10

Al día siguiente se armó la gorda cuando Megan y Meredia notificaron al mundo entero que me casaba. En realidad no se lo dijeron al mundo entero, sino sólo a Caroline, la recepcionista de la oficina. Pero era más o menos lo mismo.

Pese a que yo no tenía novio, Megan y Meredia habían decidido que lo que la señora Nolan me había predicho se iba a cumplir, al igual que se habían cumplido las predicciones que les había hecho a ellas.

Más adelante me pidieron disculpas, por supuesto, y dijeron que no había sido su intención causarme ningún daño, que en realidad sólo bromeaban, etcétera, pero para entonces el daño estaba hecho y me habían metido la idea en la cabeza, y empecé a pensar que no estaba mal del todo tener novio, un alma gemela, alguien que te protegiera, alguien en quien confiar.

Aquello me hizo rescatar antiguos deseos. Empecé a esperar algo de mi vida, lo cual siempre era un error.

Pero cuando sonó el despertador, todavía no sabía nada de eso. Cuando sonó, el despertador me sentí muy desgraciada.

Lo único bueno era que estábamos a viernes.

Cuando me levanté comprobé que me encontraba tan mal organizada como el día anterior. Todavía no había hecho la colada, de modo que seguía sin tener bragas limpias; tuve que ponerme unos bóxers de Steven que se había dejado en mi casa cuando lo eché de mi piso, con bastantes prisas, tres semanas atrás. Había lavado los calzoncillos con la vaga intención de devolvérselos, así que al menos estaban limpios.

La máquina de chocolatinas de la estación de metro funcionaba, la muy cerda; me dio una barrita de chocolate con frutos secos y yo no tuve fuerza de voluntad para rechazarla. Cada vez estaba más convencida de que tenía una alteración del apetito. Las chocolatinas sólo tenían 170 calorías, mientras que una barrita de chocolate con frutos secos tenía 267. ¿0 eran 269? En fin, tenía más calorías, seguro. En lugar de mejorar, iba a peor. Al día siguiente seguramente intentaría comprarme una de esas tabletas de tamaño familiar, y a la semana siguiente sería capaz de engullir una bolsa de dos kilos de Roses.

Finalmente llegué al trabajo, pero con muchísimo retraso, incluso tratándose de mí.

Cuando pasé a toda velocidad por delante del mostrador de recepción, el señor Simmonds, que iba corriendo hacia el lavabo, con el trasero correteando a unos tres metros por detrás de él, intentando alcanzar a su amo, estuvo a punto de derribarme. Parecía nervioso y aturullado, y tenía los ojos ligeramente enrojecidos. De hecho, de haber pensado que aquel hombre era capaz de tener emociones humanas, habría jurado que estaba llorando. Evidentemente, algo le había disgustado.

Me animé un poco.

Le dediqué una amplia sonrisa a Caroline, la recepcionista, por la cuenta que me traía. Caroline se ofendía con facilidad, y si sentía que yo le había hecho un desaire, no me pasaba las llamadas personales. Caroline me devolvió la sonrisa. Pasé de largo y oí que me decía algo (me pareció que era un extraño «Felicidades»), pero estaba demasiado ansiosa por averiguar qué desastre le había ocurrido al señor Simmonds como para pararme.

Entré tan campante en la oficina; ya no me preocupaba llegar tarde. No cabía duda de que el señor Simmonds tenía otros problemas más graves.

A Megan le habían salido unos hermosos cardenales en la cara, y llevaba un vendaje que le tapaba la parte inferior derecha del rostro.

Al ver que Megan y Meredia no estaban discutiendo, me quedé de piedra. De hecho, mis compañeras estaban hablando civilizadamente. Qué raro, pensé. Debe de ser un alto el fuego temporal. Megan y Meredia estaban apostadas junto a las galletas -la zona de las galletas era una zona de gran vinculación afectiva- y susurraban con disimulo.

No podía ser que estuvieran hablando de las heridas de Megan ni de la vida sexual de Meredia. Hacía falta algo más importante que esos dos temas para que Megan y Meredia hablaran como amigas.

Aquello significaba, sin duda, que estaba pasando algo.

¡Fantástico! Me animé un poco más. Me encantaba un poco de emoción. A lo mejor habían despedido al señor Simmonds. O su esposa lo había abandonado. Esperaba que se tratara de algo de esa categoría.

Eché un rápido vistazo a la oficina. ¿Dónde estaba la responsable Hetty?

- ¡Lucy! -exclamó Meredia con espectacularidad, como era su costumbre-. Gracias a Dios que has llegado. Tenemos que contarte una cosa.

- ¿Qué pasa? -pregunté, intrigada-. ¿Tuviste suerte con Shane?

Una sombra oscureció brevemente el rostro de Meredia.

- Bueno, eso ya te lo contaré después -dijo-. No, lo que tenemos que contarte tiene que ver con la oficina.

- ¿En serio? -dije emocionada-. Ya me ha parecido que debía de pasar algo. Me he cruzado con Veneno Simmonds en recepción y…

- Creo que será mejor que te sientes, Lucy -me interrumpió Megan.

- ¿Qué pasa? -pregunté, muerta de curiosidad.

- Ha pasado algo -declaró Meredia con un teatral susurro, con ánimo de crear una atmósfera adecuada-. Algo que debes saber.

- En ese caso, ¿por qué no me lo cuentas de una vez?

- Se trata de Hetty -dijo Megan con solemnidad, hablando con el lado ileso de la boca.

- ¿Hetty? -repetí, incrédula-. Pero ¿qué tiene que ver Hetty con Veneno Simmonds? ¿O conmigo? No me digáis que tiene una aventura con él.

- No, nada de eso -dijo Meredia, estremeciéndose-. No; es una cosa buena. Pero Hetty se ha tomado un par de días libres porque le ha pasado una cosa.

- ¿Me vais a decir de una vez qué es lo que ha pasado? -dije quejumbrosamente-. ¿O tendré que permanecer el día entero aquí sentada?

- ¡Ay! Ten un poco de paciencia -dijo Meredia, incomodada.

- Cuéntaselo -dijo Megan con su boca de gángster.

- ¿Qué es lo que tiene que contarme? -pregunté. Era lo que se esperaba que preguntara.

- Hetty… -dijo Meredia, e hizo una pausa para crear suspense. Me sacaba de quicio, de verdad-. Hetty… -volvió a decir Meredia. Y otra pausa.

Contuve las ganas de gritar.

- Hetty ha conocido al gran amor de su vida -declaró por fin Meredia.

A continuación hubo un silencio. No se oía ni una mosca.

- ¿En serio? -pregunté pasados unos instantes, con voz ronca.

- Lo que oyes -dijo Meredia con una sonrisa tonta.

Miré a Megan en busca de un poco de cordura y normalidad. Pero Megan asintió con la cabeza con la misma sonrisa tonta.

- Ha conocido al gran amor de su vida, ha abandonado a Dick y piensa irse a vivir con Roger inmediatamente.

- Y Veneno Simmonds está destrozado -añadió Megan riendo a carcajadas, dándose palmadas en el delgado y firme muslo.

- No digas barbaridades -dije, distraída-. Ése no tiene sentimientos.

Megan y Meredia siguieron riéndose, pero yo no estaba con ánimos para unirme a ellas.

- Debe de estar colado por Hetty -comentó Megan-. Qué horror, pobre Hetty. ¡Imagínate! Debía de ir empalmado todo el día.

- ¿Cállate, Megan! -supliqué-. Voy a vomitar.

- Yo también -terció Meredia.

- A ver si lo entiendo -dije a continuación-. ¿El otro se llama Roger?

- Sí -confirmó Megan.

- Pero si Hetty no hace estas cosas -dije.

Estaba disgustada y aturdida. Es que Hetty no hacía aquellas cosas. Bueno, al menos antes no las hacía. Nada encajaba. Hetty era una mujer formal, constante, responsable y fiel. Una mujer como Dios manda. No era de esas que un buen día conocen al gran amor de su vida y abandonan a su marido. Ella no era así.

Estaba tan disgustada y desorientada como si la tierra se hubiera puesto a girar en otro sentido y el sol hubiera salido por el oeste en lugar de por el este, o como si se me hubiera caído una tostada al suelo y hubiera quedado con el lado de la mantequilla hacia arriba.

La noticia de que Hetty había abandonado a Dick contradecía todas mis convicciones, y los cimientos de mi universo empezaron a sacudirse.

- ¿No te alegras por ella? -me preguntó Meredia.

- ¿Quién es él? -pregunté-. ¿Quién es ese tipo?

- Eso es lo mejor de todo -dijo Meredia, encantada.

- Sí, no te lo pierdas -añadió Megan, que también estaba encantada.

- El gran amor de su vida no es otro que el hermano de Dick -declaró Meredia haciendo una floritura.

- ¿El hermano de Dick? -susurré. Aquello cada vez sonaba más extraño-. Y ¿qué ha pasado? ¿Lo conocía desde hace años y de repente se ha dado cuenta de que está enamorada de él?

- No, no, no -dijo Meredia, sonriéndome como si yo fuera una niña traviesa-. Es mucho más romántico. Hetty lo conoció hace tres días; se vieron y voila, un coup de foudre, l'amour, je t'adore… mmmm… la plume de ma tante… -Se quedó sin frases en francés para describir el enamoramiento de Hetty.

- ¿Cómo que no lo conocía? -pregunté-. Si lleva años casada. -Una idea pasó por mi mente, y, alarmada, dije-: Oh, no. No puede ser.

- ¿Qué? -dijeron Megan y Meredia al unísono.

- No me digáis que es el hermano pequeño de Dick y que llevaba veinte años en el extranjero, en Kenia o Birmania o un sitio así y que ahora ha vuelto con un bronceado espectacular, melena rubia y un traje de lino blanco, y que está sentado en una silla de ratán y bebiendo ginebra y contemplando a Hetty con una mirada perezosa y sugerente. ¡No puede ser! ¡Es un tópico exagerado!

- Francamente, Lucy -me reprendió Meredia-, tienes una imaginación febril. No, no es nada de eso.

- No le habrá regalado una pulsera de marfil, ¿no? -pregunté.

- Si se la ha regalado, ella no lo ha mencionado -contestó Meredia, titubeante.

- ¡Uf! -Suspiré con alivio-. Menos mal.

- Se trata del hermano mayor de Dick -aclaró Megan.

- Menos mal -repetí-. Eso ya contradice el estereotipo.

- Y Hetty no lo conocía porque Dick y Roger llevaban años sin hablarse -continuó Meredia-. Pero ahora son íntimos amigos. Aunque ahora no sé qué va a pasar…

Me quedé mirándolas, contemplando sus felices y emocionados rostros.

- ¿Qué te pasa, vaca miserable? -me preguntó Megan.

- No lo sé. Esto no acaba de encajar.

- Claro que encaja -dijo Meredia-. La adivina le dijo que conocería al gran amor de su vida. ¡Y ya lo ha conocido!

- Pero no puede ser protesté, exasperada-. Hetty y Dick tienen algún problema. Eso quedó claro cuando salimos de casa de la señora Nolan.

Meredia y Megan permanecieron calladas y resentidas.

- Pero en lugar de hacer algo para solucionarlo, ella va y se traga la disparatada historia de una charlatana…

- La señora Nolan no es ninguna charlatana -me interrumpió Meredia, furiosa-. Yo no vi que cambiara de color.

- Eso es un camaleón, no un charlatán -la corregí, exasperada-. Le dicen que conocerá al gran amor de su vida, así que ella se lanza hacia el primer hombre que conoce, un hombre que ni siquiera tiene la decencia de llevar un traje de lino ni de sentarse en una silla de ratán, y sin pensar siquiera en las consecuencias de sus actos, coge y se larga con él.

»De hecho -añadí-, creo que Hetty estaba coqueteando con Veneno Simmonds. Mirad si se sentía desgraciada.

Hice una pausa por si alguna de mis compañeras quería vomitar. Estaban ambas pálidas y, cubiertas de un sudor frío.

- No fue mala idea ir a que nos echaran las cartas, pero tampoco teníamos que tomárnoslo tan en serio. Lo hicimos sólo para pasar un buen rato. No buscábamos una solución para nuestros problemas reales.

Megan y Meredia estaban calladas.

- ¿No lo veis? -dije, pero ellas me esquivaban la mirada-. Eso no es lo que le conviene a Hetty.

- ¿Y tú cómo lo sabes? -preguntó Meredia-. ¿Por qué no tienes fe en nada? ¿Por qué no crees en la señora Nolan?

- Porque Hetty tiene problemas reales en su matrimonio -contesté-. Y esos problemas no los va a solucionar creyéndose que ha conocido al gran amor de su vida. Eso es puro escapismo.

- Lo que te pasa es que tienes miedo -me espetó Megan, exaltada.

Con aquellos cardenales y el vendaje parecía un personaje sacado de alguna película.

- ¿De qué? pregunté, sorprendida.

- Te da miedo admitir que las predicciones que la señora Nolan nos hizo a Meredia y Hetty y a mí se han cumplido, porque tendrás que admitir que tu predicción también se cumplirá.

- Megan -dije, desesperada-. ¿Qué te pasa? Pensaba que tú eras la más sensata de todas. La voz de la razón.

Meredia se enfureció, lo cual me sorprendió, porque yo creía que ya estaba al límite.

- Mira, Megan -proseguí-. En realidad tú no te crees este cuento de las predicciones. ¿A que no?

- Los hechos hablan por sí solos -me respondió Megan con altivez.

- Eso -añadió Meredia, mucho más valiente ahora que tenía a Megan de su lado. Hasta se atrevió a hacer una mueca de desprecio-. Eso. Los hechos hablan por sí solos. ¡Será mejor que te mentalices! ¡Te vas a casar!

- No quiero oír más tonterías -dije sin perder la calma-. No quiero pelearme con vosotras por esto, pero por lo que a mí respecta, este tema está zanjado.

Megan y Meredia se miraron con una extraña expresión (¿de preocupación?, ¿de culpa?) que decidí ignorar.

Me senté a mi mesa, encendí el ordenador, reprimí un intenso deseo de colgarme que se apoderó de mí momentáneamente, y me puse a trabajar.

Al cabo de un rato vi que Megan y Meredia todavía no habían empezado a trabajar. Aquello no tenía nada de extraño, sobre todo teniendo en cuenta que el señor Simmonds todavía no había regresado; pero en lugar de hacer llamadas personales a Australia u hojear un Marie Claire o comerse el almuerzo (era lo que hacía Meredia casi todos los días hacia las diez y media), permanecían allí sentadas mirándome.

Dejé de teclear y levanté la cabeza.

- ¿Qué pasa? -pregunté-. ¿Por qué estáis tan raras?

- Díselo -le murmuró Meredia a Megan.

- No, no -dijo Megan con una risita-. No. Ha sido idea tuya, o sea que se lo dices tú.

- ¡No seas cerda! -exclamó Meredia-. No ha sido idea mía. Ha sido idea tuya.

- ¡Y una mierda! -gritó Megan-. Tú has sido la que ha empezado…

Mi teléfono sonó, interrumpiendo aquel intercambio de palabras. Me las ingenié para descolgar el auricular sin quitarles los ojos de encima a mis compañeras, que discutían acaloradamente. No me gustaba perderme una buena pelea, y Meredia y Megan eran buenísimas peleando. Era curioso comprobar lo poco que había durado su cordialidad.

- ¿Diga?

- ¡Lucy! -dijo una voz.

Cielos. Era Karen, mi compañera de piso. Parecía enfadada. Seguro que me había olvidado de dejar un talón para pagar el gas, el teléfono o algo.

- ¡Hola, Karen! -dije rápidamente, intentando disimular mi nerviosismo-. Ay, perdona, me he olvidado de dejar el talón para el teléfono. ¿O era para el gas? Anoche, cuando llegué a casa…

- ¿Es verdad, Lucy? -me interrumpió Karen.

- Claro que es verdad -respondí, indignada-. Era más de medianoche y…

- No, no, no -me atajó Karen, impaciente-. Me refiero a la boda.

Tuve la impresión de que la habitación se inclinaba ligeramente.

- ¿Cómo dices? -pregunté con un hilo de voz-. ¿Quién demonios te ha dicho eso?

- La chica de la centralita -dijo Karen-. Y permíteme que te diga que no me ha gustado nada tener que enterarme por ella. ¿Cuándo pensabas contárnoslo a Charlotte y a mí? Creía que éramos tus mejores amigas. Ahora tendremos que poner un anuncio para buscar alguien con quien compartir el piso, y nosotras tres nos llevamos tan bien, y qué pasará si nos cae alguien horrible que no bebe y que no conoce a hombres guapos. Sin ti nada será igual, y…

Karen siguió lamentándose un buen rato.

Megan y Meredia se habían quedado muy calladas. Estaban ambas sentadas muy erguidas, y sus rostros denotaban culpa y miedo.

¿Aquella expresión de culpabilidad? ¿Karen hablándome de mi boda? ¿La insistencia de Megan y Meredia de que la predicción de Hetty se había cumplido? La señora Nolan prediciendo que me iba a casar.

Aquella expresión de culpabilidad.