60
Si no hubiera estado tan cabreada con Karen, jamás habría tomado parte en la Gran Sesión de Cotilleo que hubo a continuación.
Criticar a mi amiga y compañera de piso no era una actividad noble ni honorable, y menos aún criticarla con un hombre, pero era una reacción humana.
Conque un desastre en la cama, ¿eh? Qué cara más dura.
Aunque los cotilleos no conducían a nada bueno. Después me odiaría a mí misma, el que siembra recoge, mi mal karma se multiplicaría por tres… Pero decidí que podía soportar todo eso.
El cotilleo era una especie de McDonalds para mi mente. En el momento era irresistible, pero después siempre me daba un poco de asco. Y pasados diez minutos volvía a tener hambre.
- Háblame de tu relación con Karen. ¿Qué has hecho para que de repente te odie tanto? -le pregunté a Daniel.
- No lo se.
- Supongo que debe de ser porque eres un egocéntrico y un egoísta que le ha partido el corazón.
- ¿Es eso lo que piensas de mí, Lucy?
- Hombre… pues sí.
- Yo no soy así -insistió él.
- Entonces, ¿qué ha pasado? Quiero saber por qué no le dijiste que la querías -dije, y me subí las mangas. ¡Ya le enseñaría yo a insinuar que era un desastre en la cama!
- No le dije que la quería porque no la quería. -Exhaló un suspiro.
- Pero ¿por qué no la querías? ¿Qué problema le veías?
Llegados a ese punto, contuve la respiración. Pese a lo que Karen había dicho sobre Daniel (y sobre mí), era muy importante que Daniel no hiciera ningún comentario negativo sobre ella, que la tratara con respeto, que se comportara como un caballero.
Yo no había olvidado que Daniel era un hombre, y que, por lo tanto, era un enemigo en potencia.
Yo sí podía destrozar la reputación de Karen desvelando un par de secretos bien escogidos, pero Daniel estaba obligado a tratarla con el más exquisito respeto. Por lo menos, hasta que yo dijera lo contrario.
- Lucy -dijo Daniel eligiendo las palabras, y escrutando mi rostro para descifrar mi reacción-, no quiero decir nada sobre Karen que pudiera malinterpretarse como algo desagradable.
Buena respuesta.
Ambos sonreímos aliviados.
- Ya te entiendo -dije asintiendo con la cabeza.
Bueno, ya estaba. Daniel había respetado las formalidades, y ahora yo quería oírlo todo sobre Karen. Cuanto más espantoso fuera, mejor.
- No te preocupes, no malinterpretaré nada -dije con tono enérgico-. Puedes contármelo todo.
- No sé, Lucy… No estoy seguro… No creo que sea… -dijo él, vacilante.
- No pasa nada, Daniel. Ya me has convencido de que eres un chico estupendo.
- ¿En serio?
- Sí -mentí-. Y ahora, ¡cuéntamelo todo!
A Daniel, como a todos los hombres, había que sonsacarle las cosas. Les gusta fingir que ellos no son cotillas por naturaleza, pero el fondo son tan criticones o más que las mujeres.
Me hacen gracia los hombres cuando miran al cielo y, sentando cátedra moral, dicen «¡Ya estamos!» cuando una mujer hace algún comentario malicioso. Los hombres son más chismosos que las mujeres.
- Lucy, si te digo una cosa, y no estoy diciendo que te la vaya a decir, ¿prometes no contárselo a nadie? -dijo Daniel poniéndose muy serio.
- Por supuesto. -Me pregunté si Charlotte todavía estaría levantada cuando llegara a casa.
- Ni siquiera a Charlotte -añadió.
¡Cabrón!
- Venga, hombre, al menos déjame contárselo a Charlotte.
- No.
- Por favor.
- No, Lucy. Si no lo prometes, no te lo cuento.
- Lo prometo -cedí con fastidio.
No pasaba nada. Hablar era barato, y yo no estaba bajo juramento. Miré a Daniel de reojo, y a él le costó mantener la expresión de gravedad. Intentó contener una sonrisa, pero se le escapó. Me alegré de comprobar que todavía podía hacerle reír.
- Está bien, Lucy. -Respiró hondo y por fin empezó-: Ya sabes que no quiero hablar mal de Karen.
- Sí -dije-. No me gustaría nada que lo hicieras.
Nos miramos a los ojos, y él volvió a esbozar una sonrisa. Miró por encima del hombro, fingiendo que echaba un vistazo al pub, pero me di cuenta de que intentaba ocultar la risa.
Karen había cometido un error al insultarnos a la vez, porque eso había hecho que nos uniéramos contra ella. Mientras sus acusaciones siguieran doliéndonos, los dos seríamos aliados. No hay nada que una tanto a dos personas como el sentirse ambos víctimas de una tercera persona.
Finalmente Daniel carraspeó y dijo:
- Ya sé que puede parecer que quiero echarle toda la culpa a ella, pero el caso es que Karen no me quería. Ni siquiera le gustaba demasiado.
- Hablas como si quisieras echarle toda la culpa a ella, en efecto -dije mirándolo de arriba abajo.
- ¡Hablo en serio, Lucy! Ella no me quería.
- ¡Mentiroso! Estaba loca por ti.
- No -me contradijo Daniel con una amargura que me sorprendió-. Estaba loca por el saldo de mi cuenta, o por lo menos, por lo que ella consideraba el saldo de mi cuenta. Creo que confundió mi descubierto con mis ahorros.
- Venga ya. Hoy en día, ninguna mujer sale con un hombre por su dinero. Eso son cosas del pasado.
- Karen sí. A ella le importaba el tamaño. El tamaño de mi cartera.
Me dieron ganas de reír, pero Daniel parecía muy triste, así que me contuve.
- Y quería hacerme cambiar -prosiguió-. No le gustaba cómo era. Estaba molesta porque le habían dado gato por liebre.
- ¿En qué quería que cambiaras?
- Decía que no me tomaba mi trabajo en serio, que debería ser más ambicioso. Y estaba empeñada en que tendría que aprender a jugar a golf. Decía que se firman más acuerdos en los campos de golf que en las salas de juntas.
- Pero si tú eres un nosequé de investigación -dije, desconcertada-. Tú no firmas acuerdos, ¿no?
- ¡Exacto! Y ¿te acuerdas de aquella vez que la llevé a una cosa de trabajo, a finales de julio?
- No -respondí, y me mordí la lengua para no gritarle: «¿Cómo demonios quieres que sepa adónde la llevaste, si no te dignabas telefonearme para mantenerme al corriente de lo que estaba pasando con tu vida privada?»
- ¡Tenías que haber visto cómo se comportó!
Me estremecí de emoción y me acerqué más a Daniel, para oír mejor aquello tan espantoso que estaba a punto de contarme.
- Cómo se comportó con Joe…
- ¿Con tu jefe? ¿Te refieres a ese Joe? -pregunté.
- Sí. Fue horrible, Lucy. Prácticamente se ofreció a acostarse con él si con ello podían mejorar mis perspectivas de ascenso.
- Qué horror -dije-. ¡Mira que decirle eso a Joe! Pero ¿tú no intentaste impedírselo?
- Claro que intenté impedírselo, pero ya conoces a Karen. Es muy testaruda.
- Qué situación tan violenta -dije, muerta de vergüenza ajena.
- Lo pasé fatal por ella, Lucy. -Sólo de pensarlo se había puesto pálido y sudoroso-. Fue espantoso.
- Ya lo imagino.
Joe era homosexual.
Nos quedamos un rato callados, imaginándonos a la pobre Karen exhibiendo sus tetas, pero en vano.
- Pero aparte de tu carrera y tu dinero, ¿os lo pasabais bien? -pregunté-. ¿Te lo pasabas bien con ella?
- Sí, claro -contestó Daniel con firmeza.
Me quedé callada.
- Bueno, Karen no tenía mucho sentido del humor… -dijo Daniel tras exhalar un suspiro-. Bueno, en realidad no tenía ni gota.
- Eso no es verdad. -Me sentí obligada a decirlo.
- No, tienes razón. Sí que tenía sentido del humor. De ese que hace que te rías cuando alguien resbala con una piel de plátano.
El sentimiento de culpa forcejeaba con mí deseo de poner a Karen por los suelos. Ganó el sentimiento de culpa.
- Pero es muy guapa, ¿verdad? -pregunté.
- Sí, mucho -admitió Daniel.
- Tiene un cuerpo fabuloso, ¿no? -pregunté. Daniel me miró con extrañeza.
- Sí -respondió.
- Entonces, ¿por qué has renunciado a todo eso?
- Porque ya no me gustaba.
- ¡Ja! Pero si Karen es tu tipo: rubia, tetas grandes…
- Pero era muy fría -explicó Daniel-. Cuando tienes la impresión de que a tu compañera de cama ni siquiera le gustas, se te quitan las ganas. Contrariamente a todas esas cosas horribles que piensas de mí (y de los hombres en general, por lo visto), las tetas grandes y los polvos no son mis dos objetivos prioritarios. Hay otras cosas que también me interesan.
- ¿Como qué? -pregunté con desconfianza.
- Pues no sé, el sentido del humor, por ejemplo. Y también me habría gustado no tener que pagarlo siempre todo.
- ¿Qué te pasa de repente con el dinero? -pregunté, sorprendida-. No te estarás volviendo tacaño, ¿verdad?
- No, Lucy. El dinero no me importa. Lo que me molestaba era que Karen nunca se ofrecía siquiera a pagar. No habría estado mal que de vez en cuando me hubiera invitado ella a algo.
- A lo mejor es que no puede permitírselo -sugerí, dubitativa.
- Es igual, Lucy. Lo que importa es el gesto. Seguramente, de todos modos yo no le habría dejado pagar.
- Pero dio una cena en tu honor.
- No, Lucy. Charlotte y tú hicisteis casi todo el trabajo.
De pronto tuve un vívido recuerdo de la Noche de los Largos Preparativos.
- Tienes razón. Y además tuvimos que pagar una tercera parte de los gastos -dije, renunciando a mi integridad.
- Yo también -replicó Daniel.
- ¿Cómo dices? ¡No puedo creerlo! -Había que reconocer que Karen tenía morro-. Seguro que también les cobró a Gus y a Simon -exclamé-. ¡Debió de obtener unos buenos beneficios con la maldita cena!
- Sí, aunque no creo que le resultara fácil sacarle algo a Gus -comentó Daniel.
Pero yo no le dije que se fuera a la mierda ni que dejara en paz a Gus. Llevábamos una hora metiéndonos con su ex novia; era lógico que Daniel hiciera algún comentario desagradable sobre mi ex novio.
- Y nunca leía nada, salvo esa revista ridícula con fotografías de la condesa no sé qué y la duquesa no sé cuántos -añadió.
- Qué horror -coincidí.
- Yo prefiero esa con artículos sobre violencia doméstica y testimonios tipo «Me casé con un pederasta»… ¿Cómo se llama? ¿Sabes la que quiero decir?
- ¿National Enquirer?
- No, Lucy. Una de chicas.
- ¿Marie Claire?
- ¡Exacto! Ésa me encanta. ¿Viste un reportaje sobre mujeres encarceladas por haber abortado? Creo que aparecía en el número de febrero. Ostras, Lucy, era…
- Pero si Karen lee Marie Claire -le interrumpí, saliendo en defensa de Karen.
- Oh. -Se quedó callado y pensativo. Al cabo de un rato dijo-: No.
- ¿No qué?
- Que de todos modos no la quiero.
No pude evitar reírme, aun sabiendo que Dios me castigaría por ello.
- Supongo -añadió Daniel con tristeza- que lo que pasa es que me aburrí de Karen.
- ¿Otra vez?
- ¿Qué quieres decir, Lucy?
- Dijiste lo mismo cuando dejaste de salir con Ruth: que te aburría. A lo mejor es que tienes el umbral del aburrimiento muy bajo.
- No, Lucy. Tú no me aburres, por ejemplo.
- Ni las carreras de coches. Pero tampoco son tu novia -dije astutamente.
- Pero…
- ¿Y esa misteriosa mujer con la que todavía no has conseguido acostarte? ¿No te aburre?
- No.
- Ten paciencia, Daniel. Seguro que dentro de tres meses empezarás a quejarte de lo sosa que la encuentras.
- Seguramente tienes razón -admitió Daniel-. Casi siempre tienes razón.
- Estupendo. Y ahora, vamos a cenar. A donde quieras, menos a una pizzería.
Aquél era uno de los peores inconvenientes de Gus: su fobia a la comida extranjera. Lo que más miedo le daba eran las pizzas.
Fuimos al restaurante indio que había al lado del pub.
Yo quería desahogarme hablando de Gus con Daniel, pero no conseguía entablar una conversación seria con él. Cada vez que le hacía una pregunta, él se ponía a cantar algo sobre la comida. Lo cual resultaba muy gracioso, desde luego; pero yo quería hablar de asuntos del corazón. De mi corazón. Y Daniel cantaba fatal. No como Gus. Sin embargo, lo más probable era que Daniel no me desplumara. Todo tenía un lado positivo.
- ¿Crees que Gus y yo nos veíamos demasiado? -le pregunté mientras el camarero dejaba el arroz pilau en la mesa.
- Apóyate en mi pilau… -cantó Daniel, desafinando-. Ah, mira, los bhajees. Pon tu tierno bhajee junto al mío. -Juntó nuestros bhajees de cebolla-. Francamente, Lucy, no lo sé.
Aquel buen humor no era típico de Daniel. Aunque quizá me equivocara. Daniel siempre había sido gracioso, hasta que empezó a gustarles a mis compañeras de piso. En realidad seguía siendo gracioso, pero yo no tenía tiempo para divertirme con él, porque mi tarea consistía en imponerle una disciplina. Yo era la única persona que podía imponérsela.
- Pues mira, yo no lo creo -dije-. Es más, si hubiera sido por él, nos habríamos visto todavía más…
- Te toca a ti -me interrumpió-. Tienes que cantar algo.
- Hummm… Popadom, pompero, popadom, popadom, pompero… -canté con desgana. Señalé mi popadom para que Daniel supiera a qué le estaba cantando-. ¿Crees que algún día lo olvidaré?
- Mira, el pollo korma -dijo Daniel al ver acercarse al camarero.
- ¡Korma, korma, korma, korma, kor-ma, camaleón! Vienes y te vas, vienes y te vas… -canturreó Daniel, acercándome y luego apartándome el plato, una y otra vez-. Claro que sí. Te toca a ti.
Señalé el cuenco de aloo gobi de los clientes de la mesa de al lado, y, distraída, canté:
- Aloo, is it me you're looking for? Pero ¿cuándo?
- Espera, Lucy, déjame pensarlo. ¡Ah, sí, ya lo sé!
Me dio un vuelco el corazón. ¿Que Daniel sabía cuándo olvidaría a Gus?
- Tikka, tikka, tikka, tikka, tikka, mon amour… -cantó-. ¿Qué te ha parecido? Buena, ¿no? -Al ver mi expresión de perplejidad, me explicó-: La cantaba Demi Roussos, ¿no te acuerdas?
- ¿No ibas a decirme…? Bah, es igual. Ya veo que es inútil intentar mantener una conversación seria contigo. ¿Qué es esto?
- Curry de verduras.
- Vale. You can't curry love, you just have to wait… Te toca.
Daniel tardó un momento en replicar:
- It's my paratha, and I'll cry if I want to, cry if I want to, cry if I want to.
Llamé a un camarero y le pedí un cuenco de dhal tarka. Miré a Daniel y canté:
- Got myself a crying, walking, sleeping, talking, living dhal!
- Stand by your naan -me contestó él.
Nos pasamos el resto de la noche riendo a carcajadas. Sé que nos lo pasamos en grande porque los clientes de la mesa de al lado se quejaron de nosotros. No recordaba cuándo me había reído de aquella forma por última vez. Bueno, seguramente había sido una noche con Gus.
Y cuando llegué a casa, Karen no me estaba esperando levantada.
Esa era una de las grandes ventajas de que Karen no me tuviera ningún respeto: yo podía saltarme sus órdenes a la torera y desobedecerla descaradamente, sin que ella lo sospechara siquiera.