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Franklin se inclinó sobre mi mesa, lanzó una mirada furtiva a Lauryn y dijo:
- Anna, Devereaux nos ha confirmado finalmente la fecha para presentar la propuesta de Fórmula Doce.
Esbozó una sonrisa radiante y yo, presa de un repentino escalofrío en la columna, supe lo que se avecinaba. Antes de que Franklin hablara ya sabía qué iba a decir.
- El miércoles de la semana que viene, 6 de octubre, a las nueve de la mañana.
Dolorosas descargas eléctricas se adueñaron de mis piernas. El miércoles, seis de octubre, era la mañana de mi charla con Neris Hemming. Esto parecía una broma cósmica.
No podría estar en la presentación. Tenía que decírselo, pero no me atrevía. Dilo, venga, dilo.
- Lo siento, Franklin. -La voz me temblaba-. No podré estar en la presentación, tengo una cita.
Dos astillas de hielo sustituyeron a sus ojos. ¿Qué cita podía ser más importante que esto?
- Con el médico.
- Pues la cambias -espetó Franklin, dando el asunto por zanjado.
Me aclaré la garganta.
- Es una urgencia.
Frunció el entrecejo, casi con curiosidad. Primero se le muere el marido y ahora necesita atención médica urgente. ¿Hasta cuándo le durará la mala suerte a esta perdedora?
- Te necesitamos en la presentación -dijo Franklin.
- Puedo llegar a las nueve y media.
- Te necesitamos en la presentación -repitió Franklin.
- Puede que a las nueve y cuarto si el tráfico es fluido. -Ni de casualidad.
- Creo que no me escuchas. Te necesitamos en la presentación. -Dicho esto, Franklin giró sobre sus talones y se alejó.
No podía concentrarme en el trabajo, de modo que, temblando, consulté mi correo electrónico para ver si había algo agradable. Helen había recibido una amenaza de muerte.
Para: Ayudantedemago1@yahoo.com
De: Estrelladelasuerte_DP@yahoo.ie
Asunto: Amenaza de muerte
Dios, la de cosas que han pasado. Esta mañana Colin vino a mi despacho y me llevó ante Harry Fear para que le diera fotos de Detta y Racey acurrucados en el sofá bebiendo té y comiendo galletas de lujo.
De repente, ¡bang! ¡Un disparo! Todavía me vibra tímpano. Cristal de ventana se desplomó sobre mi mesa, vidrios por todas partes. ¡Alguien había intentado dispararme! ¡Tendrá valor!
Colin gritó: Agáchate. Y salió corriendo a ver qué pasaba. Pero yo ya podía oír chirrido de neumáticos alejándose y regresó enseguida.
Él: Han huido. Parecían muchachos de Racey.
Se arrodilló en suelo, sobre cristales rotos, me abrazó y dijo: «No pasa nada, nena».
Yo (soltándome, muerta de vergüenza): ¿Qué carajo haces?
Él: Consolarte.
Yo: Aparta. No me gustan esas cosas. No me gustan nada. No necesito consuelo.
Él: ¿Ni una taza de té?
Yo: No. Nada.
¡Por Dios!
A través de hueco donde antes había ventana vi delegación de madres enfadadas, con mallas y anoraks y nube de humo de cigarrillos grande como este planeta, bajando de sus pisos. Aquí noticias vuelan.
Madre líder, de nombre Josetta, dijo: Eh, Helen, este es un barrio respetable.
Yo: No, no lo es.
Ella: Vale, no lo es. ¿Pero disparos a las diez y media de la mañana? Intolerable.
Yo: Lo siento. La próxima vez que alguien intente matarme le pediré que espere hasta la hora de comer.
Ella: Hazlo. Buena chica.
Se marcharon.
Yo: Caray, acaban de atentar contra mi vida.
Él: Qué va, solo ha sido un aviso.
Yo: Eso significa que la próxima vez me matarán.
Él: No funciona así. Harán algo, como por ejemplo cargarse a tu perro. Existe un estricto protocolo que deben seguir.
Yo: Pero yo no tengo perro. Detesto los seres vivos.
Él: Entonces puede que te quemen el coche. Te gusta tu coche, ¿verdad?
Yo (asintiendo): Eso significa que aún tardarán un tiempo en intentar matarme de verdad.
Él: Ajá, tienes un montón de tiempo.
Este asunto había ido demasiado lejos. Escribí una respuesta a Helen.
Para: Estrelladelasuerte_DP@yahoo.ie
De: Ayudantedemago1@yahoo.com
Asunto: Amenaza de muerte
Helen, esto ya no tiene ninguna gracia. Si alguien intentó dispararte de verdad -y ni siquiera a ti te imagino mintiendo sobre algo tan serio- tienes que poner fin a este asunto. ¡Ya!
Anna
Lo envié con dedos temblorosos. Luego escribí a la gente de Neris Hemming para ver si podían trasladar mi entrevista al día siguiente. O al mismo día pero más temprano. O más tarde. A cualquier hora menos las 8.30 del 6 de octubre. Pero no lo conseguí. Una rauda respuesta me comunicó que si perdía esta oportunidad tendría que volver al final de la cola y esperar las diez o doce semanas de rigor para conseguir otra cita.
No podía esperar otras doce semanas, sencillamente no podía. Estaba deseando hablar con Aidan y ya había esperado suficiente, había sido muy paciente.
Por otro lado, si no acudía a la presentación me despedirían, de eso estaba segura. Pero siempre podría encontrar otro empleo. O no. Sobre todo si mis posibles empleadores se enteraban del motivo de mi despido. ¿Me estás diciendo que no apareció en la presentación más importante de toda la historia de la compañía? Y para mí era fundamental trabajar. Lo necesitaba. Me ayudaba a seguir adelante. Me daba una razón para levantarme por las mañanas y mantenía mi mente distraída.
Sin olvidar que me pagaban por trabajar, lo cual era esencial, porque estaba endeudada hasta las cejas. En cuanto tuve noticias de la gente de Neris Hemming, ingresé dos mil quinientos dólares en una cuenta aparte para que al menos ese dinero estuviera en lugar seguro. Por lo demás, me limitaba a efectuar mensualmente los pagos mínimos de las tarjetas. Había conseguido ahuyentar el miedo a no tener ingresos, pero la posibilidad de quedarme en el paro hizo que reapareciera con fuerza. Había leído que el neoyorquino medio se hallaba a solo dos nóminas de la calle. Mientras ganara dinero podría tirar adelante, pero incluso dos semanas sin sueldo podrían llevarme al desastre. Probablemente tendría que dejar el apartamento y puede que hasta regresar a Irlanda. Y no podía hacer tal cosa. Tenía que estar en Nueva York para estar cerca de Aidan. Tenía que acudir a esa presentación.
Entonces la indignación se apoderó de mí. ¿Y si estuviera realmente enferma? ¿Y si padeciera cáncer y tuviera mi primera sesión de quimioterapia la mañana de la presentación con Devereaux? ¿No estaba siendo Franklin un poco inhumano? ¿No había ido demasiado lejos esta política del trabajo duro?
Traté de pensar en otras formas de afrontar el dilema: podía telefonear a Neris con mi móvil desde una cafetería cercana al trabajo y llegar a la oficina poco después de las nueve. De hecho, podía hacer la llamada desde mi mesa. No, no podía. No sería capaz de saborear plenamente mi conversación con Aidan.
Finalmente tomé una decisión, aunque en realidad en ningún momento había tenido la menor duda. Hablaría con Neris y pasaría de la presentación.
Me acerqué a la mesa de Franklin.
- ¿Tienes un momento?
Asintió fríamente.
- Franklin, no puedo estar en la presentación, pero podría sustituirme alguien. Lauryn, por ejemplo.
- Te necesitamos a ti -repuso con exasperación-. Tú eres la que tiene la cicatriz. Lauryn no tiene una cicatriz.
Guardó silencio y tuve la certeza de que estaba preguntándose si podría hacerle una cicatriz a Lauryn. Debió de decidir que, desafortunadamente, no podía, porque me preguntó:
- ¿Qué tienes?
- Es… esto… un asunto ginecológico.
Me pareció conveniente decirle eso porque era hombre. Siempre me había funcionado en otros trabajos decir a un jefe que tenía dolores del mes cuando en realidad quería la tarde libre para ir de compras. Generalmente estaban deseando deshacerse de mí, podías ver el terror escrito en sus caras: «No se te ocurra pronunciar la palabra "menstruación"». Pero Franklin, en lugar de eso, se levantó de un salto, me agarró del brazo y se abrió paso entre las mesas.
- ¿Adónde vamos?
- A ver a mamá.
Mierda, mierda, mierda.
- Dice que no puede hacer la presentación -soltó Franklin en un tono de voz muy alto-. Dice que tiene hora con el médico. Dice que es un asunto ginecológico.
- ¿Ginecológico? -dijo Ariella-. ¿Van a practicarle un aborto? -Me miró echando chispas por sus hombreras azul pastel-. ¿Vas a perderte mi presentación de Fórmula Doce por un sórdido aborto?
- Dios mío, no, no es eso -repuse, aterrada por el embrollo en que me había metido, aterrada por la ira de Ariella, aterrada por mis mentiras, aterrada por lo que había desatado.
Y tenían que ocurrírseme más mentiras. Ya.
- Es… esto… el cuello uterino.
- ¿Cáncer? -Ariella ladeó la cabeza inquisitivamente y se quedó mirándome durante un buen rato-. ¿Tienes cáncer?
El mensaje era claro: si tenía cáncer, permitiría que me perdiera la presentación. Ningún otro motivo valdría. No tuve el valor de responder que sí.
- Precáncer. -Me atraganté, muerta de vergüenza por lo que estaba diciendo.
Jacqui había tenido una situación precancerosa en el cuello uterino un par de años atrás. En aquel momento lloramos todos, convencidos de que moriría, pero tras una operación sumamente sencilla que ni siquiera requirió anestesia local quedó como nueva.
Ariella estaba, de pronto, muy tranquila. Inquietantemente tranquila. Su voz descendió a un susurro ronco.
- Anna, ¿no me he portado bien contigo?
Sentí náuseas.
- Por supuesto que sí, Arie…
Pero ya nada podía pararla. Tendría que escuchar el discurso completo.
- ¿No te he cuidado? ¿No te di cantidad de ropa cuando representábamos a Fabrice amp; Vivien antes de que los muy ingratos se fueran con otros? ¿No te he llenado de maquillaje la cara? ¿Y de comida la boca en los mejores restaurantes de la ciudad? ¿No te conservé el puesto de trabajo cuando tu marido se fue al otro barrio? ¿No te acepté de nuevo pese a tener una cicatriz en la cara que asustaría incluso al doctor De Groot?
Y mientras ella pronunciaba la condenatoria frase final, yo la dije para mis adentros.
«¿Y así es como me lo pagas?»