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Arc-Royal
Mancomunidad Federada
25 de agosto de 3055
Nelson Geist mantuvo la cabeza bien erguida a pesar del cansancio que intensificaba el dolor de los músculos y los huesos. Aunque no estaba esposado y los soldados de los Demonios de Kell que lo conducían a través del pasillo no lo habían tratado mal, tampoco había recibido el trato de un hombre libre. En cierto modo, se había sentido más libre con la Corsaria Roja. Además, aquella pulsera de acero de la muñeca empezaba a molestarle.
Había dado a los Demonios todo lo que le habían pedido, primero durante el interrogatorio y después cuando un cabrón sin honor que apestaba a los Clanes lo había sometido a técnicas químicas de interrogación. Nelson tenía la leve sospecha de que el miembro del Clan habría recurrido a la tortura física de no haberse reprimido, porque era obvio que el hombre desaprobaba las respuestas que le había dado.
Los guardias se separaron al llegar a una habitación llena de puertas blindadas que se abrieron permitiendo el acceso de Nelson a una sala de reuniones. A un extremo de la larga mesa de roble estaba sentado el coronel Allard, y a su derecha había una joven mujer vestida con el uniforme del Clan. A la izquierda de Allard se encontraba el miembro del Clan que lo había interrogado. Otros dos oficiales se sentaron en el extremo opuesto de la mesa, junto a otro que recordaba a Nelson a la estatua de Patrick Kell que había visto durante su estancia en el Nagelring veintisiete años atrás.
Dan Allard señaló la silla que había en el extremo más próximo de la mesa.
—Por favor, tome asiento, Kommandant Geist. Le pedimos disculpas por haberlo sometido a tan dura prueba, pero era necesario que lo hiciéramos.
Nelson se hundió en la silla intentando resistir la tentación de dormirse de cansancio.
—Le agradezco su preocupación, coronel. La verdad es que no ha sido una experiencia desagradable, pero no me gustaría repetirla —dijo inclinándose hacia adelante y apoyando los codos sobre las rodillas—. Quiero facilitarles la tarea y les he dicho todo lo que puedo. Denme un ’Mech y pagaré mis deudas con ustedes y los corsarios rojos.
Cuando Nelson levantó la vista para observar a los hombres y a la mujer que había sentada frente a él, los MechWarriors —e incluso los miembros de los Clanes— evitaron mirarlo a los ojos.
—No serán capaces de hacerme esto, ¿verdad, coronel Allard? —preguntó Nelson al tiempo que se daba cuenta de lo que pasaba—. Me están juzgando, ¿no?
Dan sacudió la cabeza.
—No, Kommandant, esto no es ningún juicio sino una vista informal convocada para informarle de su situación y explicarle por qué hemos tomado las decisiones que le atañen —contestó Dan mirando al hombre que tenía a la izquierda—. El coronel estelar Ward está convencido de que usted es un caballo de Troya totalmente desinformado y destinado a poner fin a nuestros esfuerzos para detener a la Corsaria Roja. Por el contrario, el coronel Kell aquí presente está dispuesto a guardarle una plaza en su batallón.
La agradable sonrisa de Chris protegió a Nelson de la fría mirada del anciano miembro del Clan.
—¿Y usted, coronel? ¿Y el resto de ustedes?
Dan sacudió la cabeza.
—Yo no he tomado ninguna decisión al respecto. Creo que es un buen guerrero y me gustaría tener a alguien de su valía en mi unidad. La reticencia del coronel Ward, el Khan Phelan Ward y la doctora Kendall hace que me tome mi tiempo para decidirme.
Nelson miró al Khan Phelan y después observó a la pequeña mujer de pelo negro que había sentada junto al Khan en una esquina de la mesa. Ya me acuerdo de ella. Recordó que la mujer había ido a visitarlo cuando se sometía al interrogatorio químico. Dijo que se llamaba Susan. Pensaba que lo había soñado.
Susan se ajustó las gafas y le devolvió la mirada.
—Durante la entrevista observé una serie de cosas que me preocupan, Kommandant. Sin embargo, ninguna de ellas era patológica y con la terapia adecuada creo que podría recuperarse del todo…
—La única terapia que necesito, doctora, es que me metan en un ’Mech con la Corsaria Roja a tiro.
La sonrisa de Chris Kell tras la salida de Nelson contrastó con la reacción de la doctora Kendall.
—El síndrome de Estocolmo se detectó por primera vez hace más de mil años y es la identificación del rehén con sus captores. Es una forma de adaptación bastante normal en una situación de alta tensión como la que usted ha vivido.
Nelson se inclinó hacia atrás y levantó el puño.
—Estas esposas me identificaban como esclavo, doctora, no como rehén y era lo que me mantenía alejado de los bandidos. No había ningún tipo de identificación con ellos.
Conal Ward levantó la cabeza.
—¿De verdad, Nelson? Usted era el amante de la Corsaria Roja. No veo esa barrera que lo mantenía alejado.
—Eso es distinto.
—¿Ah, sí?
—Sí —contestó Nelson con furia y enojo—. Era una obsesión. La odiaba pero al mismo tiempo no podía resistirme a ella. Estoy seguro de que la doctora aquí presente puede explicarle que me estaba castigando a mí mismo o intentando compensar la carencia de la mitad de la mano o algo por estilo. Ni lo sé ni me importa. Lo único que sé es que todavía la odio y que si alguna vez se cruza en mi retículo, no tardará en convertirse en polvo del pasado.
Cuando acabó de hablar, Nelson se dio cuenta de que estaba agarrando la pulsera de acero de su muñeca y le daba vueltas con la mano mutilada. Bajó la mirada y vio que le empezaba a salir sangre de las quemaduras. Al levantarla de nuevo, Kendall sacudía la cabeza con convicción.
—Su única obsesión no es la Corsaria Roja, Kommandant Geist. Esas esposas, por ejemplo —dijo echando un vistazo al pequeño ordenador de bolsillo que tenía delante—. Se ha negado rotundamente a que se las quitáramos de la muñeca.
—No es lo que piensa. No las llevo como un modo de identificarme con los bandidos —dijo Nelson volviendo a bajar la mirada y prosiguiendo con voz apagada—. Cuando me di cuenta de que había abandonado a mi gente —a Spider y a los demás—, cuando me escapé de la Tigress, decidí seguir llevándola como recordatorio de mi deber para con ellos.
Levantó la mirada y observó fijamente al coronel Allard.
—Pueden entenderlo, ¿no? En un momento de locura me olvidé de ellos y me fui, pensando sólo en mí mismo. Pero estoy en deuda con ellos y tengo que liberarlos, por eso necesito un ’Mech.
—Le entiendo, Kommandant, y entiendo que rechace la valoración de la doctora Kendall —dijo Dan mientras sacudía la cabeza con el ceño fruncido—. Por más que quiera creerle, y le creo de verdad, no puedo darle un BattleMech.
La ira se apoderó de Nelson.
—Disculpe, señor, pero si me cree y lo he convencido de que no estoy al servicio de los bandidos, no veo por qué no. Estoy capacitado para hacerlo, muy capacitado —dijo levantando la mano izquierda—. No se deje impresionar por esto. Puedo pilotar un ’Mech.
—No entiendo.
El Khan se quedó con la mirada fija.
—Ordenador, vuelve al punto 55.04.30, Yeguas 3.1, puesto 7.
El ordenador cumplió las órdenes y apareció una imagen holográfica por encima de la superficie lisa de la mesa. Nelson reconoció el relieve de Cue Ball, pero se dio cuenta de que estaba viendo el combate desde la perspectiva del Clan. Mientras lo observaba, el punto de visión del ’Mech se centró en un BattleMaster. La imagen empezó a temblar a medida que empeoraba la situación del ’Mech. Sin embargo, cuando el BattleMaster disparó sus CPP, el seguimiento del diagnóstico mostró grandes daños.
—Aísla y amplía el disparador del BattleMaster —ordenó Phelan. Al instante, la imagen se congeló y la perspectiva se fue ampliando hasta que Nelson se vio a sí mismo suspendido por encima de la mesa. El Khan se quedó contemplando la difusa imagen verdosa—. Tenemos ROMS de batalla similares desde Deia. Usted dirigió el combate de la Corsaria Roja, Kommandant Geist. No volverá a pilotar nunca un ’Mech y si lo que nos ha explicado es desinformación, haremos que se presente ante un tribunal marcial y será ejecutado por sus actos de traición.
—Esto está un poco fuera de lugar, Khan Phelan —dijo el líder de pelo canoso de los Demonios de Kell girándose hacia Nelson—. A partir de este momento queda bajo arresto domiciliario, Kommandant, pero se le proporcionará todo lo que necesite siempre que sea razonable.
—¿Pero no un ’Mech?
—No, lo siento.
—¿Por qué no me llevan fuera y me pegan un tiro? —exclamó Nelson—. Si no puedo conseguir un ’Mech en Arc-Royal, nunca me desharé de ella.
Conal levantó la cabeza.
—Mi recomendación es que colabore.
—Ya tendremos tiempo para batallas —dijo Dan mirando al hombre del Clan—. Usted es un riesgo de seguridad, Kommandant Geist, pero no encabeza mi lista de preocupaciones. Pronto lo habrá olvidado todo. De momento queda destituido.
—Con todo el respeto debido, coronel Allard, creo que no lo entiende —dijo Nelson apretando los puños—. No me eche, no me destituya. Usted me necesita. Yo sé cómo piensa la Corsaria Roja. Puedo ayudarlo a averiguar dónde atacará la próxima vez.
El Khan Phelan se echó hacia atrás en la silla.
—Ya sabemos dónde y cuándo atacará.
Nelson hizo un gesto de incredulidad.
—¿Y está aquí, en tierra? ¿Es que son estúpidos? No reaccionarán a tiempo para atraparla.
—No necesitamos reaccionar —contestó Phelan dando golpecitos con los dedos sobre la mesa—. Los Demonios de Kell y el Clan de los Lobos consiguieron causarle grandes daños. Sólo existe un lugar en el que puede atacar a ambas entidades —prosiguió con la misma sonrisa que Nelson había visto tantas veces en la Corsaria Roja—. Hemos enviado nuestras Naves de Salto y de Descenso a vigilar otros mundos y ella no tardará en hacerse con esta información.
Nelson sintió que se le secaba la garganta.
—Lo que significa que vendrá aquí.
Phelan asintió con una solemnidad más propia de un funeral.
—Y en Arc-Royal acabará su carrera.