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Arc-Royal
Mancomunidad Federada
11 de septiembre de 3055
Phelan metió las manos en el cinturón que sujetaba la funda de su pistola y sonrió al abrir el canal de comunicaciones entre la Corsaria Roja y la base de los Demonios de Kell en Denton. Su sobrino Mark, vestido con un uniforme varias tallas más grande, parecía algo nervioso.
—¿Por qué me preguntas de qué disponemos para defender nuestra base? Los Demonios no están aquí.
—Llevas el uniforme de un guerrero, muchacho —contestó la Corsaria Roja con un gruñido—. ¿Exactamente qué eres, un cobarde disfrazado con un noble uniforme o un guerrero dispuesto a defender lo que le pertenece?
Los ojos de Mark transmitían una furia que Phelan sabía que no era fingida.
—Nos encontraremos. Los Soldados tienen dos lanzas ligeras. Nos encontraremos en las llanuras de Denton —dijo Mark amenazándola con el puño—, y te arrepentirás.
Phelan observó cómo la Corsaria Roja reía por el monitor auxiliar.
—Lo dudo, pequeño. Corsaria cierra.
La pantalla se quedó un momento a oscuras hasta que apareció el visualizador del tráfico. La Corsaria Roja y sus dos Naves de Descenso se dirigían hacia Arc-Royal por un lugar poco transitado que permitiría que sus guerreros descansasen y se preparasen para la lucha. El tiempo estimado de llegada era de dos horas, lo que significaba que Phelan y el resto de los Demonios de Kell tenían que mantenerse a cubierto hasta que las naves hubiesen aterrizado.
Phelan pulsó el teclado numérico de la consola de mando de su Wolfhound y consultó la fuerza de las tropas de la Corsaria Roja. Las Naves de Descenso disponían de un equipo formado por dieciocho naves de combate aeroespaciales. Los análisis de datos preliminares indicaban que su perfil de vuelo descartaba la inclusión de bombas. Eso significaba que el equipo de los Demonios podría trabajar, pero que la lucha sería mucho peor de lo que habían previsto.
Abrió el canal de comunicación terrestre con Dan Allard y oyó la señal de láser que pasaba por un cable de fibra óptica procedente de las carboneras de la Defensa Nacional en las montañas Clonarf.
—De momento, todo parece que va bien por aquí, coronel. Debemos tener las naves de combate preparadas.
—Hecho. He incorporado lo que queda de tu guardia de honor en el Primer Batallón de Naves de Combate para aumentar nuestra fuerza. Lo sugirió el capitán estelar Carew.
Phelan sonrió. Está haciendo todo lo posible por ganar puntos para conseguir el Nombre de Sangre.
—Bien. ¿Qué pasa con Geist?
—El agente de seguridad ha informado al respecto hace unos diez minutos. Sigue estudiando el material que sacó de la universidad. Bates dice que el hombre ha visto más estrellas que todas las naves de combate de la historia juntas —dijo Dan con una sonrisa—. Por cierto, me gustaría saber si el coronel estelar Ward ha dejado ya de quejarse de su misión.
Tú crees que yo no confío en Geist y tú no confías en Conal. No eres consciente, Dan, de que nuestros sentimientos hacia ambos hombres te afectan más a ti.
Old Connaught, a sólo cuarenta kilómetros al norte de Denton, estaba separada de la ciudad por las montañas Clonarf. En esa cadena montañosa, que formaba un semicírculo al sudoeste de Denton, estaban escondidos los Demonios de Kell. Al norte de la colina se abría un valle, por el que pasaba el río Kilkenny. Veinte kilómetros al norte, más allá de la ladera boscosa, Old Connaught se erigía a orillas del lago Lachlan.
Conal y el Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos habían buscado refugio en el bosque. Estaban bastante cerca de la autopista principal M-5, que atravesaba el sur de Old Connaught, y el puente del Kilkenny, del que se podían servir en caso de que la Corsaria Roja aterrizase al norte de las montañas y al sur del río. Sin embargo, se suponía que sus dos Naves de Descenso llegarían a la zona de Denton y allí las atacarían.
—A Conal lo enorgullece el hecho de estar defendiendo la ciudad, pero sólo porque yo le he dicho que allí había una planta armamentística secundaria —dijo el Khan del Clan riendo—. Yo no me preocuparía, coronel, el Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos no será un problema.
—Espero que no, Phelan —dijo Dan con un atisbo de preocupación tanto en la voz como en la mirada—. Recuerdo lo que hicieron con los Zuavos de Zimmer. No permitiré que vuelva a ocurrir.
Cuando aparecieron las Naves de Descenso de la Corsaria Roja, ocho ’Mechs ligeros ya habían salido de Denton y tomado posiciones de combate en las llanuras. Harry Pollard se puso al frente con su Valkyrie y levantó la mano izquierda del ’Mech cuando creyó que ya estaba lo bastante lejos de la ciudad prefabricada.
—Ya hemos llegado, chicos —anunció por el micrófono pese a saber que nadie podía oírlo.
Los pilotos del pelotón suicida formaban un equipo variado, ninguno de los cuales era un fuera de serie, pero todos tenían mucha experiencia. Tres de ellos eran viejos pilotos que padecían algún tipo de cáncer incurable. Prestaban servicio a los Demonios a cambio de que les pagasen los medicamentos y el sustento de sus familiares cuando fallecieran. Era su última oportunidad para dejar la vida con dignidad en lugar de morir lentamente en cualquier asilo.
Los otros cinco, incluido Harry, eran ex combatientes que habían cumplido largas condenas en las instituciones penitenciares de Arc-Royal. Su pacto con los Demonios era más sencillo. Sobrevivir para ser perdonados. Les recompensaban con 10.000 billetes, cantidad con la que indemnizaban a sus víctimas. No era demasiado, pero sí mejor que pudrirse en una celda.
Harry se humedeció los labios con la lengua. No había querido perder la oportunidad de volver a pilotar un ’Mech. Aunque su abogado lo había defendido del cargo de asesinato con el pretexto de que había cometido el crimen cuando se encontraba bajo los efectos del alcohol, Harry sabía que era mentira. Había acabado creyéndose el argumento porque el tipo al que había apuñalado era una idiota y cualquier cosa era mejor a que lo encerraran en una jaula. Había aceptado con entusiasmo el trato que Phelan Ward le había ofrecido porque era su única oportunidad para meterse en otra jaula que no atentaba contra su libertad.
Clark, un hombre con cara de ratón que en una ocasión había clavado un punzón de hielo a alguien que le debía una mísera cantidad de dinero, también había apostado por la posibilidad de vivir unos meses.
Las probabilidades eran ciertas, pero el tiempo estaba sobreestimado.
Harry vio que las naves de combate de la Corsaria Roja rompían filas e iniciaban el ataque a la carrera. Giró el ’Mech hacia las naves con la mano izquierda, apuntó el retículo hacia arriba pero por debajo de la línea de ataque sobre la cual se habían colocado los aviones y echó un vistazo a los metros que indicaba el contador de alcance. Cuando éste fue inferior a un kilómetro apretó los pedales de propulsión de salto del Valkyrie con los pies y envió su ’Mech hacia arriba. Al mismo tiempo, vio un punto dorado que se iluminaba en su retículo y apretó todos los gatillos.
Una manta de calor lo envolvió en la cabina del ’Mech mientras las fuerzas gravitatorias lo mantenían inmóvil en el sillón de mando. Sonrió cuando los MLA procedentes del lado izquierdo de su pecho se clavaron en la nave líder. Luego siguió avanzando en dirección a la nariz y la cabina del Rogue mientras los misiles silbaban a su alrededor. A pesar de no haber conseguido arrancar ninguna pieza de la nave, la Rogue se alejó a toda velocidad, acto que Harry consideró un punto a su favor.
Sin embargo, el triunfo no tardó en tener un regusto amargo cuando la segunda Rogue y un par de Tridents se pusieron a tiro. Ninguno de los otros ’Mechs intentó imitar su maniobra. Desde su posición estratégica, observó cómo se mantenían imperturbables ante la inminente llegada de las naves de combate.
La Rogue lanzó dos disparos de MLA que impactaron en el Panther de Clark. Los treinta cohetes explosivos se clavaron en el BattleMech y detonaron. En ese momento, una reluciente bola de fuego lo consumió mientras los pedazos de blindaje y las vainas de los misiles salían disparadas en todas direcciones. Cada pequeña porción se iba retorciendo a medida que la bola de fuego se elevaba hasta convertirse en una nube negra y grasienta que dejaba una estela de restos calcinados y abollados del Panther a su paso.
Aunque el brazo izquierdo del ’Mech había quedado inutilizado, Clark consiguió estabilizar la máquina. El Panther elevó los CPP instalados en el brazo derecho y disparó al enemigo, pero la saeta azul se desvió del objetivo y se perdió en el cielo con un silbido.
Las Tridents castigaron al Panther por la insolencia de su piloto. Los láseres medios instalados debajo de cada ala y en la nariz de la nave de mando crearon una pared de energía de rubí que calcinó una parte del blindaje del Panther. A medida que avanzaba causando daños a los otros ’Mechs del pelotón suicida, la segunda nave de combate aeroespacial rebotó en el Panther. En su asalto se llevó por delante el brazo izquierdo del ’Mech, que perdió el equilibrio y cayó al suelo.
Harry soltó una carcajada al ver que Clark había caído.
—Que se joda ese inútil. Que se jodan todos esos inútiles.
Cuando empezó a descender con su Valkyrie, Harry se dio cuenta de que tenía a la Rogue pegada a su espalda. Observó sus registradores de calor y vio que indicaban un nivel calorífico muy superior al recomendable y sabía que si volvía a disparar sus propulsores el ’Mech podía sobrecalentarse y apagarse. Mientras aterrizaba, se le ocurrió que los Demonios de Kell debían de haber quitado varios dispositivos de refrigeración de su ’Mech, probablemente porque no querían malgastar depósitos de calor en el pelotón suicida.
Más allá de la nave de combate, Harry vio dos Naves de Descenso Overlord preparándose para aterrizar justo a las afueras de Denton. Apuntó a la más cercana y sus armas quedaron inutilizadas.
—No haré ningún daño y puede que ayude —dijo Harry con una sonrisa en los labios y apretando los gatillos—. Es mejor morir como un hombre que vivir como una rata enjaulada.
El Khan Phelan Ward vio que la Nave de Descenso Lioness aterrizaba a las afueras de Denton y que las naves de combate que la rodeaban se preparaban para volver a atacar a los castigados ’Mechs. La Tigress parecía estar orientada hacia el lado norte de las llanuras, justo al borde de la colina. Las cosas no iban tan bien como habría deseado, pero tampoco era una situación irreversible.
Pulsó una tecla y apareció el rostro de Carew en el monitor.
—¿Carew?
—¿Sí, mi Khan?
—Lance sus naves de combate ahora mismo. Envíelas a Denton —ordenó Phelan antes de pulsar otra combinación numérica y conectar con la frecuencia que dirigía Ragnar—. Ragnar, mantente alerta —dijo el Khan observando el desembarco de los ’Mechs bandidos—. Es hora de acabar con la plaga.