12

Cuando Rachel llegó el sábado por la mañana, lo primero que mamá le dijo fue:

- Debes parecer radiante, por lo que más quieras. Claire va a venir para pedirte que no te cases.

- ¿Bromeas? -Rachel parecía divertida-. No te creo. A ti también te lo hizo, ¿verdad, Anna? -Consciente de que había metido la pata, dio un brinco, como si alguien le hubiera clavado un atizador en el culo. Se apresuró a cambiar de tema-. ¿Cuán radiante quieres que esté?

Mamá y Helen miraron a Rachel con incertidumbre. El estilo de Rachel era el estilo neoyorquino discreto, pulcro e informal: chaqueta de cachemir, pantalones cortos de lona y zapatillas deportivas súper ligeras, de esas que puedes doblar en ocho partes y guardar en una caja de cerillas.

- Haz algo con tu pelo -le aconsejó Helen. Rachel se quitó obedientemente el pasador que llevaba en la coronilla y una cascada morena cayó por su espalda.

- Caray, señorita Walsh, ahora está usted preciosa -dijo agriamente mamá-. ¡Pero péinalo! ¡Péinalo! Y sonríe mucho.

En realidad Rachel ya estaba radiante. Siempre lo estaba. Había algo en ella, una calma vibrante, que insinuaba de manera casi imperceptible una secreta vena lasciva.

Entonces mamá reparó en el anillo. ¿Cómo era posible que no lo hubiera visto antes?

- Y agita esa cosa cada vez que puedas.

- Vale.

- Y ahora enséñanoslo.

Rachel se quitó el anillo de zafiros y tras un forcejeo entre mamá y Helen, ganó la primera.

- ¡Caray! -exclamó, golpeando el aire con un puño-. Cuánto tiempo llevaba esperando este día.

Examinó el anillo con detenimiento, alzándolo a la luz y entornando los ojos como si fuera una experta en piedras preciosas.

- ¿Cuánto ha costado?

- No es asunto tuyo.

- Vamos, dínoslo -insistió Helen.

- No.

- Debería ser el sueldo de un mes como mínimo -dijo mamá-. Si le ha costado menos es que te ha tomado el pelo. Bien, ha llegado el momento de pedir un deseo. Que empiece Anna.

Mamá me entregó el anillo y Rachel dijo:

- Ya conoces las reglas: gíralo tres veces hacia tu corazón. No puedes pedir ni un hombre ni dinero, pero puedes pedir una suegra rica. -Una vez más, al darse cuenta de lo que había dicho, dio el brinco del atizador en el culo.

- No te preocupes -dije-. No podemos pasarnos la vida esquivando el tema.

- ¿En serio?

Asentí con la cabeza.

- ¿Estás segura?

Asentí de nuevo.

- En ese caso, déjame ver tu bolsa de maquillaje.

Durante un rato, aplastada entre Rachel, Helen y mamá, cubiertas las cuatro de productos de belleza, todo pareció normal.

Entonces empezamos a imitar a Claire.

- El matrimonio es solo una forma de posesión -dijo mamá, poniendo la voz dogmática de Claire.

- No puede evitarlo -recriminó Rachel-. El abandono y la humillación que sufrió la traumatizaron.

- Cierra el pico -espetó Helen-. Estás aguando la broma. ¡Objetos! ¡Eso es lo que somos, objetos!

Incluso yo me sumé.

- Pensaba que casarse era llevar un precioso vestido y ser el centro de atención.

- No se me ocurrió pensar en las implicaciones políticas de género -coreamos todas (incluida Rachel).

Reímos y reímos, y aunque sabía que podía echarme a llorar en cualquier momento, logré seguir riendo.

Cuando terminamos de imitar a Claire, Rachel preguntó:

- ¿De qué podemos hablar ahora?

De repente, mamá dijo:

- Últimamente sueño cosas muy raras.

- ¿Como qué?

- Que soy una chica que domina el kung-fu. Puedo dar esas patadas en que giras el cuerpo y le arrancas la cabeza a veinte tipos de un golpe.

- Es genial. -Me gustaba tener una madre con sueños modernos.

- Me estaba preguntando si debería apuntarme a Tai Bo o a alguna de esas cosas. Helen y yo podríamos ir juntas a clase.

- ¿Qué llevas puesto en el sueño? -preguntó Rachel-. ¿El traje de kung-fu?

- No. -Mamá la miró sorprendida-. Mi falda y mi jersey de siempre.

- Aaah. -Rachel levantó un dedo de entendida-. Tiene mucho sentido. Sientes que eres la guardiana de la familia y que necesitamos protección.

- No. Simplemente me gusta la idea de poder derribar a muchos hombres de una patada.

- Está claro que te encuentras bajo una fuerte presión. Con lo que le ha sucedido a Anna, es comprensible.

- ¡No tiene nada que ver con Anna! Lo que pasa es que quiero ser una superheroína, un ángel de Charlie, una Lara Croft experta en defensa personal. -Mamá parecía al borde de las lágrimas.

Rachel le sonrió muy, muy dulcemente -esa sonrisa dulce que desarma a la gente- y subió a echarse una siesta. Mamá, Helen y yo nos quedamos calladas.

- ¿Sabéis qué? -dijo de repente mamá-. A veces pienso que me gustaba más cuando se drogaba.

¿Hay alguien ahí fuera?
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