LAS CASAS AL REVÉS

La niebla se queda siempre arriba, pero baja el agua y desciende la neblina y envueltos en ella viven parameños silenciosos y bueyes con barbas.

Vienen del frailejón hasta el café como empujados; y con todas las fuerzas se prenden de aquella tierra que cae verticalmente sobre el llano. Y así empujados desde arriba, vomitados por la niebla y perseguidos por cosas horrendas que esa misma niebla oculta, van a construir sus casas en las calderas que forman las montañas, y las harán con las puertas hacia el páramo, al revés de como llegaron y de espaldas al llano, como si el solo mirar les diera grima.

Las casas resbalan con el tiempo y entonces las vuelven a construir siguiendo la vertiente del primer arañazo, a jornada completa unas de otras, porque son gente solitaria de nacimiento y callada por vocación, sólo que como las levantan en paredes de montañas que forman cuenco, terminan por juntarse y hacer pueblo, allá abajo.

El pueblo para dormir y escuchar misa, porque para trabajar y para hacer hijos prefieren siempre el campo abierto. Esto, en rigor, es absolutamente cierto en la etapa de los fundadores, que es la misma de los solitarios.

Uno de estos solitarios me enseñó los ejercicios de una caballería perdida en la montaña y me llevó de viaje por los caminos con neblina.

Sólo esto. Ni siquiera una etapa, ni siquiera una vida. Sino etapas y vidas en celaje arrancadas al camino, amontonamiento de piedras con cruz en el copete, abierta hacia el páramo y como trepando.

Tal es la herencia, irreversible necesidad de levantar casa al revés de como vengo caminando y de frente a mi lugar de origen.