrío de guamos, donde el Arco Iris se dobla para meter su hocico de caballo en las lagunas y dejar su baba de colores enredada en los juncos de las lagunetas.