Siempre hay un río

Mi casa mira hacia una quebrada que nace al pie del páramo y atraviesa el pueblo bajo la sombra de árboles familiares.

Me acostumbré a dormir con su rumor y fui creciendo a su lado, junto al puente de madera. Desde hace muchos años el puente y la casa ya no están. Anoche, sin embargo, volví a ellos: la luna brillaba como un sol, pero en silencio.

Miré correr las aguas bajo la sombras del puente y vi pasar un pez inmenso y solitario.

Fui al otro lado del puente, la luna dejaba ver la arena y se volcaba sobre rocas pálidas y mudas. Vi una vieja maleta de cuero en mitad de la corriente, estaba entreabierta y en su interior: botas, espuelas y papeles. La reconocí por la tosca labor del artesano y por el desgaste de sus esquinas.

Era el equipaje de mi padre. Iba solo, aguas abajo.