25
Desperté el sábado por la mañana con una terrible resaca. Estaba temblorosa, llorosa y tenía horribles dolores. Las punzadas tipo artrítico-reumático eran más intensas que nunca y las descargas eléctricas parecían prender fuego a mis huesos.
También tenía la lengua hinchada por la sed.
Los viejos impulsos nunca mueren. Quise dar un codazo a Aidan y decirle:
- Si te levantas y me traes una Coca-Cola light, siempre seré tu amiga.
A mi cabeza volvieron imágenes de la noche anterior -de una servidora acorralando a la gente y lanzando largos y gangosos monólogos sobre la mortalidad- y me encogí de vergüenza.
Luego la vergüenza se mezcló con el desafío. Le había dicho a Rachel que no llevaba bien lo de estar con gente, se lo había advertido. Sin embargo, la vergüenza ganó; no tenía a nadie que me dijera que la noche anterior no había hecho el numerito, que no había estado tan mal…
Aidan era muy amable conmigo cuando tenía resaca.
- Ojalá estuvieras aquí -dije al vacío-. Te echo mucho de menos. Te echo mucho, mucho, mucho de menos.
Desde su muerte no me había sentido tan sola y el recuerdo de lo que hice el año pasado en estas fechas se me hizo casi insoportable. Tuve un cumpleaños maravilloso.
Aidan me preguntó, con algunas semanas de antelación cómo quería celebrarlo y le dije:
- Fuera de la ciudad. Sorpréndeme. Pero tiene que ser un lugar donde no haya cosméticos. Ni anticuarios.
- ¿No te gustan los anticuarios? -Parecía sorprendido y no sin razón. Le había obligado a pasar dos domingos enteros recorriendo la «ruta de los anticuarios» del norte del estado, que estaba invadida por parejas como nosotros.
- Lo he intentado. -Agaché la cabeza-. Lo he intentado de veras, pero a mí me gustan las cosas modernas y limpias, no esos cachibaches viejos y apestosos, infestados de carcoma. Otra cosa -añadí-, no quiero alejarme demasiado de Nueva York. No soporto las caravanas de los viernes.
- Recibido.
Semanas después, la noche en cuestión, Aidan fue a buscarme al trabajo en una limusina (una normal, no de esas kilométricas, afortunadamente) y se mostró tan misterioso sobre nuestro destino que hasta me vendó los ojos. Rodamos durante un buen rato y pensé que habíamos llegado, al menos, a New Jersey. Entonces me asaltó el terrible temor de que me estuviera llevando a Atlantic City y apreté su brazo.
- Ya casi estamos, cariño.
Pero cuando me quitó la venda todavía estábamos en Nueva York, a unas veinte manzanas de nuestro apartamento para ser exactos. Frente a un moderno hotel del SoHo con un balneario y un restaurante que tenía una lista de espera de tres meses a menos que te hospedaras en el hotel, en cuyo caso te saltabas automáticamente la cola. Yo había realizado el lanzamiento de un producto allí unos cuatros meses atrás y volví a casa maravillada. Siempre había querido hospedarme en ese hotel, pero ¿cómo iba a hacerlo viviendo a cinco minutos de él?
Al bajar del coche casi vomité de la emoción.
- De todos los lugares del mundo, este es exactamente en el que quiero estar ahora -le dije a Aidan.
Hasta ahora no sabía lo mucho que lo deseaba.
- Bien, me alegra oír eso. -Su tono era despreocupado pero parecía que iba a estallar de orgullo.
Cenamos en el fabuloso restaurante y pasamos los dos días siguientes en la cama; salimos únicamente de nuestras sábanas Frette para una rápida incursión en Prada. (Había decidido pasar del balneario, por si intentaban venderme algún producto.) Fue un fin de semana mágico.
«Y ahora míranos.»
Ayer, pese a la borrachera, capté la atmósfera en nuestra mesa. Está tan mal como antes, pensaban todos. Peor, incluso. Qué extraño, después de cinco meses cabría esperar que estuviera un poco mejor…
¿Debería estar mejor después de cinco meses? Leon había mejorado notablemente. Estaba mucho más animado y podía estar conmigo sin echarse a llorar. Pero él tenía a Dana, no lo había perdido todo.
Me vino otra imagen de la noche anterior: Shake y yo hablando de la siguiente prueba eliminatoria del campeonato de guitarra imaginaria.
- Toca -le insté-, toca con todo tu corazón. Toca con cada fibra de tu ser, Shake, porque mañana podrías estar muerto. Puede que esta misma noche.
Él y su pelo habían asentido enérgicamente, pero retrocedió en cuanto mencioné la posible inminencia de su muerte.
Rachel me llevaba de una persona a otra antes de que lograra hundirlas. Sospechaba, con todo, que había generado cierto pánico, porque después de cenar, cuando estábamos en la calle decidiendo adónde ir, los Hombres de Verdad empezaron a dar ebrios puñetazos al aire y a gritar que la noche era joven y que iban a jugar al Scrabble hasta el amanecer. Incluso el comedido Leon tenía la cabeza echada hacia atrás y gritaba al cielo. Estaban todos exaltados, aullando a la luna, agarrando la vida por los huevos.
- Los asusté -dije en voz alta-. Aidan, los asusté. -Y de repente lo encontré divertido, y reconfortante. Estábamos juntos en esto-. Los asustamos.
Desconocía qué hicieron después: no me quedé allí para verlo. Con los brazos llenos de velas aromáticas -todos, sin excepción, me habían regalado una vela aromática como obsequio de cumpleaños- me retiré muy discretamente, agradecida de ahorrarme la escena de «La viuda se marcha temprano».
Era demasiado pronto para llamar a la gente y averiguar qué me había perdido, así que volví a conciliar el sueño -muy raro en mí, debería probar a tener resaca más a menudo- y cuando desperté me sentía mejor. Encendí el ordenador. Un correo de mamá.
Para: Ayudantedemago1@yahoo.com
De: Loswalsh@eircom.net
Asunto: ¡Felicidades!
Querida Anna, espero que estés bien y disfrutando de la «celebración» de tu cumpleaños. Recuerdo este día hace treinta y tres años. Otra niña, dijimos. Ojalá estuvieras aquí. Comimos tarta en tu honor. Un Victoria Sándwich de chocolate. La compré en una feria de la iglesia protestante y, aunque no me gusta fomentar esas cosas, debo reconocer que tienen buena mano para las tartas.
Tu madre que te quiere.
Mamá
PD: Si ves a Rachel, te importaría decirle que ninguna de mis hermanas ha oído hablar de la arveja dulce.
PPD: ¿Es verdad que a Joey le gusta Jacqui? Un pajarito (Luke) me ha contado que hubo tomate en tu cumpleaños. ¿Es cierto que Joey le robó a Jacqui la letra «A» del Scrabble y se la metió en el pantalón y le dijo que si la quería, que la buscara? No sé si Luke me estaba tomando el pelo o no.
PPPD: ¿Se la metió dentro del pantalón o del calzoncillo? Porque si fue dentro del calzoncillo, espero que luego la lavara. Aquello es un nido de gérmenes. Nunca sabes qué puedes pillar. Sobre todo tratándose de Joey, un hombre tan «activo».
«Dios mío, Aidan, ¿qué nos perdimos?»
Miré la pantalla durante un rato y telefoneé a Rachel.
- Mamá me ha enviado un correo.
- ¿Ah, sí? Si es por lo de la arveja dulce…
- No, es por lo de Joey y…
- Se pasó un montón. Estuvo toda la noche escribiendo palabras como «sexo» y «caliente» en el tablero y mirando intencionadamente a Jacqui. ¿Desde cuándo le gusta?
- No lo sé. No tengo ni idea. Todo esto es muy raro. Mamá dice que Joey se metió una A de Jacqui en los pantalones.
- No es cierto.
- ¿Entonces por qué…?
- Fue una J, que vale ocho puntos.
- ¿Y qué pasó después?
- Joey le dijo que si quería recuperarla, ya sabía lo que tenía que hacer, así que Jacqui se arremangó la blusa, metió la mano, buscó y la encontró.
Para: Loswalsh@eircom.net
De: Ayudantedemago1@yahoo.com
Asunto: ¿Scrabble en los pantalones?
No, Joey no robó a Jacqui la A del Scrabble y se la metió en los pantalones y le dijo que si quería recuperarla, ya sabía dónde encontrarla. Le robó la J y se la metió en los pantalones y le dijo que si quería recuperarla, ya sabía dónde encontrarla.
Un abrazo.
Anna
PD: En realidad se la guardó dentro de los calzoncillos, no de los pantalones.
PPD: Jacqui recuperó la letra.
PPPD: Ignoro si la lavó.
Para: Ayudantedemago1@yahoo.com
De: Loswalsh@eircom.net
Asunto: ¿Scrabble en los pantalones?
Tu padre está disgustado. Leyó por error tu último correo pensando que era para él (aunque nunca le escribe nadie). Dice que no podrá volver a mirar a Jacqui a la cara. Está muy raro, con este tiempo y el asunto del perro.
Tu madre que te quiere.
Mamá
PD: ¿De modo que hurgó y la recuperó? Jacqui es más valiente de lo que parece. Yo también lo habría hecho. En otros tiempos manejaba menudillos de pavo cuando a otras personas les daba asco.
Cogí el teléfono. Tenía que hablar con Jacqui. Esto era increíble. ¿Ella y Joey? Pero saltó el maldito contestador.
- ¿Dónde estás? ¿En la cama con Joey? Espero que no. ¡Llámame!
Dejé el mismo mensaje en su móvil y empecé a dar vueltas, mordisqueándome las uñas para matar el tiempo. Fue entonces cuando hice un descubrimiento: tenía diez uñas que mordisquear. Sin darme cuenta, las dos uñas que me faltaban habían crecido.
A las cinco y cinco de la tarde Jacqui finalmente dio señales de vida.
- ¿Dónde estás? -pregunté.
- En la cama. -Sonaba adormilada y sexy.
- ¿En la cama de quién?
- En la mía.
- ¿Estás sola?
Rió. Luego dijo:
- Sí.
- ¿En serio?
- En serio.
- ¿Has estado sola toda la noche?
- Sí.
- ¿Y todo el día?
- Sí.
Despreocupadamente, pregunté:
- ¿Te divertiste ayer?
- Sí.
Luego, todavía más despreocupadamente, dije:
- ¿Te has fijado en que Joey tiene un aire a Jon Bon Jovi?
Jacqui soltó una carcajada pero, curiosamente, no contestó.
- Voy a tu casa -dijo.
Llegó luciendo unos pantalones cortos blancos (Donna Karan) y una camiseta blanca enana (Armani), piernas y brazos largos y bronceados y un bolso metálico de Balenciaga que costaba aproximadamente el alquiler de un mes (regalo de un cliente agradecido) colgado del hombro. Tenía el pelo enmarañado y todavía había rastros del maquillaje de la noche anterior, pero no le quedaba mal. Tenía el rímel corrido, lo que hacía que los ojos parecieran oscuros e insinuantes. Semejaba, si eso es posible, una tabla de planchar muy sexy. (En posición vertical.)
Se lo dije. Sí, incluido lo de la tabla de planchar. Porque si yo no lo decía, lo diría ella.
Restó importancia a mi elogio.
- Vestida doy el pego, pero cuando me ves en bragas y sujetador por primera vez, asusto un poco.
- ¿Quién va a verte en bragas y sujetador por primera vez?
- Nadie.
- ¿Nadie en absoluto?
- No.
- Vale. Salgamos a comer una pizza.
- Buena idea. -Un titubeo-. Pero primero tengo que pasar por casa de Rachel y Luke. Ayer me dejé algo en su casa.
La miré fijamente.
- ¿Qué? ¿La cordura?
- No. -Parecía algo irritada-. El móvil.
Murmuré una disculpa.
Pero cuando llegamos a casa de Rachel y Luke, ¿quién estaba despatarrado en el sofá, golpeando con aire taciturno el ladrillo de la pared con sus botas? Joey, cómo no.
- ¿Sabías que estaría aquí? -pregunté a Jacqui.
Al ver a Jacqui, Joey se incorporó rápidamente y se peinó el pelo con los dedos en un esfuerzo por mejorar su aspecto.
- ¡Eh, Jacqui! Ayer te dejaste el móvil. Te llamé. ¿Oíste mi mensaje? Te decía que podía dejártelo en tu casa.
Miré a Jacqui. De modo que sí sabía que Joey estaría aquí. Pero no se atrevió a mirarme.
- Aquí está. -Joey se levantó de un salto y agarró el móvil de un estante.
Era divertido ver cómo se esforzaba por ser amable.
- Gracias. -Jacqui cogió el teléfono sin mirarlo apenas-. Anna y yo nos vamos a comer una pizza. Podéis apuntaros si queréis.
- Y después de la pizza -dije-, ¿jugaremos al Scrabble?
Al oír la palabra «Scrabble» ocurrió algo curioso, como si en la estancia se hubiera producido una subida de tensión. Entre Jacqui y Joey había química, decididamente había química.
- Esta noche nada de Scrabble -dijo Rachel, extinguiendo el fuego-. Necesito dormir.
Jacqui y yo compartimos un taxi hasta casa. Viajamos en silencio, hasta que finalmente ella dijo:
- Adelante, sé que quieres hablar.
- ¿Puedo preguntarte algo? Mamá me ha contado que le metiste la mano en sus calzoncillos para recuperar tu ficha del Scrabble…
- ¡Por Dios! -Jacqui enterró la cara en las manos-. ¿Cómo es posible que tu madre sepa eso?
- Creo que se lo contó Luke. Pero no importa, ella siempre se entera de todo. Pero mi pregunta es, ¿te gustó?
Jacqui lo meditó unos instantes.
- Sí, bastante.
- ¿Bastante? ¿Solo bastante?
- Solo bastante.
- ¿Y estaba blando o… esto… ya sabes?
- Blando cuando empecé, duro cuando terminé. Me costó encontrar la ficha.
Me lanzó una sonrisa picara.
- Deberías pensártelo -dije.
- ¿A qué te refieres?
- Tu problema con otros hombres es que al principio eran amables y ocultaban que eran unos cabrones. Por lo menos con Joey sabes a qué atenerte. Es un capullo y nunca ha intentado ocultarlo.
Jacqui se quedó un rato pensando y dijo:
- Sabes, Anna, yo no llamaría a eso una recomendación.