4
Cuanto puedo recordar de esa época es que los huesos me dolían más que nunca. Hasta las manos y los pies me dolían. Estaba taciturna y adusta, como un Joey en mujer pero sin su estúpida indumentaria rockera. Retiré todas las fotos de Aidan -las de las paredes, las del televisor e incluso la de mi cartera- y las desterré a la polvorienta Siberia de debajo de la cama. No quería nada que me recordara a él.
La única persona con quien me apetecía estar era Jacqui, que no podía parar de llorar.
- Son las hormonas -decía constantemente entre un ataque de llanto y otro-. No es por Joey. No tengo ningún problema con él. Son las hormonas.
Cuando no estaba con Jacqui salía de compras y gastaba de forma desenfrenada. Acababa de cobrar y me lo gasté todo, incluido el dinero del alquiler. Me daba igual. Desembolsé una fortuna en dos trajes gris marengo, unos zapatos de salón negros, unas medias y un bolso de Chloe. Una auténtica fortuna. Cada vez que compraba algo pensaba en los dos mil quinientos dólares que había pagado a Neris Hemming y se me escapaba una mueca de dolor. Debería asediarla, intentar recuperar mi dinero -aunque seguro que la letra pequeña decía que no podía-, pero no quería saber nada más de ella. Quería olvidarme de que la había conocido y me negaba en redondo a que me dieran hora para otro día. Sabía que era un fraude. ¿Hablar con los muertos? Venga ya.
Por las noches -supongo que por masoquismo-, me dedicaba a ver béisbol por la tele. Estaban en plena World Series: los Red Sox contra los St. Louis Cardinals. Los Red Sox no ganaban desde 1919 -desde la maldición de Babe Ruth- pero yo tenía la certeza de que este año terminaría su mala racha. Ganarían porque ese gilipollas había sido lo bastante idiota como para palmarla y perdérselo.
Los entendidos, los periódicos y los seguidores de los Red Sox vivían en un estado de permanente ansiedad. Estaban muy cerca del triunfo, pero ¿y si no ganaban?
Yo no dudé en ningún momento de que ganarían y tal como había pronosticado ganaron. Fui la única persona en el mundo que no se sorprendió.
El alborozo de los aficionados era indescriptible. Quienes habían conservado la fe durante estas áridas décadas habían sido finalmente recompensados. Vi llorar a hombres hechos y derechos y yo lloré con ellos. Pero esta, decidí, sería la última vez que lloraría.
- Estúpido hijo de puta -le dije-, si no hubieras muerto habrías podido verlo.
Y esta, decidí, sería la última vez que hablaría con Aidan.