Prólogo

Prólogo

Pleasure Pit de Kooken

Mancomunidad Federada

15 de febrero de 3054

El Kommandant Nelson Geist iba a regañar a sus nietos como en otro tiempo habría gritado a sus tropas, pero enseguida cambió de idea. Los gemelos, que acababan de cumplir cinco años, estaban arrodillados en el suelo colocando los pequeños BattleMechs de plástico en posición de combate. Los ojos les brillaban mientras la punta de la lengua les asomaba por la comisura de los labios, totalmente absortos y disfrutando. Se parecían tanto al hijo del Kommandant que el corazón le latía con fuerza al mirarlos.

Joachim sacudió la cabeza y sus finos cabellos le cubrieron la cara.

—No, Jacob, esta vez yo llevaré a los Demonios de Kell y al Décimo de Guardias Liranos.

Jacob se puso en cuclillas y adoptó una expresión desafiante.

—Siempre tengo que ir con los malos, Joachim. Ahora me toca a mí llevar a los Demonios de Kell.

Nelson Geist se aseguró de que su mano izquierda sujetaba con firmeza la taza de café y se sentó en las escaleras del porche.

—Niños —dijo—, el Décimo de Guardias Liranos y los Demonios de Kell están en el mismo bando. Son aliados.

—Pero mamá dice que Víctor Davion mató a papá. Los Guardias son suyos —se quejaron Joachim y Jacob, preocupados ante la obviedad de semejante contradicción.

Nelson dio un paso al frente y se agachó a un lado del campo de batalla. Asió una de las pequeñas miniaturas de plástico de las mortíferas máquinas, que eran para la guerra del siglo XXXI lo que la caballería había sido para Napoleón.

—Vuestro padre pilotaba un Phoenix Hawk igual que éste. Formaba parte de la unidad del príncipe Víctor, los Espectros, cuando fueron a Teniente a rescatar a Hohiro Kurita. Fueron los Clanes, los Gatos Nova, los que mataron a vuestro padre, no el príncipe Víctor.

Los niños permanecieron en silencio durante unos instantes mientras Nelson volvía a colocar la miniatura del Phoenix Hawk. Joachim la agarró y la incorporó a su ejército.

—Ahora papá forma parte de los Demonios de Kell.

Jacob empezó a protestar y Nelson se disponía a poner fin a la disputa cuando oyó que la puerta se cerraba tras él. Se volvió hacia la casa y vio a Dorete de pie en el porche, los brazos en jarras. Su mirada era distante y la expresión de la boca, que se había vuelto tan familiar desde su regreso de la guerra de los Clanes, poco más que una línea delgada y sombría. Todavía conservaba algo de aquella belleza juvenil que había atraído a Jon, pero los dos años de luto la habían cambiado.

—No debería haber permitido que les diera esos trastos, Kommandant —dijo en un tono cortante como un cuchillo—. Son juguetes demoníacos. Seducen a nuestra juventud con pensamientos de gloria y luego la traicionan.

Nelson desvió la mirada al agacharse a recoger su taza de café. Extendió la mano izquierda, llena de cicatrices, sin prestar la menor atención a la peculiar sensación que le provocaban los dos dedos que le faltaban mientras sujetaba la taza. Consiguió controlar su ira concentrándose en esa acción.

—No puedes protegerlos de la vida, Dorete. Tienen que aprender. Deberían estar orgullosos de su padre.

Los azules ojos de Dorete se iluminaron como un rayo de CPP.

—¿Orgullosos, Kommandant? ¿Orgullosos de un hombre que siguió estúpidamente a un principito para salvar el linaje de nuestro mayor enemigo? No se moleste en alardear de cómo murió para salvar a Víctor de un ataque de los Clanes. He visto el disco holográfico que envió el príncipe y sé de memoria cada sílaba de su mensaje. Víctor hizo lo mismo que su padre —que en el infierno se pudra— al ir contra la Mancomunidad Federada y matar a nuestros hombres. Usted sabe tan bien como yo que Jon murió sacrificado en el altar del ego de Víctor. ¿Acaso no perdió la mitad de su mano como sacrificio en ese mismo altar? ¿Cómo puede defender al hombre que asesinó a su hijo?

—¡El príncipe no mató a Jon! —El grito de Nelson dejó a Dorete atónita e incluso interrumpió el juego de los niños, que se lo quedaron mirando—. Jon murió defendiendo la Esfera Interior de los Clanes. Yo perdí mis dedos y a muchos hombres y mujeres jóvenes como Jon haciendo lo mismo —dijo desviando la mirada hacia sus nietos—. Aquellos guerreros murieron para evitar que sus familias se convirtieran en esclavos de los Clanes. Éstos niños deben saberlo y entenderlo porque llegará el día en que ellos también tendrán que empuñar las armas para defender sus hogares.

—¡Eso nunca! —gritó Dorete fulminándolo con la mirada—. Los Clanes nos han traído la paz.

—Pero sólo para ComStar y sólo durante trece años más. Además, nosotros estamos justo por encima de la línea de tregua. Los Clanes ya han llevado a cabo ataques limitados e incursiones en el espacio de la Mancomunidad Federada y volverán con todo su potencial cuando se acabe la tregua. Cuando llegue ese día tendrán edad suficiente para luchar.

—Querrá decir que serán lo bastante viejos para morir.

—No, si están entrenados.

—El entrenamiento no salvó a Jon.

—Dorete…

—No, Kommandant, no. No lo entiende, ¿verdad? —preguntó al tiempo que desviaba la mirada para ocultar las lágrimas que estaban a punto de saltarle de los ojos—. Su universo ha desaparecido. Las cosas están cambiando. Takashi Kurita está muerto. Hanse Davion está muerto. De Jaime Wolf no se sabe nada. Morgan Kell se va a retirar. No queda nada de las antiguas costumbres. No permitiré que mis hijos sean educados para preservar unas costumbres que han matado a miles de millones.

Nelson resopló.

—También son los hijos de Jon, Dorete. Piensa en él.

Su labio inferior empezó a temblar.

—Ya lo hago. Todo el tiempo.

Dio media vuelta y se metió en la casa mientras el movimiento de sus hombros empezaba a revelar que estaba sollozando en silencio.

—Abuelo, ¿por qué llora mamá?

Nelson tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

—Porque echa mucho de menos a vuestro padre —contestó Nelson. Sabía que Dorete lo odiaba, pero a causa de la crisis que había sufrido tras la muerte de Jon, Nelson había tenido que hacerse cargo de ella y de los niños. Sin embargo, el sentimiento de impotencia y abandono de Dorete repercutía en ambos. Él era el único contra el que podía descargar su frustración y había aceptado aquel papel. A pesar de lo mucho que le dolían sus actos, sabía que eran consecuencia del amor que sentía por Jon y no podía deshonrar ni ese sentimiento ni la memoria de su hijo—. Quiere mucho a vuestro padre y le duele que no esté aquí.

Moviéndose con lentitud, se sentó en las escaleras del porche y los gemelos se acercaron a él. Joachim colocó el diminuto Phoenix Hawk en la rodilla izquierda de Nelson y puso otro ’Mech al lado.

—Tú tenías un BattleMaster.

Nelson asintió.

—Exactamente igual que ése de ahí. Un BattleMaster BLR-3S —dijo con el timbre del visiófono de fondo—. Lo capturé cuando todavía era un cadete en el Nagelring y lo conservé durante mi servicio en las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad Federada. Ahora yo estoy aquí con vosotros, y mi ’Mech está en Dobson, con la Primera Milicia de Reserva de Kooken.

—¿Podemos verlo? —Los gemelos se miraron con los ojos chispeantes de emoción—. Por favor.

El chirrido de las bisagras de la puerta de la pantalla impidió que Nelson pudiera responder.

—Entrad, niños —los llamó Dorete.

—¡Mamá! —respondieron con voz suplicante.

—Ahora.

Obedecieron con cierta resignación, dejando que los ’Mechs de juguete se balanceasen peligrosamente sobre la rodilla de Nelson, quien no quiso girarse para evitar otra de las respuestas cargadas de veneno de Dorete.

—Yo habría dicho que no, Dorete.

—Era el oficial de servicio en Dobson —dijo con frialdad—. Lo llaman, Kommandant.

—¿Qué? —Al dar media vuelta y ponerse en pie, los ’Mechs cayeron de su rodilla y fueron a parar al suelo—. ¿Qué ocurre?

—Usted debe saberlo, Kommandant —dijo mientras lo miraba fijamente—. Tiene que ponerse al mando de inmediato, y no es un simulacro. —Le lanzó las llaves del coche aéreo—. Váyase.

Miró hacia la casa.

—Los niños…

—Yo se lo explicaré —contestó apretando los labios—. Váyase.

Nelson Geist asintió y se alejó de la casa a toda prisa, sin darse cuenta de que había aplastado el BattleMaster de juguete con el talón de su bota.

No son bandidos corrientes. Al tiempo que se incorporaba en el asiento delantero de su BattleMaster, Nelson Geist echó un vistazo al campo de batalla. Lo que en otros tiempos habían sido verdes llanuras aparecía ahora ante sus ojos como un manto negro y marrón de hierba humeante y tierra levantada. En el valle que se abría a sus pies, los maltrechos restos de los Reservas de Kooken intentaban retrasar al enemigo. En teoría, los Rangers de Robinson se encontraban en algún lugar detrás de ellos, reagrupándose tras una feroz batalla que había durado más de veinticuatro horas.

A medida que daba instrucciones, Nelson se había dado cuenta de que los bandidos avanzaban rápidamente hacia el Pleasure Pit de Kooken. Los Caminantes de Grave y los Soldados de Robinson eran la guarnición del Pit, pero los primeros no podían alcanzar a los Soldados porque se encontraban acampados en algún remoto punto del continente meridional. Por este motivo, los Soldados habían decidido llamar a los Reservas. Los bandidos traían consigo suficientes naves para un regimiento o más de BattleMechs, a pesar de que la posibilidad de que todas aquellas naves transportasen ’Mechs parecía inconcebible. Ningún grupo de bandidos tenía tantos ’Mechs.

Mientras avanzaban, los bandidos se atrevieron a anunciar su entrada. Mediante un mensaje por radio, una mujer que se identificaba como Corsaria Roja desafió a los Soldados a enfrentarse con ellos. Un acto de valentía así no era nada extraordinario —Nelson sabía que la mayoría de los líderes bandidos eran algo alocados—, pero el gesto recordaba el desafío de los Halcones de Jade que había precedido a la lucha en Wotan.

Nelson dio una orden al Catapult, que se encontraba a su izquierda:

—Spider, elimine al Vindicator del flanco derecho. Dos descargas.

—Entendido.

Muy a su pesar, los Reservas fueron cediendo terreno poco a poco. Los bandidos se acercaron con ímpetu y sorprendieron a Nelson redoblando sus ataques incluso después de que su lanza de comando hubiese arremetido con una descarga de fuego de misiles de largo alcance. No tenía sentido que los bandidos siguieran avanzando cuando la lanza de mando había iniciado su descarga de misiles. A menos que… Un sentimiento de pesar invadió el corazón de Nelson.

Por encima de la colina que había al otro lado del valle, apareció un ’Mech que llamó inmediatamente su atención. Por su patrón de pintura escarlata brillante se parecía mucho a su propio BattleMaster. La principal diferencia era que cada una de las enormes manos del ’Mech rojo llevaba incorporado un cañón de proyección de partículas. Haciendo alarde de una increíble habilidad, el piloto apuntó cada CPP hacia un objetivo distinto y a continuación disparó.

Un relámpago azulado dibujó una línea quebrada desde la boca del arma en dirección a un Locust maltrecho y alcanzó una de las raquíticas piernas del ’Mech. El rayo de partículas arrancó el blindaje de la pierna y derritió los huesos de hierro y titanio. El Locust dio unos tumbos antes de chocar brutalmente contra el suelo.

El segundo disparo de CPP dio de lleno en un Dervish humanoide. El rayo azul despedazó el escaso blindaje que quedaba en el brazo derecho del ’Mech y destrozó un láser medio y una lanzadera de misiles de corto alcance. El Dervish perdió el equilibrio y cayó a tierra, donde permaneció mientras otro ’Mech bandido lo remataba con fuego láser.

Nelson conectó el infrarrojo del visualizador holográfico. El ordenador comprimió el círculo de 360 grados alrededor de su BattleMaster en un arco de 160. Esperaba ver el BattleMaster rojo brillando como un faro en la noche, pero el ’Mech mostraba un reducido nivel calorífico tras haber disparado dos rayos CPP. ¡Ese Mech debería estar al rojo vivo!

Nelson se asustó al comprobar que el perfil calorífico del otro BattleMaster seguía mostrando su frío color azulado. Durante los trescientos años que los Clanes habían vivido fuera de la Esfera Interior, su tecnología armamentística había superado con creces la de la Esfera Interior. Los Clanes tenían armas y radiadores avanzados que enfriaban a los ’Mechs y disparaban con más potencia que cualquiera de los de la Esfera Interior. Y ese mayor progreso tecnológico había permitido a los Clanes arrollar a las fuerzas de la Esfera Interior en casi todos los mundos que habían atacado.

Nelson situó su dorado retículo sobre el oscuro contorno del BattleMaster. El punto central parpadeaba, lo que confirmaba que había localizado un objetivo. Nelson empujó hacia abajo el disparador del mando derecho y propulsó veinte misiles de largo alcance, uno tras otro, desde el afuste de su brazo derecho.

Los MLA chocaron contra el ’Mech bandido. El blindaje, hasta entonces intacto, primero se resquebrajó y luego se desintegró entre las bolas de fuego que explotaron en el torso de la pierna izquierda. Las placas del blindaje cayeron humeantes al suelo, pero el piloto salió disparado como si fuera una lluvia de granizo.

Nelson asintió en reconocimiento de la habilidad que había permitido al piloto enemigo disparar a dos objetivos mientras mantenía equilibrado su ’Mech tras el ataque. Mientras tanto, el parpadeo intermitente de su consola de mando le indicó que había gastado la última munición de MLA contra su homólogo rojo. Lo único que me queda es armamento de corto alcance.

—Spider, tome el mando. Dispare todo lo que pueda. Vaya a por él —ordenó mientras observaba cómo su mano izquierda sujetaba el mando con fuerza—. Voy a darle algo de tiempo.

—No haga ninguna locura, Skipper.

—Es una orden, Spider —dijo Nelson iniciando el descenso de su BattleMaster hacia la colina que había cerca del ’Mech rojo—. Además, si estos bandidos fueran realmente una amenaza, ¿cree que alguien enviaría a un Kommandant manco en su persecución?

Sin esperar la respuesta de Spider, Nelson conectó la radio y envió un mensaje de onda larga a los bandidos.

—Soy el Kommandant Nelson Geist de la Primera Milicia de Reserva de Kooken.

El BattleMaster rojo se detuvo y levantó ambos CPP en señal de saludo.

—Y yo soy la Corsaria Roja. La actuación de sus tropas ha sido lamentable.

—Entonces laméntese por ellas —dijo Nelson mientras mantenía su retículo sobre el BattleMaster de la Corsaria y conducía su ’Mech alrededor de la carcasa ennegrecida del Dervish—, Tienen un jefe manco y un equipo viejo. No son de los que a usted le gustan.

—¿Qué sabrá usted de mí?

—Es obvio que es una guerrera. —Todo empezaba a cuadrar en la mente de Nelson. Tras la batalla de Tukayyid, en la que los Clanes habían sido derrotados y obligados a aceptar una tregua de quince años con ComStar, corrían rumores de que algunos guerreros de los Clanes habían renunciado a sus lazos con los Clanes. También se decía que otros se habían sublevado y habían repudiado el acuerdo de tregua, tras lo cual se enzarzaron en batallas menores dentro de los Clanes. Otros se habían convertido en renegados y llevaban una vida de bandidos pertrechados con sus equipos. Al estar el Pleasure Pit de Kooken tan cerca de la frontera de la zona de ocupación del clan de los Halcones de Jade, éste se había convertido en un objetivo perfecto para asaltos perpetrados por esos bandidos. Pero los Soldados no habían tenido dificultades en controlar la situación. No habían llamado a la Reserva ni siquiera cuando dos de esos grupos habían conseguido aterrizar.

Nelson condujo su ’Mech hacia los bandidos, acortando así la distancia entre él y la Corsaria Roja. Sus tropas se habían detenido, a la espera de que ésta les diera alguna señal. Pero Nelson sabía que cada paso que daba en dirección al peligro era un paso más que sus propias tropas podían aprovechar para escapar.

—Por su voz, diría que una vez fue de los Clanes.

—No reconozco su nombre, Kommandant. ¿Debería hacerlo? —Aunque su tono contenía un atisbo de curiosidad, formuló la pregunta casi como una orden.

—Lo dudo. Los Halcones de Jade se llevaron la mitad de mi mano en Wotan —contestó. Suponiendo que el equipo de ella fuera el estándar de los Clanes, Nelson sabía que tendría que lanzar una serie de fuertes disparos para desgarrar su blindaje. Y eso sólo si se ponía a tiro—. Mi hijo, Jon Geist, murió en Teniente, sirviendo en los Espectros.

—Los Espectros —dijo al tiempo que una sonora carcajada resonaba en los auriculares del neurocasco de Nelson—. Los Espectros avergonzaron a los Gatos Nova cuando liberaron a Hohiro Kurita. Su hijo murió en una gloriosa batalla.

En aquel momento Nelson se dio cuenta de que el localizador de blanco de la parte superior de la pantalla le indicaba que estaba suficientemente cerca. Ahí va.

—Sí, lo fue. Casi tan gloriosa como su derrota en Tukayyid.

Nelson desvió su BattleMaster y giró el cuerpo superior para que las armas siguiesen la trayectoria del ’Mech de la Corsaria Roja. Pulsó el botón del dedo pulgar de su mando y lanzó un MCA contra el BattleMaster. Los misiles salieron disparados por el lado izquierdo del pecho de su ’Mech y dibujaron una espiral hacia el ’Mech de la Corsaria Roja. Las bolas de fuego explotaron por toda la máquina, desprendiendo el blindaje del pecho y los brazos para luego colisionar en la pierna izquierda.

Nelson notó una ola de calor cuando sus láseres de pulsación dispararon dardos energéticos en dirección al ’Mech. Un rayo partió el blindaje de la pierna izquierda del BattleMaster en dos, agrandando así el agujero causado por los misiles. El blindaje fundido rezumaba por un agujero abierto en el pecho del ’Mech, al igual que el que había cubierto las hendiduras que había en ambos brazos.

Al echar un vistazo a su monitor secundario, Nelson vio que no había perforado la gruesa piel del BattleMaster. Sus registradores de calor alcanzaron el nivel amarillo, pero los radiadores del Mech consiguieron mantenerlo bajo control casi con la misma rapidez. Enfiló hacia ella, girando las armas al tiempo que ésta disponía también las suyas.

Las armas de disparo de cada brazo del BattleMaster rojo dispararon sendos rayos de CPP, uno de los cuales se perdió, mientras el otro dio en el blanco y causó estragos. Sus auriculares se quedaron en silencio cuando el relámpago artificial desgarró el blindaje del lado izquierdo del pecho de su ’Mech. En el momento en que su monitor auxiliar informó de una reducción del 55 por ciento en la protección de aquel lado, Nelson supo que el único disparo de su oponente había causado más desperfectos que sus tres asaltos juntos.

Entonces descubrió la boca de un arma justo donde habría estado el ombligo del BattleMaster en caso de haber tenido uno. De su boca salió una descarga de dardos energéticos verdes que perforaron la pierna izquierda de su ’Mech. El enorme láser de pulsación dejó el blindaje tachonado de agujeros humeantes, pero no llegó a desprenderse, lo que impidió que el mecanismo interior del ’Mech saliera dañado.

Mientras la pierna izquierda se tambaleaba, Nelson tuvo que luchar contra la fuerza de la gravedad y el peso del Mech. Para evitar que el peso recayese en la pierna dañada, dio un giro hacia la derecha y disparó las armas. Otros seis MCA salieron disparados, aunque sólo cuatro de ellos dieron en el objetivo. El blindaje de un brazo, la parte izquierda del pecho y la pierna derecha del otro Mech quedaron hechos añicos, pero no hubo serios desperfectos.

Aquellos cuatro láseres y el daño causado por el misil quemaron la mayor parte del blindaje protector del ’Mech bandido. Dos disparos de flechas de color rubí levantaron una parte del blindaje del pecho mientras los otros resquebrajaban el casco medio fundido del blindaje de las piernas del BattleMaster. El tórrido calor se filtró en su cabina, le secó la garganta y empezó a penetrar en sus ojos, clavándose como agujas, aunque no por ello perdió de vista la imagen de la proyección que tenía delante.

—No ha estado mal, Kommandant, pero estoy cansada de este juego.

Los CPP de la Corsaria Roja desaparecieron de la línea de fuego con su ’Mech, pero las armas instaladas sobre los hombros y en el torso apuntaron hacia él como tiburones tras un rastro de sangre. Mientras la Corsaria disparaba todos sus láseres, Nelson se dio cuenta de que aquellos bandidos no eran nada corrientes. Su BattleMaster tan sólo tenía armas energéticas, ideales para largas campañas donde podía ser difícil conseguir recambios.

El láser de pulsación del torso del ’Mech bandido arrancó más blindaje del torso izquierdo del de Nelson que, a pesar de contar todavía con una capa de blindaje, tenía un enorme agujero en medio del pecho. Al siguiente disparo, un CPP acabó de destruir el blindaje del brazo izquierdo de la máquina, mientras el otro abría un surco en el de la pierna derecha.

Nelson se esforzó una vez más por mantener su ’Mech en equilibrio, pero todo fue en vano. Mientras el BattleMaster iniciaba su caída, lo único que pudo hacer fue girarlo para que cayera de espaldas. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo cuando su cabeza, cubierta por el casco, chocó contra el respaldo del sillón de mando y una serie de destellos calientes y punzantes se clavaban en sus piernas desprotegidas.

Desde donde se encontraba, miró hacia arriba y observó el cielo que se extendía al otro lado de la cubierta transparente de su cabina. Tras una repentina sacudida, la verdad sobre aquellos bandidos apareció ante él como si se tratase de una visión divina. Un segundo después sintió la urgente necesidad de escapar para avisar a sus superiores. ¡Tienen que saberlo!

—¡Saltar, ahora! —introdujo en el ordenador.

No ocurrió nada.

Echó un vistazo y descubrió que su monitor auxiliar no funcionaba.

—Saltar manualmente.

Este asiento eyectable me incorporará de nuevo y así podré enviar un mensaje a ComStar.

Con la mano izquierda consiguió girar la tapa del control de eyección manual. La tapa se levantó, pero antes de que pudiera pulsar el botón rojo, volvió a cerrarse. Repitió la acción, pero una vez más la gravedad hizo que la tapa se cerrase. Si mi mano fuese más rápida

De repente, desapareció la luz que envolvía su cabina. Al mirar hacia arriba vio que uno de los CPP de la máquina enemiga estaba eclipsando el sol.

—No siga luchando. Ríndase. No puede hacerme más daño.

Nelson consiguió levantar la tapa con el dedo corazón de la mano izquierda y con el índice pulsó el botón rojo.

—Podría saltar. La silla destrozaría su CPP.

La voz de la Corsaria Roja resonó en los auriculares de su casco. Parecía sorprendida.

—Claro que podría. Ríndase o muera, a su manera o a la mía.

Nelson observó el botón y luego volvió a dirigir la mirada hacia la boca que lo mataría. ¿Fue así de inútil la muerte de Jon? Tragó saliva y recordó a sus nietos jugando en el patio. ¿Tenía razón Dorete?

—¿Su decisión, Kommandant?

Nelson dejó caer su mano amputada en la pantorrilla.

—Me rindo.

La voz de la Corsaria Roja se volvió fría.

—Me decepciona. Un verdadero guerrero habría escogido la muerte.

—Una parte de mí lo ha hecho. —Su mano izquierda intentó abrir en vano la hebilla de las correas que lo sujetaban al sillón de mando—. Tal vez algún día mi cuerpo se una a ella.