45

Habían pasado dos semanas, y Gus seguía sin llamarme.

Cada mañana pensaba que ya lo había superado, y cada noche, cuando me acostaba, me daba cuenta de que me había pasado todo el día en vilo, con la esperanza de tener alguna noticia de Gus.

Descubrí que me había convertido en un engorro.

Al permitir que Gus me abandonara, yo había alterado el delicado equilibrio tripartito que antes existía entre mis compañeras de piso y yo. Cuando las tres teníamos novio, las cosas funcionaban muy bien. Si una pareja quería disfrutar del salón, por el motivo que fuera, lo único que tenían que hacer las otras dos parejas era retirarse a sus respectivos dormitorios y distraerse como pudieran.

Pero ahora que me había quedado sola, la pareja que quería el salón se sentía culpable si me desterraba a las privaciones sensoriales de mi dormitorio, y entonces se enfadaba conmigo, porque el enfado es más agradable que el sentimiento de culpa. Los demás consideraban que si Gus me había abandonado era por culpa mía, como consecuencia de mi comportamiento descuidado y chapucero.

Charlotte decidió que ya iba siendo hora de que me echara otro novio. Sentía un infantil deseo de ayudarme, y otro deseo no tan infantil de hacerme desaparecer del piso de vez en cuando para que Simon y ella pudieran jugar a médicos y enfermeras o a lo que fuera.

- Deberías olvidarte de Gus y buscarte otro novio -me dijo una noche que nos habíamos quedado solas, con intención de animarme.

- Eso es cuestión de tiempo -dije.

Desde luego, eso debería de habérmelo dicho ella a mí, y no al revés. Me quedé un poco desconcertada.

- Pero si no sales de casa, nunca conocerás a nadie -repuso Charlotte.

Sí, claro, y si yo no salía de casa ella no podría follar con Simon en el suelo del salón. Pero eso tuvo la delicadeza de no comentarlo.

- Pero si ya salgo -dije-. El sábado por la noche fui a una fiesta.

- Podríamos poner un anuncio en el periódico -propuso Charlotte.

- ¿Qué clase de anuncio?

- En la sección de contactos.

- ¡No! -Aquella posibilidad me horrorizaba-. Puede que esté mal, de acuerdo, estoy mal, pero espero no caer nunca tan bajo.

- No, Lucy -aclaró Charlotte-. No lo entiendes. Hay mucha gente que lo hace. Hay mucha gente normal que conoce a gente a través de las páginas de anuncios de los periódicos.

- Estás loca -dije-. No pienso entrar en ese mundo nebuloso de los bares para solteros, lavanderías para solteros, hombres que por teléfono te dicen que se parecen a Keanu Reeves y que cuando los ves resulta que se parecen más a Van Morrison pero sin su buen gusto para vestirse; hombres que dicen que quieren una relación amorosa igualitaria pero que en realidad quieren matarte a golpes y después dibujarte estrellas con el cuchillo del pan por todo el cuerpo. Ni hablar. De eso nada.

Charlotte lo encontró muy divertido.

- Te equivocas -dijo secándose las lágrimas-. Eso ya no es así. Antes sí que era muy sórdido…

- ¿Tú lo harías? -le pregunté.

- Bueno, no sé. Verás, yo ya tengo novio…

- Mira, no es sólo la sordidez del tema lo que me molesta -la interrumpí-, sino el hecho de que me cuelguen la etiqueta de «desgraciada solitaria». ¿No lo entiendes, Charlotte? Si me meto en ese mundillo estaré cavando mi propia tumba. Perderé la esperanza y la poca autoestima que me queda.

- No seas tonta -dijo Charlotte; se incorporó y cogió un bolígrafo y una hoja de papel que resultó ser el menú del restaurante chino.

- Venga -dijo, muy animada-. Vamos a redactar tu perfil, y ya verás cómo te contestarán un montón de chicos encantadores con los que te lo pasarás en grande.

- ¡No!

- Sí -insistió Charlotte-. A ver, ¿cómo podríamos describirte? Hummm… ¿Qué te parece «bajita? No, «bajita» no.

- «Bajita» no, desde luego -coincidí-. Suena como si fuera una enana.

- Ya no puedes decir «enana»

- Pues «verticalmente superada».

- ¿Qué significa eso?

- Enana.

- Y ¿por qué no lo dices así?

- Pero si…

- Vale, ¿qué me dices de «pequeñita»?

- No; suena fatal. Como si no supiera ni cambiar un enchufe.

- Tú no sabes cambiar un enchufe.

- ¿Y qué? Eso es asunto mío. No hace falta que se entere todo el mundo.

- Ya. Podría pedirle a Simon que redacte el anuncio. Él trabaja en publicidad.

- Pero si Simon es diseñador gráfico, Charlotte.

Ella me miró con extrañeza.

- ¿Qué quieres decir?

- Pues que lo que él hace son las ilustraciones para los anuncios, no los textos.

- O sea que eso es lo que hace un diseñador gráfico -dijo, como si acabara de enterarse de que la Tierra es redonda.

A veces Charlotte me daba escalofríos. No me habría gustado vivir en su cabeza; debía de ser un lugar oscuro, solitario y espeluznante. Podías recorrer kilómetros y kilómetros sin cruzarte con un solo pensamiento inteligente.

- ¡Ya lo tengo! ¿Qué te parece «Venus de bolsillo»? -Charlotte estaba maravillada de su capacidad creativa.

- ¡No!

- ¿Por qué no? Queda muy bien.

- ¡Porque no soy ninguna Venus de bolsillo!

- ¿Y qué? Eso ellos no lo saben, y cuando te conozcan y vean lo simpática que eres…

- No, Charlotte, eso no es justo. Además, alguien podría molestarse y exigir que le devolvieran el dinero.

- Ostras -dijo Charlotte, consternada-. Tienes razón.

- Olvídalo, por favor -supliqué.

- Bueno, podemos leer los anuncios que salen en este Time Out y ver si hay alguien que nos guste.

- ¡No! -grité.

- Mira, aquí hay uno que no está nada mal. Alto, atlético, hirsuto… oh, Dios mío…

- Qué asco -dije-. No es mi tipo.

- Mejor -dijo Charlotte-, porque es homosexual. Qué lástima. Empezaba a gustarme incluso para mí. En fin, sigamos.

Charlotte siguió leyendo anuncios. De vez en cuando me hacía alguna pregunta.

- ¿Qué quiere decir que tienen SH?

- Que tienen sentido del humor.

- Entonces, ¿qué será GSH?

- Gran sentido del humor, supongo.

- Ah, pues está muy bien.

- No, Charlotte, no está nada bien -dije con fastidio-. Lo único que significa es que se creen muy graciosos y que se ríen de sus propios chistes.

- ¿Qué significa BD?

- Bien dotado.

- ¡No!

- Sí.

- ¡Dios mío! Eso es ser un poco fantasma, ¿no? Le quita las ganas a cualquiera.

- Depende. A mí me quita todas las ganas, desde luego. Pero habrá a quien le guste.

- ¿Te interesa revolcarte con un matrimonio en Hampstead entre semana?

- ¡Charlotte! -exclamé, indignada-. ¿Cómo te atreves a proponerme una cosa así? Sabes perfectamente que entre semana no tengo tiempo -añadí malhumoradamente, y las dos nos reímos a carcajadas.

- ¿Qué me dices de éste? «Hombre cariñoso y afectuoso con un gran corazón lleno de amor.»

- ¡Ni hablar! Suena a perdedor total. Es como una versión masculina de mí misma.

- Sí, demasiado blando -asintió Charlotte-. ¿Y «tío cachas, viril y exigente busca mujer con clase, atlética y vivaracha para tener aventuras»?

- ¿Vivaracha? -dije, horrorizada-. ¿Atlética? ¿Aventuras? Qué repugnante. ¿No podría ser un poco más manifiesto sobre lo que espera de una relación? ¡Madre mía!

Aquello era terriblemente deprimente, sórdido, triste. Por muchos años que viviera, jamás saldría con un hombre al que hubiera conocido en la sección de anuncios personales.

- Estás preciosa -dijo Charlotte mientras me arreglaba el cuello.

- ¿Crees que así voy a sentirme mejor? -le pregunté.

- Estoy segura de que te lo vas a pasar fenomenal -repuso ella, vacilante.

- Pues yo sé positivamente que me lo voy a pasar fatal.

- Sé optimista.

- ¡Que sea optimista! Oye, ¿por qué no vas tú?

- Yo no tengo necesidad. Ya tengo novio.

- No hace falta que me lo refriegues por las narices.

- A lo mejor te gusta -insistió Charlotte.

- No me gustará.

- Lo digo en serio.

- No puedo creer que me estés haciendo esto, Charlotte -dije. Todavía estaba atónita.

Era verdad: no podía creerlo. Charlotte me había traicionado. La foca me había preparado una cita con un tipo que había encontrado en la sección de anuncios personales. Sin consultármelo siquiera, me había concertado una cita con un norteamericano. Y cuando me enteré, me ofendí muchísimo.

Pero mi reacción no fue tan exagerada como la de Karen. Cuando se enteró de lo de mi cita a ciegas, como Charlotte se empeñaba en llamarla, Karen se echó a reír hasta que le saltaron las lágrimas. Consiguió parar de reír el tiempo suficiente para llamar a Daniel y contárselo todo, y después siguió riendo a carcajadas durante veinte minutos más.

- Madre mía, sí que estás desesperada -dijo después de colgar el teléfono, mientras se secaba las lágrimas.

- No ha sido idea mía -me defendí-. Y no pienso ir.

- Tienes que ir -dijo Charlotte-. No puedes darle plantón a ese chico.

- Además de ser tonta, estás como un cencerro -dije.

Charlotte me miró, y sus grandes y azules ojos se llenaron de lágrimas.

- Perdona, Charlotte -me disculpé-. No eres tonta.

Pocos días atrás, Simon le había llamado tonta, y su jefe le llamaba tonta con cierta frecuencia; de ahí que a Charlotte le afectara un poco aquella acusación.

- Pero ahora en serio, Charlotte -dije con firmeza-, no pienso salir con ese tipo. No me importa que parezca simpatiquísimo y normalísimo.

- Yo sólo quería ayudar -dijo Charlotte tratando de no llorar-. Pensé que te iría bien conocer a un hombre agradable.

- Ya lo sé. -La abracé, sintiéndome un poco culpable-. Ya lo sé, Charlotte.

- No te enfades conmigo, Lucy, por favor -añadió entre sollozos.

- No me enfado. Va, Charlotte, no llores.

Yo no soportaba ver llorar a los demás -mi madre era la única excepción-, pero me prometí que, pasara lo que pasase, por mucho que Charlotte llorara, no iba a ceder, y no iba a salir con aquel tal Chuck.

Acabé cediendo, y accedí a salir con el tal Chuck. No sabría decir cómo ni por qué accedí a hacerlo, pero el caso es que accedí.

Con todo, me quejé amargamente para conservar algún resto de amor propio.

- Seguro que es repugnante -le dije a Charlotte mientras acababa de arreglarme-. ¿Estoy bien?

- Ya te lo he dicho: estás preciosa. ¿Verdad, Si?

- ¿Qué? Ah, sí. Preciosa -dijo Simon efusivamente. Estaba deseando que me largara, para poder pegar un polvo con Charlotte.

- Quizá te lleves una sorpresa, Lucy -insistió Charlotte.

- Será repugnante -insistí yo.

- Nunca se sabe -dijo Charlotte misteriosamente, y me señaló con el dedo índice-. Podría ser él.

Y por mucho que me fastidiara, tuve que darle la razón, o al menos confiar en que Charlotte tuviera razón. Era verdad: aquel tipo podía ser agradable, podía ser la excepción que confirma la regla, podía no ser un traumatizado horrorosamente feo, reprimido y con instintos asesinos.

La esperanza, esa criatura alocada y caprichosa, ese hijo pródigo emocional, había aceptado un papel en mi vida como estrella invitada. Pese a todas las veces que la esperanza me había decepcionado en el pasado, ahora había decidido darle una oportunidad más.

¿Aprenderé algún día? ¿Seré adicta a las decepciones?, me pregunté.

Y entonces sentí una oleada de emoción. ¿Y si era maravilloso? ¿Y si era como Gus, pero más normal, no tan chiflado, y sin aquella postura tan minimalista respecto al uso del teléfono? Sería fantástico, ¿no? Y si me gustaba y todo salía bien, quizá todavía pudieran cumplirse las predicciones de la señora Nolan. Tendría seis meses para viajar a América a conocer a su familia y organizar la boda.