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Arc-Royal
Mancomunidad Federada
16 de abril de 3055
Víctor hizo girar el asiento del sillón de mando del simulador. Los cinturones de seguridad lo mantenían inmóvil, aunque también su piel desnuda estaba pegada al sillón. Por supuesto, en un combate de verdad habría estado tan nervioso que en circunstancias normales habría empapado el asiento de sudor. Pero el simulacro no lo inquietaba tanto.
El equipo no podía fallar porque los Demonios de Kell habían invertido en él una fortuna. Las cabinas del simulador disponían de una matriz de movimiento tridimensional que se apoyaba en una base de pistones hidráulicos. Cada paso que daba su Daishi simulado hacia el mundo virtual proyectado en las pantallas de las portillas de su ’Mech se reflejaba en un movimiento del tanque de la cabina. Los ejercicios que había realizado en otras ocasiones le habían enseñado que cuando el enemigo atacase, sus efectos también serían simulados.
La cabina del simulador disponía de calentadores que aumentaban la temperatura cada vez que un arma de fuego o cualquier otra actividad incrementaba el calor en un ’Mech de verdad. Su traje refrigerante funcionaba exactamente como el que llevaba cuando pilotaba su ’Mech, el Prometheus. El líquido refrigerante que circulaba por los tubos del traje expulsaba el exceso de calor de su cuerpo y lo mantenía vivo en la cabina.
Supongo que sabré manejarlo. Víctor observó la proyección holográfica del paisaje. A su izquierda se encontraba el Yen-lo-wang de Kai, su Centurión modificado, en medio de una llanura y en dirección a una cadena de pequeñas colinas. A la derecha, un poco más retirado, el Griffin de Shin Yodama cubría la retaguardia. Todo el día igual… ¡nada!
Daniel Allard y Morgan Kell, que habían sugerido el escenario de combate, decían que los laterales no eran suficientemente planos. Tanto Mark Allard como Galen Cox iban en simuladores de ’Mechs de la Esfera Interior, ambos como miembros de una estrella del Clan; Víctor, en un imponente OmniMech que empequeñecía cualquier cosa que se le pusiera delante. Sólo por el tonelaje de las máquinas de guerra, las fuerzas del Clan tenían una desventaja de cuatro contra uno.
Aunque Víctor sabía que el tonelaje no era lo único que contaba, debía admitir que los Clanes lo tenían más difícil. Para equilibrar la lucha, los líderes de los Demonios de Kell propusieron que la lanza de tres ’Mechs de Víctor fuera el premio. En el nuevo escenario, los Clanes lo perseguirían en un enorme campo de batalla circular que recordaba la tradición del Círculo de Iguales de los Clanes. La compañía de los Demonios de Kell permanecería allí para ayudar a Víctor a deshacerse de ellos. Esto convertía el ejercicio en una versión elaborada de la Captura de la Bandera, aunque en este caso la bandera podía contraatacar.
Para complicar más las cosas, el grupo de Víctor no podía comunicarse con los Demonios de Kell porque no disponían de los códigos necesarios para descifrar los mensajes de sus rescatadores. Sin embargo, Kai había deducido que si se utilizaba un sistema sencillo parecido al código Morse y se aceleraba el ritmo a medida que aumentasen las señales de los Demonios de Kell su equipo los podría conducir al interior. Sabía que eso llamaría también la atención de los Clanes; pero, si se mantenían unidos, Phelan podía pasarlo realmente mal.
El problema es que Phelan y los suyos parecen haber dormido bien. Como el día antes, Phelan había aparecido con los ojos bien abiertos y preparado para la acción. Incluso llevaba su pistola en la cabina del simulador, lo que había sido objeto de burlas entre los soldados de la capitana Moran. Víctor, sin embargo, no había osado reírse, ya que aquel gesto le indicaba que Phelan se tomaba muy en serio el simulacro y que se esforzaría como si estuviese en un combate de verdad.
El grupo de la Bandera, como Víctor denominaba al trío, había oído gran parte de las comunicaciones por radio, al parecer procedentes de la compañía de los Demonios de Kell. Aunque no los entendían, los mensajes se recibían a toda velocidad a medida que el número de emisores empezaba a disminuir.
El grupo de la Bandera había empezado a moverse en la misma y peligrosa dirección de la que provenían las transmisiones por radio; pero las conversaciones eran demasiado rápidas para cerciorarse de que iban por el camino correcto. Víctor era consciente de que aquello significaba que los Demonios de Kell habían entablado una batalla persecutoria, lo que podía beneficiarlos. Disparar y salir corriendo ha sido siempre la táctica en los combates contra los Clanes. Pero si Phelan nos devuelve la pelota, vamos a tener problemas.
De repente, como si el enemigo le hubiese leído la mente, tres ’Mechs se dirigieron hacia las colinas. Maldita sea, esta trampa sólo puede haber sido cosa de Galen. El primer ’Mech, un Masakari voluminoso pero plano, extendió sus raquíticas piernas para desplazarse con paso firme sobre la superficie rocosa de la colina. En los extremos de cada brazo tenía instalado un cañón gemelo. Los dos CPP del brazo izquierdo empezaron a disparar antes de que Víctor pudiera avisar a sus compañeros.
Los rayos gemelos de luz azul cortaron el viento e impactaron en la pierna derecha del Prometheus, destrozando su blindaje. De un láser de pulsación situado en el brazo derecho del Masakari emergió una serie de rayos verdes en la misma dirección, tras lo cual el ordenador indicó que el blindaje había sido completamente destruido.
Víctor dispuso de un nanosegundo para calcular el daño que la asombrosa precisión del piloto del Masakari había causado a su ’Mech. En cuanto el ordenador le indicó los daños recibidos, la cabina empezó a sacudirse. El salvaje ataque había acabado con casi dos toneladas del blindaje ferrofíbroso de su ’Mech y lo había desestabilizado peligrosamente.
Al tiempo que intentaba girar su propio cuerpo hacia la izquierda, Víctor luchaba por mantener el ’Mech en equilibrio. El ordenador le proporcionó la información necesaria a través de su neurocasco, pero por mucho que lo intentó no consiguió vencer la fuerza de la gravedad. Él paisaje creado por ordenador se transformó en una difusa gama de colores que se podía contemplar desde las portillas del Daishi. La cabina dio un giro y se inclinó hacia arriba. Víctor se agarró con fuerza y empezó a gemir de dolor cuando los paneles del sillón de mando impactaron en su espalda al caer el ’Mech al suelo, tras lo cual una parte del blindaje del flanco derecho quedó hecha añicos.
Pasado un primer momento de estupefacción, Víctor visualizó su pantalla holográfica al tiempo que los dos BattleMechs más ligeros se encaraban e iniciaban un rápido avance. El Yen-lo-wang de Kai se dirigió hacia el esbelto ’Mech del Clan parecido a un avatar mecánico del antiguo dios egipcio Anubis. Víctor supo al instante que Phelan era el piloto del Wolfhound.
El Centurión fue el primero en atacar. Levantó el brazo derecho mientras su cañón de Gauss lanzaba un proyectil plateado que dejó tras de sí un brillante destello de energía. La resplandeciente bola pasó rozando la cadena de colinas y arremetió contra la parte izquierda del pecho del Wolfhound. El blindaje del ’Mech se partió en mil pedazos, como si se tratara de una serpiente mudando la piel, lo que hizo que su esqueleto de ferrotitanio quedara al descubierto. Víctor observó el rastro de humo que salía de la hendidura y el ligero tambaleo del Wolfhound. Ha perdido un láser medio y puede que el motor esté dañado. ¡Hora de irse, Kai!
Los láseres gemelos instalados bajo el brazo izquierdo también dispararon al Wolfhound, mientras un enjambre de dardos energéticos impactaba contra el blindaje del otro lado del pecho del ’Mech. El esqueleto que apareció bajo la misma se iluminó de rojo y el Wolfhound volvió a prepararse para una buena sacudida. Phelan, sin embargo, consiguió mantenerlo en equilibrio.
Entonces el Wolfhoundlanzó un violento contraataque. El enorme láser que ocupaba la mayor parte de su brazo derecho lanzó una saeta de luz en dirección al brazo derecho del Centurión. Los pedazos de blindaje cayeron por las laderas de las colinas, incendiando la maleza que encontraban a su paso. Los tres láseres de pulsación instalados en el pecho del Wolfhound apuntaron en la misma dirección. El primero prendió fuego en el escaso blindaje que quedaba y los otros impactaron en diversos puntos del brazo. Los músculos de miómero se resquebrajaron y los huesos de ferrotitanio se pusieron al rojo vivo y se derritieron.
Los láseres también impactaron en el mecanismo del cañón de Gauss. Los capacitadores explotaron, levantando el blindaje del lado derecho del pecho del Centurión. La estructura interna del ’Mech apareció deformada tras la explosión. Las bolas plateadas que el ’Mech había utilizado como munición para el cañón de Gauss se dispersaron por todas partes, lo que desequilibró la extremidad derecha del ’Mech, e hizo que cayera rodando por la colina.
A la izquierda, Víctor vio el Griffin de Shin bombardeado por uno de los dos misiles de largo alcance procedente del Crusader de Galen. La mayor parte de los misiles pasaron por encima del objetivo mientras Shin intentaba esquivarlos moviendo su ’Mech hacia adelante y hacia la izquierda. Las explosiones impactaron en el centro y el lado derecho del pecho. Y levantaron el blindaje. El brazo izquierdo del Griffin recibió una andanada de misiles, pero sólo perdió una parte del blindaje.
Del pecho del Griffin salió disparada una serie de MLA en dirección al Crusader. La ráfaga impactó en el centro del pecho y despedazó el blindaje. El Griffin contraatacó con un rayo discontinuo de fuego azulado desde su cañón de proyección de partículas, que derritió una parte del blindaje del brazo derecho del Crusader pero no desintegró completamente la protección.
Víctor consiguió equilibrar su Daishi y encararlo hacia el lado izquierdo del Masakari. Sabía que de este modo se enfrentaba a Ranna, al mando del otro OmniMech del Clan, y la admiración que sintió por su habilidad superó su indignación y su miedo. Nuevamente, sus CPP y su enorme láser intentaron acabar el trabajo que habían empezado en la pierna derecha del Prometheus, pero la maniobra de Víctor consiguió proteger la extremidad de sus disparos.
Víctor giró el Omni y sonrió. Ahora me toca a mí.
Antes de apuntar sus armas hacia ella, el Centurión y el Wolfhound volvieron a la carga. Los dos ’Mechs se acercaron y la pantalla auxiliar de Víctor le informó de que ambos se estaban sobrecalentando. En una situación normal, los ’Mechs estarían tan dañados que los pilotos optarían por la retirada, pero aquí era distinto. Un Khan del Clan de los Lobos luchando contra el campeón de Solaris. Un ROM pirata de esta batalla valdría una fortuna en derechos de emisión.
El Centurión descerrajó sus dos láseres de pulsación al tiempo que el Wolfhound se servía de los pocos que le quedaban y del enorme láser instalado en su brazo derecho. Los disparos del Centurión se colaron por la hendidura de la parte derecha del pecho del Wolfhound. Víctor vio que las piezas virtuales de la estructura ósea atravesaban el humo negro y grasiento y añadían una nueva grieta al motor.
Los dos láseres del Wolfhound pasaron a través de lo que debía haber sido el brazo derecho del Centurión, y los rayos despedazaron el motor Edasich 200 XL que propulsaba el ’Mech. Las saetas de rubí procedentes del láser medio del pecho del Wolfhound provocaron una impenetrable nube de humo al impactar en el controlador que sujetaba la protección magnética del motor de fusión del Centurión.
Ambos ’Mechs resplandecían bajo la fantasmal luz blanca que emergía de las cavidades de sus pechos. El ordenador mostraba con fiel realismo que la reacción de fusión se expandía y consumía el combustible que le quedaba. Las hirvientes esferas plasmáticas se hincharon hasta que explotaron por la cabeza y los hombros de los ’Mechs que propulsaban. Tras una serie de explosiones y las consiguientes nubes de humo negro, las piernas de los ’Mechs quedaron enredadas entre sí al pie de la colina.
Víctor vio el resplandor de las armas y supo que Galen y Shin se habían infligido grandes daños, pero ninguno de los dos ’Mechs se vino abajo, lo cual era de gran ayuda tras la pérdida de Kai y su Centurión. El Masakari, sin embargo, continuó disparando contra él. Víctor sabía que sólo dispondría de una oportunidad para regresar, así que inició una serie de descargas contra el Masakari para las que se sirvió de todo el arsenal del Daishi.
El cañón de Gauss lanzó un rayo plateado que chisporroteó al chocar contra el pecho del Masakari y desprendió un trozo de blindaje por encima del corazón del ’Mech. Uno de los tres enormes láseres de pulsación del brazo derecho del Daishi pasó rozando el objetivo, pero los otros dos impactaron de lleno. Uno consiguió resquebrajar el blindaje del lado derecho del pecho del Masakari, al tiempo que el segundo atravesaba el blindaje por la mitad. De la boca del inflamador emergió una llama y la pantalla auxiliar de Víctor le informó de que el Mech enemigo se estaba sobrecalentando.
Uno de los dos sistemas de rayo MCA se desvió del objetivo, pero el otro acribilló al Masakari con una interminable sucesión de misiles. Los fuertes disparos destrozaron el blindaje y lo desmenuzaron hasta convertirlo en virutas humeantes que iban cayendo al suelo. Aunque los MCA no parecieron causar grandes daños, contribuyeron a desequilibrar el ’Mech, que ya había recibido el impacto del cañón de Gauss y los enormes láseres de pulsación. Víctor esbozó una sonrisa al ver que el Masakari se tambaleaba, pero su alegría se disipó al darse cuenta de que él no tardaría en unirse a su desgracia.
Los CPP y los láseres de pulsación del Masakari impactaron en la pierna dañada del Daishi y acabaron con el último resquicio de blindaje, que se evaporó como una gota de agua en una plancha ardiendo. Los cuatro rayos de energía completaron la desintegración de la pierna. Los músculos de miómero borbotearon y explotaron, mientras el fémur de ferrotitanio se ponía al rojo vivo antes de convertirse en una masa transparente e informe.
Los rayos salieron disparados hacia arriba sin demasiada fuerza y, al atravesar los restos de blindaje del lateral derecho del Daishi, provocaron una explosión en el afuste del sistema antimisiles. Los paneles de vibración del sillón de mando chocaron contra la espalda y el neurocasco de Víctor y lo dejaron estupefacto durante unos instantes. La cabina lo propulsó en círculos como si se tratase de una muñeca de trapo en medio de un ciclón y lo golpeó sin piedad cuando el ’Mech cayó definitivamente al suelo.
Víctor sacudió la cabeza tras el impacto y se dio cuenta de que pendía del cinturón de seguridad del sillón de mando. Más allá de la pantalla holográfica que mostraba que el Masakari estaba recuperando el equilibrio, no había más que oscuridad. Sus ojos confirmaron lo que la gravedad le indicaba: su ’Mech había aterrizado boca abajo. Con sólo una pierna y el blindaje delantero y trasero destrozados, no tengo la menor posibilidad de seguir luchando.
Vio por la pantalla que el Masakari se acercaba y se corrigió. No tengo la menor posibilidad de que Ranna me deje seguir luchando. Ni siquiera puedo disparar.
Sin dejar duda alguna sobre el motivo por el que los BattleMechs habían dominado todas las batallas desde su creación seis siglos atrás, el Masakari apuntó sus cuatro cañones hacia el Daishi. Tras varios movimientos de indiscutible precisión, durante los cuales Víctor volvió a recordar por qué la Esfera Interior había sucumbido a la invasión de los Clanes, el Masakari hendió la espalda del Daishi como un forense haciendo una autopsia. Los rayos CPP acabaron con los estabilizadores estructurales mientras los láseres arremetían contra las costillas de ferrotitanio.
Los láseres liberaron el motor de fusión del Daishi, que cayó al suelo al tiempo que el dispositivo de seguridad se activaba para evitar la explosión. Como si el Masakari hubiese arrancado el corazón del Daishi, el ’Mech de Víctor dio una fuerte sacudida, tras la cual todos los monitores se apagaron y él quedó colgando en la más profunda oscuridad.
En medio de un silencio sepulcral, Víctor sacudió la cabeza. La única ventaja de enfrentarse a los Clanes era que las estrictas reglas a las que se sometían nos daban la posibilidad de recurrir a la táctica. Si llega el día en que Phelan y los otros ponen en práctica la habilidad que han demostrado aquí, Ragnar no será el único príncipe de la Esfera Interior con una cuerda de sirviente.