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Arc-Royal
Mancomunidad Federada
16 de abril de 3055
Phelan no pudo evitar una sonrisa de autosuficiencia al entrar en la sala de recepciones. Tomó la manó izquierda de Ranna y la besó, tras lo cual hizo un guiño a Ragnar.
—Los Lobos han hecho un buen combate. Tenemos razones para estar orgullosos.
Ranna asintió y se estiró las mangas de su chaqueta negra.
—Es cierto, mi Khan, pero si nos hubiésemos enfrentado a los Jaguares de Humo o a los Cuervos de Nieve, no alardearíamos de nuestra victoria delante de ellos, ¿quiaf?
—Af, pero no son de los Clanes, ¿no?
—¿Qué quieres decir?
Phelan le guiñó el ojo.
—Es una vieja tradición de los Demonios de Kell llamada «derechos de alarde».
Ranna sacudió la cabeza y soltó su mano.
—Igual que ellos no pertenecen a los Clanes, tú tampoco eres un Demonio de Kell. No te sorprendas si no reaccionan ante tus esfuerzos por enseñarles humildad —dijo arqueando una ceja—. Y, amor mío, cada vez eres menos convincente.
Phelan hizo un gesto de dolor.
—Y tu abuela no está aquí para aceptar la culpa, ¿no?
—No, ni tampoco para decirte que vayas con cuidado —contestó Ranna al tiempo que asentía hacia la capitana Moran y el grupo que se encontraba junto a ella—. Ya tenemos bastantes enemigos dentro y fuera de los Clanes, Khan Phelan. No hay ninguna necesidad de empeorar las cosas.
Phelan iba a decirle a Ranna que no se preocupase, pero se dio cuenta de que tenía razón. La familiaridad de Arc-Royal y su perversa inclinación a molestar a la gente que tachaba de pedante le habían llevado a adoptar sus viejos modales. Se alegraba de haber recuperado parte de la estima que había perdido al incorporarse a los Clanes, pero sabía que Ranna hacía bien en recordarle sutilmente que ahora tenía un cargo superior al que jamás tuvo en la Esfera Interior. Todavía era el hijo de Morgan Kell, pero ahora no sólo representaba a su familia. Era uno de los dos Khanes del Clan de los Lobos, y eso suponía una gran responsabilidad.
—Tu sabiduría me ha cautivado, Ranna —dijo sin poder evitar una sonrisa de superioridad en sus labios—. Me comportaré como le corresponde a un Khan.
—No esperaba otra cosa, Khan Phelan Ward —dijo al tiempo que inclinaba la cabeza correspondiendo a un saludo de Caitlin Kell—. Si me disculpas…
—Por supuesto —contestó mientras observaba cómo se contorneaba en aquella falda de lana negra ajustada que un guerrero de los Clanes consideraría incómoda y poco elegante—. ¿Vienes conmigo, Ragnar?
—Como mi Khan desee.
—Bien —dijo Phelan mientras se volvía para advertir cómo crecía el corro de los perdedores del juego de la mañana. Se esforzó por combatir sus ganas de alardear y, para su sorpresa, descubrió que no era tan difícil. E incluso se sintió avergonzado por haber tenido esa sensación tan nimia e indigna.
Junto a Víctor y Galen se encontraban los otros dos miembros de la lanza de mando de Víctor. Ambos eran de descendencia oriental, aunque era obvio que Kai, con su pálida tez y los ojos ligeramente rasgados, procedía de una mezcla de razas. El color gris de su pelo también contrastaba con el castaño oscuro de Shin Yodama. El oficial del Condominio Draconis era varios centímetros más bajo que Kai y parecía unos diez años mayor. A Phelan le pareció advertir que un tatuaje negro y dorado asomaba bajo el cuello de su camisa.
—Buenas tardes —dijo Phelan inclinando la cabeza hacia Galen y sonriendo a Kai—. Ya entiendo por qué es el campeón de Solaris y por qué el Coordinador todavía tiene un heredero.
Shin se irguió e hizo una reverencia. Phelan creyó distinguir un atisbo de vergüenza en la expresión de Shin. El Coordinador Takashi Kurita había muerto pocos meses antes y Shin estaba al mando de sus guardaespaldas.
Kai asintió a Phelan al tiempo que sus mejillas empezaban a sonrojarse.
—Teniendo en cuenta que mi Centurión modificado era de mayores dimensiones que su Wolfhound, usted sería el favorito en Solaris. Muchos luchadores habrían tardado meses en planear un combate como el que usted ha desplegado ahí fuera.
—Un golpe de suerte —dijo Phelan encogiéndose de hombros—. No creo que tenga nada que temer de mí. No lucharía con máquinas de verdad ni aunque pudiera traspasar la línea de tregua e ir a Solaris. Si no recuerdo mal, ninguno de los dos habría salido con vida.
—En eso tiene razón.
Michelle Moran apuró la cerveza de su vaso.
—Yo no creo que le fuera tan difícil llegar a Solaris, Khan Phelan. Su Alteza parece tener un don para hacer enemigos siempre que quiera.
—Puede que sí, capitana Moran, pero si el Khan Phelan llegase a Solaris violaría el acuerdo que el ilKhan firmó con ComStar —apuntó Ragnar con la sonrisa en los labios—. El Capiscol Marcial se ha mostrado contrario a conceder el derecho a cruzar la línea.
Víctor asintió.
—En este momento la situación es tan inestable que hasta el rumor de que un miembro del Clan quiere traspasar la línea bastaría para que estallara una nueva guerra.
Moran hizo un gesto de reprobación con la mano que sostenía el vaso vacío.
—¿Es que acaso la guerra ha acabado en algún momento, Alteza? Morges y Crimond fueron invadidos el año pasado y ahora hay incursiones en tierras liranas. Todo lo que está a este lado de la línea, incluyendo Arc-Royal, corre el riesgo de ser atacado. Bueno, al menos la vieja Federación de Soles parece estar intacta.
Víctor se puso tenso antes de responder.
—Ja, capitana Moran, la Federación de Soles parece intacta, pero no lo está. Participa en la resistencia a los Clanes enviando a sus hombres y mujeres a una muerte segura. Proporciona material armamentístico y asistencia sanitaria.
—¡Pero no hay ninguna amenaza de invasión en la Federación! —exclamó Moran pasando el vaso a uno de sus hombres y sirviéndose de la mano libre para evidenciar su enojo—. No ha perdido ningún mundo. En la Cuarta Guerra de Sucesión, vuestro padre incorporó un cuarto planeta a la Federación de Soles para luego confiar a la Mancomunidad de Lira la financiación de sus conquistas. Ahora nosotros sufrimos las consecuencias de la invasión y la Federación de Soles nos da una gasa para parar la hemorragia.
—¡Capitana! ¡Recuerde con quién está hablando! —gritó furioso Galen Cox.
—No pasa nada —dijo Víctor mientras se cruzaba de brazos y se volvía hacia Moran—. Hacemos todo lo que podemos.
—No, eso no es cierto —dijo Moran llevándose las manos a las sienes para luego volverlas a bajar—. Nosotros nos opusimos a los Clanes casi a punta de pistola. Si se hubiesen utilizado todas las tropas de la Mancomunidad Federada para combatir a los Clanes, ahora podrían estar ya fuera.
—¿No dirá en serio que debemos reunir a todas las tropas de la Federación de Soles y traerlas aquí?
—¿Por qué no?
El príncipe la miró con expresión incrédula.
—Porque los Clanes no son la única amenaza para la Mancomunidad Federada. Romano Liao habría atacado si hubiésemos sacado a las tropas de la frontera con la Confederación de Capela.
Moran sacudió la cabeza.
—Tonterías. Además, la Comunidad de Saint Ives, una nación que los capelenses todavía reclaman, envió muchas más tropas para combatir a los Clanes que la vieja Federación de Soles. Y, por favor, no me digáis ahora que la Liga de Mundos Libres era una amenaza. En cuanto tengáis a Joshua Marik de huésped en Nueva Avalon, Thomas no hará nada que pueda poner en peligro la vida de su hijo.
—Se olvida de algo, capitana Moran, y es que yo soy Víctor Ian Steiner-Davion. Crecí aquí, en la parte lirana de la Mancomunidad Federada. Fui al Nagelring y me licencié con un historial inmejorable. Y todo lo he hecho aquí. Mi único viaje a Nueva Avalon fue por la muerte de mi padre.
Phelan empezó a sentir lástima por Víctor, que elevaba el tono de voz a cada palabra.
—Capitana Moran —prosiguió Víctor—, siento un profundo pesar por las pérdidas que hemos sufrido en la Mancomunidad Federada precisamente por ser quien soy. Lamento la muerte de su hermano en Trelluno, pero al mismo tiempo celebro su destreza. Me complace y enorgullece haber hecho todo lo posible para derrotar a los Clanes, y me gustaría hacer más. Sí, mi padre era Hanse Davion, pero mi madre es Melissa Steiner, y eso hace que me sienta más unido a la Mancomunidad Lirana de lo que pueda imaginar.
—¿Ah, sí? —dijo Moran mirándolo fijamente—. A veces no lo tengo muy claro.
Phelan se detuvo a examinar al grupo. Parecía que su presencia incomodaba más a Víctor y a Galen que a Moran y a los suyos. Aquella acalorada discusión no se podía explicar por el ejercicio matutino, ni por la evolución de la guerra contra los Clanes. Phelan se preguntó qué estaba pasando. Al darse cuenta un segundo más tarde de que lo que se estaban ventilando allí eran cuestiones políticas, se maldijo a sí mismo por no haber advertido algo tan obvio desde el principio.
Víctor y Galen, ambos miembros de los Espectros de elite del Quinto de Guardias Liranos, habían colgado sus chaquetas de uniforme y llevaban exquisitas prendas de seda verde con ribetes negros en los puños y los dobladillos. El emblema rojo de las mangas y la solapa se parecía a la insignia de los Espectros, con la diferencia de que, alrededor, llevaban bordados pequeños dragones kuritanos corriendo unos tras otros.
El traje de Shin tenía el mismo diseño, pero los emblemas de su kimono pertenecían a las Garras del Dragón. A Phelan no le sorprendía el hecho de que Shin Yodama fuera miembro de la unidad de guardaespaldas del coordinador del Condominio, ya que durante la guerra había servido fielmente a la familia Kurita. Lo que sí le sorprendía era que Víctor llevase un uniforme tan parecido al kuritano.
Phelan se dio cuenta de que lo que molestaba a Michelle Moran no era la vestimenta de Víctor, sino lo que ésta significaba. No le cabía la menor duda de que muchos de los Demonios de Kell habían intercambiado alguna broma cuando Víctor rescató a Hohiro de Teniente del mismo modo que los Demonios habían ayudado a salvar Luthien. Debía parecerles totalmente justo. Pero había algo más.
A Phelan le inquietaba que Víctor se molestase por la insolencia de Moran. Puede que Michelle llevase algunas cervezas de más, pero Víctor tenía las manos atadas por la política. Si le daba la razón a ella y se corría la voz, alguna fuerza de la sección de la Federación de Soles de la Mancomunidad lo acusaría de haberlos expuesto a la rapiña de la Confederación de Capela.
Como los Cruzados, ellos también han estado acosando al ilKhan para que repudiase la tregua. Phelan no pudo contener una sonrisa al oír el eco de las palabras de Moran en su cabeza.
—Le aseguro, capitana Moran, que desde mi punto de vista, el príncipe Víctor, como el resto de ustedes, actuó como yo esperaba que actuasen las tropas de Steiner. Eso sí, después de todo lo que hicieron para hostigar a los Jaguares de Humo y a los Gatos Nova, esperaba algo más.
Moran, con los ojos chispeantes, se volvió para intentar contener su furia.
—Usted murió bastante rápido.
—Y a causa de ello, capitana Moran, su compañía no tardó mucho más en morir. Yo dispuse de un sirviente y de mi sobrino, un joven que todavía no ha entrado en ninguna de sus academias militares, para enfrentarme a ustedes y conducirlos a la caza. Usted mordió el anzuelo y sus tropas fueron derrotadas.
Phelan se cruzó de brazos en un ademán de superioridad.
—Les dejamos que abandonasen a los rezagados mientras nosotros acabábamos con los que habían capturado, y aunque sí que morí en aquel encuentro, morí en manos del único miembro de su compañía —a excepción de chu-sa Yodama— que menos tenía que ver con el linaje Steiner.
Moran levantó la cabeza.
—Fue la capitana estelar Ranna quien nos mató a casi todos, un verdadero miembro del Clan.
La ira se apoderó de Phelan.
—Muy bien, capitana Moran, pero apenas mató a nadie. Hasta el miembro más íntegro del Clan de los Lobos, qué digo, el miembro más íntegro de todos los Clanes se ha burlado de mis orígenes en otro lugar. Me odian por lo que soy y probablemente por la misma razón que usted. Me odian porque me tienen miedo. Odian el hecho de que yo, un librenacido de fuera de los Clanes, pueda llegar a lo más alto de uno de los Clanes más poderosos. Me tienen un temor mucho más pavoroso del que imaginan.
—Yo no le tengo miedo —se burló Moran.
—Oh, sí, capitana Moran —exclamó Phelan antes de lanzar una mirada desafiante a cada uno de los presentes—, todos ustedes me temen. Tienen miedo de no poder hacer lo que yo hice. Tienen miedo de que cuando los Clanes vuelvan utilice mi experiencia para asegurarme de que ninguna fuerza, por muy grande que sea, pueda detenernos.
Phelan esbozó una malvada sonrisa.
—Cuando les veo discutir así, me pregunto cómo es posible que nadie en la Esfera Interior haya sido capaz de detenernos. Puede que la próxima vez ni siquiera nos vean llegar.