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Pero más tarde, ya en casa, me pregunté si Leisl no se habría comunicado de verdad. El espíritu, la voz o como quieras llamarlo me había recordado a la abuela Maguire. Luego estaba lo del perro. Sé que era todo un poco confuso, con eso de que mi (por desgracia inexistente) perro había engordado, pero el caso es que la abuela Maguire había criado galgos.
Corría el rumor de que se acostaba con ellos. Que se acostaba de acostarse, no sé si me entiendes. Aunque ahora que lo pienso, era Helen la que me lo había contado y nunca me preocupé de corroborarlo.
Cuando íbamos a casa de la abuela Maguire, en cuanto yo bajaba del coche la mujer se ponía a gritar: «Vamos, Gerry, vamos, Martin» (así llamados por Gerry Adams y Martin McGuiness), y dos cuerpos magros salían disparados de la casa y me acorralaban contra el muro con una pezuña a cada lado de mi cara, ladrando con tanta fuerza que los tímpanos me dolían.
La abuela Maguire, entretanto, se desternillaba.
- Que no noten que tienes miedo -gritaba, riendo con tanta fuerza que tenía que aporrear el suelo con el bastón-. Pueden oler el miedo. Pueden oler el miedo.
Todo el mundo decía que la abuela Maguire era «la monda», pero a ellos no les echaba los perros. De haberlo hecho, seguro que no tendrían esa opinión.
¿Y lo del sobrino rubio con sombrero? No todo el mundo tenía a uno así. Empecé a inquietarme por JJ. ¿Y si Leisl había intentado prevenirme de algo? ¿Y si a JJ le pasaba algo malo? En vista de que el miedo seguía atenazándome, finalmente no tuve más remedio que llamar a Irlanda para comprobar que JJ estaba bien, aunque allí fuera la una de la madrugada.
Contestó Garv.
- ¿Te he despertado? -susurré.
- Sí -susurró.
- Lo siento mucho, Garv, pero ¿te importaría hacer algo por mí? ¿Podrías mirar si JJ está bien?
- ¿Bien en qué sentido?
- Si está vivo. Si respira.
- Vale. Espera.
Garv me habría seguido la corriente aunque Aidan no hubiera muerto. Era algo de él que me gustaba.
Dejó el auricular en la mesa y oí que Maggie susurraba:
- ¿Quién es?
- Anna. Quiere que compruebe que JJ está bien.
- ¿Por qué?
- Porque sí.
Garv regresó treinta segundos más tarde.
- Está bien.
- Lamento haberte despertado.
- No importa.
Sintiéndome algo ridícula, corté la comunicación. Bravo por Leisl.
En cuanto hube colgado me invadió una terrible desesperación: necesitaba hablar con Aidan.
Tecleando rápidamente, busqué a Neris Hemming en internet. Tenía su propia página y contenía, literalmente, cientos de testimonios de gente agradecida. También había información acerca de sus tres libros -ignoraba que hubiera escrito alguno; de haberlo sabido habría corrido hasta el Barnes amp; Nobel más próximo- y de su próxima gira por veintisiete ciudades: iba a ofrecer sesiones en recintos para mil personas en ciudades como Cleveland, Ohio, y Portland, Oregon, pero su gira, para mi gran decepción, no incluía Nueva York.
La ciudad más próxima era Raleigh, Carolina del Norte. Iré allí, pensé con determinación. Me tomaré un día libre y cogeré un avión. Entonces averigüé que las entradas estaban agotadas y me vine nuevamente abajo.
Tenía que conseguir una sesión individual con Neris como fuera, pero después de cliquear todos los enlaces posibles, comprendí que conectar con ella a través de la red era imposible. Necesitaba su número de teléfono.