CAPÍTULO 1

Marzo 1990

Clyde Banks hacía cola, en las primeras fases de la hipotermia, cuando vio luchar por primera vez a su futura esposa, Desiree Dhont. En ese momento los dos eran alumnos de tercero del instituto Wapsipinicon. Su gimnasio, el Wade Olin, hogar de los Little Twisters, se llamaba así en honor al mejor luchador de la historia del mundo… un antiguo alumno. Estaba conectado al instituto en sí por medio de un pasillo de paredes acristaladas que permitía a los alumnos ir de un edificio al otro, incluso en pleno invierno, sin hundirse en la nieve.

La noche en cuestión, los Little Twisters iban a jugar al baloncesto contra sus eternos rivales del otro lado del río: los Injuns de Nishnabotna. La cola ocupaba todo el pasillo y llegaba hasta el aparcamiento. El aliento de los que habían llegado primero se condensaba entre las paredes de vidrio, que se habían empañado en el centro y escarchado por los bordes. De la estructura de acero del pasillo pendían hojas de escarcha.

Clyde Banks estaba en el exterior y Desiree Dhont estaba en el interior, lo habitual en ese momento de sus vidas. A él le daba igual el frío, porque la situación le permitía mirar a través de los cristales escarchados sin que Desiree se diese cuenta.

Clyde era de los calladitos que pasaban mucho tiempo pensando. En aquella época pensaba sobre todo en Desiree. No había pasado demasiado tiempo alejado del Medio Oeste y por tanto no había pasado a temas más cósmicos y generales, como por ejemplo si era aconsejable vivir en una zona del país tan inhóspita que los edificios situados a pocos metros de distancia tenían que estar conectados por costosos túneles de vidrio.

Clyde no era el único chico que miraba fijamente a Desiree, pero, eso sí, tenía una capacidad contemplativa más desarrollada que la mayoría y, por tanto, había encontrado una justificación razonable para que él y Desiree fuesen naturalmente perfectos el uno para el otro: técnicamente, ninguno de los dos era de Wapsipinicon. Clyde vivía al otro lado del río, justo en la afueras de Nishnabotna, y debería haber ido al instituto del condado, pero su abuelo y tutor, Ebenezer, que valoraba mucho la educación, había puesto el grito en el cielo y sacado un fajo de billetes de una de sus cientos de pequeñas, secretas y muy dispersas cuentas corrientes —o quizás hubiese sacado algunas monedas de oro antiguas de sus múltiples y muy dispersas latas de café— y había pagado la matrícula para que Clyde estudiara en Wapsipinicon.

La familia de Desiree vivía a varios kilómetros al sur del pueblo, en una granja. La granja estaba en un ramal de la línea férrea Denver-Platte-Des Moines. Por aquel ramal en particular, que llegaba hasta el centro del campus de la Universidad de Iowa Oriental, se transportaba carbón a la planta eléctrica universitaria. Cuando Dan Dhont hijo, el mayor de los chicos Dhont, llegó al instituto, el consejo municipal de Wapsipinicon votó a favor de la anexión de los primeros kilómetros de ese ramal de ferrocarril. Ahora el pueblo de Wapsipinicon tenía un largo istmo, delgado como una aguja, en plan islas Aleutianas, que iba directamente hasta la granja Dhont. Gracias a eso, Dan Dhont y todos los otros Dhont pudieron matricularse y, lo que era más importante, luchar en el equipo de Wapsipinicon.

Por tanto, ya de entrada había muchos puntos de coincidencia entre Clyde y Desiree, o eso había llegado a creer Clyde tras largas reflexiones. Aún no había dado con la manera adecuada de comunicar esa extraordinaria relación en una conversación real con la muchacha, pero estaba estudiando el problema. Había considerado múltiples opciones, pero todas requerían diez o quince minutos de explicaciones preliminares y, francamente, no le parecía la mejor forma de empezar.

Igualmente absorto en los encantos de Desiree Dhont se encontraba un chico de Nishnabotna que hacía cola justo detrás de ella. Naturalmente, viajaba con un grupo de chicos de Nishnabotna. Naturalmente también, le incitaban, empujándole juguetonamente hasta que casi la rozaba. Al fin y al cabo, ¿qué era un encuentro atlético Wapsipinicon/Nishnabotna sin algunos intentos de agresión, asalto, violación e incluso asesinato perpetrados por Injuns contra Little Twisters?

Al fin, el chico de Nishnabotna cometió el error estúpido pero (desde el punto de vista de Clyde) totalmente comprensible de agarrar la nalga izquierda de Desiree Dhont con una mano.

Ni en sus peores pesadillas se le hubiese ocurrido a ese chico que Desiree Dhont estuviese emparentada de alguna forma con los Dhont. No se parecía en absoluto al resto. Después de parir a cinco niños seguidos, la señora Dhont había llegado a la conclusión, en contra de la opinión de los médicos, de que era biológicamente incapaz de tener niñas, por lo que ella y Dan padre habían salido al mundo a adoptar a Desiree. Posteriormente su decisión se demostró plenamente justificada, para desconcierto de los médicos, porque parió a otros tres niños.

Al contrario que los Dhont biológicos, Desiree se bronceaba. Se bronceaba maravillosa y perfectamente. Sus ojos oscuros tenían una inclinación extravagante y seductora, y su pelo abundante y lustroso era de un negro perfecto. Era imposible que el chico de Nishnabotna supiese que corría peligro; esa criatura seductora había sido separada de su grupo étnico natural, el que fuese, y él podía aprovecharse de ella.

Todo el mundo tiene su papel en la historia cósmica, por insignificante, peligroso o humillante que sea. Los papeles escogidos por los chicos de Nishnabotna tendían a cumplir las tres condiciones. El de aquél en concreto era responder a una pregunta que había inquietado a los cotillas mejor informados de Wapsipinicon desde hacía una década, a saber: ¿Desiree Dhont sabía luchar?

Por todos era sabido que en el cuarto de estar de casa de los Dhont había colchoneta de lucha en lugar de alfombra. Todo el mundo sabía que tenían otra colchoneta en el sótano. El Des Moines Register había publicado una foto aérea de la granja en la que se veía una colchoneta en el patio, junto a una zona de pesas, dispuesta a la sombra de los árboles que protegían la parcela del viento. Todos sabían que los chicos Dhont aprendían a luchar antes que a caminar, y que Darius Dhont, al salir del útero de su madre tras cuarenta y ocho horas de un parto terrible, había agarrado el labio inferior de la enfermera usando una llave ilegal y le había dejado con sus uñas de recién nacido cuatro diminutas marcas en forma de medialuna en la cara interna antes de que Dan padre lograra separarle, una, dos, tres, como un árbitro golpeando la colchoneta.

La opinión más fundamentada era que no. La idea de tener a Desiree era que la señora Dhont disfrutase de una presencia femenina en la casa. ¿A qué molestarse en importar cromosomas X desde Tombuctú para que luego se retorciese por el salón ataviada para luchar, aplicando llaves a sus musculosos hermanos? Por tanto a Desiree la habían criado para ser femenina en algo más que en el nombre. Clyde había asistido a la misma escuela que ella y todavía recordaba estar sentado detrás en álgebra, recorriendo con los ojos la construcción de sus trenzas —pelo negro y liso torcido sobre sí mismo, estirado hasta una tensión explosiva, como la cuerda de un piano—, mareado por el encaje que rodeaba su cuello bronceado como un anillo de marfil.

El misterio no había hecho más que crecer cuando se matricularon en el instituto de Wapsipinicon. Para poder justificar el gasto de una piscina cubierta, a todos los alumnos se les exigía que asistiesen a clases de natación. Las chicas se ponían unos impresionantes trajes de baño negros, de una pieza, y los chicos unos pequeños bañadores que apenas ocultaban un poco más de lo que escondía el vello púbico. No les hacía falta que nadie los animase a meterse en el agua.

Los bañadores de las chicas eran muy escotados en la espalda, y todos sabían que era fácil agarrar los tirantes de los hombros, separarlos y desnudar a una chica hasta la cintura como quien pela una mazorca. Así que las chicas usaban los cordones de las zapatillas para atarse los tirantes a la altura de los omoplatos. Clyde pasaba al menos una noche a la semana fantaseando sobre ese rito insoportablemente erótico: todas las chicas del vestuario atándose las unas a las otras viejos cordones de zapatos, apretando con fuerza los nudos, protegiendo sus pechos para que sólo los tocase el agua verdosa de la piscina. El arreglo conseguía que los bañadores fuesen visualmente más estrechos por detrás y que los hombros de las chicas pareciesen más anchos de lo que eran realmente.

A Desiree Dhont la delataron sus deltoides. Al final de su primera clase de natación todos sabían que Desiree llevaba luchando con sus hermanos desde que estaba en la cuna. No eran masculinos, ni poco atractivos en absoluto, y las axilas eran tan delicadas y suaves como la parte posterior de sus rodillas. Pero estaba claro que se trataba de los potentes y desarrollados deltoides mortales Dhont, más hermosos y más sensuales que cualquier pecho o nalga.

La noche en cuestión, estaban ocultos bajo la chaqueta de esquí acolchada y mullida de Desiree. El chico de Nishnabotna no sabía nada de esos deltoides. Sólo sabía que Desiree era una chica relativamente alta; pero él era más alto y era un chico, y estaba con sus amigos, chicos duros de Nishnabotna que trabajaban acarreando fardos de paja y cadáveres de cerdos. No corría peligro. Adelantó la mano y le tocó el culo.

Parpadeó cuando el largo pelo negro trenzado de Desiree le golpeó la cara, impulsado por una tremenda fuerza centrífuga.

Desiree ejecutó un movimiento rápido; el chico tenía la mano vacía antes de que la sensación agradable le hubiese recorrido el brazo para llegar al cerebro.

En décimas de segundo ella se había colocado a su espalda y le doblaba el brazo como si fuese una pinza para el pelo. Empujó la cara del chico por el pasillo y le retorció el brazo una última vez. Él abrió la boca para gritar.

El sonido quedó amortiguado por un trozo de la estructura de acero de la ventana que se le pegó directamente a la lengua. El marco no estaba aislado. Era enero. Desiree le soltó, pero el marco no. Su lengua y como un cincuenta por ciento de la superficie de sus labios siguieron pegados por congelación, como si hubiesen untado el marco de pegamento industrial.

La amiga de Desiree le guardaba el sitio en la cola. Volvió a ocupar su lugar, ajustándose los vaqueros.

—Me llamo Desiree —dijo. Desiree vivía en la zona desde que tenía cinco semanas, pero Clyde se la imaginaba hablando con el acento nítido de las modelos de los vídeos de bañadores de Sport Illustrated.

—Ah —dijo el chico de Nishnabotna, girando los ojos todo lo posible en el interior de las cuencas.

—Desiree Dhont —dijo ella.

—¡Aaaaaaaag! —dijo el chico y se puso a forcejear.

—Darius no ha llegado… todavía. Está aparcando la camioneta.

Clyde decidió que era mejor no quedarse allí para ver cómo el chico se arrancaba la lengua del marco. Tenía muchas cosas en las que pensar y el partido Injuns-Little Twisters no era el mejor lugar para reflexionar. Era mejor, y tenía mucho más estilo, internarse sin rumbo en el frío cegador. Lo que acababa de presenciar era muy importante. Iba a tener que pensar en ello mucho tiempo.

Desde ese momento supo que Desiree era la mujer para él y que él era el hombre para Desiree, y que algún día se casarían y tendrían hijos. Conocerse, conseguir que se enamorase de él y lo demás no eran más que detalles.

Al final resolver los detalles le llevó catorce años. Las cosas empezaron torciéndose al año siguiente cuando Clyde parecía pasarse media vida luchando con Dick Dhont, el hermano siguiente a Darius. En cualquier otro municipio del mundo, Clyde habría sido el campeón de su peso. En cualquier otro estado habría sido campeón estatal y en cualquier otro país hubiese tenido posibilidades de entrar en el equipo olímpico. En el instituto Wapsipinicon era el perdedor perpetuo y objeto de escarnio constante. Su única forma de progresar en la vida era derrotar a Dick en la colchoneta, cosa que intentaba una vez por semana. En dos ocasiones ganó, simplemente para ser derrotado por Dick a la semana siguiente. Clyde y Dick llegaron a conocerse más íntimamente que muchos matrimonios. Naturalmente, Clyde esperaba que eso derivase en una relación con Desiree. Así fue; pero se trató de una relación distante y platónica. Clyde quedó vindicado seis años más tarde cuando Dick ganó una medalla de oro en las Olimpiadas, aunque de nada le sirvió en el instituto.

Desiree se matriculó en la escuela de enfermería. Fue la única Dhont que no logró una beca completa de lucha en ninguna universidad, así que en su lugar siguió la ruta del programa de oficiales de reserva del Ejército. Después de licenciarse, pasó cuatro años en el Ejército cumpliendo con su compromiso, y luego se reenganchó otros dos. Se casó con un tipo que conoció en el Ejército y se estableció en California. Se divorció dos años después y regresó a Wapsipinicon.

Clyde trabajó en la construcción durante dos años, supuestamente para financiar su futura educación universitaria, pero para cuando pudo permitírsela ya no le interesaba. No tenía ninguna vocación laboral específica que exigiese un título oficial, y había descubierto que podía leer gratis en la biblioteca de la UIO y gastar el dinero viajando.

Se gastó el dinero de la matrícula en recorrer Estados Unidos y Canadá en moto, e incluso durante una temporada se dedicó a lo de dar vueltas por Europa. Regresó a Wapsipinicon, estuvo ocioso durante un año, se aburrió de estarlo y finalmente ingresó en la Academia de Policía de Iowa, en Des Moines. Después de graduarse el primero de la clase, consiguió su trabajo de ayudante del sheriff del condado de Forks, que englobaba Wapsipinicon y Nishnabotna. Tarde o temprano tenía que toparse con Desiree. Descubrieron, para sorpresa mutua, que tenían mucho de lo que hablar. Salieron durante unos meses, alquilaron una casa en Wapsipinicon y se fueron a vivir juntos para casarse un año más tarde.

Después de un par de años de vida relativamente despreocupada, decidieron tener hijos. Tomaron la decisión en junio de 1989. Conocían a otras parejas que habían tenido problemas para tenerlos y que habían pasado años sometiéndose a varios tratamientos y probando estrategias de adopción, y por tanto pensaban que debían empezar lo antes posible. Desiree se quedó embarazada aproximadamente a los cuarenta y cinco minutos.

No mucho después, Clyde Banks volvió a pensar en su carrera profesional. Era hora de buscar otro trabajo. La única forma de ascender era presentarse a sheriff del condado de Forks en las elecciones de 1990. Lo que significaba dejar sin trabajo a su jefe, Kevin Mullowney. Mullowney era demócrata. Clyde Banks no tuvo más elección que apretar los dientes y convertirse en republicano. El Partido Republicano quedó encantado de tenerle en sus filas, pero no había muchos republicanos en la zona y el partido no tenía mucho dinero.

Así que Clyde Banks tuvo que pensar a fondo en algunas estrategias de campaña realmente baratas. En eso pensaba a las seis y media de la mañana del 1 de marzo de 1990, de pie en la cocina, dorando un kilo de carne picada en una enorme sartén de hierro. Acababa de salir del turno de noche y seguía vestido con el uniforme marrón. Las paredes emitían silbidos y gemidos a medida que el agua caliente corría por las cañerías; Desiree se duchaba. Si apartaba la cara de la columna de vapor aceitoso de la sartén podía oler el champú de melocotón que usaba para el pelo.

En la encimera había un enorme trozo de papel blanco que hasta hacía poco envolvía la carne picada. En varios puntos tenía una inscripción: «01-marzo-90.» A su lado había otros tres paquetes blancos de solomillos, todos con la misma fecha.

Lo primero que había hecho la Jefa esa mañana al levantarse de la cama había sido ir al congelador, lleno hasta los topes de paquetes blancos, y buscar hasta dar con los cuatro marcados con la fecha del día. A Clyde jamás se le hubiera ocurrido hacer algo así; hacía al menos dos meses que no caducaba nada de carne, y ni él ni Desiree tenían por costumbre revolver en el congelador memorizando numeritos azules. Pero Desiree, con su instintos de no desperdiciar nada del nido, lo sabía, como si durante toda la noche se lo hubiese estado susurrando una voz fantasmal, como si el espíritu del buey que había expirado en Carnes Lukas, más o menos un año antes, la atormentase para asegurarse de no haber donado sus patas, solomillos, rabadilla y demás para que simplemente acabaran en la basura. Y por tanto ahora Clyde doraba carne que debía consumir antes de la medianoche, no se fuese a poner verde y purulenta. Los filetes esperaban sobre la encimera. Desiree iba a dejarlos en casa de los vecinos, de camino al trabajo, para librarse de la carga moral.

Salió de la ducha con el pelo mojado, oliendo a melocotones con un toque de algo más intenso. Llevaba uno de los albornoces de Clyde, porque ninguno de los suyos le cubría ya la barriga, e incluso el de Clyde tenía que cerrárselo con un imperdible.

—Eres una criatura asombrosa —dijo él, girándose para mirarla, sin dejar de remover la carne con la otra mano. La Jefa se limitó a cruzar los brazos sobre el pecho, por encima de la barriga, y le sonrió.

—Recuerda que esta noche tenemos clase —dijo ella.

Clyde deseaba hacer un comentario despectivo sobre la clase, en la que una enfermera del hospital metodista, una mujer de melena gris con la raya en medio, que vivía con otra mujer y muchos gatos en una granja cercana a Wapsipinicon, explicaba cómo respirar a Clyde, Desiree y otras parejas. Clyde confiaba por completo en la capacidad respiratoria de Desiree, ya que llevaba respirando desde hacía más de treinta años sin interrupciones dignas de mención. Pero su primer comentario sarcástico a la ligera sobre la clase de respiración, un par de meses antes, había desatado una cascada de lágrimas, lo que le recordó a Clyde que, sin ningún género de duda, cuando él y Desiree habían decidido «quedarse embarazados» habían entrado en un territorio de increíble ternura donde él estaba mal equipado para hacer o decir nada sin provocar daños emocionales de consideración. Así que se limitaba a seguir a la Jefa con las manos a los lados, dando pasitos, sin decir mucho; y le iba bastante bien.

—Estaré de vuelta para la clase —dijo.

—¿Vas a empezar hoy? —dijo Desiree.

Vaciló un segundo y luego dijo:

—Sí. —Lo que, ahora que se lo había dicho a su esposa, significaba que estaba totalmente comprometido. Clyde Banks se presentaba a sheriff.