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Sede de los Demonios de Kell
Old Connaught, Arc-Royal
Mancomunidad Federada
18 de septiembre de 3055
Sentado a solas en la oscuridad, Phelan Ward observó con atención la imagen congelada en la pantalla del ordenador de su escritorio. La escena, que había sido digitalizada y aislada de la cámara de armamento del ROM de combate de Carew, mostraba lo que parecía a los ojos de Phelan un raptor perseguido por una katana. Phelan había creado aquella composición superponiendo imágenes a medida que el logotipo aparecía en pantalla y era consumido por el fuego.
No había lugar para confusiones. Las naves de combate pertenecían a los Halcones de Jade.
Un escalofrío le recorrió la médula. Aquella conclusión respondía a la cuchilla de Occam: la respuesta más simple era a menudo la correcta. Si se analizaba la evolución de la propiedad de las naves de combate aeroespaciales o de aquella nave de combate aeroespacial de los Halcones de Jade, el problema se reducía enormemente y puede que hasta se solventase.
Aquella simple respuesta daba pie a un sinfín de preguntas. Era posible que la Corsaria Roja, con su única Nave de Descenso, hubiese atacado el mundo de los Halcones de Jade, donde debía haber obtenido naves de combate, ’Mechs, otra Nave de Descenso y una nueva Nave de Salto. Sin embargo, era inconcebible que no se hubiese enterado. Los Halcones de Jade habrían denunciado el ataque al ilKhan, utilizando el fracaso del Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos y de los Demonios de Kell contra Ulric. El ilKhan, a su vez, lo habría informado de la situación para concienciarlo de la necesidad de detener a la Corsaria Roja y avisarlo de sus nuevas posesiones.
La única explicación al hecho de que Phelan no hubiese oído hablar del ataque a los Halcones de Jade era que el ataque no se hubiese producido, lo que significaba que los Halcones de Jade habían estado abasteciendo a la Corsaria Roja. Pero por otra parte, los Halcones nunca habían reconocido a los bandidos como agentes suyos, ya que eran incapaces de manchar el nombre de una unidad de combate tan buena.
El joven Khan empezaba a darse cuenta de que aquella conspiración había sido ejecutada tan bien y con tanto descaro que era imposible probarla. De no haber fracasado, la Esfera Interior y los Clanes se habrían embarcado una vez más en una guerra de conquista, la tregua habría quedado enterrada en algún rincón de la memoria y el ilKhan habría caído en desgracia tras sufrir algún golpe perpetrado por los Halcones de Jade.
En cierto modo, aquella explicación adquiría sentido a medida que la analizaba. Los Halcones de Jade habían sufrido enormemente en la guerra contra la Esfera Interior. Kai Allard-Liao no había tardado en deshacerse de ellos en Twycross, los había frustrado y humillado en Alyina y finalmente los había esclavizado para que lo ayudasen a liberar el planeta de ComStar. Además, no importaba que fuera el segundo mejor Clan de los siete durante el enfrentamiento a ComStar en Tukayyid, ya que estaban tan lejos de alcanzar los logros de los Lobos que no parecían mucho mejores que los demás. En el transcurso de la invasión por parte de la Esfera Interior, los Halcones de Jade habían perdido toda la fuerza y la influencia política conseguida anteriormente.
La tregua de Tukayyid los había ayudado más de lo que podían imaginar, ya que impedía el contraataque de la Mancomunidad Federada a lo largo de la frontera. A partir de ese momento, si querían atacar, debían hacerlo por encima de la línea de tregua. Un año antes, la Mancomunidad Federada y la fuerza de los Dragones de Wolf habían repelido un fuerte ataque de los Halcones de Jade en Morges, en el que las ganancias habían sido escasas y temporales. Sin embargo, los Halcones de Jade no tardaron en sobreponerse y puede que se hubiesen expandido a expensas de la Mancomunidad por un simple motivo.
El motivo era la reanudación de los enfrentamientos entre los Clanes. Mientras que la invasión de la Esfera Interior había unido a los Clanes, proporcionándoles un mismo objetivo en detrimento de los combates de destrucción recíproca, la tregua había instigado a los demás Clanes a atacar a los Halcones de Jade, cuyo territorio se encontraba encajonado entre la Mancomunidad Federada y el Clan de los Lobos.
Si los bandidos hubiesen conseguido interceptarles el paso más allá de la línea de tregua y hubiesen reconocido su relación con los Halcones de Jade, habrían pasado dos cosas. Por una parte, la guerra con la Esfera Interior se habría reanudado de inmediato. Esta situación habría enfrentado a los Lobos con ComStar y a los demás Clanes con el Condominio Draconis. Una vez más, la necesidad de vencer al enemigo común de la Esfera Interior habría pospuesto la lucha interna que amenazaba a los Halcones de Jade.
Por otra parte, sin embargo, los Halcones de Jade habrían demostrado que hasta un grupo de bandidos podía superar a la Esfera Interior. Las diversas fuerzas de los Clanes contrarias a la tregua habrían respaldado inmediatamente a los Halcones de Jade y podrían haber desafiado a Ulric a un Juicio de Rechazo para que repudiase la tregua. Aunque Ulric consiguiese defender su posición, los desafíos no tardarían en llegar y las constantes hostilidades de ComStar lo obligarían a repudiarla tarde o temprano.
Pero hasta hacerse con la victoria, los Halcones de Jade tendrían que viajar de incógnito, ya que el ilKhan les habría obligado a retirarse antes de alcanzar la línea de tregua. Como consecuencia, los Halcones habrían perdido poder y prestigio y, en caso de desobedecer las órdenes del ilKhan, habrían tenido que enfrentarse al Clan de los Lobos.
Phelan pensó que si salía a la luz que los Halcones de Jade estaban respaldando a la Corsaria Roja, los Clanes se escindirían y los asaltos internos desembocarían en una guerra civil de todos contra todos. Esta división, aunque de gran ayuda para la Esfera Interior, no garantizaría el fin de las hostilidades.
No sé qué sabía ComStar de los bandidos cuando el Capiscol Marcial obligó al ilKhan y a la arcontesa a convencernos a Víctor y a mí de la necesidad de derrotar a la corsaria. Si una unidad de los Halcones de Jade hubiese descubierto esta conspiración por parte de los Halcones renegados durante sus enfrentamientos con los invasores, se habría puesto fin al combate y hubieran alcanzado una solución de forma interna. De este modo, los conspiradores habrían sido eliminados pero los Halcones se habrían debilitado y hubieran abierto una brecha en sus filas. Por supuesto, ComStar habría estado encantada con la nueva situación.
Como Khan de los Lobos comprometido a mantener la paz, sus averiguaciones sobre los posibles protectores de los bandidos no cambiaban nada. ComStar había acertado al nombrarlo oficial de enlace y al elegir a una unidad del Clan para detener a los bandidos. Al menos el ilKhan es consciente de la duplicidad que existe en los Clanes y lo peor que puede pasar es que los Clanes se destruyan entre ellos y se produzca la escisión que dio lugar a su nacimiento hace trescientos años.
Pero si ComStar llegase a averiguar todo esto… Phelan se estremeció al pensarlo. ¡Vale ya! No dejo de imaginar conspiraciones.
Pulsó un botón de la pantalla y leyó un mensaje que decía que el Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos había conectado con su Nave de Salto y se dirigía a casa. Phelan sabía que debería haber enviado un mensaje de despedida a la nave, pero la idea de volver a ver el rostro de Conal le había quitado las ganas. Se alegraba de haberse deshecho de él porque estaba seguro de que Conal habría aplaudido la estratagema de los Halcones e incluso habría sugerido que se cancelara la misión contra los bandidos.
Phelan se encogió de hombros. Ya no importa. Se han ido. La Corsaria Roja se ha ido. Cayó en la cuenta de que alguien podía proporcionarle más hombres y material, aunque esa posibilidad era remota. Su última incursión les había costado más de 20 naves, 103 BattleMechs y 2 Naves de Descenso de clase Overlord. La experiencia había valido la pena, pero no la repetiría. Sin embargo, le habría gustado atraparla para saber quién más estaba involucrado en su conspiración.
Sus pensamientos se desvanecieron al oír que la puerta del despacho se abría de golpe. Levantó la mirada y vio a Nelson Geist. Pulsó una tecla para borrar la pantalla y se dirigió al recién llegado.
—¿El ermitaño estelar emerge de su guarida celestial?
Los ojos de Geist relucieron.
—Puedo entregarle a la Corsaria Roja.
Phelan arqueó una ceja.
—¿Qué?
—Sé adonde se dirige —contestó Geist mostrando un disco óptico de datos como si se tratase de una reliquia sagrada.
—¿Cómo?
El hombre soltó una sonora carcajada.
—No cómo, Ward, sino cuánto. ¿Cuánto me daría por la información?
—No permitiré que me haga chantaje, Geist.
—Y yo no permitiré que me arrinconen —dijo Nelson pasándose los dedos de la mano lisiada por el pelo—. Usted sabe que no soy un traidor. Sabe que la odio. Prométame que podré ir.
—Bien negociado y hecho —dijo Phelan poniéndose en pie—. ¿Dónde está?
Nelson Geist respiró profundamente.
—Cuando me tenía prisionero, me metió en un simulacro de su base por ordenador. Me obligó a memorizarla y me juró que sería su esclavo durante el resto de mi vida —explicó el MechWarrior dando un golpecito en las esposas de acero con el disco—. Yo aprendí bien la lección, muy bien. De hecho, la superé en astucia.
El hombre extendió el brazo para darle el disco.
—Durante todo aquel tiempo me dediqué a estudiar el cielo nocturno de su mundo. Escogí unas cuantas constelaciones y les di nombres. He tardado dos semanas en revisar los mapas estelares de los mundos de los Clanes. Las he visto todas, estación por estación, hemisferio por hemisferio.
Aquélla era la primera vez que Phelan le veía esbozar una sonrisa, una sonrisa que nada tenía que ver con la felicidad.
—Elissa. Allí la encontraremos —dijo Geist sonriendo todavía más—. Y allí es donde morirá.