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Arc-Royal
Mancomunidad Federada
16 de abril de 3055
Maldito arrogante, hijo de… Víctor apretó los puños mientras observaba a Phelan. Sintió cómo la adrenalina le recorría el cuerpo cuando su primo le devolvió la mirada y contuvo una respuesta airada. ¡Yo no le tengo miedo!
—Ya veo que los Clanes no le han cambiado, Phelan.
Víctor se volvió al reconocer la dulce voz que despreciaba sutilmente al Khan. Su hermana Katherine, ocho centímetros más alta que él pero con la misma cabellera dorada, heredada de su madre, hizo una leve reverencia y besó a Víctor en la mejilla.
—¿Estás sorprendido, Víctor? Eso espero.
—¿Katherine? Creí que estabas en Tharkad con madre. Nadie me había dicho… —dijo Víctor perplejo mientras la sorpresa convertía el enojo en alegría por la visita de su hermana—. ¿Cuándo has llegado?
Katherine hizo caso omiso de la pregunta y ofreció la mano izquierda a Shin Yodama.
—Komban-wa, Chu-sa. Gracias de nuevo por permitirme venir en su Nave de Descenso —dijo estrechándole la mano.
—Y a usted por permitirme usar su lanzadera para llegar aquí antes que la Taizai, duquesa Katrina.
—¿Ha venido en la Nave de Descenso del Condominio —preguntó Víctor con incredulidad—, duquesa Katrina?
Katherine miró a su hermano y se rio.
—Sí, Víctor, he venido en la Taizai. Estaba en la Jadbalja y esperaba ser transferida a otra nave mientras iba de Tharkad a Morges. Nos encontramos a Chu-sa Yodama —Shin— en Hamilton y me invité a subir a bordo. Fue muy amable a pesar de que infringía el protocolo. Le rogué que no te dijera que venía hacia aquí y a cambio le presté la lanzadera.
Víctor levantó una ceja mirando a Shin.
—Me lo podría haber dicho.
El yakuza del Condominio Draconis sacudió la cabeza.
—Cuando me piden guardar un secreto, cumplo mi palabra sin importarme las consecuencias.
Un destello de malicia iluminó la fría mirada azul de Katherine.
—Y te conviene bastante que sea así, Víctor. Pero, respondiendo a tu pregunta, hemos llegado esta mañana durante vuestro ejercicio de combate —dijo al tiempo que levantaba las manos y movía los dedos dando a entender que aquel juego de guerra era una reminiscencia del pasado—. Como estabas preocupado, decidimos darte una sorpresa. Morgan también estuvo de acuerdo, así que pudimos mantener la operación en secreto.
La cadencia de su voz hizo sonreír a Víctor.
—¿Y lo de duquesa Katrina? —preguntó Víctor en un tono de voz que sabía que llamaría su atención—. ¿Cuándo lo has decidido?
Katherine frunció el ceño y Víctor se dio cuenta de que los hombres del grupo iban a hacer lo posible por ayudarla. El hecho de que fuera su hermana le hacía difícil entender su reacción. Sin embargo, era consciente de que la chaqueta y la falda azul de cerceta potenciaban su esbelta figura. La chaqueta de botones dorados, con su cuello ajustado, las hombreras y la solapa doble cortada en diagonal, parecía el último diseño de moda de la temporada.
Después de observarla durante un rato, recordó que Katherine siempre había sido una experta en seducir hasta al más severo de sus cortesanos y profesores con su inocente mirada. Era obvio que aquella habilidad la había heredado de su madre, aunque Melissa decía que de joven era demasiado tímida para coquetear y reconocía que su hija la superaba en ese aspecto.
—Cuando supe que Morgan se retiraba me dio por pensar en la abuela. Como mi segundo nombre es Morgan en su honor, decidí volver a adoptar mi nombre original en honor a ella —dijo con una sonrisa que aumentó la atención del personal masculino—. Después de todo, Katherine es nombre de emperatriz vieja y aburrida con devoción por los caballos. Katrina me gusta mucho más.
Phelan asintió con convicción.
—Y le queda bien, prima.
Katherine le guiñó el ojo.
—¿Han sido los Clanes los que le han enseñado a hacer cumplidos, Phelan?
—No, básicamente a valorar situaciones e informar al respecto.
—En tal caso debería enseñar a mi hermano —dijo sonriendo a Víctor—. Por cierto, me gusta ese traje. Usted y el Kommandant Cox están muy elegantes.
Caitlin y Ranna se acercaron al grupo por detrás de Phelan. La alegría del rostro de Caitlin se reflejó también en el de Katherine.
—¡Estás maravillosa, Katrina!
Víctor arrugó el ceño y preguntó a Galen:
—¿Era yo el único que no sabía lo de su cambio de nombre?
Galen tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Decíais, señor?
—No importa —contestó Víctor en voz baja.
—Y tú debes de ser Ranna, ¿no? —dijo Katherine tomando a la mujer del Clan por la mano—. Caitlin me había dicho que eras muy guapa, pero te subestimó, ¿no creen? Yo habría empezado con «divina» y luego es posible que hubiera hablado de «una diosa revivida», ¿quiaf? No exagero lo más mínimo, ¿ja?
Víctor miró sorprendido a Ranna, que se había quedado estupefacta. Cerró los ojos al tiempo que la guerrera del Clan de los Lobos correspondía a sus halagos. Katherine, es decir Katrina, es una hechicera. La próxima vez que convoque una batalla contra los Clanes, la quiero a mi lado.
Observó que su hermana cautivaba a la multitud. Aunque él siempre tenía la sensación de que era un poco exagerada, nadie parecía compartir su opinión. Su combinación de cumplidos e ingenio fascinaba a todo el que la conocía. Incluso Kai y Galen se habían retirado para dejar a Katherine en el centro del círculo. Mientras susurraba algo al oído de Ranna, agarrada a ella por el brazo, el corro se cerraba cada vez más, dejando a Víctor en un segundo plano.
Con el orgullo dolorido, fue apartándose del grupo. Empezó a caminar en dirección a la mesa de refrescos y deseó ser teletransportado. Estaba tan concentrado en que su ausencia pasara inadvertida que ya había traspasado el umbral de la puerta cuando se dio cuenta de que una voz susurraba su nombre.
Se quedó boquiabierto al volverse y verla allí. Su chaqueta y su falda se parecían a las de su hermana, aunque no lo suficiente para sentirse violentadas por llevar el mismo atuendo. A diferencia del traje de su hermana, el suyo era de seda blanca con bordados rosas en forma de cereza.
—¿Omi? —dijo al fin Víctor tragando saliva—. Quiero decir, komban-wa, Kurita Omi.
Omi le correspondió inclinando la cabeza. Al hacerlo, su largo pelo negro le cayó por encima de los hombros como una cortina de terciopelo.
—Tu japonés es impecable, Víctor. Has estado practicando.
Víctor asintió, incapaz de añadir más palabras e impotente al no poder contener el ritmo de su corazón ni de sus pensamientos. Para salvar a su hermano de los Clanes en Teniente, Omi se había visto forzada a pedir ayuda a Víctor. A cambio de permitir que recurriera a las fuerzas de la Mancomunidad Federada para llevar a cabo el rescate, su padre la había hecho prometer que nunca volvería a ver a Víctor. Sin embargo, su abuelo había hecho caso omiso de sus órdenes en agradecimiento por haber salvado a Hohiro e incluso llegó a nombrarla directora de la fundación que financiaba la educación de los hijos de los Espectros, un trabajo que requería estar en contacto directo con Víctor.
Cuando se fue de Outreach cuatro años atrás, Víctor pensó que no volvería a verla. Ella también lo creía así, lo que había provocado que en los mensajes que se enviaban dieran rienda suelta a sus sentimientos. Su relación se intensificó hasta el punto de que la promesa de Omi a su padre se convirtió en una especie de tortura para los dos. A pesar de todo, la distancia que los separaba había contribuido a que las cosas no fueran muy lejos.
Al verla de nuevo, Víctor ardió en deseos de abrazarla, pero se contuvo. Se la quedó mirando tan fijamente que ella empezó a ruborizarse y, cuando por fin reaccionó, desvió la mirada y notó que sus mejillas también se sonrojaban.
—Sumimasen —dijo él—. No quería incomodarte. Es que me cuesta creer que estés aquí.
Omi esbozó una leve sonrisa.
—El Condominio Draconis tiene una gran deuda con los Demonios de Kell. Mi padre no nos perdonaría ser irrespetuosos. He venido a honrar a un gran guerrero. También le he recalcado que la fundación tenía entre manos algo que era mejor llevarlo en persona desde Arc-Royal.
—Ya veo —dijo Víctor mientras jugueteaba nerviosamente con la hebilla del cinturón. Otra misión secreta de la que no sabía nada, pero que me alegra profundamente—. Pensaba que no volvería a verte y que tal vez estabas ofendida porque no pude asistir al acto que se hizo en honor de tu padre. Pensar que te había perdido me hacía sentir muy desdichado.
Omi tenía la mirada clavada en el suelo de mármol blanco.
—La muerte de Takashi fue inesperada y no quería que se conmemorara con pompa —dijo Omi levantando la vista y volviendo a mirar al suelo tras encontrarse con la de Víctor—. Lo que no significa que no hubieses sido bienvenido.
—Gracias —dijo Víctor sonriendo, a la par que sentía una gran opresión en el pecho—. Ven, te presentaré a mi hermana.
Omi levantó una mano.
—No, Víctor, ya la conozco. Ayudó a diseñar este vestido mientras la Taizai venía hacia el sistema. Tu hermana Katrina es muy agradable.
Víctor lanzó un profundo suspiro.
—Quizás demasiado, ¿no?
—Es muy vital, creo —dijo Omi conteniendo un bostezo—. He venido aquí esta noche porque se lo prometí a ella. Debería haber seguido mi inclinaciones y haberme ido pronto a la cama.
—Sí… no… quiero decir que lo entiendo, pero me alegro de que decidieras venir —dijo Víctor mirando al grupo de aduladores de su hermana. Seguro que no advierten mi ausencia. En aquel momento la capitana Moran levantó la cabeza y se lo quedó mirando, un detalle que Víctor prefirió pasar por alto—. ¿Quieres que te acompañe a tu habitación?
Casi al instante, Víctor captó el sentido implícito de aquella pregunta.
—Quiero decir que sería para mí un honor acompañarte para asegurarme de que llegas sana y salva.
Los azules ojos de Omi se iluminaron un momento pese a la inexpresión de su rostro.
—Sabré llegar desde el jardín. Me gustaría que me acompañases hasta allí.
Víctor la condujo al pasillo. Cuando iba hacia la fiesta, le había parecido que aquella estancia no se acababa nunca, y ahora, acompañando a Omi, el camino le resultaba terriblemente corto. No hablaron, ni siquiera llegaron a rozarse, pero no importaba. Aun mirando hacia adelante, Víctor podía sentirla a su lado. El roce de su piel con el vestido producía un seductor frufrú y el silbido casi inaudible de su respiración era como música para sus oídos.
Abrió la puerta que había al final del pasillo y condujo a Omi hacia la fresca brisa del anochecer que corría en el jardín que los Demonios de Kell cuidaban con tanto esmero.
Víctor recordó cuánto le había impresionado aquel paraje la primera mañana que pasó en Arc-Royal. Durante años, los Demonios de Kell habían traído muestras de plantas originarias de los múltiples mundos a los que habían servido. Los pequeños invernaderos que había aquí y allá conseguían crear la atmósfera apropiada para aquella flora de planetas con temperaturas tan opuestas. El arco iris que se vislumbraba a la luz del día era impresionante, pero el perfume de las flores nocturnas superaba con creces el colorido del que carecía la noche.
Las estrellas tachonaban el cielo y la Vía Láctea lo decoraba de norte a sur. Víctor intentó encontrar una constelación que le resultara familiar para enseñársela a Omi, pero no vio ninguna.
Se volvió a mirarla y vio que temblaba.
—¿Tienes frío? —preguntó mientras se desabrochaba la chaqueta, un momento antes de que ella negara con la cabeza—. ¿Estás segura?
—Sí, Víctor —dijo mirando a su alrededor con una sonrisa en los labios—. Estaba recordando la última vez que estuvimos solos, por la noche, en un jardín como éste.
—Fue en Outreach, hace cuatro años.
—Tú y Hohiro ibais a enfrentaros a los Clanes. Pensé que era la última vez que te vería. Había tanto miedo e incertidumbre entonces —dijo mientras lo miraba y sonreía—. Y hay tanto miedo ahora.
—¿Miedo? —preguntó al tiempo que intentaba descifrar la sombría expresión de su rostro—. ¿De qué tienes miedo?
—Tengo miedo de sucumbir a mis deseos y pedirte que me acompañes a mi habitación.
Víctor tragó saliva. Al saber que ella sentía lo mismo que él, el cerebro se le inundaba de sensaciones que se desvanecían en cuanto advertía la cautela y la advertencia implícitas en sus palabras. Porque pasar la noche juntos sería un error irreversible e insensato. Podía quebrantar la armonía entre la Mancomunidad Federada y el Condominio Draconis, cosa que facilitaría la incursión de los Clanes en la Esfera Interior. Lo que sería un encuentro apasionado para otros, para ellos era el camino hacia el fin de la civilización.
Estás siendo demasiado dramático, Víctor. No todo lleva a Gotterdammerung. Sacudió la cabeza al darse cuenta de que lo que le pedía es que fuera fuerte pese a que, al mismo tiempo, estaba dispuesta a acatar su decisión. Le dolía sentir que su deseo superaba su sentido de la responsabilidad.
—Sabes que no hay nada en este mundo que me apetezca más —dijo. Víctor, ¿qué estás diciendo? ¿Cómo se te ocurre? Mientras una parte de él le pedía a gritos que se detuviera, el contacto con los hombros de Omi le decía que siguiera—. En un jardín como éste, hace cuatro años, nos preguntamos si nos estábamos enamorando. Aunque puede que desde entonces nuestras respuestas hayan cambiado, al menos la mía, los problemas no.
Ella alargó el brazo y le acarició la mano.
—Hay una leyenda sobre un lugar, una utopía, que dice que una persona subsiste en condiciones deplorables para que todos los demás puedan disfrutar de una vida plena y gratificante. Hay veces, desde que mi respuesta a nuestra pregunta cambió, en que me pregunto si no es imprescindible que exista esa angustia para que esa vida sea posible.
—Y hay veces en que hasta la destrucción del universo compensaría un momento de éxtasis —dijo Víctor acercándose a ella y empujando su cabeza con dulzura. La besó suavemente en los labios, una vez, y dos. Ella le devolvió una vez, y luego otra.
Víctor apretó el puño izquierdo y se apartó.
—Demasiado cerca, demasiado rápido —dijo al tiempo que inhalaba el aire del anochecer, con la esperanza de que el aroma de las flores pudiera sustituir el perfume de Omi—. Tu familia y tú confiáis demasiado en mí.
—El Condominio te debe la vida del heredero de los Dragones. Si pueden confiar en ti en eso, creen que también pueden confiar en ti en lo que se refiere a mi honor —dijo Omi mientras se alejaba—. Son buenos jueces de la humanidad. Sabían que serías más fuerte que yo.
—No te culpes, Omiko —dijo Víctor sacudiendo la cabeza—. Esta noche me tocaba a mí ser el fuerte. Creo que tú también tendrás tu oportunidad antes de que dejemos este mundo.
—¿Y si no lo consigo?
—Entonces el universo buscará a otra persona a quien hacer infeliz por una noche.