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Elissa
Zona de ocupación del Clan de los Lobos
26 de octubre de 3055
Phelan Kell se frotó los ojos. El interior de los párpados le escocía como si fueran de papel de lija, una sensación lógica después de haber pasado horas frente a una pantalla de ordenador. Sin ni siquiera quitarse la ropa que había llevado en la cabina del Wolfhound, abandonó el campo de batalla y ocupó el despacho de la Corsaria Roja. Lo que había previsto como un ligero análisis de los archivos se había convertido en horas de investigación sobre una conspiración que lo dejaba horrorizado y hundido.
Apartó la vista del ordenador al oír que llamaban a la puerta.
—Adelante.
Dos Elementales vestidos con monos grises y un arma en el cinturón, condujeron a Conal Ward al interior del espacioso despacho. Le dieron un empujón cuando intentó darles una patada, una reacción vana teniendo en cuenta las cadenas que le impedían el movimiento de los pies. Lo pusieron de pie y dejaron que se sostuviese por su propio peso.
Seguidamente, los Elementales dieron un paso atrás, controlando en todo momento al prisionero. Phelan los miró con una sonrisa y levantó la mano derecha.
—Denme las llaves de las esposas, por favor. Pueden irse. No queremos que se nos moleste —dijo el Khan observando cierta incertidumbre en uno de los Elementales—. No hay ningún problema, ¿verdad, Conal?
El prisionero sacudió la cabeza.
Los Elementales acataron la orden de Phelan y se retiraron. Cuando la puerta se cerró, Conal levantó la cabeza.
—Ya se lo imaginaba, ¿no?
Phelan apretó la llave con fuerza y se la pasó a Conal.
—Estos documentos hablan por sí solos. No creía que me odiase tanto.
—No se jacte de sí mismo —dijo Conal, que ya se había quitado las cadenas de las piernas e intentaba abrir las esposas—. Sí, lo odio, pero lo que más odio es la forma es que sus Guardianes han acabado con los Clanes. Nosotros vivimos para la guerra y somos el mejor ejército. Ulric, Natasha y otros como ellos nos han despojado de nuestra verdadera naturaleza.
—No creía que la traición formara parte de la verdadera naturaleza de un hombre del Clan —dijo Phelan apoyando la mano izquierda en la consola del ordenador—. He leído que la mina atómica iba a ser utilizada para destrozar esta base y borrar todas las pistas si la misión de la Corsaria Roja fallaba. Podría haberlo dicho y haber dejado las cosas claras antes de venir aquí.
El Khan sacudió la cabeza y prosiguió:
—Me preguntaba por qué no me presionaba mientras luchábamos. Podría haberme destrozado, pero reprimió ese placer inmediato a la espera de una venganza mayor. Nadie de fuera de los Clanes creería que estaba dispuesto a morir en una explosión nuclear sólo para atraparnos a mí y al Clan de los Lobos. De hecho, tampoco entenderían el funcionamiento de los Clanes porque no conocen su historia.
Conal lo miró con expresión desdeñosa.
—¿Y usted sí?
—Sé lo suficiente para darme cuenta de que su plan habría costado más vidas que todas las otras guerras que la humanidad ha conocido. Habría aniquilado a todos los Lobos, ¿sabe?, no sólo a los Guardianes —dijo Phelan estremeciéndose—. El último Clan que se atrevió a utilizar una bomba atómica fue totalmente destrozado. La bomba les afectó a todos —hombres, mujeres y niños— y todos perecieron. Los Clanes apenas tienen referencias de su existencia y su crimen…
Conal sacudió la cabeza.
—Los Lobeznos utilizaron una bomba nuclear para destruir un depósito genético. Merecían la muerte. Aquí las cosas habrían sido distintas. Muchos de los míos se habrían salvado y habrían llegado a la conclusión de que los Demonios de Kell habían hecho detonar un arma nuclear antes de tiempo. La culpa habría recaído sobre usted y Ulric. El Clan de los Lobos habría desaparecido como los Lobeznos, pero nuestros linajes —buenos linajes de Cruzados— habrían pasado a otros Clanes.
Conal soltó una maléfica carcajada que dejó a Phelan horrorizado.
—Sí, yo habría muerto en la explosión con usted, pero habría muerto como un héroe por haberlo desafiado. Mi material genético habría contribuido a legiones de sibkos y se habrían librado batallas por poseerlo.
—¡Es usted un monstruo! —dijo Phelan poniéndose en pie y abriendo un cajón del escritorio. De él sacó un lápiz de color negro y se lo dio a Conal—. Utilícelo. Dibuje un círculo. Le concedo el honor de morir en un Círculo de Iguales.
Conal tiró el lápiz por los aires y se llevó las manos a la cintura en una expresión desafiante.
—Puede que sea un monstruo, pero no soy estúpido. Usted es mi Khan. Tiene un deber conmigo y con los Clanes. Tengo derecho a solicitar un juicio ante el Gran Consejo.
La petición de Conal cortó la respiración de Phelan.
—¿Qué? —exclamó con voz trémula.
El hombre del Clan sonrió triunfalmente.
—Me ha oído bien, Khan Phelan. Solicito un juicio ante el Gran Consejo. Quiero que se decida mi destino ante un Consejo con todos los Khanes.
—No cabe duda de que está loco —dijo Phelan sacudiendo la cabeza con la esperanza de hacer desaparecer el dolor que empezaba a sentir en las sienes—. Yo en su lugar no tendría ningunas ganas de ver mi traición expuesta ante los Khanes.
—Pero ni está en mi lugar ni entiende la política de los Clanes como yo —dijo Conal con una expresión tan petulante que hizo estremecer a Phelan—. Su deducción sobre la mina nuclear y nuestra lucha no es más que una suposición. No tiene pruebas.
El Khan golpeó la consola del ordenador con los nudillos.
—El plan de evacuación de la Corsaria está aquí. Explica cómo pretendía utilizar el arma nuclear para arrasarlo todo.
Conal se encogió de hombros.
—La Corsaria Roja encontró un dispositivo escondido por los piratas que habían vivido en el lugar y decidió utilizarlo. Era una renegada.
—No, no lo era —dijo Phelan con el ceño fruncido—. Recibía la ayuda y el apoyo de los Halcones de Jade. Ellos le dieron naves y BattleMechs antes y durante la campaña.
—No encontrará nada al respecto en los archivos de los Halcones de Jade —dijo Conal encogiéndose de hombros—. Además, ella está muerta y el material que le proporcionaron es irrelevante para mi juicio. No influirá en mi sentencia. Inocente o culpable, ganaré.
—No entiendo.
—Ya lo sé —dijo Conal levantando la mano izquierda—. Si me declaran inocente, se dirá que usted y el ilKhan aceptaron una alianza desleal con Víctor Davion para retomar Elissa y serán desafiados. Natasha también tendrá que afrontar el desafío y ya verá cómo los Cruzados la sustituyen en la jerarquía de nuestro Clan. Se escogerá un nuevo ilKhan y se repudiará la tregua.
Conal levantó la mano derecha antes de proseguir.
—Si me declaran culpable por traición, mi acto de traición habrá sido en nombre de una mujer que demostró lo que ya nadie pone en duda: que la tregua es una farsa para proteger a la Esfera Interior de nosotros. Con una fuerza apenas armada y sin ningún apoyo, atacó a la Esfera Interior cuanto quiso.
Phelan tragó saliva.
—Una vez más, la tregua se cuestiona, Ulric es desafiado y la paz se desvanece.
—Y eso sólo desde el punto de vista de los Clanes —dijo Conal señalando hacia la puerta—. Si la Esfera Interior llega a descubrir algo de esto, su petición de guerra romperá su preciosa tregua. Y puede estar seguro de que lo descubrirá, porque yo me encargaré de solicitar el testimonio de los Demonios de Kell y de otros miembros de la Esfera Interior.
Conal se cruzó de brazos y añadió:
—Tarde o temprano, la tregua termina y volvemos a hacer lo que mejor sabemos hacer: la guerra. Si usted fuera un verdadero miembro del Clan, también lo vería así y se uniría a mí. Sabe que tengo razón, puedo verlo en sus ojos. Yo he ganado y ustedes, los de la Esfera Interior, han perdido. Ahora ya sabe lo que diré en mi juicio.
Con un leve movimiento, Phelan asió la pistola, apuntó y apretó el gatillo. La bala atravesó el ojo derecho de Conal y le salió por detrás de la cabeza. Su cuerpo dio un giro y cayó al suelo, muerto.
El Khan del Clan de los Lobos se acercó a él y recogió el lápiz que Conal había tirado. Lo sujetó fuertemente con la mano izquierda y dibujó un círculo en el suelo alrededor del cuerpo.
Cuando acabó el círculo dejó el lápiz sobre el escritorio.
—¡Guardias!
Los dos Elementales, con la ansiedad dibujada en sus rostros, irrumpieron en la estancia empuñando las armas. Miraron a Phelan y luego al cuerpo que había en el suelo.
—Prefería un Círculo de Iguales a un juicio con cargos de traición —explicó Phelan enfundando la pistola—. Ha perdido.