CON EL TIEMPO
Cuando encontré a mi compañero de viaje, muchos habían muerto, pero conocí algunos todavía fuertes y activos. Morían trabajando. Y conocí a sus mujeres y a sus hijos, imagen y semejanza de ellos. ¿Cómo podían ser tan fuertes si casi ni comían? Recordándolos me he negado siempre a creer en la indolencia del mestizo, en la pereza del indio y en la flojera del campesino. Porque los más encumbrados montaña arriba, los solitarios más altos en diaria pelea con la selva, ésos se alimentaban con la raíz del guaje dulce metida en agua con ají y no supieron de sal ni de manteca y eran hombres que se abrían paso entre aceitunos, guayacanes y cedros.
A un Cadenas conocí que retozaba con un quintal de papas a través del páramo y a un Pablote, cortador de mapora y dueño de un solo buey con el cual se enyugaba para arrastrar la madera montaña abajo hasta el pueblo; y el Jacob Sarmiento, retaco y ancho como una loma, cierta vez le tiró una pescozada al jinete, pero se la pegó al caballo y derribó a los dos.
Los encontraba en los caminos, conversaba con ellos, gentes de poco hablar. Mi compañero me contaba sus historias y a veces alzaba el velo de la niebla que los había empujado.
Con el tiempo, ausencias. A cada regreso había uno menos y algo sentía morírseme allá adentro. Pero guardé imágenes, historias, conversaciones y silencios que se fueron quedando como parte viva y andante de mí mismo.
Un día volví para encontrarme con uno de ellos. Lo hallé muerto, pero era tan sereno el gesto, tan adusto el ceño y tan a punto como de abrir los ojos, que aún parecía habitar la sangre por debajo de la piel morena. Era mi compañero de viaje que esta vez viajaba solo. Fui con él un trecho corto y no me fue difícil conversar porque, en otras ocasiones, cuando la jornada era larga y viajábamos de noche o bajo la lluvia pertinaz, con las negras cobijas sobre el hombro, hacíamos la travesía silenciosa como si conversáramos.
Es necesario ahora desandar los caminos y sentarse a conversar con las gentes, a su vera. Caminos nuevos se han añadido a los antiguos y hombres nuevos habitan las casas y trabajan las tierras de los que se fueron, pero las aguas de los ríos que bajan del páramo siguen corriendo por los viejos cauces: así la sangre de aquellos campesinos que fundaron en silencio una comunidad de hombres y compartieron un destino adverso en un lugar de refugio.
Porque ahora que estoy solo, y esto no me había sucedido, siento vergüenza de mis manos débiles y de mi fuerza escasa y veo que de tanto irme ya no soy imagen y semejanza de aquellos seres, sino silueta desteñida. Ahora me doy cuenta de que aquellas imágenes, historias, conversaciones y silencios, no sólo son parte viva en mí, sino lo único vivo en mi integral memoria.
Si no les doy vida se me van a ir muriendo y yo con ellas, más cuando son ellas las que están pidiendo alumbramiento, así que por miedo de quedarme yerto con la yerta dulzura con que uno muere en los páramos, de algún modo he de alumbrarlas, con la imperfección de las cosas que no han sido totalmente creadas por Dios ni por el hombre, sino por ambos.