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… hizo de canal de mi madre, que me dijo dónde había escondido su alianza…
… pude despedirme debidamente de mi hermano y cerrar capítulo…
… estaba tan feliz de poder hablar de nuevo con mi marido, le echaba tanto de menos…
Había páginas y páginas con testimonios de este tipo en internet.
«¿Cómo saber si son ciertos? -pregunté a Aidan-. A lo mejor los escriben las propias médiums. Puede que todas sean como Morna. ¿No podrías enviarme una señal? ¿No podrías hacer que una mariposa se posara en la médium adecuada?»
Desafortunadamente, ninguna mariposa hizo acto de presencia. Lo que necesitaba era una recomendación personal. Pero ¿a quién podía preguntar? No quería que la gente pensara que estaba pirada. Y seguro que lo pensaba. Rachel lo pensaría. Reaccionaría como Dana y diría que necesitaba terapia. Y Jacqui diría que simplemente necesitaba salir más y que dentro de un tiempo estaría fantástica. Ornesto, por el contrario, era dado a acudir a videntes, pero siempre le decían que el hombre de sus sueños estaba a la vuelta de la esquina. Nunca le decían que el hombre de sus sueños ya estaba casado o que le pegaría o le robaría sus cacerolas buenas.
¿Tal vez alguien del trabajo conociera…? Teenie no; sabía instintivamente que se apuntaría a la escuela del «timo». Y Brooke se escandalizaría; su círculo protestante anglosajón no creía en nada. Solo en sí mismos.
Dentro del ámbito del trabajo solo se me ocurrían las chicas de EarthSource -Koo o Aroon o como se llamaran-, pero no podía correr el riesgo de hacerme demasiado colega de ellas y que acabaran arrastrándome hasta Alcohólicos Anónimos contra mi voluntad.
Desanimada, comprobé mis correos electrónicos. Solo uno, de Helen.
Para: Ayudantedemago1@yahoo.com
De: Estrelladelasuerte_DP@yahoo.ie
Asunto: ¡Trabajo!
¡Anna, tengo trabajo! Trabajo serio. Un crimen. Todo ocurrió ayer. Despacho, nada que hacer, pies encima mesa, pensando que si pareciera una auténtica detective privado diferente a «caso de caca de perro misteriosa» podría ocurrir. De repente -como por arte de magia, como si yo lo hubiera provocado, puede que tenga poderes- coche se detiene fuera, en línea amarilla. Aquí guardia urbana es dura, así que yo impaciente por buena pelea. Entonces me dije que parecía coche de criminal, no sé cómo lo supe, pero lo sabía. Instinto.
Nada de ventanas ahumadas, pero sí asiento trasero con pequeñas cortinas fruncidas rosas. Como persianas austríacas pero más pequeñas. Pienso «¡qué horror!» cuando bajan dos sujetos altos, corpulentos, cazadoras de cuero, bulto en bolsillo superior que gritaba «¡pistola!» pero seguro que solo era bocadillo de queso. No importa, al menos no son mujeres ofendidas llegando en coches de envidia diciendo que maridos ya nos las montan.
Sujetos entran y uno dice: ¿Eres Helen Walsh?
Yo: ¡Desde luego que sí!
Reconozco debí decir: ¿Quién lo pregunta?
Pero no iba a perdérmelo por nada.
Ahora no tengo tiempo de contártelo todo, pero ya te llegará. Criminales, pistolas, extorsión, poder, montón de dinero, ¡y me quieren a mí en equipo! Escribo todo y te lo envío. Mucho mejor que puñetero guión, mucho más emocionante. Prepárate para correo largo y apasionante.
La historia sonaba, cuando menos, rocambolesca. Volví a buscar en Google cosas como «Hablar con los muertos» y «Médiums auténticas», y fue entonces cuando finalmente di en el clavo:
IGLESIA DE LA COMUNICACIÓN ESPIRITISTA
Abrí la página. Parecía una iglesia genuina, legítima, una iglesia que creía que podías comunicarte con los muertos.
¡No podía creerlo!
Tenían algunas sucursales en la zona de Nueva York. La mayoría se hallaba en el norte del estado o en la periferia de la ciudad, pero había una en Manhattan, en la Décima con la Cuarenta y cinco. Según la página web, los domingos a las dos de la tarde había un oficio.
Miré mi reloj: las tres menos cuarto. Me había perdido el de esta semana por los pelos. ¡No, no, no!, quise gritar de pura decepción, pero Ornesto se habría enterado de que estaba en casa y habría bajado a darme la lata. No importa, me dije, respirando profundamente, para calmarme, iré la semana que viene.
La idea de que pudiera hablar realmente con Aidan me llenó de optimismo. Tanto que sentí que podía enfrentarme al mundo. Por primera vez desde su fallecimiento tenía ganas de ver a gente.
Rachel se hallaba en retiro meloso, así que telefoneé a Jacqui. La llamé al móvil, porque siempre estaba en la calle, pero saltó el buzón de voz. Probé a telefonearla a su apartamento y respondió.
- No puedo creer que estés en casa -dije.
- Estoy en la cama. -Su voz sonaba entrecortada.
- ¿Estás enferma?
- No, estoy llorando.
- ¿Por qué?
- Anoche me encontré a Buzz en SoHo House. Estaba con una chica con pinta de modelo. Intentó presentármela pero no se acordaba de mi nombre.
- Claro que se acordaba -dije-, pero es típico de Buzz. Simplemente estaba intentando humillarte.
- ¿Tú crees?
- ¡Claro! Fingía que, pese a haber sido tu novio durante un año, eres tan insignificante que no puede ni recordar tu nombre.
- Si tú lo dices… En cualquier caso, consiguió hacer que me sintiera como una mierda, de modo que tengo un día de acurrucarme en el edredón con las persianas bajadas.
- Hace una tarde preciosa. No deberías esconderte en casa.
Jacqui rió.
- Esa frase es mía.
- Venga, vamos al parque -dije.
- No.
- Por favor.
- Vale.
- Me encanta. Eres siempre tan… tan firme.
- No creas. Acabo de fumarme el último cigarrillo y tengo que salir de todos modos. Nos encontramos dentro de media hora.
Cogí las llaves y sonó el teléfono. Me detuve en la puerta para escuchar quién era.
- Hola, cariño -dijo la voz de una mujer-. Soy Dianne.
La señora Maddox, la madre de Aidan. Enseguida me sentí culpable: no la había telefoneado desde el funeral. Tampoco ella me había telefoneado a mí. Probablemente por la misma razón, porque ninguna de las dos podía afrontarlo. Durante mi estancia en Irlanda mamá la había llamado un par de veces para informarle de mi estado, pero yo suponía, sin necesidad de que me lo dijeran, que las conversaciones debían de haber resultado bastante duras.
- He telefoneado a Irlanda y me han dicho que has vuelto. ¿Te importaría llamarme? Deberíamos hablar sobre las… ceni… cenizas. -La voz se quebró. Oí que se esforzaba por serenarse, pero los gemidos seguían saliendo de su boca. De repente, colgó.
Mierda, pensé. Ahora tendré que llamarla. Preferiría arrancarme la oreja con mis propios dientes.
El parque estaba lleno de gente. Encontré un hueco en el césped y al cabo de unos minutos llegó Jacqui. Lucía un vestido vaquero muy corto, la rubia melena recogida en una cola y los ojos, enrojecidos, ocultos tras unas enormes gafas de sol de Gucci. Estaba impresionante.
- Es un hombre horrible, horrible -dije, a modo de introducción-. Tiene un coche feísimo y seguro que se pone rímel.
- Hace más de seis meses que rompimos, ¿cómo es posible que esté tan disgustada? Llevaba siglos sin pensar en él.
Se tumbó cansinamente en el césped, de cara al sol.
- ¿Podrías considerar la posibilidad de un Acariciador Meloso como próximo novio? -pregunté-. Al menos un Acariciador Meloso nunca te propondría un trío con una prostituta.
- Imposible. Vomitaría.
- Pero todos esos no Acariciadores Melosos… -dije, impotente-. Son horribles.
Buzz, la personificación de un no Acariciador Meloso, era un cerdo. Jacqui se encogió de hombros.
- A mí me gustan, no puedo evitarlo. ¿Crees que puedo fumar un cigarrillo sin que los fascistas del aire puro me apedreen? Me arriesgaré. -Encendió un cigarrillo, aspiró profundamente, exhaló más profundamente aún y, con aire somnoliento, dijo-: De todos modos, nunca volveré a tener novio.
- Claro que sí.
- Es que no quiero -repuso-. Y es la primera vez que me ocurre. Siempre he deseado desesperadamente tener novio, pero ahora me trae sin cuidado. Al principio todos son un encanto, de modo que ¿cómo sabes que en realidad son unos cabrones? Mira a Buzz. Cuando empezamos a salir me enviaba tantas flores que hubiera podido abrir una floristería. ¿Cómo iba a sospechar que debajo se escondía el mayor hijo de puta de todos los tiempos?
- Pero…
- En lugar de un novio me compraré un perro. Vi unos monísimos; son un cruce entre un labrador y un caniche. Una monada, Anna. Son pequeños como un caniche pero peludos, y tienen la cara de un labrador. Es el perro ideal para la ciudad. Se están vendiendo como churros.
- No te compres un perro -dije-. De ahí a tener cuarenta gatos solo hay un paso. Por lo que más quieras, no pierdas la fe.
- Demasiado tarde, ya la he perdido. Buzz me falló demasiadas veces. Creo que nunca más podré confiar en un hombre. -Agravando exageradamente la voz, añadió-: Me hizo daño. -Y se echó a reír-. ¿Me estás oyendo? ¡Hablo como Rachel! En fin, qué demonios, tenemos que animarnos. Cuando me haya terminado el cigarrillo nos compraremos un helado.
- Vale.
Jacqui nunca dejaba de sorprenderme. Si yo pudiera tener una centésima parte de su capacidad de recuperación, sería una persona muy diferente.
Nos quedamos en el parque hasta que el calor del sol aflojó y de ahí fuimos a mi casa, pedimos comida tailandesa, vimos Hechizo de luna y repetimos en voz alta casi todos los diálogos.
Como en los viejos tiempos.
En cierto modo.