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Lo que hice a continuación no era propio de mí.
Yo lo atribuyo a la cantidad de alcohol que había bebido; combinada con el trauma que tenía. Más el hecho de que hacía siglos que no pegaba un polvo.
No existe en la vida real esa fuerza de voluntad que hace que aunque te guste mucho alguien te alejes de él porque sabes que sólo te traerá problemas. Al menos no existe en mi versión de la vida real. En mi caso, el corazón se imponía a la cabeza.
La lujuria se imponía a mi cabeza, mejor dicho.
- Quizá vaya siendo hora de que empiece -musité.
- ¿De que empieces a qué?
- A divertirme.
Me levanté con determinación, aunque tambaleándome ligeramente, y sin quitarle los ojos de encima, rodeé la mesa y me dirigí hacia él. Mientras él me miraba con desconcierto, dejé que un mechón de cabello me tapara un ojo, me senté resueltamente en el regazo de Daniel y le puse los brazos alrededor del cuello.
Acerqué mi cara a la suya.
Qué guapo era, por Dios. Qué boca tan bonita. Y esa boca estaba a punto de besarme. Lo que yo necesitaba era un buen revolcón, un poco de sexo desenfrenado, mucho cariño. ¿Y quién mejor para hacerlo que Daniel?
Yo no estaba enamorada de él, ni mucho menos. Estaba enamorada de Gus. Pero, al fin y al cabo, era una mujer y tenía mis necesidades. ¿Por qué sólo los hombres podían follar por follar?
- ¿Qué haces, Lucy?
- ¿A ti qué te parece? -dije intentando sonar ronca y seductora.
Daniel no me abrazó. Me pegué un poco más a él.
- Se lo has prometido a tu padre…
- No. Se lo has prometido tú.
- Ah, ¿sí? Bueno, pues se lo he prometido a tu padre.
- Le has mentido -susurré. Ese rollo de la seducción era divertidísimo. Y más fácil de lo que me había imaginado. Me lo estaba pasando en grande. Iba a disfrutar como hacía siglos que no lo hacía.
- Lucy, no -dijo Daniel.
¿No? ¿Cómo que no?
Daniel se levantó y yo resbalé de su regazo.
Fui a parar al suelo, y me quedé allí sentada, oscilando ligeramente. La humillación todavía no había alcanzado su punto culminante; seguramente la borrachera la contenía. Pero lo alcanzaría, sin ninguna duda.
Qué horror. Daniel era capaz de tirarse a cualquiera. ¿Qué pasaba conmigo? ¿Tan repugnante era?
- Lucy, me siento halagado…
Eso fue el colmo.
- ¡Halagado! -bramé-. Vete a la mierda, capullo arrogante. Tú puedes coquetear conmigo cuando se te antoje, pero yo me tengo que joder, ¿no?
- No se trata de eso, Lucy. Es que estás muy disgustada y aturdida, y sería como aprovecharme de ti…
- Eso ya lo juzgaré yo.
- Me atraes mucho, Lucy…
- Pero no quieres follar conmigo -dije.
- Tienes razón. No quiero follar contigo.
- Dios mío, qué vergüenza -susurré. Pero enseguida me recuperé-. ¿Se puede saber a qué jugabas la otra noche? -le pregunté-. Eso que tenías en el bolsillo no era ninguna pistola. Aquella noche sí la habrías mojado, ¿eh?
El rostro de Daniel se crispó; al principio creí que se trataba de una mueca de asco, pero pronto comprendí que estaba conteniendo la risa.
- Lucy, ¿de dónde has sacado esa expresión?
- De ti, seguramente.
- ¿En serio? Sí, podría ser…
Hubo una pausa, y me miré los pies. ¡Tenía cuatro pies! No, dos. No, no, otra vez cuatro.
- Mírame, Lucy. Quiero decirte una cosa.
Lo miré, ruborizada de vergüenza.
- Quiero que quede muy claro que no quiero follar contigo -dijo-. Pero cuando las cosas se hayan calmado y no estés tan afectada y no haya tantos trastornos en tu vida, me gustaría mucho hacer el amor contigo.
Vaya. Eso sí tenía gracia.
Reí a carcajadas.
- ¿Qué he dicho? -preguntó él, desconcertado.
- Venga, Daniel. ¡Por favor! Qué falso eres. «Me gustaría mucho hacer el amor contigo», pero no ahora. ¿Me tomas por tonta o qué? Sé perfectamente cuándo me están dando largas.
- No te estoy dando largas.
- A ver si lo he entendido. Te gustaría hacer el amor conmigo -dije imitando su voz.
- Sí. -confirmó.
- Pero no ahora. Si eso no es dar largas, no sé qué es. -Volví a reírme.
Daniel me había herido y me había humillado, y yo quería pagarle con la misma moneda.
- Lucy, por favor, escúchame…
- ¡No! -Se me estaba pasando la borrachera, y me tranquilicé un poco-. Lamento mucho todo esto, Daniel. No estoy muy centrada. Ha sido un grave error.
- No, Lucy.
- Creo que será mejor que te marches. Se está haciendo tarde.
Me miró con tristeza.
- ¿Estás bien? -preguntó.
- Vete al cuerno y no te hagas ilusiones -dije malhumoradamente-. Me han rechazado hombres mucho más atractivos que tú. Cuando se me pase la vergüenza se me pasará todo lo demás.
Daniel abrió la boca para soltarme otra sarta de tópicos, pero le interrumpí con firmeza:
- Adiós, Daniel.
Me dio un beso en la mejilla. Yo me quedé inmóvil, como una estatua.
- Te llamaré mañana -dijo desde la puerta.
Me encogí de hombros.
Nada volvería a ser como antes.
Qué deprimida estaba.