Viaje cercano
—¿Bárbara? ¡Qué bueno que te encuentro! ¡Tengo que contarte lo que me pasó en Ammán! —le digo a mi amiga por el teléfono.
—¿Qué te pasó? ¿Cuándo fuiste a Ammán?
—Regresé ayer y todavía no me recupero de la impresión.
—¿Conociste a un petrolero con yates y palacios?
—No, nada de eso. Me peleé con mi jefe, para siempre, creo.
—¿Qué? ¿Ya le dijiste que lo detestas?
—No, ni siquiera volví a hablar con él después del incidente.
—¿Cuál incidente? ¡Ya dime, que estoy empezando a ponerme muy nerviosa! ¿Por qué fuiste a Ammán?
—Ok, te cuento, pero prométeme por lo que más quieras que no le dirás a nadie.
—Prometido, prometido.
Y el telefonema se convierte en un monólogo. Le cuento de corrido que asistimos a una boda real, yo y el representante, quien me pidió lo acompañara. Le aclaro que accedo por tener en mente otros planes, sobre todo después de que había jurado no asistir a otra boda más. La tercera es la vencida, aquí puedo fraguar mi venganza, le digo haber pensado cuando recibí la invitación, y a pesar de saber que ella no tiene ni idea de a qué venganza me refiero, no le explico y continúo con el relato.
—Me apresuré a empacar para salir ese mismo día. Vestido largo y todo el asunto. Llegamos retrasados al aeropuerto de Ammán, corriendo, como si huyéramos de la justicia, agotados de tantas carreras. Aunque en el hangar ya nos esperaban varios automóviles, uno de la casa real, y otros más que parecían de escolta. Al acercarnos, choferes y guardaespaldas, trajeados y de lente oscuro, nos empaquetaron en los vehículos. Prácticamente así, empaquetaron, para luego presionar el acelerador hasta el fondo e internarnos en la vía rápida. Pura angustia. Una especie de persecución policiaca.
“Al llegar al hotel nos encontramos con otros invitados. Se veía que eran invitados por las expresiones del rostro. Cara de circunstancia, eso tenían. La misma que nosotros. ‘Vamos a ver al Rey y a la Reina y tenemos que portarnos como buenos súbditos’. La típica apariencia de quien no se atreve a romper un plato. Todos derechitos e impecables. (¿Te la imaginas?) En el lobby, mucha gente de seguridad, hombres con walkie talkies y ‘chícharos’ en las orejas. Apabullante, y con apenas tiempo para subir a cambiarnos, más apabullante aún.
”El representante fue hospedado en un cuarto justo enfrente del mío. ¡Horror! Tan sólo pensarlo, ya bastaba para echarme a perder el viaje. ¡Y justo en el piso de los salones de prensa! ¡Con la debilidad absurda que tiene por las cámaras! Nos dimos cuenta por el equipo que subían con nosotros en el elevador y por las edecanes que montaban mesas con folletos junto a la puerta. Como le prometí que estaría lista en veinte minutos, tuve que desempacar como una loca, regar todo sobre la cama, al mismo tiempo que abría la llave de la regadera.
”Diecinueve minutos más tarde, ya estaba en el lobby; tacones, maquillaje y exceso de perfume por presionar de más el atomizador. Él llegó después. Abordado por un periodista que se topó a la salida de su cuarto, hablaba de sus proezas arqueológicas cuando me tomó del brazo. Yo solamente le sonreí al entrevistador. Una de esas risitas estúpidas que hacen las esposas cuando los maridos se ponen a inflar su ego y no queda más remedio que hacerles comparsa. ¡El muy mentiroso! Quién sabe qué tantas invenciones contó. Pero como yo ya había decidido que no iba a sufrir por su narcisismo, me hice de oídos sordos y me dejé llevar sin remilgos hacia el lugar de la boda.
”Todo siguió sucediendo en cámara rápida. La llegada. La recepción. Las cornetas y los uniformados que las tocaban. Las guirnaldas de flores que decoraban los enormes senderos de aquel jardín. Los saludos. Aunque me llamó la atención que, en medio de la vorágine, la gente alentara el paso y lo alargara. Por películas que habrían visto sobre la nobleza, supuse, porque se imaginaban que ése debía ser el ritmo. Algo así. Muy ridículo, ¿sabes? Circunspectos y solemnes, aunque a leguas se veía que estaban actuando. La terraza del convivio, gigantesca, y los meseros, apurados sirviendo tragos, como si percibieran la urgencia de los invitados por relajarse (además de la cantidad de alcohólicos que andan siempre en esas fiestas). El representante y yo pedimos gin and tonics, y él apuró varios, no le importaba el qué dirán (a veces se cuidaba, por lo de su etiqueta religiosa), y ya más en ambiente, pude darme cuenta de lo que sucedía.
”Había dos grupos. Por un lado, los diplomáticos y los políticos, donde estábamos nosotros, y por otro, los miembros de las casas reales. En medio, un gran vacío. Una especie de barrera invisible. Dos metros sin gente. Como si los de un lado no pudieran comunicarse con los del otro por alguna calamidad, una enfermedad contagiosa, tiña, rabia, vitiligo, ve tú a saber. De ese tamaño puede ser la distancia natural que se forma entre nobles y plebeyos. ¿Qué te parece? Y, ¿qué crees?, pues que se me ocurre franquearla. Así como lo oyes. Esto sucedió, además del efecto del trago, porque los príncipes de España, recién casados, estaban justo en el límite de la barrera. Muy cogiditos de la mano, se cuchicheaban cosas al oído. Y como hablaban español, me pareció bizarro no saludarlos. Después siguieron los reyes, que charlaban cerca. El atrevimiento fue un auténtico contagio, éste sí, pues muchos empezaron a imitarme.
”Al cabo de un rato, aquello era como estar sumergida en una de esas revistas del corazón, a todo color y con papel satinado. Aunque en tres dimensiones, una se percata de algunos cambios. El príncipe era más guapo en carne y hueso que sobre los folletines, y su esposa, más menuda. A él se lo dije, y ¡qué manera de sonrojarse! Pensé que hasta pudo haberle gustado. ¡Total! Lo más seguro es que no lo vuelva a ver jamás. El Rey y la Reina sonreían como estatuas de cera en un museo. Me llamó la atención la compostura. Y por ahí andaba también una de las infantas platicando con el hermano del novio, hijo de los reyes de Jordania, un verdadero cromo. ¡Otro de los privilegios de estas niñas! Saludé a Farah Diva, al Sultán de Brunei, a los nobles de Suecia, y a muchos más. La mujer me impresionó. De verdad que hace honor a su apellido. Con altísimos stilettos y una pitillera dorada, fumaba como una diosa. Para saludar al Sultán, tuvimos que franquear al menos una docena de israelitas que lo cuidaban. ¡Lo hubieras visto! En actitud de pocos amigos y vestido a la usanza de su país, corpulento hasta decir basta, arrinconando su costosísima humanidad en una esquina.
”Bueno, todo eso, luego la fila de besamanos. Inclinar la cabeza ante el Rey Hussein, ante la Reina Rania, ante Noor, y el largo séquito. Observar la ceremonia del corte de pastel, en que el novio, luciendo como un soldadito de plomo, avanza con paso de ganso, blande una espada resplandeciente en el aire y rebana el primer pedazo. Miles de impresiones, una, otra, otra más. Fugaces todas. Apenas empieza y ya se está acabando y, cuando menos lo pensamos, ya estábamos de regreso hacia el hotel. El representante más bebido e impertinente que de costumbre, pues en el trayecto intentó sobrepasarse varias veces. ¡Habráse visto bestia semejante! Sin embargo, ahí precisamente veo mi oportunidad.
”Le sigo el juego y, cuando él cree que ya soy pan comido, le digo que lo espero en mi cuarto, pero con una condición. Cuando pregunta cuál, con los ojos brillantes de lujuria, me doy cuenta de que voy ganando. ‘Que te atrevas a cruzar desnudo el pasillo’, le digo. Y a él, que yo supuse acostumbrado a despojarse de sus vestimentas, le parece facilísimo. ‘¡Hecho, ya!’, contesta, aunque yo le pido esperar, hasta nuevo aviso. Y le explico: él dejaría la puerta medio abierta y yo le gritaría una clave. Cuando dijera ‘Tutankamón’ a viva voz, él se despojaría de su bata de toalla y atravesaría los tres metros de pasillo.
”Hasta ahí, nos íbamos entendiendo.
”Grito ‘Tutankamón’ cuando veo, después de asomarme varias veces, que los de prensa ya han regresado de la boda y se preparan para reportar el evento a sus diferentes países. Entonces, el representante brinca como un quinceañero fuera del cuarto, con todos sus kilos de más y más pelos que un chango, sin darse cuenta de que su puerta se cierra de golpe. En ese preciso momento, yo cierro la mía y lo dejo en medio, a merced de los flashes y del canibalismo de los camarógrafos.
”¡TAN TA TA TAN!
”Lo que sucede después es fácil de imaginar. El representante de la antigüedad egipcia aparece en todos los periódicos del mundo: la nota picante y curiosa de la boda. Se desata el escándalo. Después ya no sé qué pasa, porque me regreso cuando él ya se había ido. Lo único de lo que sí me entero es de que trató de ofrecerles dinero a los periodistas para comprarles las grabaciones. Pero esos tipos no son tontos. De seguro ganaban mucho más con ese reportaje vergonzante del arqueólogo más famoso del planeta brincando en el pasillo de un hotel como Dios lo trajo al mundo. Un Pitecantropus Erectus entre los invitados. ¿Qué tal?
”Antes de irme, tocaron a mi puerta. Me sobresalté y comprobé varias veces por la mirilla que no se tratara de alguno de los compinches del representante, que también habían viajado y se hospedaban en otro hotel. Nada de eso. Estaba a salvo. Era un mensajero de la casa real con dos regalos en las manos. Uno para mí y otro para el jefe (al que ya no habían alcanzado). Dos misbahas o collares de rezo en una caja de plata adornada con una corona. De lapizlásuli, las cuentas. Como no pienso dárselo nunca, ya ganaste”, le ofrecí, acabando el relato.
—¡Uy, qué espléndida! ¿Estás segura? Aparte de hacerme reír, verdaderamente me has dejado sin habla... —pudo decir al fin Bárbara.
—Pues sí, era algo que tenía que suceder. No me arrepiento en lo más mínimo. A Saqqara, de todas formas, ya no voy a regresar, y su amistad... no es algo que me duela tanto perder.
Al colgar, entendí que la historia con el representante se había cerrado.
Con broche de oro, pensé, o más bien, de lapizlásuli.