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Nave de Descenso Tigress
Punto de salto pirata, Zanderij
Mancomunidad Federada
20 de agosto de 3055
Cuando se enteró de que la Corsaria Roja quería volver a saltar pronto, Nelson Geist prefirió no ponerse los auriculares en su viaje al interior de la realidad del ordenador. No quería que los sonidos del mundo artificial ahogasen los tres tonos que precedían al salto. Cuando finalmente los oyó, se sujetó con fuerza a la barra de la cinta andadora y colocó los pies a ambos lados de la misma.
Se quitó el casco, lo colgó en un extremo de la barra, se agachó y se sentó en el suelo. Con las piernas dobladas a la altura del pecho, Nelson se concentró en respirar. Inspira, expira. No es más que un pequeño salto. Cerró los ojos con fuerza y sintió un vuelco en el estómago cuando la nave entró en el hiperespacio.
El universo se redujo al tamaño de un alfiler que parecía albergarse en el fondo de su cráneo. Tuvo infinitas visiones en un solo instante, como si el tiempo se hubiese desvanecido y de repente hubiese descubierto la clave de toda realidad. Por un nanosegundo el universo y él se fundieron en uno y se abrió ante sus ojos un atisbo de esperanza que no había sentido desde antes de su captura.
Tras la explosión, el universo volvió a su dimensión original y Nelson sintió un intenso dolor que le recorría la médula. Al principio temió que la nave hubiese cometido un error y hubiese ido a parar al limbo etéreo de las naves estelares con propulsores de salto defectuosos, pero al abrir los ojos se dio cuenta de que todo estaba en orden y que aquel atisbo de esperanza seguía latente en algún rincón de su cerebro.
La Tigress permaneció en silencio por un instante. Tras las emboscadas de Gran X y Yeguas, Nelson sabía que la Corsaria Roja no enviaría sus Naves de Descenso al cuarto planeta hasta que no supiera con exactitud el tipo de amenaza, en el caso de que hubiera alguna, que podía suponer el enemigo.
Aunque un sistema solar era un lugar enorme e ideal para esconder una Nave de Salto o incluso Naves de Descenso llenas de ’Mechs, Nelson era consciente de que la operación no era tan sencilla. Como la gravedad podía hacer añicos una Nave de Salto al entrar o salir del sistema, la nave debía llegar a una distancia considerable del plano de la elíptica. Eso significaba llegar a un polo solar, donde los puntos piratas —esas pequeñas ventanas en las matrices de dinamismo gravitatorio próximas a los planetas y los satélites— dificultaban el acceso a otros planetas.
La Nave de Salto Fire Rose había entrado precisamente por uno de esos puntos y el hecho de no haber realizado un salto inmediato significaba que el escáner inicial no detectaba ningún peligro. Todavía no. Nelson sabía que si volvían a saltar la desesperación se apoderaría de él y anularía esa pequeña esperanza que se había abierto en su corazón.
Las alarmas resonaron por toda la nave y Nelson pudo oír los zumbidos de las dos Naves de Descenso Overlord al emerger de la Fire Rose. Sintió el peso de su cuerpo cuando la Tigress empezó a acelerar dejando atrás la Rose y , mientras se concentraba para no perder el equilibrio, se dio cuenta de que la Corsaria Roja estaba preparada para iniciar el ataque. Vamos a 1,5 G. Seguro que quiere aterrizar y partir antes de que los Lobos puedan responder a una llamada de socorro desde Zanderij.
Caitlin Kell encendió la radio al ver la separación de la Nave de Descenso en la pantalla secundaria de su cabina.
—Aquí Líder Cuervo, tenemos una separación, Vuelo Cuervo. AEE en quince minutos —comunicó antes de pulsar otro botón de la consola para abrir la frecuencia de mando—. Tenemos una separación, Líder Buitre.
—Entendido, Líder Cuervo —respondió Carew—. Los recogeremos en diez y vosotros les cerraréis el paso.
—Entendido, Líder Buitre. Buena suerte —dijo Caitlin abriendo de nuevo el canal de frecuencia táctica con una sonrisa en los labios. Estaba orgullosa de que el plan de su hermano estuviese dando resultado. El campo de asteroides a las afueras de Zanderij IV era perfecto para esconder su sección de naves de combate. Los asteroides, lugares poco propicios para los enfrentamientos de envergadura, suponían un peligro mayor para las enormes Naves de Descenso, que debían circular por canales muy estrechos y abruptos.
El plan de emboscada era sencillo, y habría sido perfecto si el sistema Zanderij no hubiese dispuesto de dos puntos piratas accesibles. Dos de los tres escuadrones de naves de combate de los Demonios de Kell estaban detenidos en un punto a apenas 1,6 millones de kilómetros de distancia. Caitlin contaba con el apoyo del Primer Escuadrón de Naves de Combate y los diez voladores de la Estrella de la Guardia de Honor iban con Phelan.
Era consciente de que veintiocho naves de combate no eran suficientes para arremeter contra dos Naves de Descenso de clase Overlord, pero la dificultad de movimiento de las Naves de Descenso por el campo de asteroides las hacía muy vulnerables. Las naves de la Corsaria Roja no tendrían más remedio que soportar las adversidades del terreno. Arremetería contra ellos en cuanto llegasen, pero si la Corsaria no conseguía dar marcha atrás y saltar, los Demonios entrarían en el sistema e iniciarían un combate terrestre. La clave del éxito del grupo de naves de combate de Caitlin era hacer el mayor daño posible a las Naves de Descenso. Si una o dos de ellas chocaban contra los asteroides y quedaban inutilizadas, conseguirían una gran ventaja.
Caitlin observó la información que aparecía en pantalla procedente del tanque sensorial instalado en la parte superior de la oficina de minería abandonada del asteroide en el que se encontraba el escuadrón. Las dos Naves de Descenso se acercaban a toda velocidad y casi al unísono, con la Tigress en cabeza. La Lioness se quedó algo rezagada mientras elevaba el puerto y los campos de estribor. La zona de separación, en lugar de ser una zona muerta, quedaría abierta, ya que ninguna nave se atrevería a disparar por miedo a dar a su hermana.
—Preparaos para aterrizar en 1,5 minutos, Líder Cuervo. Aumentad la velocidad de ajuste de carrera un cincuenta y cinco por ciento.
—Entendido, Líder Buitre —contestó Caitlin y pasó la orden a su escuadrón Cuervo y Carew hacía lo mismo con el Grajo y el Mirlo. Los Demonios de Kell estaban al mando de toda la operación contra los Clanes, pero Phelan y Dan Allard habían acordado que con Carew al mando al menos esa parte de la emboscada daría menos motivos de queja a Conal Ward. La asignación satisfaría el sentido de honor del Clan de los Lobos.
Caitlin puso en marcha los motores y esperó a que alcanzasen el 110 por cien de potencia militar. Al llegar al nivel deseado propulsaron las parejas de láseres largos y medios instalados en las alas y los CPP del morro. Aumentó la propulsión para mantenerse en el asteroide pese a saber que en cuanto la modificase, la escasa gravedad del asteroide liberaría su nave de combate y la lanzaría a la lucha.
El reloj de su pantalla auxiliar inició la cuenta atrás.
—¡Adelante, Vuelo Cuervo!
Cuando Caitlin tiró de la palanca hacia atrás y pisó el acelerador a fondo, la Stingray saltó del asteroide como un halcón puesto en libertad tras largo tiempo de reclusión. Empujó los pedales de hiperpulsación para aumentar la potencia y se agarró con fuerza al sillón de mando mientras la nave de combate salía disparada hacia arriba. Observó el visualizador holográfico de combate y vio otra Stingray acercándose.
—Me alegro de que estés aquí, Mulligan.
Las dos naves de combate con alas en forma de flecha se adentraron en el campo de asteroides hasta llegar al cilindro que las Naves de Descenso habían utilizado para entrar en el planeta. Caitlin elevó el ala derecha de su nave de combate haciendo una vuelta de campana para introducirse en el cilindro. Con el morro de la nave apuntando hacia Zanderij IV, visualizó los dos puntos brillantes de las Naves de Descenso bandidas en la lejanía.
—Bandidos a las doce en punto —informó a su escuadrón por radio—. Fuego a discreción.
Nelson chocó contra la pared cuando la Tigress se estremeció tras el primer disparo. Las estridentes sirenas que llamaban a los bandidos a las estaciones de combate y el zarandeo de la nave le indicaron que algo no iba bien. Naves de combate. Nos atacan con naves de combate. Pulsó el botón de apertura de la escotilla y atravesó el pasillo al tiempo que otra explosión sacudía la Nave de Descenso.
Desde el pasillo podía oír el estruendo rítmico de los cañones automáticos de la Overlord arremetiendo contra las naves de combate. La nave se balanceó cuando los disparadores activaron las lanzaderas de misiles y arremetieron con todo su armamento. La Tigress empezó a girar lentamente y Nelson se dio cuenta de que estaba preparando todo su equipo de combate. Estamos demasiado cerca de la Lioness para lanzar una esfera completa de disparos.
Nelson sentía esa mezcla de exaltación y pavor de todo MechWarrior al enfrentarse a una nave de combate. Era consciente de que podía aniquilar fácilmente las fuerzas de tierra y causar grandes daños a las Naves de Descenso y, aunque una acción así podía costarle la vida, la idea no pareció disgustarlo, ya que aquello también suponía el fin de las rapiñas de la Corsaria Roja. Su corazón palpitó con optimismo mientras su cerebro empezaba a urdir un plan desesperado.
No moriré. Nelson intentaba aferrarse a la idea con la convicción de un loco o un profeta y sintió que en su mente se abrían dos ventanas de esperanza. La primera le decía que sobreviviría pasara lo que pasase, y la segunda que finalmente se libraría de la Corsaria Roja.
—Ten cuidado, Hermano Cuervo. Debes elevarte más —dijo Caitlin por radio al ver que la Stingray de Mulligan se acercaba peligrosamente a su nave de combate. Cuando la hiperpulsación impulsó la nave del guerrero hacia adelante, Caitlin se quedó atrás cubriendo la retaguardia por miedo a que los bandidos lanzasen sus propias naves de combate. Un sinfín de asteroides giratorios se arremolinaron a su paso, reduciendo el canal a un túnel que desembocaba en una tormenta de fuego.
—¡Estoy dentro! —exclamó Mulligan por el micrófono del casco cuando su Stingray elevó la cubierta transparente después de dar un giro cerrado y abalanzarse sobre la Lioness. Los láseres medios y pesados instalados en las alas emitieron destellos energéticos rojos y verdes, y resquebrajaron el blindaje de la Nave de Descenso ovalada como si fueran garras. Los CPP de la nariz de la Stingray no tardaron en unirse a los láseres arremetiendo contra la enorme nave con una saeta azulada artificial.
Caitlin observó la laboriosa maniobra de Mulligan y se sumó al ataque. Colocó el retículo dorado sobre la nave hasta conseguir centrar el punto de mira en un objetivo. Apretó la palanca de disparo con el pulgar y el monitor auxiliar mostró una amplia gama de colores como consecuencia del aumento calorífico. Los CPP lanzaron un rayo azul en dirección a la Lioness. Caitlin apretó el gatillo con el dedo índice y disparó dos láseres pesados, aumentando todavía más el calor de la nave. Los rayos verdes se unieron al impacto producido por los CPP fundiendo gran parte del blindaje del casco de la Nave de Descenso.
—¡Buen disparo, Cait! —exclamó Mulligan pasando a toda velocidad por el limitado espacio que separaba las dos Naves de Descenso mientras Caitlin intentaba seguirlo de cerca—. ¿Otra carrera?
—Entendido, Buitre Dos —contestó Caitlin recordando las instrucciones de Phelan a los pilotos—. Lo que haga falta.
Nelson se dirigió rápidamente al otro extremo del pasillo mientras las sirenas lo perseguían como cuernos anunciando la caza del zorro. ¡Conseguiré escapar! Atravesó la nave corriendo en sentido contrario a la rotación hasta que las señales de la pared le indicaron que se encontraba a dos segmentos de su objetivo.
De repente, una enorme explosión zarandeó la Tigress y lo lanzó contra una de las paredes interiores. Una sensación de mareo se apoderó de él al golpearse la frente, rebotar y caer sobre la plataforma. Se esforzó por ahuyentar la oscuridad que amenazaba con cernirse sobre él, se incorporó y notó que le empezaba a salir sangre del corte en la cabeza. Sin embargo, la adrenalina y su instinto de supervivencia consiguieron paralizar el dolor.
La Tigress se inclinó sobre el eje y la plataforma se curvó hacia arriba. Nelson alcanzó una de las vigas y se agarró con todas sus fuerzas, consiguiendo finalmente echarse hacia adelante. Avanzó por la plataforma a cuatro patas y dio una voltereta cuando la nave volvió a su posición normal. Tuvo una nueva sensación de mareo, a la que se repuso poniéndose en pie y echando otra vez a correr.
Cuando pasó la curva de la nave vio la escotilla de acceso al tanque de salida. Se dirigió hacia ella a toda prisa y apretó el interruptor del panel para abrirla. La escotilla se abrió de par en par revelando el oscuro interior del tanque con forma de vientre.
Al poner un pie en el tanque, notó que alguien le agarraba por el brazo e intentaba tirarlo al suelo.
—¿Dónde crees que vas?
Nelson se encogió de hombros en señal de derrota y apretó la mano lisiada con todas sus fuerzas. Levantó el puño y golpeó al bandido en la entrepierna. Aprovechó que el hombre se estaba retorciendo de dolor para propinarle otro puñetazo en la nariz, que acabó por dejarlo inconsciente sobre la plataforma. A continuación, sacó la pistola de la funda del bandido y le disparó dos veces. Se guardó la pistola, examinó el pasillo y volvió a meterse en el tanque. Cerró la escotilla con el cañón de la pistola e inmediatamente sintió la presión en sus oídos. Extendió la mano mutilada y apretó el secuenciador de lanzamiento.
—Empieza la cuenta atrás. Diez, nueve, ocho… —Informó una voz electrónica.
Nelson oyó un golpe en la escotilla del tanque y al instante vio el reflejo de un rostro en el cristal.
—Anulación de automatismo. Lanzamiento inmediato.
—Afirmativo.
Cuando los paneles de protección cubrieron la escotilla y los mandos, se oyeron tres pequeñas explosiones en el tanque. Nelson buscó refugio junto a los paneles mientras una última explosión liberaba el tanque de la Tigress. El rugido del motor de la nave le produjo un pitido en los oídos, y en aquel preciso instante una intensa sensación de felicidad se apoderó de él.
Soy libre. Puedo volver a casa. La protección de la pantalla visora del tanque se retrajo proporcionándole una visión general del espacio de combate en el que se encontraban las Naves de Descenso. Puedo volver a casa, pero antes debo sobrevivir al ataque contra la Corsaria Roja y su tripulación.
Caitlin tuvo un mal presentimiento cuando Mulligan hizo girar la nave para iniciar la segunda carrera. Echar marcha atrás a aquella velocidad no tenía mucho sentido cuando las Naves de Descenso seguían avanzando hacia ellos. Ella sabía que Mulligan era adicto a la velocidad y era obvio que él no daba ninguna importancia a la presencia de las naves.
—Ten cuidado, Hermano Cuervo.
—Entendido, Líder Cuervo. Voy tras ellas.
A pesar de la emoción que se desprendía de sus palabras, Caitlin era consciente de la cautela de Mulligan y había llegado a respetar sus habilidades desde que les pusieron en el mismo escuadrón. Elevando la nave, se colocó junto a la Tigress y luego sobre su nave hermana.
Caitlin sonrió y aceleró para seguir a Mulligan mientras éste avanzaba hasta llegar a rozar la superficie de la Tigress. Los disparos de los láseres y los CPP trazaron rutas paralelas en el blindaje de la nave y pudo ver cómo se inflamaba uno de sus cañones automáticos tras el impacto de los rayos.
—¡A tus nueve, Hermano!
El tanque de salida parecía un cometa cuando se elevó por encima de la Tigress. Mulligan hizo descender su nave para alejarse de ella, pero acabó sumergido en un amasijo de restos procedentes de la torreta del cañón automático. Caitlin vio que algo golpeaba la Stingray antes de que ésta diese un giro y acelerase en dirección a la Lioness.
Cuando inició la carrera en persecución de Mulligan, Caitlin pensó que sabía lo que hacía y que tan sólo trataba de poner fin a su ataque. Sin embargo, al acercarse a la popa de la nave, se dio cuenta de que tenía el ala izquierda dañada y que uno de los propulsores vectoriales se había bloqueado.
—Aléjate, Mulligan. Has perdido el control del timón de babor.
Sin esperar a su respuesta, Caitlin aceleró la carrera para comprobar que la cabina de Mulligan había desaparecido. Elevó la nave y se alejó de la Lioness. Inclinó la nave sobre el ala izquierda y empezó a descender dando una vuelta de campana que cambió la perpendicular de su anterior trayectoria. Mantuvo la nave en la misma dirección durante tres segundos, la devolvió a la posición normal e inició una maniobra para alejarse del perímetro letal de la Lioness.
La nave de combate de Mulligan inició una alocada carrera hacia los motores de ion de la Lioness y acabó transformado su combinación de acero y cerámica en una bola de plasma en ebullición. Ai principio, las llamas parecían demasiado pequeñas para causar daños en la nave, y ni siquiera los restos que iba dejando tras de sí eran suficientemente grandes para inutilizarla, por lo que Caitlin no pudo por menos de sentir un escalofrío al ver que la muerte de su camarada parecía lejana.
En aquel momento, se desprendió uno de los cuatro motores de ion de la Nave de Descenso y la Lioness empezó a girar a toda velocidad dando fuertes sacudidas. La intensificación de la rotación suavizó la carrera de la nave, pero cuando los cohetes direccionales se pusieron en marcha con la intención de recuperar el control de la misma, la nave ovoide se dobló por el eje y los dos extremos empezaron a dibujar círculos en el espacio sin ninguna sincronización.
Caitlin se dio cuenta de que la Lioness tenía problemas al disparar los cohetes de maniobra que debían hacer girar la nave para volver a orientar los propulsores e iniciar la retirada. Tras una sacudida, la nave empezó a dar vueltas y a mecerse de un lado a otro totalmente fuera de control. Los propulsores expulsaron energía en un intento de recuperar la estabilidad, pero sólo consiguieron iluminar la nave como si fuera un meteoro irrumpiendo en la atmósfera.
La Lioness rebotó contra un asteroide dos veces mayor que ella y empezó a descender. Como por arte de magia, consiguió pasar entre dos asteroides giratorios de dimensiones gigantescas y, por un momento, Caitlin deseó que la nave sobreviviese. Luego impactó contra otro más pequeño que lo atravesó de lado a lado. El casco de la nave dio vueltas alrededor del asteroide como si se tratase de su propia aureola y se partió por la mitad desprendiendo un sinfín de fragmentos relucientes que se esparcieron por el espacio como gotas de mercurio.
Arrodillado en el suelo, Nelson vio cómo la Lioness avanzaba a toda velocidad por el campo de asteroides. La primera colisión dobló la nave, que iba dejando una estela de restos tras de sí. Se estremeció cuando chocó por última vez y el metal empezó a emerger por la superficie del asteroide. Sus ojos rastrearon el espacio al acecho de algún ’Mech, de alguna persona, de alguna cosa que hubiese sobrevivido al accidente, horrorizado al darse cuenta de que todo su esfuerzo era en vano.
Desde la pantalla visora del estómago del tanque consiguió divisar la Tigress. También había recibido un fuerte impacto, pero en comparación con la otra nave, se podía decir que estaba en perfecto estado. Mientras la observaba, la nave describió un rizo y logró cambiar la posición del propulsor principal. Los propulsores de ion parpadearon en la oscuridad y la nave inició un lento ascenso en dirección al lugar donde le esperaba la Fire Rose.
Las naves de combate salieron al encuentro de la solitaria Nave de Descenso, pero la Tigress fue incapaz de activar su imponente armamento. Para complicar aún más las cosas, la Fire Rose se sirvió de las baterías de láser pesado para arremeter contra las naves de combate que iban por delante de la Tigress y esperaban para atacar.
A pesar de lo mucho que Nelson deseaba la muerte de la Tigress y de la mujer que la comandaba, se quedó maravillado al ver cómo se enfrentaban a las naves de combate enemigas. Antes de que la Tigress llegase a cubrir la mitad de la distancia que la separaba de la Fire Rose, las naves detuvieron el ataque. La Nave de Descenso alcanzó a la de Salto y ambas desaparecieron en la distancia.
Nelson observó cómo se alejaban con alivio y tristeza. Aunque se alegraba de ser libre, lamentaba tener que abandonar a sus camaradas, que seguían siendo prisioneros de los corsarios. Y es que, por más que le odiaran por su relación con la Corsaria Roja, no podía evitar sentirse responsable de sus vidas.
Al ver acercarse dos naves de combate aéreo con sendas redes de captura de tanques, Nelson hizo una solemne reverencia.
—Encontraré la manera de devolveros a casa. Y si no lo consigo, moriré en el intento.