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Deia

Mancomunidad Federada

19 de junio de 3055

Desde su captura, Nelson Geist no se había sentido tan feliz. Estaba al mando de un BattleMech. La sensación del fluido circulando por los tubos del traje refrigerante y el peso del casco sobre los hombros resultaba deliciosamente familiar para un hombre que creía que no la volvería a experimentar. Pese a los malos recuerdos y a lo que implicaba su presencia en el BattleMaster de la Corsaria Roja, no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción.

Seguro que lo estropea todo y lo utiliza en mi contra. Nelson extendió el brazo, agarró la palanca de los mandos de visión y la movió en todas direcciones. Como era de esperar, el retículo dorado que aparecía en el visualizador holográfico se mantuvo estático. No es tan tonta como para dejarme jugar con armamento de verdad.

Se oyó la suave voz de la corsaria por los auriculares.

—¿Qué siente al ser un guerrero otra vez, Nelson?

—Me siento bien —contestó. La risa de la corsaria corroboró el temor de Nelson al pronunciar esas palabras.

—Eso es bueno.

Tras un chasquido, se oyeron unas voces por la línea.

—Tenemos al enemigo a dos clics al sur de su posición, líder roja. Contamos doce. Repito, uno, dos ’Mechs. Llevaremos a los Zuavos hasta su posición. Líder azul cierra.

—Aquí líder roja. Entendido, líder azul. Rojo cierra —contestó la corsaria volviéndose hacia él—. ¿Preparado para la batalla, Nelson?

En el exterior, a través del techo abombado que cubría la cabina, Nelson vio el humo y el fuego producidos por el enfrentamiento inicial de la estrella azul con el enemigo. Vio volar varios misiles mientras el punto alfa de las salvas se acercaba inexorablemente a la estrella de ’Mechs de la Corsaria Roja.

Nelson apretó los dientes.

—Supongo que querrá que le informe de los aciertos, ¿no?

—Qué curioso, Nelson —contestó moviendo las manos mientras el retículo se centraba en el visualizador—. ¿Qué sabe de los Zuavos de Zimmer? Son mercenarios, ¿quiaf?

—No lo sé. Nunca he oído hablar de ellos.

—Se supone que están protegidos por los Demonios de Kell. ¿Ha oído hablar de ellos?

Nelson esbozó una sonrisa.

—Sí, acabaron con los Halcones de Jade en Twycross y con los Gatos Nova y los Jaguares de Humo en Luthien. He oído hablar de ellos. Son tan buenos que el hijo de su líder se convirtió en el Khan del Clan de los Lobos.

—Así pues, ¿qué cree, que serán mejores o peores que ustedes, los MechWarriors de la Esfera Interior? —preguntó al tiempo que encendía el canal de comunicación—. Estrella roja, no dispare hasta que yo lo haga.

—No tan buenos.

La batalla seguía acercándose. Nelson sabía que de no haber sido por el espeso bosque que separaba la estrella roja de los Zuavos, los invasores se habrían servido de la tecnología superior de los Clanes para dejarlos fuera de combate. Tenía la sensación de que la Corsaria Roja esperaría hasta que los mercenarios estuvieran a tiro, y no porque tuviera miedo de errar el tiro, sino porque quería ver la destrucción de cerca.

—¿Entonces podría derrotarlos?

—Con una lanza o similar, sí.

La Corsaria Roja bajó una palanca y empezaron a aparecer datos sobre el estado de las armas en las pantallas auxiliar y secundaria de Nelson. Cuando éste agarró una de las palancas de mando, el retículo del punto de mira respondió a sus movimientos.

—¿Qué está haciendo?

—Usted es mi tirador, Nelson.

—¡No! —exclamó Nelson apartando las dos palancas de mando hacia adelante, haciendo que las armas del ’Mech apuntasen al suelo—. No, me niego a matar por usted.

—Si no lo hace, moriremos.

—Entonces moriremos.

El suspiro de la Corsaria Roja le indicó que no tenía elección.

—Si morimos, también lo harán sus amigos: Spider, Jordán y todos los demás. Si morimos, he dado la orden de que sean arrojados al espacio.

—No puede…

—Puedo y lo he hecho, Nelson —dijo mientras extendía los brazos y se llevaba las manos a la nuca—. Son armas de verdad. Los objetivos son suyos. Dispare cuanto quiera.

Nelson apartó la vista de las consolas y observó el visualizador holográfico. Los Zuavos iban cayendo uno tras uno, empujados hacia una trampa sin salida. Si los atacaba sería una masacre. Si no los atacaba mataría a sus amigos. Pero ni siquiera el enfrentamiento con los Zuavos garantizaría la supervivencia de la Corsaria Roja.

—Piénselo, Nelson. Por cada uno que mate, liberaré a uno de sus amigos.

—¿Y si los mato a todos? ¿Cuál será mi recompensa?

—La oportunidad de seguir matando y, si el Clan de los Lobos llega a tiempo, la oportunidad de matar también a algunos de ellos.

Nelson condujo el BattleMaster a través de la maleza. Ambos brazos se levantaron y la pantalla siguió el movimiento de las manos. El retículo apuntó hacia un Griffin que se estaba retirando. Nelson apretó el gatillo y disparó una abrasadora saeta de luz azulada del PPC con forma de pistola acoplado a la mano derecha del ’Mech.

El rayo de partículas quemó el blindaje del brazo derecho del Griffin y penetró en sus huesos de ferrotitanio. Cuando Nelson apretó el gatillo izquierdo, otra saeta del PPC desgajó el blindaje del pecho del Griffin. El vapor envolvió al desvencijado ’Mech mientras la máquina de guerra retrocedía a trompicones. El piloto la mantuvo en equilibrio. Sus esfuerzos despertaron la admiración y la compasión de Nelson.

Nelson se odió por haber disfrutado con las dos cosas que más le habían sorprendido de aquel primer ataque. La primera era que las armas de los Clanes causaban más daño que cualquiera de las mejores armas de la Esfera Interior. Un arma de características similares de la Esfera Interior habría causado el doble de daño en el Griffin.

La segunda era que el BattleMaster de la Corsaria Roja regulaba mejor el calor que su homólogo de la Esfera Interior. Un BattleMaster normal sólo disparaba un CPP, una arma propensa al calentamiento, pero después de dos explosiones de CPP la temperatura no había aumentado. Echó un vistazo al monitor de calor y vio que no había sobrepasado la zona amarilla prudencial.

—Ahora está en un ’Mech real, Nelson. Puede hacer más.

Nelson siguió al Griffin y disparó. Los dos CPP dieron de pleno en el pecho del ’Mech. El blindaje que le cubría el corazón se fundió dejando las costillas y las estructuras internas expuestas a las explosiones de los rayos de partículas. Nelson atribuyó el humo y el destello plateado al impacto del rayo en el motor y a la destrucción del propulsor de salto respectivamente.

El enorme láser de pulsación instalado en el centro del torso del BattleMaster produjo una descarga de dardos energéticos verdes que se clavaron en el brazo desprotegido del Griffin. Los dardos desconcharon la juntura del hombro de ferrotitanio, la incendiaron y la evaporaron. El brazo cayó al suelo dejando tras de sí un rastro de llamas que prendió en la maleza.

El Griffin se tambaleó tras el impacto y dio una vuelta de campana. Cayó de espaldas al suelo y con la cabeza hacia atrás. Una serie de pequeñas explosiones alrededor de la bóveda la hicieron volar en mil pedazos, pero el piloto consiguió salir con vida del sillón de mando. La oscuridad impedía que Nelson pudiera ver el rostro del piloto, pero deseó con todas sus fuerzas que saliera con vida de aquello.

Spider ya es libre.

La estrella roja se había unido a la lucha. Atrapados entre dos fuerzas opuestas, los Zuavos de Zimmer lucharon con ahínco, pero los invasores consiguieron derrotarlos. Con un par de disparos, Nelson fundió un Hermes desde el esternón hasta la columna y se enfrentó a un Hunchback que, aunque también recibió el golpe, no cayó hasta el segundo disparo, después de intentar en vano desvencijar el blindaje de Nelson. Todo ello no hizo más que incitarlo a buscar más objetivos.

Mientras la radio informaba del fin de la resistencia, Nelson observaba el paisaje boreal en ruinas. Aquello que antes era una selva ahora parecía un jardín destrozado por una segadora automática fuera de control. Los árboles que antes oteaban con sus copas desde lo alto ahora no eran más que montañas de broza. Todo estaba en llamas y los cuerpos inertes de los BattleMechs cubrían el suelo como caballeros armados derrotados en una batalla de otra época.

La Corsaria Roja volvió a tomar el mando del ’Mech, se puso en pie y miró a Nelson.

—Puede que después de todo sí que sea un guerrero, Nelson. Estoy impresionada. Ha hecho un buen trabajo.

Aunque su tono era condescendiente, denotaba también cierto respeto. Al principio Nelson se recreó en sus halagos, pero luego recordó lo que había tenido que hacer para conseguirlos. He luchado contra mi antiguo bando y no sólo he acabado con ellos, sino que además lo he pasado bien. Eso demuestra que he perdido el sentido de la compasión. La Corsaria Roja se volvió a sentar en el sillón de mando y aseguró de nuevo los cinturones de contención.

—Pero todavía hay mercenarios que matar. Le enseñaré lo que es capaz de hacer un guerrero de verdad, Nelson, y entenderá por qué la Esfera Interior no podrá detenernos jamás.

Su arrogancia lo irritaba.

—Pero usted dijo que los Lobos venían por nosotros. La Esfera Interior no tendrá que venir a detenerla, ¿no?

—Eso ya lo veremos, Nelson. De momento, los Lobos ni están aquí ni son invencibles.

Doce horas más tarde el Kommandant Israel Zimmer entró apresuradamente en el vagón de comunicaciones, que se había convertido en su puesto de mando. Quería salir a luchar, pero cuando su Marauder perdió una pierna en la batalla de Shasta, había tenido que esperar a que reparasen su ’Mech o cualquier otro cuyo piloto no lo necesitase. Aunque la última posibilidad era la más probable, no albergó la menor esperanza de volver a entrar en combate.

—¿Todavía no ha conseguido ponerse en contacto con esas Naves de Descenso, teniente?

El joven comtech asintió y dejó libre su silla frente a un equipo visifónico que había sido reconstruido. Señaló un botón.

—Éste activará la conexión, señor.

Zimmer le hizo un guiño.

—Sé cómo funcionan, teniente.

—Sí, señor —contestó el oficial ruborizándose. El joven todavía llevaba una camiseta con los galones de cabo. A diferencia de éstos, los distintivos de teniente de las solapas tenían una mancha de sangre—. Ya está preparado, señor.

Zimmer pulsó el botón y apareció una fotografía de un hombre de mirada severa.

—Aquí el Kommandant Israel Zimmer de los Zuavos de Zimmer. Queremos solicitar su ayuda.

El hombre de la pantalla frunció el ceño.

—Son mercenarios, ¿quiaf?

Zimmer le lanzó una mirada desafiante.

—Sí, lo somos. ¿Con quién hablo?

—Soy el coronel estelar Conal Ward, al mando del Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos. Vamos a aterrizar para unirnos a los bandidos. Nuestra zona de aterrizaje se encuentra en su sector 3342. Por favor, despéjelo.

—¿Cómo dice?

Conal le devolvió una feroz mirada.

—Quiero que despejen el sector 3342. Acordé con los bandidos que aterrizaría allí.

—Coronel estelar, mi batallón se encuentra en ese sector. Si los muevo, los perderé. Si aterriza en el 3244 estará al norte de esa posición y entre los dos podremos atrapar a los bandidos. No tenemos mucha movilidad pero todavía podemos disparar.

Kommandant Zimmer —dijo con voz severa el miembro del Clan—, si no mueve sus tropas, las perderá. No permitiré que su gente intervenga en nuestra batalla.

¿Su batalla? —exclamó Zimmer dando un golpe tan fuerte en el brazo del sillón que hizo que el teniente se sobresaltara—. Escúcheme, hijo de puta. Mi unidad es lo único que queda del batallón mercenario y la milicia local. Hace dieciséis horas que luchamos contra los invasores y no hemos encontrado refugio hasta que no ha anochecido. Nuestras tropas son buenas y no se retirarán.

—Muy bien —contestó Conal con la cabeza bien erguida—. ¿Cómo va a defender el sector 3342?

—¿Qué es usted, un imbécil? —gritó Zimmer golpeando la pantalla—. Le acabo de decir que lo estoy defendiendo con lo único que me queda.

—¡Perfecto! —exclamó Conal con una sonrisa—. Entonces espero verlo pronto, Kommandant. Aterrizaremos dentro de una hora. Bien negociado y hecho.

La pantalla se apagó y Zimmer tardó un segundo en darse cuenta de que la conversación se había acabado.

—¿Qué demonios ha ocurrido, teniente?

—No estoy muy seguro, señor —dijo el hombre sacudiendo la cabeza—. ¿Pero «bien negociado y hecho» no es lo que dicen los Clanes cuando aceptan un desafío de combate?

—Espero que esté equivocado, teniente —dijo Zimmer levantándose de la silla para contemplar el cielo. En lo alto, como si se tratase de una constelación cambiando de posición, pudo ver las Naves de Descenso del Clan en dirección a la atmósfera—. Pero por desgracia, creo que no lo está.