11
Mamá se abrió camino hasta mi cama.
- Acabo de hablar con Rachel. Llegará el sábado por la mañana. -Faltaban dos días-. Volaréis a Nueva York las dos juntas el lunes. Si todavía estás segura de que eso es lo que quieres.
- Lo es. ¿La acompaña Luke?
- No. Por suerte -añadió mamá al tiempo que se tumbaba a mi lado.
- Pensaba que te caía bien.
- Y me cae bien, sobre todo desde que aceptó casarse con Rachel.
- Yo diría que fue desde que Rachel aceptó casarse con él.
Rachel y Luke llevaban tanto tiempo viviendo juntos que hasta mamá había perdido la esperanza de que Rachel «dejara de ponernos en evidencia». Y de repente, hace apenas dos meses, para gran sorpresa de todos, anunciaron su compromiso. Al principio la noticia desesperó a mamá, pues dedujo que si se casaban después de todo ese tiempo era porque Rachel estaba embarazada. Pero Rachel no estaba embarazada. Iban a casarse sencillamente porque querían, y me alegro mucho de que lo anunciaran cuando lo anunciaron, porque de haber esperado unos días más habrían sentido que no podían hacerlo por deferencia a mí y a mi situación. Pero la fecha ya estaba fijada y el hotel reservado -el propietario era un amigo de «recuperación» de Rachel que les había hecho un precio especial, aunque mamá puso el grito en el cielo al enterarse: «¡Un drogadicto! Será como el hotel Chelsea»- y si Rachel y Luke se echaban ahora atrás, sabían que haría que me sintiera aún peor.
- Entonces, si Luke te cae bien, ¿dónde está el problema?
- Me pregunto…
- ¿Qué?
- Me pregunto si lleva calzoncillos.
- Jesús -farfullé.
- Y cuando estoy muy cerca de él, siento deseos de… de… siento deseos de morderle.
Mamá estaba mirando el techo, absorta en una suerte de ensoñación Lukecéntrica, cuando papá asomó la cabeza por la puerta y dijo:
- Teléfono.
Mamá se sobresaltó y se levantó trabajosamente de la cama. A su regreso parecía molesta.
- Era Claire.
- ¿Cómo está?
- Llegará de Londres el sábado por la tarde, así está.
- ¿Y qué problema hay?
- Que viene porque quiere ver a Rachel para suplicarle que no se case con Luke.
- Ah. -A mí también me había suplicado que no me casara con Aidan.
Quizá no estuvo bien por parte de Claire hacerlo, pero el caso es que en aquel entonces incluso yo tenía mis dudas. Sabía que Aidan era un riesgo, aunque no el riesgo que al final resultó ser.
¿Debí hacerle caso a Claire? Durante estas semanas que había pasado en el jardín contemplando las flores mientras dejaba que las lágrimas penetraran en mis heridas, había pensado mucho en ello. Más que nada porque mírate ahora, mira el estado en el que te encuentras.
Me preguntaba constantemente si hubiera sido mejor haber amado y haber perdido. Qué pregunta tan absurda, ni que me hubieran dejado elegir.
- No voy a permitir que Claire eche por tierra esta boda -dijo mamá.
- No se lo reproches.
Tras su estrepitoso fracaso matrimonial, Claire había empezado a definir el matrimonio como «una gran gilipollez». Decía que las mujeres eran tratadas como siervas y que eso de «entregarse» nos reducía a meros objetos que pasaban del control de un hombre al de otro.
- Quiero que esta boda se celebre -dijo mamá.
- Tendrás que comprarte un sombrero ridículo. Otro.
- El sombrero ridículo es lo que menos me preocupa.
Helen me tendió una hoja de papel.
- Vamos a interpretar mi guión. Tú serás el hombre, ¿de acuerdo? Solo tienes que decir sus frases. Vamos, mamá -dijo-. Empecemos.
Mamá se sentó en una silla del SB, Helen se despatarró en un sofá, con los pies sobre una mesa lustrosa, y yo me coloqué en la puerta, todas con nuestro guión en la mano. Lo leí por encima. No había cambiado desde la última vez que lo vi.
Primera escena: pequeña pero digna agencia de detectives en Dublín. Dos mujeres, una joven y guapa. Otra vieja. Mujer joven, pies sobre escritorio. Mujer vieja, pies no sobre escritorio por artritis en rodillas. Día lento. Tranquilo. Aburrido. Reloj hace tictac. Coche estaciona fuera. Hombre entra. Atractivo. Pies grandes. Mira alrededor.
Yo: ¿En qué puedo ayudarle?
Hombre: Estoy buscando a una mujer.
Yo: Esto no es un burdel.
Hombre: Me refiero a que estoy buscando a mi novia. Ha desaparecido.
Yo: ¿Ha hablado con los chicos de uniforme?
Hombre: Sí, pero no harán nada hasta que lleve veinticuatro horas desaparecida. Además, piensan que hemos discutido.
Yo (bajando pies de escritorio, afilando mirada, inclinándome hacia delante): ¿Y discutieron?
Hombre (avergonzado): Sí.
Yo: ¿Por qué? ¿Por causa de otro hombre? ¿Alguien que trabaja con ella?
Hombre (todavía avergonzado): Sí.
Yo: ¿Trabaja su novia hasta muy tarde últimamente? ¿Pasa demasiado tiempo con su colega?
Hombre: Sí.
Yo: No tiene buena pinta, pero usted paga. Podemos tratar de encontrarla. Facilite todos los detalles a la vieja de ahí.
- Pareces aburrida -dijo Helen a mamá.
Pero mamá, en realidad, estaba preocupada. Se había dado cuenta de que no tenía ninguna frase.
- ¡Acción! -gritó Helen.
Entré cojeando y Helen dijo:
- ¿En qué puedo ayudarle?
Consulté la hoja.
- Estoy buscando a una mujer.
Helen dijo:
- Esto no es un burdel.
- ¿No podría decir yo eso? -preguntó mamá.
- No. Sigue, Anna.
- Me refiero a que estoy buscando a mi novia. Ha desaparecido.
- ¿Ha hablado con los chicos de uniforme? -preguntó Helen.
- O eso -gimoteó mamá-. ¿No podría decir eso?
- No.
- Sí, pero no harán nada hasta que lleve veinticuatro horas desaparecida. Además, piensan que hemos discutido.
Helen gruñó.
- ¿Y discutieron?
Agaché la cabeza.
- Sí.
- ¿Por qué? ¿Por causa de otro hombre? ¿Alguien que trabaja con ella?
- Sí.
- ¿Trabaja su novia hasta muy tarde últimamente? ¿Pasa demasiado tiempo con su colega?
- ¿No podría decir ese trocito? -rogó mamá.
- Cállate.
- Sí -dije.
- No tiene buena pinta -gruñó Helen-, pero usted paga. Podemos tratar de encontrarla. Facilite todos los detalles a la vieja de ahí. ¡Y no! -gritó a mamá-. Tú no puedes decir esa frase porque tú eres la vieja.
- Vamos -me dijo mamá-, deme los detalles.
- No necesitamos representar esa parte -interrumpió Helen-. Ahora ensayaremos la segunda escena.
La segunda escena era mucho más corta. Decía así:
Segunda escena: apartamento de chica desaparecida. Mujer joven y bella y mujer vieja lo registran.
En el vestíbulo, mamá y Helen, con los brazos extendidos a la altura de las orejas y los dedos índices unidos para simular una pistola, rodearon lentamente el apartamento imaginario con las rodillas flexionadas y el trasero hacia fuera.
- ¡Alto! -gritó mamá, propinando a la puerta de la cocina un fuerte puntapié. Se abrió con increíble potencia y chocó duramente con algo. Algo que resultó ser papá.
- ¡Mi codo! -gritó mientras aparecía por detrás de la puerta agarrándose el brazo y doblado de dolor-. ¿Por qué has hecho eso?
- Exacto -dijo Helen a mamá-. No tienes diálogo en esta escena.
- No tengo diálogo en ninguna escena -espetó mamá-. Quiero decir «¡Alto!» y pienso decir «¡Alto!».