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Veinte minutos más tarde, cuando apareció Megan con una sonrisa de oreja a oreja, salimos a la calle para ver qué habían hecho aquellos endemoniados con el coche.

- No le habrán hecho nada, ¿verdad? -preguntó la pobre Hetty, acongojada, mientras nos dirigíamos hacia el coche.

- Espero que no -contesté sinceramente, porque al parecer no había otra forma de volver a casa.

- No debimos venir -comentó Hetty.

- No digas tonterías -dijo Megan-. Me lo he pasado muy bien.

- Yo también -dijo Meredia, que nos seguía a unos cincuenta metros:

Por increíble que pudiera parecer, al coche no le había pasado nada.

En cuanto doblamos la esquina, apareció la niñita que se suponía que nos estaba vigilando el coche. No sé qué clase de mirada amenazadora le lanzó a Hetty, pero bastó para que ésta se pusiera a revolver en su bolso inmediatamente, en busca de otro par de libras para darle a la niña.

No vimos a los otros niños, pero oímos voces y chillidos y ruido de cristales rotos.

Al salir de la urbanización pasamos por delante de otro grupo de niños. Le estaban haciendo algo a una caravana. Destrozándola completamente, creo.

- Pero ¿a qué hora se acuestan estos críos? -preguntó Hetty, atribulada, tras su primer contacto con un gueto-. ¿Dónde están sus padres? ¿Qué hacen? ¿No se ocupan de sus hijos?

Los niños se entusiasmaron al vernos. A medida que nuestro coche se acercaba a ellos, empezaron a reír y a gritar, a señalarnos y a burlarse de nosotras. No cabía duda de que serían los mismos de antes, y de que seguían muy interesados por Meredia. Cuatro o cinco chiquillos nos siguieron y corrieron un rato a nuestro lado, riendo y haciendo muecas, hasta que los dejamos atrás.

No nos relajamos hasta estar seguras de que habíamos escapado de aquellos mocosos. Había llegado el momento de analizar lo que nos había dicho la señora Nolan, y las cuatro estábamos un poco nerviosas. Todas queríamos saber lo que les había tocado a las otras, como niñitas que comparan sus trofeos en el juego de la pesca milagrosa: «¿Qué te ha tocado? ¡Enséñame tu regalo! ¡Mira el mío!»

El barullo que había en el coche era ensordecedor, pues Meredia y Megan competían para contar su historia.

- Sabía que yo era australiana -dijo Megan, emocionada-. Y dice que algo va a cambiar en mi vida, pero que será un cambio para mejor, y que me las arreglaré maravillosamente, como siempre -añadió con aire de suficiencia-. Así que quizá sea el momento de reanudar mi viaje -prosiguió-. Por lo visto no tendré que seguir viendo vuestras horribles caras mucho tiempo.

- Me ha dicho que voy a ganar mucho dinero -dijo Meredia.

- Fantástico -repuso Hetty con cierta amargura-. Así podrás devolverme las veinte libras que me debes.

Me fijé en que Hetty estaba más callada de lo normal. No estaba tan alegre como las demás, y conducía con la vista clavada en la carretera.

¿Tanto le había impresionado a nuestra lectora del Telegraph su contacto con unos niños de clase trabajadora? ¿O pasaba algo más?

- Y a ti, Hetty, ¿qué te ha dicho? -pregunté, un poco preocupada-. No te habrá vaticinado nada malo, ¿no?

- Sí -contestó Hetty con un hilo de voz. ¡Hasta se le saltaron las lágrimas!

- ¿Qué pasa? ¿Qué te ha dicho? -le espetamos todas al unísono, acercando la cara a la de Hetty, deseosas de escuchar predicciones trágicas: accidentes, enfermedades, muertes, ruinas, cierres de empresas, explosiones de calderas…

- Me ha dicho que pronto conoceré al gran amor de mi vida -dijo Hetty, que ahora ya no disimulaba las lágrimas.

Se hizo el silencio en el coche. ¡Dios mío! Qué desgracia.

Una desgracia tremenda.

¡Pobre Hetty!

Cuando estás casada y tienes dos hijos te produce un gran desasosiego que te digan que vas a conocer al gran amor de tu vida.

- Dice que me voy a enamorar locamente de él -añadió Hetty-. Será espantoso. En nuestra familia jamás ha habido ningún divorcio. Y ¿qué va a ser de Marcus y Montague? -Que habrían podido llamarse Troilus y Tristan o Cecil y Sebastian-. Bastante les ha costado adaptarse al internado, como para que ahora descubran que su madre es una pelandusca.

- Pobrecilla -dije para consolarla-. Pero no te lo tomes tan a pecho. Seguramente no ocurrirá.

Con aquel comentario sólo conseguí hacerla llorar más.

- Pero ¿por qué no puedo conocer al gran amar de mi vida? Es que yo quiero conocerlo.

Megan, Meredia y yo nos miramos extrañadas. ¡Santo cielo! Aquello era insólito. ¿Acaso la comedida y serena Hetty -la aburrida Hetty, me atrevería a decir- estaba sufriendo un ataque de nervios?

- ¿Por qué no puedo yo pasármelo bien? ¿Por qué tengo que contentarme con el soso de Dick? -preguntó.

Cada vez que decía «¿por qué?» daba un volantazo, y el coche salía despedido hacia el otro carril. Los otros coches empezaron a tocar la bocina, pero Hetty no se daba cuenta.

Yo estaba perpleja. Llevaba dos años trabajando con Hetty y, aunque nunca habíamos sido íntimas amigas, consideraba que la conocía bastante bien.

En el coche había un silencio desconcertado; Meredia, Megan y yo tragábamos saliva e intentábamos, sin éxito, pensar en algo que decir para consolar a Hetty.

Y finalmente fue Hetty la que salvó la situación. Al fin y al cabo, en algo tenía que notarse que era prima lejana de una dama de honor de la reina. Había ido a un exclusivo colegio para señoritas donde le habían enseñado a afrontar las situaciones sociales difíciles.

- Lo siento -dijo, y de golpe y porrazo parecía la Hetty de siempre; había recuperado su barniz de educación, calma, reserva y elegancia-. Lo siento, chicas -volvió a decir-. Tendréis que perdonarme.

Hetty carraspeó y se irguió, indicando que ya no había nada más que decir sobre aquel tema. El soso de Dick estaba agotado como tema de conversación.

Qué lástima. Yo siempre había sentido curiosidad. Porque sinceramente, Dick parecía un hombre sumamente soso. Pero una vez más, esto lo digo sin la más mínima malicia, igual que Hetty.

- Bueno, Lucy -dijo Hetty resueltamente, desviando nuestra posible curiosidad-. ¿Qué te ha dicho a ti la señora Nolan?

- ¿A mí? Ah, sí. Dice que me voy a casar.

Volvió a hacerse el silencio en el coche.

Otro silencio desconcertado.

La incredulidad de Megan, Meredia y Hetty era tan tangible que parecía haber una quinta persona en el coche. Si no tenía cuidado, acabaría teniendo que participar en el gasto de gasolina.

- ¿En serio? -preguntó Hetty.

- ¿Tú? -dijo Megan-. ¿Te ha dicho que tú te vas a casar?

- Sí. -me defendí ¿Qué pasa?

- No, nada -dijo Meredia Sólo que hasta ahora no has tenido mucha suerte con los hombres, que digamos.

- Lo cual no es culpa tuya, por supuesto -se apresuró a añadir Hetty con mucho tacto.

Hetty tenía mucho tacto.

- Bueno, pues eso me ha dicho -repliqué enfurruñada.

Mis amigas no sabían qué decir, y la conversación se interrumpió hasta que regresamos por fin a la civilización. Yo fui la primera en apearme del coche, porque vivía en Ladbroke Grove. Lo último que oí al salir del coche fue que Meredia les contaba a las demás que la señora Nolan le había dicho que viajaría a través de una extensión de agua y que era un poco adivina.