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Tharkad

Mancomunidad Federada

25 de octubre de 3055

Víctor Davion estaba solo en el despacho de la arcontesa examinando el trozo de papel que sostenía en las manos. Así que todo se reduce a esto. Tras meses de exhaustiva investigación, había conseguido una lista con los nombres de las cuatro personas que habían comprado entradas para el banquete inaugural de la biblioteca In Memoriam Frederick Steiner pero que no habían asistido ni habían dado las entradas a nadie.

Para Víctor, el primer nombre de la lista era el único que debía estar ahí. Ryan Steiner. Ryan se había convertido en la espina clavada de su padre desde el momento en que se casó con Melissa Steiner. Él era el heredero de las ambiciones de Alessandro Steiner, el hombre que su abuela había desposado y que había permitido a Ryan iniciar su carrera después de traicionar a Frederick Steiner, otro aspirante al trono.

La prosperidad de Ryan en el mundo de la política daba pie a Víctor a pensar que él era el hombre que había tras el asesinato. Se había casado con Morasha Kelswa, heredera del título del Pacto de Tamar y desde aquel día se había convertido en un luchador incansable por la independencia de los mundos de Tamar. El hecho de que Tamar no hubiese sido engullido por los Halcones de Jade no había servido para calmarlo.

Ryan también estaba al mando del movimiento separatista de Skye, que estuvo a punto de provocar una guerra civil quince años atrás. Steiner había encabezado la revuelta, pero sus ambiciones se habían visto frustradas cuando el padre de Víctor envió a sus tropas para detener la rebelión. La culpa de la pequeña matanza que tuvo lugar recayó sobre Hanse Davion y de no haber sido por la popularidad de Melissa entre los liranos, el incidente podría haber desembocado en una guerra civil de todos contra todos.

Ryan Steiner era el que más podía beneficiarse de la muerte de mi madre. Víctor soltó un resoplido al pensar en todo lo que había pasado desde entonces. Si su hermana Katherine no hubiese desempeñado su papel de princesa encantada con la prensa para mantener la paz entre él y Ryan, sin duda ambas partes estarían ahora al borde de un grave conflicto. Víctor estaba seguro de que Ryan era el impulsor de las malas lenguas que lo culpaban del asesinato de su propia madre.

Echó un vistazo al segundo nombre. Anastasius Focht, el Capiscol Marcial de ComStar, había comprado una entrada y no había pedido al capiscol local que asistiese en representación suya. Aunque Víctor no lo conocía, Focht había dirigido la derrota de los Clanes en Tukayyid. Melissa también solía hablar muy bien de él, pero ni las viejas sospechas sobre ComStar ni la falta de un motivo aparente exoneraban a Focht. Por otra parte, nadie se había planteado los verdaderos motivos del Capiscol Marcial y Víctor sospechaba que nadie lo haría.

El tercer nombre le parecía igualmente absurdo: Katherine Steiner-Davion. Intentaba encontrar una relación entre su opinión sobre su hermana y la de una conspiradora despiadada planeando la muerte a sangre fría de su madre. Tal vez si fuera la hija de Romano Liao… ¿pero Katherine? Imposible. Pese a saber que era incapaz de formar parte de la conspiración para asesinar a su madre, la presencia de su hermana en la lista lo aterrorizaba. ¿Desde cuándo se perdía Katherine una fiesta?

Pero el último nombre era el que le dejaba más de piedra. Víctor Ian Steiner-Davion. Se suponía que debía asistir y que me habría sentado en el radio de explosión. Víctor notó el sabor amargo de la bilis en su boca.

Era consciente del motivo por el que su nombre aparecía en la lista. El banquete era un acontecimiento caritativo, de modo que cuando recibió la invitación había comprado entradas sin pensarlo dos veces. La invitación había llegado entre un montón de papeles que había firmado antes de salir de Port Moseby para ir a Arc-Royal. El Secretariado había encontrado la hoja y había verificado las huellas dactilares, la firma e incluso las huellas de Galen.

Víctor tenía la ventaja de saber que él no había asesinado a su madre, pero era consciente de que no todos lo veían así. Su ausencia lo condenaba. Si hubiese asistido al banquete él también habría muerto, pero como seguía vivo, había heredado el trono de la Mancomunidad Federada. Y por si el asesinato de su madre fuera poco, la gente no dejaba de recordarle que ni siquiera había asistido al funeral.

El príncipe se echó hacia atrás en la silla. Si yo hubiera muerto, Katherine ocuparía ahora mi lugar y Ryan Steiner estaría más cerca de hacerse con el poder de la Mancomunidad. ¿Acaso pensaba que yo asistiría al banquete? ¿Esperaba que Katherine y yo muriéramos?

La boca se le secó de repente. ¿O acaso era Katherine la que esperaba que muriese junto a mi madre?

Víctor arrugó el papel y lo tiró sobre el escritorio. Mi padre habría arrestado a Ryan inmediatamente y el Secretariado lo habría hundido en la miseria. Justin Allard habría organizado una insidiosa operación de inteligencia para sacar la verdad a la luz. ¿Y mi madre? Víctor sonrió al recordarla. Suave como la seda y dura como el acero. Se las habría arreglado para deshacerse de Ryan económica y políticamente hasta desmoronar su poder. Habría convencido a sus aliados para que se apartasen de él y dejarlo aislado y solo.

El príncipe se puso en pie y se inclinó sobre el escritorio. Pero no se trata de imaginar lo que habrían hecho ellos en mi lugar. Ahora están muertos y tengo que arreglármelas solo. ¿Qué es lo que realmente sé? ¿Qué me queda por averiguar? ¿Cómo solucionará el problema Víctor Davion?

Recogió el papel y lo alisó. Luego se hizo con un bolígrafo y tachó su nombre.

—Sé que una de las personas de esta lista es inocente —dijo dibujando un asterisco junto al nombre de Ryan—. Y sé que quiero que una de las personas sea culpable. Y para trabajar cuento con dos hombres en los que puedo confiar y un asesino a sueldo.

Víctor pulsó el botón de intercomunicaciones de la consola.

—Llamen a Galen Cox y al señor Curaitis, y díganles se presenten ante mí inmediatamente.

Durante los cinco minutos que tardaron en comparecer, Víctor acabó de tramar su plan. Así es como Víctor Davion soluciona el problema.

Galen Cox dio a Víctor un trozo de papel amarillo.

—Lo he recogido de camino hacia aquí. He pensado que querrías verlo.

Víctor leyó el breve mensaje con prioridad Alfa que se había enviado a través de ComStar.

—La Corsaria Roja está muerta. Informe completo por acabar. Dan Allard.

El príncipe sonrió.

—Es una noticia excelente y está relacionada con lo que quería decirte, Galen.

—¿Señor?

—Haz las maletas. Te vas a Arc-Royal —dijo Víctor sin borrar la sonrisa de su rostro—. Quiero que estés allí para representarme junto a Katherine cuando los Demonios de Kell entierren a sus muertos. También quiero que vigiles a mi hermana por mí —dijo haciendo un gesto con la mano para tranquilizar a su amigo, cuyo rostro había empezado a ensombrecerse—. No se trata de que la espíes, Galen, sino de que te asegures de que Ryan y su gente no intentan hacer con ella lo que hicieron con Ragnar. Considera la misión como unas vacaciones y tu oportunidad para aparecer junto a mi hermana en los vídeos sensacionalistas.

—¿Vacaciones? Creo que podré hacerme cargo de esta misión temporal —contestó el rubio oficial sin hacer el mínimo esfuerzo por esconder el placer que le producía acompañar a Katherine—. Gracias, Víctor.

—Te lo has ganado, amigo mío —dijo Víctor al tiempo que le indicaba que saliera del despacho—. Ve a hacer las maletas. Deberás partir inmediatamente para llegar a ArcRoyal antes que los Demonios.

Tras el saludo, al que Víctor correspondió, Galen salió de la estancia.

Curaitis se lo quedó mirando fijamente.

—¿Por qué no queríais que escuchase nuestra conversación?

El príncipe asintió con la cabeza.

—Espero que sea aún mejor de lo que demuestran sus observaciones.

—Lo soy.

—Bien. ¿El asesino se ha recuperado de la embolia grasa?

El agente de seguridad asintió.

—Estará en perfectas condiciones para ser colgado, aunque es desperdiciar cuerda.

—Ni quiero desperdiciar cuerda, ni quiero colgarlo —dijo Víctor cruzándose de brazos—. Quiero que lo traslade al viejo centro para leprosos de Poulsbo. Quiero que se le despierte el instinto asesino. No le dé nada que funcione de verdad, pero que realice todos los simulacros por ordenador que quiera.

Curaitis asintió con firmeza.

—Estáis jugando a un juego peligroso. Si se corriera la voz de que estáis «despertando» al asesino que mató a vuestra madre…

—Por eso es usted mi agente en este asunto, Curaitis. Espero que no se sepa de su existencia. Y punto —dijo Víctor inspirando para espirar con fuerza después—. Alguien estableció las reglas del juego y yo las estoy aprendiendo. En cuanto las domine, estaré preparado para acabar con mis enemigos. Y cuando llegue ese día, me tomaré el placer de utilizar su mejor arma contra ellos.