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Arc-Royal
Mancomunidad Federada
19 de septiembre de 3055
Mirando hacia el cielo, Nelson Geist apenas podía distinguir las cuatro Naves de Descenso que transportaban el Primer Regimiento de ’Mechs a las Naves de Descenso. Dejó el macuto en el suelo y saludó a Phelan cortésmente.
—El Kommandant Nelson Geist informando según las órdenes, señor.
El alto y esbelto Khan asintió con severidad.
—Será destinado a bordo de la Owl’s Nest y compartirá cabina con el señor Bates.
Nelson sintió que el corazón le daba un vuelco.
—¿Bates? Yo pensaba…
—¿Qué pensaba, Kommandant?
—Penaba que confiaba en mí.
Phelan entrecerró los ojos mientras Nelson sentía que un escalofrío le recorría la médula. En un instante se dio cuenta de que el Khan no confiaba en nadie fuera de su círculo de consejeros o de los Demonios de Kell. Aunque su relación con la Corsaria Roja lo convertía en un intruso, sabía que también despertaba cierto vínculo.
—La información que me ha proporcionado es de gran utilidad, Kommandant. Viene conmigo porque así lo acordamos a cambio de su información —explicó Phelan—. Y es cierto que conoce bien a la Corsaria Roja. Pero no me hable de confianza. En este asunto, la confianza es una mercancía volátil.
Nelson levantó la cabeza.
—¿Tendré un ’Mech al llegar allí?
—No.
—¿No? —exclamó Nelson con incredulidad—. Pero…
—Negoció para venir con nosotros, nada más. Yo me atengo a su trato. Usted decide si quiere venir o no.
La fantasía con la que Nelson había soñado desde su fuga, la visión de enfrentarse a la Corsaria Roja en un Círculo de Iguales, se desvaneció por completo. ¿A quién quería engañar? Intentó apretar el puño, pero la mano lisiada se lo impidió. Tanto él como ella pertenecen a los Clanes. El conflicto no tiene nada que ver conmigo.
Nelson miró al Khan de los Lobos.
—Todavía tiene a mis hombres. Yo voy.
Phelan movió los dedos con impaciencia sobre el brazo de la silla en la cabina del Owl’s Nest. Dan Allard sonreía a su lado.
—Phelan, cuando lleguemos habrás agujereado el brazo. La paciencia es una virtud.
—Cierto, coronel, pero me temo que va a ser una carrera de velocidad —dijo Phelan tirando del cinturón de contención mientras observaba la cuenta atrás en el cronómetro del ordenador de comunicaciones. Tras el salto inicial desde Arc-Royal, las dos Naves de Salto se trasladaron a Yeguas, donde pasaron una semana cargando los dispositivos de propulsión de salto de su Kearny-Fuchida y las baterías de fusión de litio en las estaciones del punto de salto del vértice estelar.
Dan sacudió la cabeza.
—Creo que ya la hemos adelantado. No sabemos de ningún asalto a una estación de recarga de la Mancomunidad Federada, así que es probable que todavía esté en nuestro espacio. No creo que tus Clanes sean mucho más caritativos con ella que los federados. Llegaremos a su base y la habitaremos un mes antes de que llegue a casa.
Phelan permaneció imperturbable. A menos que alcance a los Halcones de Jade y se pongan rápidamente en camino. Volvió a golpear el brazo con los dedos.
—Espero que estés en lo cierto, pero no quiero que tenga tiempo para rearmarse y volver a la carga. Elissa es un planeta habitado por una secta pacifista conocida como los Herederos. Sus miembros han dado la espalda a la tecnología. La mayoría son granjeros repartidos en poblados. El Clan de los Lobos ni siquiera tiene una fortaleza allí, pero si el depósito de la Liga Estelar sigue existiendo y la Corsaria Roja lo ha utilizado como fuente de suministros…
Dan esbozó una sonrisa.
—Recurrimos a tu plan secundario. Utilizamos a los Demonios de Kell para bloquear el mundo y tu reúnes a tu galaxia para acabar con ella. Sea como sea, está sentenciada.
La Owl’s Nest emitió tres pitidos. Phelan intentó relajarse cuando el cronómetro se puso a cero y de repente el universo se desmoronó sobre él. La oscuridad subió en espirales y lo envolvió de los pies a la cabeza como dos olas negras a punto de colisionar contra él. Las olas siguieron cogiendo fuerza y crecieron más y más hasta arrollarlo.
La burbuja en la que se encontraba empezó a estrecharse cuando acabó el primer salto y se hizo más pequeña al empezar el segundo. El techo de agua negra se desplomó sobre él, y cuando las imágenes de la Corsaria Roja, Ulric, Conal, Víctor, Ranna y Vlad se arremolinaron a su alrededor sintió que se ahogaba. Millones de estratagemas nadaron en la oscuridad y la urgente necesidad de escapar resonó con fuerza en todos los rincones de su mente.
Cuando acabó el segundo salto, Phelan sacudió la cabeza. El comunicador de su escritorio mostró el logotipo de los Halcones de Jade para luego visualizar a un miembro del Clan con cara de aburrimiento.
—Estación de recarga Alyina.
Phelan se incorporó en la silla, se desabrochó el cinturón de contención y se estiró la túnica.
—Soy el Khan Phelan Ward de los Lobos. Recargue ambas naves inmediatamente.
El comtech lo miró con cara de sorpresa antes de adoptar una expresión sombría.
—No lo tenemos registrado, Khan Phelan.
—Llevamos a cabo una urgente misión para el ilKhan. Haga lo que le he dicho.
El hombre levantó la cabeza de golpe, y Phelan se dio cuenta de que se le había ido la mano.
—Yo no soy el ilKhan ni puedo hacerme cargo de la autorización que me pide. Le paso con mi superior.
La pantalla volvió a mostrar el logotipo mientras Phelan arremetía contra el brazo de la silla.
—¡Maldita sea!
Dan arqueó una ceja.
—Ese hombre pertenece a la casta de técnicos. Debería obedecerme. Seguro que su superior es un guerrero.
El logotipo se desvaneció de nuevo y en su lugar apareció la imagen de un hombre. Phelan sabía por el grosor de su cuello y la anchura de sus hombros que se trataba de un Elemental.
—Soy el coronel estelar Taman Malthus. Estoy al mando de Alyina y de sus recursos.
—Yo soy el Khan Phelan y necesito…
El hombre lo interrumpió levantando su enorme mano.
—He sido informado de la naturaleza de su petición; Khan Ward, pero me temo que los Halcones de Jade están a punto de llegar con sus naves y necesitarán las cargas que usted desea.
—¡Y nosotros llevamos a cabo una misión para el ilKhan!
El Elemental de ojos azules se encogió de hombros.
—No he recibido órdenes de atenderlo y yo no soy uno de sus cachorros dispuesto a servirle sólo porque papá lobo necesita ayuda.
Dan Allard se acercó a Phelan.
—Tal vez, si pudiéramos reunimos con el coronel estelar y explicarle…
Malthus frunció el ceño.
—Si están pensando en invadir Alyina, la defenderé con todo lo que tengo. Mi primera acción será inutilizar la estación de recarga, por lo que tendrá que ir buscando alternativas.
—Cálmese —dijo Phelan levantando ambas manos—. Lo que el coronel Allard quería decir…
—¿Allard? —repitió Malthus mirándolo fijamente—. ¿Es un Allard?
Phelan pulsó un botón del comunicador para ampliar la imagen y encuadrar a Dan junto a él. El hombre observó a su acompañante y presionó el comunicador con el pulgar.
Dan esbozó una sonrisa angelical.
—Soy el coronel Dan Allard de los Demonios de Kell.
El Elemental desvió la vista de la pantalla durante unos instantes.
—¿Conoce a Kai Allard-Liao?
Dan ensanchó aún más su sonrisa.
—Sí. Es mi sobrino, el hijo de mi hermano menor.
Malthus asintió con la cabeza y dijo:
—Lo conozco. Yo lo capturé y luché junto a él.
—No habla mucho de su estancia en Alyina —dijo Dan con una mueca—. No fue una época fácil para él.
—Pero sí una de la que debe estar orgulloso —puntualizó Malthus—. He visto una lucha de Allard, y si todo lo que sabe lo aprendió de usted, le permitiré que cargue la nave a cambio de su compromiso de pasar por Alyina pacíficamente.
Dan sonrió.
—Bien negociado y hecho. Le diré a Kai que he hablado con usted.
El Elemental asintió.
—Dígale que es todo un honor poder considerarlo un camarada.
De toda la gente de la fuerza expedicionaria, Nelson Geist sabía que él era el único que se alegraba de la semana extra de trabajo que implicaba que Phelan pasara por el espacio de los Halcones de Jade para llegar a la zona de ocupación del Clan de los Lobos. El recorrido les supuso dos saltos más y concedió a Nelson lo único que quería: tiempo.
Aprovechando el retraso, Chris Kell lo ayudó a ponerse en forma mediante una serie de simulacros de combate. Nelson se impuso un horario de entrenamiento agotador y tanto Bates como Kell tuvieron que obligarlo a dormir y comer con regularidad. Aunque sabía que lo tachaban de obsesivo, se habían convertido en sus aliados y trabajaron duro para ayudarlo a mejorar sus habilidades como piloto.
Juntos tramaron una estratagema que era tan elegante como sencilla. Nelson preparó un documento en el que renunciaba a su grado en la milicia de Kooken y Chris Kell le ofreció un contrato con los Demonios de Kell, y luego convenció a Dan Allard para que lo firmase. El Kommandant Nelson Geist se convirtió en el coronel Nelson Geist, consejero táctico de los Demonios de Kell.
Cuando los documentos estuvieron firmados, Nelson no pudo borrar la sonrisa de su rostro.
—Mis nietos estarían encantados de saber que trabajo para los Demonios. Tendré que buscarles un amiguito para que puedan dirigir ejércitos en miniatura de los Demonios de Kell.
Chris hizo un gesto de asentimiento.
—Tendrás que traerlos a Arc-Royal, que está plagado de niños. Aunque me temo que todos querrán ir con los Demonios.
Una vez finalizado el papeleo, el entrenamiento de Nelson alcanzó su punto culminante. Chris le prometió que si había una plaza en el Primer Regimiento lo recomendaría para cubrir la vacante, y hasta le propuso llegar a un acuerdo con otro hombre de la unidad para conseguirle un BattleMaster y dejarle hacer de copiloto.
Nelson recompensaba la fe que Chris había depositado en él cuando no estaban entrenando o durmiendo. Durante el viaje, siguieron las reparaciones de los BattleMechs del Primer Regimiento. Nelson, Bates y Chris se dejaron la piel reparando el blindaje de la Thunderbolt y reforzando las estructuras internas que habían sido dañadas en Arc-Royal.
Las reparaciones acabaron justo a tiempo para hacer el último salto a Elissa. Chris se reunió con los otros oficiales mercenarios del Khan para la vista final. Dijo que seguiría insistiendo para que Nelson participase en cualquier batalla que tuviera lugar en Elissa, así que cuando el Khan llamó a Nelson a comparecer ante él nadie se sorprendió.
Nada más entrar en el camarote supo inmediatamente que la petición de Chris había sido denegada. El Khan no tuvo ningún problema en mirar a Nelson a los ojos, mientras que Chris intentaba evitar su mirada y sacudía la cabeza continuamente.
—¿Quería verme, Khan Phelan? —preguntó Nelson totalmente relajado y con la cabeza bien alta.
—Aplaudo su esfuerzo, Kommandant, y desearía tener más guerreros con su corazón y su empeño. Su petición de servir en un ’Mech ha sido denegada —anunció el Khan suavizando la expresión de su rostro—. Sin embargo, eso no significa que no reconozca sus habilidades. Escribiré una carta al príncipe Víctor Davion halagando su esfuerzo y solicitando su ingreso en el ejército regular —dijo el Khan desviando la mirada hacia Dan—. Bueno, sólo si el coronel Allard decide prescindir de usted.
—Gracias, señor —contestó Nelson tragando saliva para deshacer el nudo de la garganta—. ¿Eso es todo, señor?
—No —dijo Phelan inclinándose sobre su escritorio—. Saltaremos a Elissa en menos de dos minutos. ¿Hay algo que no nos haya dicho?
Nelson sacudió la cabeza.
—Ya lo saben todo.
—Muy bien —dijo el Khan indicando que tomase asiento—. Siéntese. Estamos a punto de saltar.
Nelson y los oficiales de los Demonios de Kell se abrocharon los cinturones y Chris pasó el brazo por los hombros de Nelson.
—Lo siento, lo he intentado.
Nelson asintió.
—Ya lo sé. Sólo espero que su entrenamiento me permita acabar lo que dejé a medias.
—Mi dedo estará en el botón, pero será su espíritu el que lo pulse.
Sonaron tres pitidos, el último de los cuales dejó tras de sí un regusto a eternidad que Nelson saboreó una vez iniciado el salto. Sintió que lo estiraban hasta convertirse en un insignificante átomo y temió acabar reducido a añicos, un temor que se desvaneció en su pesar de no poder vengarse personalmente de la Corsaria Roja. De repente, volvió a sentir esa necesidad de venganza y a medida que los átomos volvían a reconstituir su cuerpo, supo que había escapado del olvido con un único propósito: matar a la Corsaria Roja.
Nada ni nadie impedirán que lo consiga.
Su visión se esclareció y vio al Khan concentrado en su pantalla de comunicaciones.
—Mensaje procedente de Elissa, Khan Phelan —comunicó un comtech.
El Khan observó a los oficiales que había en el camarote.
—Parece que nos hemos anticipado, lo cual nos da la ventaja de la sorpresa —dijo al tiempo que pulsaba un botón del ordenador—. Envíeme el mensaje.
Vaya, así que ahora la sorpresa es una ventaja. Nelson vio aparecer en pantalla el rostro de Conal Ward.
—¿Con qué fuerzas atacará Elissa, Khan Phelan Ward?
Phelan se echó hacia atrás en la silla sin dar crédito a sus oídos.
—Tiene un sentido del humor un tanto extraño, Conal.
—¿Con qué fuerzas atacará Elissa?
La mente de Nelson empezó a dar vueltas tras la repetición de la pregunta. El Trigésimo Primero de Solahmas de los Lobos salieron de Arc-Royal antes de que le dijera al Khan dónde se encontraba la guarida de la Corsaria Roja. Conal sólo pudo recibir la información a través de ella, lo que significa que es su aliado. Sin embargo, su Khan se opone a ella. ¿Cómo es posible?
Nelson advirtió la voz de ira contenida del Khan.
—Coronel estelar Conal Ward, soy su Khan. Le ordeno que abandone Elissa y deje que yo me ocupe de la Corsaria Roja.
—No.
—¿Se da cuenta de que está cometiendo un acto de traición, coronel estelar?
Conal sacudió la cabeza.
—Con todo el respeto debido, mi Khan, pero es usted el que está al mando de una fuerza de la Esfera Interior para conquistar un mundo del Clan de los Lobos. Yo lo defiendo contra su traición.
Phelan se inclinó hacia la pantalla.
—¿Es así como quiere que acabemos, Conal? Porque en tal caso asesinaré a su descendencia y su ADN será eliminado de todos los programas de reproducción.
El rostro de Conal palideció tras sus últimas palabras, pero no tardó en cubrirse de una máscara de odio.
—Si me derrota, Khan Phelan, puede que consiga cumplir su amenaza. Yo defenderé Elissa con el Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos y le pido que se lo piense dos veces antes de utilizar sus naves de combate aeroespaciales.
El Khan sacudió la cabeza.
—No, Conal, usted ha cavado su tumba y ahora ya puede morir en ella. Atacaremos con todo lo que podamos. Pagará cara su osadía, Conal.
El otro guerrero del Clan esbozó una sonrisa sarcástica.
—La historia está escrita por los vencedores, Khan Phelan. No lo olvide. Yo intentaré ser generoso al escribir su epitafio.