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Arc-Royal
Mancomunidad Federada
11 de septiembre de 3055
El mayor momento de gloria de Harry Pollard acabó cuando la Rogue lanzó treinta misiles de largo alcance a su Valkyrie. Cuando se dio cuenta de que su láser medio había impactado en la Nave de Descenso Overlord, que aterrizaba en aquel momento, y sus MLA habían prendido fuego al casco, ya se encontraba envuelto en llamas. Su cabeza rebotó contra el sillón de mando y empezó a ver pasar estrellas ante sus ojos mientras una fuerza titánica sacudía el Valkyrie.
Las alarmas rompieron el silencio de la cabina y Harry saboreó el amargo dulzor de la sangre en sus labios. Advirtió que su ’Mech estaba dando vueltas y vio cómo se desprendía el brazo derecho del Valkyrie entre la cortina de humo que lo envolvía. El blindaje del brazo izquierdo también había sido dañado, pero el del pecho continuaba intacto. La pérdida del brazo derecho significaba que su láser había salido disparado hacia sus compatriotas.
¡Todavía tengo misiles! Harry se aferró a aquella esperanza mientras su Valkyrie se tambaleaba e iniciaba la caída. Extendió el brazo izquierdo del ’Mech e intentó mantenerlo erguido, pero la inestabilidad de la máquina imposibilitaba la maniobra. Finalmente consiguió evitar caer boca abajo. ¡Todavía puedo disparar!
El Valkyrie golpeó el suelo con la fuerza de un objeto de treinta toneladas impulsado por una ingente cantidad de explosivos. Su componente más importante y frágil empezó a dar vueltas por la cabina de mando y antes de que pudiera activar el sistema de eyección volvió a dar con la cabeza en el sillón. El impacto fue lo bastante fuerte para romperle el neurocasco y, acto seguido, el cráneo.
Harry Pollard murió en una jaula, pero murió feliz.
Aislado en un cuarto oscuro, con la resplandeciente bóveda del cielo simulado en lo alto, Nelson Geist oyó las naves de combate de los Demonios de Kell elevándose hacia el cielo desde la base de Old Connaught. Apretó los dedos con fuerza mientras sentía la necesidad de formar parte de la lucha en sus venas. Te niegan el derecho a la lucha pero requieren tus servicios.
Se abrió un brillante rectángulo en el horizonte y Nelson reconoció la silueta de Bates.
—Kommandant Geist, tenemos conexión directa con la lucha. La Corsaria Roja se encuentra exactamente donde querían. ¿Quiere ver el final?
El adusto hombre sacudió la cabeza mecánicamente.
—No, gracias. Necesitarán mi ayuda cuando escape.
—No escapará. Tenemos tres regimientos y ella sólo uno. No tiene escapatoria.
Nelson le indicó que cerrara la puerta.
—Cuando escape, necesitarán mi ayuda.
Bates se encogió de hombros.
—Haga lo que quiera.
Cerró la puerta dejando a Nelson en la soledad de la oscuridad tachonada de luces.
—Ya lo hago —dijo pulsando un botón del teclado del visualizador del ordenador para ver las constelaciones y sumergirse en su mundo de fantasía. Que no me dejen ayudar no significa que no me necesiten, ni tampoco que no esté preparado para ayudarlos cuando llegue el momento.
Las naves de combate de los Demonios de Kell recorrieron los cuarenta kilómetros que separaban Old Connaught de Denton en 3,25 minutos. Caitlin habría preferido volar más alto y a mayor velocidad, pero aquél era el único modo de pillar al enemigo por sorpresa. La colina, aunque no era muy alta, proporcionaba la oscuridad necesaria para que las naves de combate con radares de tierra y aire no pudieran detectarlos hasta tenerlos encima.
Al cabo de un minuto y medio el Vuelo Cuervo alcanzó el Kilkenny. Caitlin se sirvió de los puentes para confirmar la situación que le indicaba el mapa del ordenador y sonrió al ver que estaban donde tenían previsto. Cuando el terreno empezó a inclinarse, pisó el acelerador. A tan sólo treinta segundos de Denton activó el rastreador de radar pasivo de las naves de combate enemigas.
Encendió el control de armamento y vio que sus cuatro láseres y los CPP del morro se iluminaban en verde. ¡Todo preparado y dispuesto! El monitor secundario visualizó otra nave que se le acercaba por detrás y la designación le indicó que se trataba de un miembro del Clan.
—Suerte, Carew —dijo con un jadeo. A continuación abrió el canal por radio, elevó la Stingray y sobrevoló la colina—. ¡Adelante, Cuervos! ¡Adelante!
Caitlin colocó el retículo sobre la silueta cuadrada de la Rogue, que se elevaba lentamente para evitar el bombardeo. Giró el timón hacia la derecha y dejó que el piloto se cerciorase de la potencia de la Stingray. La lentitud de sus movimientos le indicó que no tendría dificultad en dispararle antes de que pudiera reaccionar.
El CPP lanzó una veta azul procedente de la nariz de la Stingray en dirección al fuselaje de la nave. Los impactos diseccionaron el estabilizador desde la cola hasta la parte trasera de la cabina. Un láser de pulsación medio expulsó una estela de fuego hacia la hendidura mientras el otro resquebrajaba la cubierta de popa. Mientras uno de los dos láseres pesados disparaban una flecha energética verde que impactó en el ala izquierda y transformó el blindaje en una lluvia de cerámica, el otro hacía blanco en el motor.
Una brillante ducha de destellos salió disparada del motor cuando se paralizó la unidad de pilotaje, haciendo que la Rogue iniciase una serie de giros que delataban la pérdida de impulso. La nave empezó a inclinarse hacia estribor y acabó desintegrándose. El proceso fue tan lento que Caitlin tuvo la sensación de estar contemplando la explosión de un diagrama del ordenador para mostrar cómo era la Rogue por dentro.
De repente, se encontró envuelta en una corriente de calor. Comprobó el monitor auxiliar y vio que el nivel calorífico se acercaba a la zona roja y se mantenía allí pese a haber activado los extractores. Sacudió la cabeza para no desmayarse e hizo lo posible para que el ordenador de la nave de combate no se apagase automáticamente. Demasiado rápido. Debes tener cuidado.
Se inclinó hacia arriba y describió un rizo para disminuir el nivel calorífico y aumentar la aceleración de la nave. Debes ser más prudente, Caitlin. Sonrió al ver cómo la Rogue seguía cayendo en mil pedazos. Pero no ha sido más que una prueba de fuego después de la primera impresión.
Con la inminente llegada de las naves de combate, Dan Allard ordenó a los Demonios que salieran de las carboneras de Clonarf. Las enormes puertas se abrieron y los ’Mechs más preparados para las operaciones antiaéreas fueron los primeros en salir para hacer frente a los pilotos bandidos que iniciasen el bombardeo. En cuanto hubieron fijado los cañones y los puentes móviles que permitían el acceso a las bases de la montaña, las unidades de soldados se pusieron en marcha.
Phelan condujo su Wolfhound hacia el norte y vio lo que le tenían preparado desde las estaciones de observación en la cima de las montañas. Una Overlord había aterrizado al borde de Denton, mientras que otra había avanzado por la M5 hasta las colinas. Cuando las primeras naves de combate se retiraron, los ejércitos empezaron a desplegarse, uno hacia el norte, pasadas las colinas, y el otro hacia el sur, para aterrizar en Denton.
Phelan inició un programa de búsqueda con el ordenador de a bordo y centró su objetivo en el grupo más lejano de ’Mechs bandidos. Ordenó la ampliación del visualizador holográfico y obtuvo la imagen de un BattleMaster escarlata. A continuación introdujo la configuración de radio de onda corta para focalizar el ’Mech.
—En nombre del ilKhan de los Clanes y del príncipe Víctor Davion, ordeno que tú y tu gente os rindáis ahora. Si no lo hacéis, vuestra unidad será destruida.
Inmediatamente, el monitor secundario mostró la imagen de una mujer vestida con un traje refrigerante, de cabello rojizo y suelto a la altura de los hombros y con los ojos resplandecientes a través del visor triangular del neurocasco.
—Otros mejores que tú ya lo han intentado antes, cría de lobo.
Phelan sacudió la cabeza.
—No hay nadie mejor que yo. No hay nadie mejor que los Demonios de Kell. Somos tres naves contra una. Rendíos.
—Sólo un Lobo es capaz de hacer una oferta así, y sólo un Lobo es capaz de aceptarla —dijo con mirada desafiante—. Aunque no lo mereces, te garantizo una muerte de guerrero.
Phelan pensó que pese a la fuerza y la ira, sus palabras sonaban un poco forzadas. Ni ella se cree lo que está diciendo. Está disimulando su sorpresa, ¿pero hasta qué punto puede disimular?
—No soy yo el que te pido que te rindas —dijo Phelan con voz calmada—, hablo en nombre de Nelson Geist.
La Corsaria abrió los ojos antes de que la imagen desapareciese de la pantalla. ¡Eso le ha hecho daño! Conectó con el Tac Uno.
—Coronel Allard, es un combate a muerte. Sin concesiones.
—Tampoco esperaba que las hubiera —contestó Dan mientras su voz se atenuaba a medida que abría todas las frecuencias—. Defended vuestro hogar, Demonios.
El Thunderbolt de Chris Kell condujo al batallón Alfa desde su posición en la zona oeste a través de los rayos solares. Chris era el que dirigía las operaciones de los Demonios en el flanco noroeste y su batallón era una especie de fuerza camuflada para atrapar a la unidad bandida en las colinas. Él sabía que una de las fuerzas de la Corsaria Roja había aterrizado allí para atacar a las tropas que viniesen de Old Connaught, el lugar idóneo para colocar a los refuerzos.
A medida que sus tropas se dispersaban, Chris vio cómo se ponía en marcha el plan de batalla que Phelan y Dan habían diseñado. El grupo de bandidos de la colina, conocido como los Sidhe, empezó a mover posiciones en dirección a las montañas. El otro grupo, los Baile, se dirigió a Denton. Aunque parecía que los Sidhe iban a abandonar a los Baile, cruzar la llanura al norte de Denton e infiltrarse en la ciudad les habría conducido a una zona en la que habrían perdido muchas tropas.
Chris abrió un canal para comunicarse con Dan Allard.
—Coronel, los Sidhe van hacia las montañas. Alfa está en posición y espera recibir sus órdenes.
—Entendido, coronel. Prepárense.
Chris vio la línea semicircular roja y negra que formaban los Demonios de Kell al sudoeste de Denton. Los BattleMechs de la zona sur, con una estrella de ’Mechs negros del Clan de los Lobos en la retaguardia, iniciaron la avanzada. En Denton, los ’Mechs escarlatas y dorados de los bandidos se dispersaron y tomaron posiciones defensivas como preludio de una sangrienta lucha urbana.
—¿Líder Alfa?
Chris hizo un gesto de aprobación.
—¿Sí, coronel?
—Adelante. Los Sidhe son suyos.
Caitlin volvió a tirar de la palanca de mando y apuntó el morro de la Stingray hacia el norte. Pisó los pedales de hiperpulsación a fondo y sintió cómo la gravedad la empotraba en el sillón de mando mientras se alejaba a toda velocidad de Arc-Royal. El pitido que se oía en la cabina no sólo le indicaba que la maniobra no la había apartado de su objetivo sino que además, al apuntar con el retículo hacia el arco de popa, la distancia que la separaba de ellos había disminuido.
Esa maldita Hellcat puede pasar por encima de mí. Además, su ala flexible hace que pueda cambiar de rumbo con gran facilidad.
—Tengo una Hellcat a mis seis, Líder Cuervo. ¿Quién la quiere?
—Decídelo tú.
Caitlin sonrió al oír la respuesta de Carew.
—De acuerdo, es tuya —dijo Caitlin empujando la palanca hacia adelante para iniciar un rizo que desvió su cabina del círculo. Empezó a ponerse colorada cuando la fuerza de la gravedad hizo que se le subiera la sangre a la cabeza, pero, como todo piloto, era consciente de que esas vueltas eran lentas e inevitablemente provocaban esa reacción.
Cuando estaba a punto de desmayarse, la Stingray dibujó un cerrado arco sobre el ala izquierda. Caitlin empujó la palanca hacia arriba para ganar altura y consiguió pasar a toda velocidad por delante de la Hellcat. Dos rayos láser verdes pasaron a un centenar de metros de sus seis y se desvanecieron en la distancia.
—Atrápala, Líder Buitre —dijo Caitlin girando la nave y colocándose justo enfrente de una Trident.
—Wilco, Líder Cuervo —exclamó Carew al elevar su Visigoth por una abrupta ladera. Su nave de combate aeroespacial no tenía punto de comparación con la Hellcat ni en lo que se refería a la potencia a la Stingray, pero contenía más armamento que cualquiera de ellas. El diseño de las tres era muy similar, ya que todas disponían de estabilizadores traseros duales y sus alargados tanques armamentísticos, en paralelo al fuselaje, superaban la capacidad de las naves de combate más rápidas para cambiar de rumbo.
El piloto del Clan observó cómo el morro de la Hellcat empezaba a descender cuando la Stingray inició la vuelta de negatividad G. Sonrió al ver que cambiaba de dirección y realizaba otro giro hasta colocarse por encima de la nariz de la Hellcat. El piloto de la Cat se puso a la cola de Caitlin e inició un descenso para coger velocidad. Cuando vio a Carew, aumentó la hiperpulsación y lanzó enormes llamas hacia la cola de la Hellcat.
Presa del pánico, el piloto de la Hellcat pisó un pedal un segundo y luego otro, haciendo que el motor expulsara una rayo energético antes de que el otro motor se pusiera en marcha. Para la mayoría de las naves de combate, esta acción habría desembocado en un aumento de la potencia, pero para la Hellcat suponía un nuevo problema. El extremo principal del ala derecha se movió lentamente hacia adelante mientras la nave de combate giraba sobre su eje vertical.
Durante el par de segundos que tardó en corregir la posición, Carew colocó su Visigoth justo detrás de la Hellcat. Al pulsar la palanca de mando, el cañón de proyección de partículas situado en el morro desprendió una veta de rayo sintético que partió el ala izquierda de la Hellcat y dañó el estabilizador vertical. A continuación Carew disparó la lanzadera de misiles y desplazó a la Hellcat hacia la izquierda sin que éstos llegaran a rozar el ala.
Treinta MLA salieron propulsados de la Visigoth y acribillaron el fuselaje de la Hellcat. Las dos nubes de humo gris verdoso que se desprendieron de los misiles indicaron a Carew que los extractores de calor habían quedado inutilizados. Algunos de los misiles habían pulverizado las toberas de los vectores de propulsión mientras que otros tres MLA habían despedazado el blindaje que protegía el motor. Ninguno de los disparos fue letal, pero causaron daños irreparables en la Hellcat.
El ala flexible, incapaz de activar los vectores de propulsión, hizo que continuara su trayectoria en línea recta durante unos segundos que debieron resultar eternos para el piloto. Carew, colocándose justo detrás de la nave, sintió que el tiempo pasaba increíblemente rápido, pero al ver que su monitor calorífico indicaba que la temperatura de la Visigoth volvía a alcanzar niveles normales, disparó de nuevo.
El rayo azul del CPP abrió una brecha en el blindaje del fuselaje, haciendo explotar otro de los radiadores, que se esparció por el espacio en una explosión de gotas verdosas. El primer láser de pulsación lanzó dardos rojos contra la cubierta de proa del motor y el segundo desprendió más blindaje del fuselaje, lo que provocó daños mayores en las toberas vectoriales.
Carew echó un vistazo a su visualizador secundario. La Hellcat había perdido tres de sus quince extractores de calor y el blindaje del fuselaje había quedado dañado. El piloto habría deseado retirarse, pero la propulsión lo mantuvo en combate mientras el calor de la nave aumentaba debido a la pérdida de los extractores. Pese a todo, la nave de combate seguía operativa y, como Carew deducía del estado de la torreta posterior, todavía era peligrosa.
¿Cuánto daño soportarás antes de morir? Carew colocó el retículo sobre el perfil del avión. ¿Y cuánto tiempo deberá pasar antes de que uno de tus camaradas me saque de tu trayectoria?
Phelan encendió la radio mientras conducía a su estrella hacia el extremo norte de lo que debía ser el alcance de los bandidos.
—Ragnar, tenemos que demostrarles que vamos en serio. Demosles ejemplo con la Nave de Descenso.
—Como usted desee, mi Khan.
Phelan clavó la mirada en la Nave de Descenso Overlord situada en el prístino ferrocemento de la plataforma de lanzamiento. El equipo de guerra del siglo XXXI se había convertido en un bien de valor incalculable. Durante los últimos trescientos años, la Esfera Interior había hecho grandes esfuerzos por dejar atrás la Edad de Piedra. Los vestigios de la era de la Liga Estelar habían impulsado una época de renacimiento que supuso la creación de fábricas para producir material de guerra. Sin embargo, la mayoría de BattleMechs todavía se construían a partir de los restos y las piezas que se recuperaban tras las batallas.
Los Demonios de Kell se habían consolidado tras la matanza de Luthien. Conseguirían acabar con los bandidos, pero si los Demonios los convencían para que se rindiesen antes de que sus máquinas fueran derruidas, no sólo evitarían la muerte de muchos soldados, sino que además los mercenarios se enriquecerían más de lo que Víctor Davion les había prometido.
La Nave de Descenso Lioness era una obra de arte de la perditécnica, término utilizado en la Esfera Interior para designar la tecnología en proceso de extinción. Las fábricas de robótica de la Esfera Interior construían menos de mil Naves de Descenso al año, por lo que estas máquinas tenían un valor incalculable. Las naves de clase Overlord, además de suponer una ingente cantidad de dinero para los que lograsen capturarlas, eran el único medio del que disponían los Baile para salir de Arc-Royal.
El ferrocemento de la pista de lanzamiento se había esparcido por encima de un cuarto de tonelada métrica de explosivo plástico con forma de cilindro y situado en el centro de la pista. Cuando Ragnar pulsó el interruptor de la consola de mando de su Viper, el plástico explotó y salió disparado con una fuerza que habría registrado 5,2 en la escala Richter, vaporizando el ferrocemento y lanzando una columna de fuego quinientos metros en dirección norte.
La Lioness había aterrizado al noroeste de la zona central. La explosión había abollado el cuadrante del estribor de popa y había machacado el navío como un martillo aporreando a un naranji. Tras el impacto la nave salió disparada y empezó a tambalearse hasta que volvió a descender, rebotó contra un edificio y empezó a resquebrajarse. Con la explosión de las recámaras, se desprendió el blindaje y la nave aterrizó en otro edificio y produjo un estallido que completó la destrucción de la Overlord.
Phelan sintió la onda expansiva de la detonación y estabilizó su Wolfhound. En Denton se rompieron los cristales de las ventanas y los ’Mechs se volcaron. Cuando volvió a mirar, vio que todas las máquinas se habían sobrepuesto al impacto y se preparaban para el ataque de los Demonios de Kell.
Advirtió que una luz parpadeaba en su panel de control por radio y pulsó el botón que había en la parte inferior. En el monitor secundario apareció el rostro de un bandido que lo miraba desafiante.
—Perro traidor, acércate a tu monumento y te demostraremos cómo mueren los guerreros de verdad.
—Lo haría si fuerais guerreros de verdad —dijo Phelan devolviéndole la mirada—. Pero sois bandidos, así que moriréis como bandidos y seréis recordados como bandidos —añadió antes de cerrar y abrir la conexión con Ragnar—. La escuela y el edificio municipal. Si los lleva hacia el sur no podrán derrotar al batallón Alfa.
La primera vez que oyó hablar del plan, Chris y su gente no se alegraron mucho de haber sido destinados a las colinas para recibir a los Sidhe. Aquella zona era más ventajosa para el defensor, en primer lugar porque el agresor debía atacar desde arriba y en segundo porque no era difícil preparar un emboscada mientras se mantenían a la espera. Puede que los corsarios rojos no fueran más que una pandilla de bandidos, pero, en aquella zona, hasta los peores pilotos podían hacer una matanza.
Una luz azul empezó a parpadear en la consola de mando de Chris mientras la telemetría ocupaba la pantalla secundaria. Abrió un canal y envió una serie de datos a las lanzas de apoyo ofensivo.
—Ya han llegado. Fuego a discreción.
En el más recóndito lugar de las colinas, escondida en un barranco cubierto de árboles que se extendía de norte a sur, Evantha apuntaba el láser del brazo derecho de su blindaje de Elemental hacia el Vindicator. Aunque el color rojo y dorado del ’Mech bandido contrastaba enormemente con el follaje que lo envolvía, ella lo controlaba desde la posición infrarroja del visualizador holográfico de su blindaje. Además del nivel calorífico que irradiaba de los dispositivos de carga de los CPP que sujetaban el antebrazo derecho de los ’Mechs bandidos, un pequeño punto empezó a encenderse y apagarse en la juntura del torso con la cadera derecha, procedente del rayo infrarrojo invisible de su láser.
Al principio se había mostrado reacia a sustituir una de sus armas principales por un láser de localización, pero como el Khan había aprobado el plan, no había tenido más remedio que aceptarlo. En cada punto de Elementales había un localizador que se encargaba de indicar a los demás la situación de los supervivientes y así poder rescatarlos.
Una luz azul empezó a parpadear en la parte inferior de su plato visor. Ya está aquí. Apretó el brazo con fuerza y se preparó para la explosión. Sabía que no tardaría en llegar y que, cuando lo hiciera, sería devastadora.
Evantha sintió como si un volcán entrase en erupción bajo los pies del Vindicator. En cuestión de segundos, el ’Mech atravesó el boscaje y se convirtió en una silueta negra en medio de un chorro de fuego. El Vindicator no paraba de recibir el impacto de los misiles que, poco a poco, iban desgarrando el blindaje de su brazo derecho y destrozaban las junturas del hombro y el codo. El CPP se desplazó del flanco del ’Mech y apuntó hacia el suelo.
Sorprendentemente, mientras el humo se disipaba y los árboles en llamas se iban derruyendo, el Vindicator permaneció inmóvil. El blindaje del cuerpo y de ambas piernas había quedado dañado, pero el piloto había conseguido mantenerlo erguido. Evantha sabía que aquello era acto de un hábil piloto y no de un bandido cualquiera.
La Elemental mantuvo el láser en dirección a la máquina y, tras echar un vistazo a la hilera de iconos de la parte inferior del visualizador holográfico, disparó uno de ellos, provocando otra explosión de telemetría. Dispárale de nuevo, Chris.
Mientras Carew volvía a apuntar hacia la Hellcat con su retículo, se disparó la alarma. ¡Alguien me está apuntando! Observó su visualizador y vio que una Trident se abalanzaba sobre él en la posición de las cuatro. Giró la Visigoth sobre el ala derecha y tiró de la palanca al llegar a un Immelmann. Al pasar de nuevo junto a la Trident, tiró de la palanca por segunda vez y completó el giro.
La Hellcat volvió a aparecer frente a él, por lo que pudo disparar los CPP y los láseres de pulsación medios. Los CPP destruyeron la cubierta de proa del motor mientras uno de los láseres impactaba contra otro de los extractores. El segundo láser levantó el blindaje del ala derecha y calcinó parte de la pintura.
Carew se quedó atónito cuando vio que la Hellcat se levantaba sobre su ala izquierda. Al girar hacia la portilla, pudo observar la insignia que antes había permanecido oculta bajo la pintura roja y dorada de los bandidos. ¡No, no puede ser! Nadie es tan atrevido. Nadie está tan loco. Mientras las llamas consumían la insignia, Carew no se quitaba aquella idea de la cabeza.
Antes de que pudiera captar el significado de lo que estaba viendo, se volvió a disparar la alarma de la cabina. ¡Maldita Trident! Carew apuntó hacia ella con los láseres posteriores y cuando estaba a punto de disparar, tres rayos energéticos salieron propulsados hacia la parte superior de la Trident e impactaron contra ella como metralla en la niebla. Un rayo CPP abrió el fuselaje del morro hasta la cola como si fuera un abrelatas, mientras dos láseres de largo alcance resquebrajaban el ala derecha, que se dobló hacia arriba antes de caer al suelo. Acto seguido, la nave de combate inició un vertiginoso descenso en espiral.
—Líder Águila agradece tu sentido de la oportunidad.
—Ha sido un placer, Líder Águila —contestó Caitlin—. Te debía una.
Protegidos por las lanzas de apoyo ofensivo, Chris y el resto del batallón Alfa se adentraron en las colinas. Era fácil seguir el rastro que los bandidos habían dejado tras de sí. Los mensajes por radio de los Elementales facilitaban la tarea de localización de los ’Mechs y Chris no tardó en ver los restos de metralla humeantes de los ’Mechs equipados con MLA que habían sido derruidos.
Cuando el Thunderbolt se desvió por un montículo, Chris vio que un BattleMech avanzaba hacia la derecha a través de un pequeño valle. Condujo el Thunderbolt en la misma dirección y apuntó al Ostsol con su retículo. Con la mirada clavada en el torso del ’Mech, colocó el punto de mira sobre éste y disparó.
El láser de largo alcance situado en el antebrazo del Thunderbolt lanzó un rayo energético verde hacia el blindaje del brazo derecho del Ostsol, que lo partió en mil pedazos e hizo saltar el hueso de ferrotitanio que había debajo. Sin embargo, Chris sabía que no podía limitarse a aquel disparo, ya que los brazos del Ostsol sólo servían para equilibrar la nave y minimizar el impacto de unos disparos que habrían causado daños mayores en cualquier otra parte.
El impacto de los tres láseres medios del Thunderbolt fue mucho peor. Dos de ellos fundieron el blindaje del pecho del Ostsol mientras que el tercero acabó con la de la pierna izquierda. Un disparo o dos más y se desharía por completo del ’Mech enemigo.
En aquel momento, el Ostsol arremetió con más fuerza que su contrincante. Los láseres de pulsación de largo alcance situados en la parte superior del torso impactaron en el pecho y el brazo izquierdo del Thunderbolt. Uno de los láseres de pulsación medios del estómago del ’Mech perforó aún más la herida del pecho, reduciendo el blindaje a un cuarenta por cierto, mientras que otro abría una enorme brecha en el muslo izquierdo.
El Ostsol había calcinado más de dos toneladas de coraza, por lo que el Thunderbolt había tenido que recurrir al giroestabilizador para compensar la pérdida de peso. Chris consiguió equilibrar el ’Mech sin perder de vista al enemigo. El asalto había provocado un aumento de temperatura, pero era obvio que el Ostsol también sufría las consecuencias de la atroz explosión.
En una milésima de segundo, Chris se dio cuenta de que el aumento calorífico hacía peligrar el ’Mech. Sabía que estaba mejor preparado para un cuerpo a cuerpo que el Ostsol, por lo que disparó los tres láseres de pulsación y sintió una ráfaga de aire caliente en la cabina. Pese a tener el cuerpo empapado en sudor, estaba demasiado concentrado en el daño que causaban sus disparos para preocuparse por ello.
Todos sus láseres medios salieron disparados, pero no consiguieron clavarse en el blindaje del Ostsol. Dos de ellos impactaron en el centro y en la parte derecha del pecho mientras que el tercero desprendió el blindaje del rudimentario brazo izquierdo del ’Mech. El piloto consiguió equilibrar la nave y disparó con todas sus fuerzas.
El piloto del Ostsol no quería correr riesgos. Uno de los dos láseres de pulsación pesado que lanzó contra el Thunderbolt salió disparado hacia arriba, pero el segundo calcinó casi todo el blindaje del corazón del ’Mech. A continuación disparó un tercero que fundió una parte de las estructuras internas del torso central. Las alarmas resonaron por toda la cabina con más fuerza cuando el último láser arremetió contra la cabeza del Thunderbolt, y volatilizó todo el blindaje.
Chris quedó atemorizado tras el perfecto disparo e hizo retroceder su Thunderbolt, que se tambaleó y cayó sobre una rodilla. Se inclinó hacia adelante mientras los cinturones de contención le mantenían sujeto al sillón de mando y arqueó la espalda para volver a levantar el ’Mech. En un intento de recuperar la estabilidad, movió la pierna derecha de la máquina, que removió la tierra a su paso mientras buscaba un lugar sólido en el que apoyarse.
El blindaje del pecho está destrozado. Chris observó el círculo rojo que mostraba el estado del Thunderbolt en el monitor auxiliar. Sabía que si el Ostsol volvía a dispararle en el pecho o en la cabeza, estaría acabado, así que desplazó su enorme láser en dirección al ’Mech enemigo y se preparó para arremeter contra él. No es hora de andar con contemplaciones.
Al situar el retículo sobre el Ostsol, se dio cuenta de que no se movía. Encendió la luz infrarroja del visualizador holográfico y vio que la máquina estaba al rojo vivo. Se ha sobrecalentado y los ordenadores han apagado el motor.
Envió un mensaje de onda corta al piloto.
—Abre la escotilla ahora mismo y ríndete. Se ha acabado la lucha.
La respuesta, aunque algo inesperada, no se hizo esperar.
Alarmado, contempló cómo la escotilla explotaba en mil pedazos. Una bola de fuego inflamó la cabina y esperó a que el sillón de mando saliera disparado en un cohete de eyección. Sabía que salir propulsado con el sillón hacia el bosque era una acción suicida, ya que era muy fácil que el piloto perdiera la vida al chocar contra algún tronco. Sin embargo, en lugar del sillón y el piloto, lo único que Chris pudo ver fueron pequeños fragmentos de ambos. La cabeza esférica empezó a hincharse hasta que la parte superior de la misma salió disparada.
El Ostsol cayó hacia adelante mientras la cabina expulsaba destellos llameantes como si se tratase del carbón candente de una barbacoa.
Chris notó que se le resecaba la boca. Sabía que lo que acababa de presenciar podía haber sido un fallo del cohete de escape, que no se había inflamado debidamente, o de los rayos de contención, incapaces de liberar el sillón de mando. Esperaba que fuera eso lo que había presenciado, pero en el fondo sabía que no era cierto.
El piloto se ha suicidado para no ser capturado. Chris tragó saliva. Sabíamos que esos bandidos eran especiales, pero no sabíamos hasta qué punto.
Phelan aceptó la llamada de Dan Allard.
—Entendido, coronel, los Sidhe han atacado y se dirigen al norte. Movilizaré a la gente de Conal y los sacaré de la Nave de Descenso para que los vayan a buscar.
Tras las instrucciones de Allard, Phelan colocó el retículo sobre un Rifleman que se estaba preparando para disparar al Warhawk de Ranna. Al pulsar un botón, envió un rayo láser de largo alcance que partió la juntura de la rodilla. El rayo fundió los extremos de los huesos de ferrocemento, desplazando el enorme ’Mech hacia la derecha y haciendo que fallara el disparo a Ranna.
El Khan del Clan conectó con el Tac Tres.
—Coronel estelar Ward, los Sidhe vienen hacia vosotros. Deténganlos.
—No pasarán, mi Khan.
Phelan se sintió un poco molesto por la respuesta de Conal, pero se le pasó en cuanto un Vindicator bandido advirtió su presencia. Los CPP del ’Mech establecieron contacto con el Wolfhound y lanzaron un rayo de electricidad de color azul. La corriente energética levantó todo el blindaje del brazo derecho del Wolfhound y se filtró en los pseudomúsculos y en los huesos. Phelan se echó hacia atrás en el sillón de mando y sintió el hormigueo de la electricidad estática en las extremidades.
Al observar el monitor auxiliar, vio que el brazo del ’Mech todavía funcionaba y que su enorme láser seguía operativo, pero no sabía si el Vindicator había vuelto a arremeter contra él. No puedo arriesgarme. Apretó la mandíbula y apuntó al ’Mech con su retículo.
La combinación del ordenador de selección de objetivos del Clan y la inmovilidad de la mano de Phelan, mantuvo las armas del Wolfhound sobre el blanco. El rayo verde del enorme láser se clavó en el lateral izquierdo del pecho del Vindicator, transformando más del sesenta por ciento del blindaje en gotas de vapor y líquido. A continuación, los tres láseres de pulsación medios lanzaron una columna de dardos energéticos rojos que aumentaron el vapor que se desprendía del blindaje. Las llamas se dispersaron por las portas de disparo de los cinco MLA del pecho izquierdo del ’Mech, y el color verdoso del humo indicó a Phelan que había destruido uno de los extractores de calor. El brazo izquierdo del ’Mech se combó mientras la protección del hombro se volatilizaba.
El Vindicator empezó a dar vueltas impulsado por la fuerza del asalto y se desplomó en el suelo. Mientras el piloto intentaba volver a levantar el ’Mech ayudándose con sus CPP, dos lanzas lo atravesaron, la primera avivó las llamas del pecho y la otra destruyó la cabeza. Al ser decapitado por el rayo, el ’Mech cayó de espaldas, dejando tras de sí un rastro de humo.
—Gracias, Ranna —exclamó Phelan mientras notaba cómo iba aumentando el calor. Los extractores no tardaron en activarse y bajar la temperatura, pero el estallido de calor de su ataque lo dejó momentáneamente sin respiración—. Buen disparo.
—No quedaría bien que la Guardia de Honor del Khan lo dejase morir.
El rostro de Conal apareció en el monitor secundario de Phelan.
—Los puentes han sido derruidos. Old Connaught está a salvo.
—¿Qué? ¿De qué está hablando?
—He derruido los puentes tal y como ordenó. Su hogar está a salvo —dijo Conal poco antes de que su imagen desapareciera de la pantalla para mostrar un cámara de armamento que visualizaba los dos puentes del Kilkenny cayendo al río—. ¡Los bandidos no cruzarán!
—¿Qué ha hecho, Conal? —exclamó Phelan dando un puñetazo en el brazo de su sillón de mando—. ¡Le dije que los detuviera, no que derruyera los puentes!
—Los he detenido. Usted nos ordenó que protegiéramos Old Connaught y yo me he asegurado de que no lleguen a la ciudad.
—¡Quería que impidiesen que la Corsaria Roja se infiltrase en la Nave de Descenso, Conal! Rápido, deben llegar allí antes que ella.
—No podemos, estamos al norte del río. No podemos cruzarlo.
—¿Por qué lo han derruido antes de cruzarlo?
—Porque la Corsaria tenía acceso a la Nave de Descenso. Podría haber llegado a Old Connaught si hubiésemos cruzado el río antes de volar el puente.
Sé que no eres tan obtuso, Conal. ¿Has perdido la memoria o quieres sabotear mi victoria en esta batalla? Phelan apretó los puños con fuerza.
—Diríjanse a Old Connaught a toda velocidad, Conal. Si la Corsaria Roja accede a la Nave de Descenso después de usted, lo veré en un Círculo de Iguales y le arrancaré el corazón de cuajo. ¿Lo ha entendido?
—Af mi Khan. Como usted desee.
Phelan pulsó el botón de comunicación con el Tac Dos.
—¿Puede dirigirse a la Nave de Descenso de la Corsaria Roja y detenerla, Líder Águila?
—Negativo, Lobo Uno —contestó Carew con cautela—. Al parecer, la Tigress llevaba consigo un punto de Stukas, uno de Transgressors y otro de Corsarios. Han enviado una PAC a la Nave de Descenso y a nosotros nos queda poca munición. Parece que no les importa que les bombardeemos por retaguardia, pero no estoy seguro de que podamos abrirnos paso hasta allí. Pero podemos intentarlo, si así lo desea.
Phelan sabía que Carew daría su vida por cumplir una orden suya.
—No se mueva, Líder Águila —dijo Phelan antes de conectar con el Tac Cuatro—. Informe sobre los Sidhe, capitana estelar Fetladral.
—Queda menos de una estrella. La Corsaria Roja ha iniciado la retirada junto con otros. Se encuentran a un kilómetro de la Tigress. El batallón tiene a los demás controlados o muertos.
—Entendido, capitana estelar. Wolf Uno cierra —dijo Phelan y volvió a conectar con Carew—. Inicie las operaciones de apoyo terrestre, Águila Uno. Deje que la Nave de Descenso… se retire. No hace falta que mueran más soldados por hoy.
Bates volvió a irrumpir en la oscuridad del planetario improvisado de Nelson.
—La batalla se ha acabado, Kommandant. Han ganado los buenos.
Nelson no pudo contener una sonrisa.
—¿Cómo lo sabía?
El MechWarrior lisiado apretó el puño con fuerza y contestó:
—Hay veces, señor Bates, en que Dios contesta a las plegarias.