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Arc-Royal
Mancomunidad Federada
12 de abril de 3055
El príncipe Víctor Ian Steiner-Davion se volvió hacia el ascensor de la sala de espera mientras se abrían las puertas. Al tiempo que se estiraba el faldón de la chaqueta de su traje, sonrió y asintió a los dos oficiales de seguridad que se encontraban a los lados del ascensor. Los dos permanecieron inmóviles. Los años de experiencia le habían enseñado a Víctor que los hombres tenían la mirada clavada en los espejos que había tras ellos y la mano presta para las pistolas.
En el rostro del príncipe se dibujó una ancha sonrisa cuando un guerrero alto y robusto, vestido con el uniforme de etiqueta rojo y negro de los Demonios de Kell, salió del ascensor. Sobre los hombros reposaba su larga cabellera que, con los años, había partido su color azabache para convertirse en blanco, igual que su barba. Las patas de gallo que bordeaban los ojos del hombre fueron más pronunciadas al dibujarse en su rostro una cálida sonrisa.
—No esperaba encontraros despierto tan temprano, Alteza —dijo Morgan Kell y miró por las ventanas que daban al puerto espacial—. El propósito de que la Nave de Descenso llegase a estas horas de la madrugada era evitar a los curiosos.
Víctor lanzó una sonora carcajada.
—Creo que yo soy el único curioso, Morgan —bromeó Víctor a propósito del otro pasajero del ascensor, ya que sabía que el líder de los Demonios de Kell era consciente de la razón de su secreta presencia en Arc-Royal—. Supongo que aún no me he acostumbrado al horario de Arc-Royal. Además, cuando recibimos la noticia del ataque bandido en Pasig, me quedé despierto toda la noche estudiando los informes preliminares.
—Yo también me he enterado y no me gusta nada —dijo Morgan al tiempo que se volvía y pasaba el brazo por los hombros del joven que había salido del ascensor tras él. El chico era alto y desgarbado, y tenía el pelo negro de un Kell, a pesar de que sus ojos eran de un verde azulado poco corriente. Se le veía medio adormecido.
»Alteza, éste es mi nieto, Mark Allard. Tal vez lo recordéis de cuando fuimos a daros la bienvenida a vuestra llegada.
El príncipe de la Mancomunidad Federada ofreció su mano al joven.
—Víctor Davion.
Mark sonrió mientras bajaba la mirada para observar a Víctor y estrechar su mano.
—Es un honor conoceros, Alteza.
—Puedes llamarme Víctor, primo —dijo Víctor frunciendo ligeramente el ceño y mirando a Morgan—. He intentado sucesivas veces que tu abuelo lo hiciera, pero él insiste en el tratamiento de «vos». Supongo que podría ordenárselo, pero todo el mundo sabe que los Demonios de Kell no pueden cumplir órdenes.
Morgan se rio mientras los ojos de Mark adoptaban momentáneamente una distante expresión.
—Como Phelan. —Las palabras, cargadas de intención, flotaron en el aire como hediondo vapor.
Morgan arrugó el entrecejo.
—Pensaba que sería bueno para Mark ver de nuevo a su tío en una situación menos formal que las recepciones que tendrán lugar esta semana.
El joven intentó deshacerse del brazo de su abuelo.
—No sé por qué os empeñáis en salvar a ese asqueroso traidor —dijo Mark mirando a Víctor—. También tenéis que sospechar de él. Tenéis a todos vuestros guardaespaldas aquí.
Víctor titubeó unos instantes antes de responder:
—De hecho, estos hombres van allí donde yo vaya. Si me hubiese preocupado mucho, habría solicitado la compañía del Kommandant Cox. Y sí, estoy aquí como príncipe de la Mancomunidad Federada para dar la bienvenida a un Khan del Clan de los Lobos. También estoy aquí a título personal para dar la bienvenida a mi primo.
Mark apretó las manos para que se disipara su frustración.
—Pero ¿cómo podéis estar tan ciegos? Phelan abandonó por su propia voluntad el Nagelring para irse con los Clanes. Es un héroe para ellos, un héroe para la misma gente que ha intentado aniquilar la Esfera Interior. El Clan de los Lobos, el Clan al que ayudó, es el que nos ha atacado con más fuerza y ellos se lo agradecen nombrándolo Khan. No se merece una bienvenida. Deberían matarlo en el acto.
Víctor se cruzó de brazos.
—Creo que estás equivocado, Mark. Phelan fue expulsado del Nagelring, pero no como tú sugieres. Phelan se dio cuenta de que había trabajo que hacer y lo hizo. La Junta de Honor, según tengo entendido, creyó que había violado el código de honor. Aquel año yo estaba en el Instituto Militar de Nueva Avalon, así que sólo sé lo que leí en los archivos. Pero lo cierto es que la acción de Phelan salvó muchas vidas.
Casi al tiempo que hablaba, Víctor hizo un movimiento nervioso. No le gustaba tener que defender a Phelan porque, a pesar de ser primos, nunca habían tenido mucha relación. Víctor había intentado conocerlo cuando estaba en el Nagelring, pero Phelan había rechazado todos sus intentos. De hecho, yo pensaba que no servía para el Nagelring, y no me sorprendió que lo echaran. Al contrario, me alivió saber que se había ido.
—Perdonadme, príncipe Víctor, pero yo también recuerdo a Phelan —dijo Mark, y entrelazó las manos detrás de la espalda—. Era mi ídolo. Me dolió cuando dejó el Nagelring, pero me alegró que volviera con los Demonios de Kell. Cuando oí que había sido asesinado en el primer encuentro con los Clanes, me quedé destrozado. Sin embargo, me consolaba pensar, como a muchos otros, que había muerto como un héroe. Luego resultó que había rechazado el nombre de Kell y se había convertido en miembro y fiel defensor del Clan de los Lobos e incluso en uno de sus líderes.
Víctor sacudió la cabeza al advertir un asentimiento leve entre sus guardaespaldas.
—Todo lo que dices tiene su lógica, Mark, pero me pregunto si conoces todos los hechos.
—¿Como cuáles?
Víctor sonrió ante la vehemencia del joven.
—Bueno, en primer lugar, ComStar acaba de elaborar un informe sobre los heridos en los mundos que los Clanes han capturado. Los Lobos han sido los más benévolos con la población indígena, y dicen que Phelan se hizo con el planeta Gunzburg sin un solo disparo.
—Seguro que quería evitar que matasen a sus tropas.
—Lo más importante, Mark, es que Phelan salvó un sinfín de vidas entre una población que lo había tratado con crueldad cuando los Demonios de Kell quedaron atrapados en Gunzburg. Podría haber arrasado el planeta. Y estoy seguro de que más de uno en la Esfera Interior se habría alegrado si Tor Miraborg le hubiese arrancado su arrogante cabeza cuando el Clan de los Lobos atacó Gunzburg.
—Y yo encabezaría esa lista —susurró Morgan entre dientes.
Víctor entendía el dilema en el que se debatía su tío. Era obvio que el comandante en jefe de los Demonios de Kell quería a su hijo y respetaba todos sus actos, pero la adhesión de Phelan a los Clanes había puesto a prueba ese amor y respeto. No me gustaría encontrarme en la situación de Morgan. Debe de ser horrible tener que escoger entre la familia y la nación.
Mark frunció el ceño mientras Víctor y Morgan intentaban calmar los ánimos.
—Pero Phelan es uno de los líderes, un Khan. Igual que Natasha Kerensky, la otra traidora.
Víctor negó con la cabeza.
—No, Natasha siempre perteneció a los Clanes. Y puede que interiormente Phelan también lo fuera. Tú lo has convertido en un monstruo, aunque admito que no eres el único que piensa así. Muchos creen que lo que Phelan ha hecho es un crimen, un acto de traición. Pero según tengo entendido, que Phelan sea ahora líder de los Clanes puede que sólo refuerce la victoria de los Demonios de Kell sobre los Clanes de Luthien y Teniente. Como hicieron mis espectros. Puede que los Clanes den grandes guerreros, pero eso no significa que den los mejores.
Morgan apretó suavemente el cuello de su nieto.
—Yo he estado entre los Clanes, Mark. He trabajado con Phelan y el ilKhan Ulric. Da una oportunidad a tu tío.
En la sala de espera un resplandor plateado iluminó como una bengala de magnesio y cubrió la pista de aterrizaje de ferrocemento como la luz de la luna sobre un plácido lago. Pequeñas nubes de polvo se elevaron, alejándose del centro de la Nave de Descenso mientras ésta descendía lentamente. Los propulsores de iones de la nave cumplían su función haciendo un alarde de fuerza y Víctor sintió el calor que irradiaban a través de las ventanas.
La Lanzadera de Descenso esférica de clase K-1 planeó por la zona mientras su maquinaria de aterrizaje descendía. A Víctor le molestaba sentir admiración por el piloto, a pesar de saber el cuidado y la habilidad que se necesitaban para realizar la maniobra. Todos los miembros de los Clanes que conozco tienen una gran habilidad. No sé cómo conseguimos frenarlos.
Cuando la nave hubo aterrizado, la torre de acoplamiento se colocó en su lugar. Víctor vio cómo el enorme brazo de acoplamiento se desplazaba para cubrir la puerta de la nave y sintió la vibración mientras se sujetaban los brazos a la Nave de Descenso. Uno de sus guardaespaldas recorrió el pasadizo y abrió la puerta de acceso para luego dirigirse hacia la nave del Clan.
Víctor se extrañó al ver que le sudaban las manos. Se las secó en los pantalones azules de su uniforme y se estiró las mangas de su chaqueta gris. Por un instante, deseó tener un espejo, pero luego se enfadó consigo mismo por ese atisbo de vanidad.
Todavía con el ceño fruncido, vislumbró a su primo, el hombre al que llamaban Phelan Kell y que ahora se había convertido en Khan del Clan de los Lobos.
Casi al instante, Víctor volvió a envidiar la altura de Phelan, pero enseguida apartó la idea de su mente. Además de lo alto que había sido siempre, Phelan parecía haberse puesto en forma desde su entrada en los Clanes. Llevaba un uniforme de piel gris que acentuaba su atlética constitución y el pelo negro y largo que había heredado de su padre. Sin embargo, no tenía barba, ni sus ojos verdes brillaban con el resplandor diabólico que Víctor recordaba. Ahora parecían arder con una llama más intensa.
Phelan echó un vistazo a todos los presentes y saludó a su padre.
—Gracias por su invitación, coronel.
—Gracias por aceptarla, Khan —respondió Morgan al tiempo que abría los brazos para abrazar a su hijo. Mientras los observaba, Víctor pensó que aquel gesto de aprobación por parte de Morgan era exactamente el que se esperaba de un Khan.
Tras corresponder a su padre con un abrazo, Phelan se volvió hacia Víctor.
—Os agradezco que hayáis permitido esta visita, príncipe Davion.
Víctor se limitó a asentir tras la fría formalidad con la que Phelan se había dirigido a él.
—Nos honra complacer los deseos del coronel Kell. La Mancomunidad Federada le debe mucho. A pesar de los asaltos procedentes del territorio de los Halcones de Jade, no podía rechazar su petición.
—No es extraño que los bandidos sean de la zona de los Halcones de Jade, ¿quiaf? —Phelan titubeó como si quisiera añadir algo más. Víctor volvió a asentir, consciente de que dispondrían de tiempo para discutir sobre los asaltos más tarde. Una sonrisa se dibujó en los labios de Phelan al ofrecer la mano a Mark.
—Has crecido bastante, Mark. Me alegro de verte.
Mark permaneció inmóvil ante el ofrecimiento de Phelan.
—Parece que todo le va bien, tío —dijo Mark con tanto desdén que pareció un insulto. Víctor miró a Phelan para ver cómo reaccionaba, pero el Khan ni se inmutó.
Phelan retiró la mano lentamente e hizo un gesto a las personas que se congregaban en el pasillo que había al otro lado de la sala.
—Coronel, Alteza, sobrino, permítanme que les presente a mis acompañantes.
Phelan tomó la mano de una mujer alta y esbelta de pelo corto y blanco y la condujo hacia ellos. Llevaba una chaqueta de piel parecida a la del Khan Phelan, que le daba un aspecto agradable. Puede que sus ojos azules parecieran algo fríos a Víctor, pero sus ojos no tenían ni pizca de frialdad cuando miraban a Phelan. Lo mira como deseo que Omi me mire a mí. Además, había algo familiar en ella, aunque no sabía exactamente qué.
—Ésta es la capitana estelar Ranna. Es del linaje de Kerensky. De hecho, es la nieta de Natasha Kerensky.
Morgan Kell le tomó la mano y la besó.
—Me alegro de volver a verla, Ranna.
—Lo mismo digo, coronel Kell.
Víctor la saludó con un ademán de la cabeza. Ella le sonrió e imitó su gesto. Mark permaneció inmóvil e intentó evitar su mirada.
Tras ella, se acercaron otras dos personas. Uno de ellos, al parecer una mujer, apenas cabía por la puerta. Víctor dio por supuesto que la enorme mujer era una Elemental. Con la trenza pelirroja por encima de un hombro, contempló a los guardaespaldas de Víctor durante unos instantes. Cuando se aseguró de que no había nada que temer, entró en la sala.
El hombre que le seguía era lo opuesto a ella. Su cabellera rubia cubría su cabeza, demasiado grande para un cuerpo tan pequeño y delgado. Víctor no era alto, pero aquel hombre debía de ser unos dos centímetros más bajo, una estatura realmente corta. Su tamaño y sus enormes ojos verdes lo convertían en un perfecto piloto aeroespacial. La expresión de su cara era la propia de un hábil oficial de una Nave de Descenso.
—Éstos son la capitana estelar Evantha Fetladral y el capitán estelar Carew. Él es del linaje de Nygren. Evantha es una Elemental y Carew un piloto.
Durante el intercambio de cortesías, Mark se mantuvo en estoico silencio. Víctor lo miró con el ceño fruncido y advirtió la presencia de otra persona junto a la puerta. Aquel hombre parecía haber crecido desde la última vez que lo había visto y, como Phelan, también estaba más corpulento. No llevaba una chaqueta de piel, sino un mono gris oscuro. Tenía el pelo corto y rubio, como correspondía a un MechWarrior.
—¿Príncipe Ragnar? —Víctor observó con detenimiento al hombre con el que se había entrenado en el planeta Outreach—. Había oído que os habíais afiliado a los Lobos, pero…
Phelan hizo una seña con la cabeza a Ragnar, quien respondió ofreciendo la mano a Víctor.
—Saludos, príncipe Víctor. Me complace veros de nuevo.
Víctor tomó la mano del hombre y la estrechó, sintiendo que el pulso de Ragnar se había vuelto más firme. También advirtió la pulsera de cuerda blanca de su muñeca y el tono mecánico de su voz.
—¿Estáis bien, príncipe Ragnar?
La expresión y el tono de Ragnar cambiaron al instante.
—Ahora sólo soy Ragnar, príncipe Víctor. Soy un sirviente del Clan de los Lobos, aunque espero ser aceptado como guerrero algún día.
—Y lo será, Ragnar —dijo Phelan con una sonrisa de confianza—. Ragnar sirvió con valentía durante la batalla de Tukayyid. Se le asignó un batallón de evacuación, pero entró en combate cuando una brigada de ComGuardias atacó la zona donde estaba el hospital que custodiaba.
Víctor sonrió.
—No me sorprende. En Outreach, Ragnar tuvo un comportamiento admirable —dijo Víctor sacudiendo la cabeza—. Al verles aquí, me siento impresionado por la lealtad que los Clanes inspiran en los foráneos.
Ranna sonrió y apretó la mano de Phelan.
—Perdonadme, príncipe Davion, pero ni Phelan ni Ragnar eran foráneos cuando se convirtieron en sirvientes. Vuestra gente cree que nuestros siervos son esclavos, pero está equivocada. Nosotros valoramos todas las castas.
—Ya veo. No pretendía ser descortés, capitana estelar —Víctor sonrió tan amablemente como pudo—. Sin embargo, me asombran los cambios que se han producido en ambos hombres. Hace que me pregunte cómo fue posible que derrotásemos a los Clanes.
—Vosotros no nos derrotasteis, Víctor. —La voz de Phelan adoptó un tono que no le gustaba al príncipe—. Acabamos con nosotros mismos por decisión del ilKhan. Y obtuvisteis vuestras victorias contra los Halcones de Jade mientras el Condominio y algunos mercenarios de élite aplastaban a los Jaguares de Humo y a los Gatos Nova. Fueron grandes triunfos para la Esfera Interior y estáis en vuestro derecho de sentiros orgullosos. Sin embargo, creer que los Clanes fueron derrotados es un error.
—Pero ComStar ha firmado una tregua. —Víctor levantó la cabeza—. Los Clanes han acordado no dar un paso más allá de la línea de tregua en dirección a la Tierra. Tras perder la oportunidad de conseguir ese objetivo, sus camaradas parecen haber perdido también la capacidad de coordinar las operaciones. ¿Qué ha sido de la gran invasión y de los ataques a los diversos mundos? El año pasado mis tropas llegaron a fructíferos acuerdos durante la invasión de los Halcones en Morges y el asalto de las Víboras de Acero en Crimond. Este año parece que sólo hay incursiones.
—Sí, la tregua de ComStar ha disminuido la unidad de los Clanes. Pero a pesar de vuestra facilidad para detener los ataques y asaltos limitados en vuestros mundos por encima de la línea de tregua, ésta no durará para siempre.
Víctor arqueó una ceja.
—Y si ciertos elementos de los Clanes se salen con la suya —agregó el Khan de los Lobos en voz baja—, tampoco durará mucho la Esfera Interior.