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Tharkad
Mancomunidad Federada
19 de abril de 3055
Karl Kole, como el asesino se hacía llamar en Tharkad, silbaba una melodía mientras caminaba por Luvon Park. Al pasar junto a la pista de patinaje, donde las alegres risas de los niños ahogaban su silbido, se cubrió la cara con la bufanda, más para resguardarse del frío invernal que para ocultar su identidad.
Karl Kole no tenía motivos para esconderse. Karl Kole era como cualquier otra persona que hubiese llegado a Tharkad y hubiera encontrado trabajo en el servicio de flores a domicilio de Freya. De hecho, como Karl era bastante vanidoso, a menudo se identificaba como botánico en lugar de florista. Pero en realidad no era más que un ayudante que la empresa mantenía por su fuerza bruta y su sonrisa de oreja a oreja y no porque tuviese la intención de instruir a Karl en el negocio ni en la naturaleza de las flores.
La nieve crujía bajo sus botas mientras daba su paseo por el parque. Casi toda la actividad se desarrollaba entre la pista y la pequeña zona de servicios, pero las huellas que salpicaban la extensa capa de nieve indicaban la presencia de personas y animales en la zona de acceso restringido. Aunque la mayoría de la gente utilizaba los caminos que se habían abierto, algunas almas intrépidas se aventuraban entre los bancos de nieve de un metro de altitud. Frente a él, dos niños yacían de espaldas y se dedicaban a subir y bajar los brazos para dejar la marca de sus cuerpos en la nieve.
Si de verdad hubiese sido Karl Kole, el frío le habría hecho volver a la parada de aerobús y refugiarse en casa. Pero como era un asesino, no podía permitirse ese lujo. Tras examinar el parque, llegó a la conclusión que nadie advertiría su comportamiento. El hecho de que Karl trabajase en un almacén sin calefacción no significaba que no pudiera apreciar la belleza del invierno.
La sección de objetos perdidos de las noticias de la mañana que había visto en el ordenador contenía la información necesaria. Era lo que le había impulsado a ir al parque. «Se busca perra alsaciana de nombre Lita. Dos años. Se recompensará a quien la encuentre». Aunque la disposición de las palabras no tenía nada de extraordinario, contenía las frases claves que le indicaban que disponía de más información en uno de sus puntos de contacto.
Echó a caminar en dirección a la casita del jardinero que había cerca del bosque, situado en el extremo este del parque. Aunque la habían cerrado por la llegada el invierno y quedaba un poco apartada del camino principal, ni siquiera la tormenta de nieve de la noche anterior había conseguido ocultarla totalmente. Karl Kole la divisó a simple vista.
El asesino se adentró en el ventisquero y se dirigió a la parte trasera del pequeño edificio de ladrillos. Se puso en cuclillas y sacó uno de los ladrillos de la base, donde el viento no había dejado ni rastro de nieve. Detrás del ladrillo encontró un pedacito de papel. Lo retiró y volvió a colocar el ladrillo en su sitio.
El papel había sido arrugado y ensuciado a propósito, como si fuese un escombro. El corte irregular del mismo mostraba claramente que había sido arrancado de uno más grande, con lo que se había perdido la mitad del mensaje. Lo único que se podía leer era:
36-4
A7-22-7-K1H
Lo memorizó y tiró el papel en un depósito de residuos.
A pesar del apremio interior, atravesó el parque a la misma velocidad que antes. Se recordó que la paciencia traiciona y que en su caso sería él el traicionado, cosa que quería evitar a toda costa.
Se dirigió al directorio computerizado de la ciudad. Fingió que se pasaba de largo, se detuvo y dio media vuelta como si se hubiese olvidado algo. Permaneció con la mirada perdida durante unos instantes y luego seleccionó el artículo treinta y seis del menú principal, lo que le condujo a una pantalla en la que aparecían las terminales de todos los buses y trenes de la ciudad. El cuarto artículo del menú era la estación de trenes de Frederick Steiner Memorial.
El asesino llegó en aerobús a la estación Frederick Steiner una hora después de haber recogido la nota. Cruzó el enorme vestíbulo, donde sólo se detuvo para admirar el impresionante techo abovedado y las estatuas esculpidas en lo alto de las paredes. Pasó por una pequeña puerta, se apartó de la multitud que se apiñaba en las escaleras mecánicas que conducían a las vías y se dirigió a las taquillas.
Localizó la taquilla A7 y marcó la combinación 22-7-K1H. La pequeña pantalla de cristal líquido que estaba encima del teclado le indicó que debía 1,45 coronas por el servicio de consigna. Sacó las monedas de su bolsillo e introdujo una Melissa, un Víctor y dos monedas conmemorativas de Twycross. Acto seguido, la pantalla mostró la palabra «Abierto» en letras rojas.
Como esperaba, en el interior encontró un pequeño sobre que contenía un disquete. Era lo único que podía reconocer por el tacto. Se lo guardó en el bolsillo interior de la chaqueta y volvió a hacer frente al frío invernal.
Aunque podía permitirse ir en taxi —con lo que sacaría de este trabajo podría permitirse comprar todos los taxis de Tharkad—, esperó a que llegase el aerobús. Ya era casi de noche cuando se bajó en la parada más próxima a su casa y compró un paquete de café y un precocinado en el supermercado de la esquina. Como tenía por costumbre, discutió con el propietario el último resultado del Curling de Tharkad y salió de la tienda tras haber apostado cinco coronas.
Al llegar a casa, metió el precocinado en el microondas y preparó el café. Entonces se sentó, con el sobre en la mano, lo abrió con la uña del pulgar, introdujo el disquete en el ordenador y encendió el aparato.
En la pantalla apareció un cuadro que contenía un signo de interrogación y un cursor intermitente. Tecleó el nombre del perro que se había perdido y comprobó lo que había escrito antes de pulsar «Intro», ya que cualquier error reemplazaría todos los caracteres del disquete por un cero. Un descuido así sería irreversible e imperdonable.
El aparato aceptó la entrada y Karl volvió a la cocina. Mientras acababa de preparar la cena, el ordenador copió los datos del programa base en otro programa instalado en el disco duro. Este segundo programa, a su vez, estaba conectado a un sistema de acceso público y descargaba las publicaciones periódicas que el disquete había solicitado.
Descartó la mitad de ellos casi de inmediato y examinó el resto, seleccionando ciertas palabras de las páginas y los párrafos adecuados. Cuando dispuso de todas las palabras, el ordenador descartó las demás publicaciones. Otra parte del programa oculto en el disco duro registró una serie de entradas del programa clave y codificó las palabras seleccionadas. En cuanto las hubo organizado, dio un pitido y las mostró en pantalla.
El asesino volvió al ordenador y analizó el mensaje. Como la primera palabra tenía cinco letras, descartó las cuatro primeras palabras y se quedó con la quinta. Como aquella palabra tenía siete letras, se fijó en la séptima palabra. Como aquélla tenía un circunflejo sobre la cuarta letra, volvió a la línea anterior y contó cuatro palabras desde la última.
Lenta y laboriosamente, consiguió descifrar el mensaje. En cuanto lo tuvo, borró el disquete y eliminó el mensaje. El ordenador expulsó el disquete y el asesino lo partió por la mitad antes de tirarlo al comprimidor de basura.
Repitió el mensaje mentalmente sucesivas veces. Dentro de dos meses tenía que cumplir su objetivo. El arma homicida dependía de él. Sonrió al pensar que el método seleccionado funcionaría a la perfección, sobre todo teniendo en cuenta que el lugar donde la atacaría estaría abarrotado de gente.
El microondas pitó y Karl Kole esbozó una sonrisa. El asesino que había dentro de él también sonrió.
En dos meses Karl Kole y Melissa Steiner Davion estarían muertos.