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Estación de recarga, Thuban

Mancomunidad Federada

26 de junio de 3055

Después de salir de la Nave de Descenso Columbus en la estación de recarga de Thuban, Cari Ashe tenía que esperar una lanzadera que lo llevase a Thuban. Se dirigió al primer banco mercantil orbital, desde donde tenía acceso a la cámara acorazada tras ser identificado por un escáner retinal.

Sacó de su depósito un documento de identidad y una tarjeta magnética y lo volvió a cerrar tras dejar en él los documentos viejos. Devolvió su caja de seguridad a uno de los empleados y salió del banco.

Aunque el tiempo es oro en cualquier estación espacial, un precio de oro puede ahorrar tiempo a cualquiera. Una cuenta en un banco pagaba el alquiler de algunas de las habitaciones del hotel Corona. Estaba pensado especialmente para los ejecutivos que viajaban por el sistema, pero el año pasado sólo la había utilizado en una ocasión, cuando Carlos Negron visitó la estación por primera vez y Cari Ashe desapareció.

Invirtiendo el proceso que había seguido ocho meses antes, el asesino se dirigió a su habitación sin hablar con el recepcionista. Abrió la puerta con la tarjeta, entró y la cerró. Todo parecía estar como lo había dejado, salvo por una leve capa de polvo. El asesino examinó la pieza con detenimiento y no tocó nada hasta estar seguro de que nadie había entrado en ella durante su ausencia.

Cuando se hubo cerciorado, se quitó la ropa y se dirigió al baño. De su neceser sacó de un frasco lo que parecían ser píldoras para la alergia e ingirió dos. Volvió al dormitorio, puso la alarma del despertador que había en la cabecera una hora más tarde y se echó a dormir. Cuando la alarma sonó, se levantó, volvió al baño y encendió la lámpara solar.

Las píldoras contenían un antídoto que aumentaba el nivel de la melanina en la piel y la luz solar hacía que se oscureciera rápidamente. Su tez blanquecina adquirió enseguida un moreno saludable. Se tiñó el pelo de la cabeza y el cuerpo con un tinte negro. Una vez hecho esto, se puso los pantalones y la camisa de trabajo que utilizaría un infante de la marina mercante como Negron.

En menos de cuatro horas había acabado la transformación de Cari Ashe en Carlos Negron.

Carlos Negron se echó al hombro el macuto que había dejado en la habitación ocho meses antes y se dirigió al vestíbulo de la Unión de Infantes de la Marina Mercante que había junto a los muelles de la base de la estación. Se perdió entre la muchedumbre de trabajadores que, como él, acababan de llegar de una lanzadera planetaria, entró en el vestíbulo y mostró su tarjeta de acreditación. El portero registró su entrada y le señaló la puerta de acceso.

El asesino sabía que el rápido escáner de la tarjeta de acreditación lo pondría en lista para la próxima salida. Por su experiencia con equipos de descarga y ’Mechs de peso ligero, sería elegido para un puesto que requiriese tales habilidades. La tarjeta también demostraba que había trabajado en la frontera de Marik, lo que significaba que lo destinarían a algún lugar alejado al sur de Tharkad y que podría conseguir su objetivo.

Entregó el macuto a un aprendiz para que se lo guardase y se dirigió al bar donde, pese a todas las normas, el humo atestaba el ambiente. El hecho de que no hubiera mucha gente lo tranquilizó, porque así se reducían las posibilidades de encontrarse con alguien que lo recordase de la última visita y, sobre todo, porque eso significaba que las naves trasladaban a la tripulación con bastante rapidez, señal de que no tardaría en salir de Thuban.

Se sentó en la barra y pidió una cerveza. El camarero se la sirvió con más espuma que líquido y derramó más de la mitad por el camino. Carlos frunció el ceño y golpeó la barra con el puño.

—¿Qué es esto?

El camarero se dio cuenta de lo que había hecho, sacudió la cabeza y le retiró el vaso.

—Lo siento, amigo. Es que están pasando el vídeo holográfico del funeral de la arcontesa y ya me lo perdí la primera vez que lo emitieron. Aquí tiene una llena, y la paga la casa. Para que la beba en honor de la arcontesa.

Carlos elevó el vaso con solemnidad.

—Por la arcontesa y por su lugar en la mesa del Señor.

Algunos de los clientes se unieron al brindis y un hombre que había al final de la barra volvió a elevar el vaso.

—Y que el Señor aplaste a ese desgraciado que dice ser su hijo.

El asesino se sintió algo turbado al ver el éxito del segundo brindis.

—¿Qué ha hecho Víctor?

El rostro del camarero adquirió una expresión airada.

—No es lo que ha hecho, sino lo que no ha hecho. ¿Se acuerda de cuando murió su padre? El cuerpo del viejo Hanse permaneció en la capilla ardiente durante treinta y un días. ¡Un mes y un día! ¿Y cuánto tiempo ha estado el de su madre? ¡Dos días! ¡Pero si hasta a Jesús le dieron tres!

—¡Seguro que Víctor no ha querido darle tanto tiempo por miedo a que resucitara! —dijo el hombre del final en tono de burla.

El camarero se inclinó hacia adelante.

—Se conoce que Víctor envió un mensaje a Katrina que decía: «¡Entierra a esa maldita!». Le dio la orden y vino lo más rápido que pudo desde el otro lado de la frontera de los Dragones. Según tengo entendido, de eso hace ya una semana, y no han podido retrasar el funeral. Imagínate, los otros hijos se trasladaron por un circuito de mando desde Nueva Avalon —al doble de distancia de aquí que Víctor— y llegaron a tiempo. ¿Puede creérselo? ¡El príncipe Víctor no quiso asistir al funeral de su madre!

En la parte superior de la pantalla holográfica situada en una esquina de la barra, el asesino vio cómo la cámara enfocaba a una mujer alta y esbelta vestida de negro de los pies a la cabeza. A su izquierda había un hombre rubio de su misma estatura, a quien el asesino reconoció como Ryan Steiner.

—¿Ésa es la hija de la arcontesa?

—Es la viva imagen de su abuela, y la llamaron así en su honor. Víctor dejó que ella se hiciera cargo del funeral. Ésos son sus hermanos Peter y Arthur, y la chica de ahí es la menor de los hermanos, Ivonne —explicó el camarero sacudiendo la cabeza mientras limpiaba la barra—. Katrina ha salido en defensa de Víctor diciendo que tenía que hacerse cargo de las labores de gobierno. Hay mucha gente que lo acepta porque les da pena, pero en el fondo todos saben la verdad.

Carlos asintió y dio un sorbo de cerveza.

—No ha habido más que problemas desde que Melissa se casó con Hanse.

El hombre que había al final de la barra se acercó y se sentó junto a Carlos.

—Ya lo sabes, hermano. Como también sabes por qué Katrina concedió la mano de su hija a Hanse, ¿no?

Carlos meneó la cabeza.

—¿Por qué?

—Hanse le dijo que si no lo hacía, pactaría con los Dragones y se casaría con Constance Kurita. Habría obligado a su hermanastra Marie a divorciarse de Michael Hasek-Davion y casarse con Theodore. De haber sido así, ahora estaríamos bebiendo vino de arroz y hablando dragón.

El asesino, que hablaba japonés a la perfección, se dio cuenta de que aquél no era el momento idóneo para demostrar su dominio de la lengua.

—No lo sabía.

El hombre del fondo asintió enérgicamente.

—Sí, ya sabes, es parte del plan de Davion. Víctor lo mantiene flirteando con Omi Kurita. ¿Por qué crees que el Décimo de Liranos se encuentra estacionado en la frontera draconiana?

—Después de lo que me has contado, creo que empiezo a atar cabos.

—¡Claro que sí, maldita sea! —exclamó el hombre mirando fijamente a Carlos—. Hasta podría decirte quién lo hizo, quién puso la bomba y por qué.

El asesino hizo que Carlos se acercara al hombre.

—¿Quién?

El hombre miró a su alrededor y dijo en un susurro:

—Víctor lo ordenó. Al estar tan unido a Omi, pidió a algunos de sus matones, los nekogami, que lo hicieran. El caso es que se equivocaron de objetivo. La bomba no era para Melissa.

—¿No?

—No. Era para Ryan Steiner. Víctor juró a su padre en su lecho de muerte que mataría a Ryan. Verás, se suponía que Ryan iba a estar allí aquella noche para presentar a la arcontesa en lugar de Morgan Kell. La bomba iba dirigida contra él.

El asesino quería ser precavido, pero sabía que Carlos habría seguido insistiendo.

—¿Pero no era un explosivo potente? ¿No murieron todos los que estaban en la tarima?

El hombre se encogió de hombros.

—El carácter que utilizan los kuritanos para expresar «bastante» se traduce por «exterminio», ya sabes. Además, no murió todo el mundo. Morgan Kell sobrevivió a pesar de que tal vez no estaba planeado para que así fuera. De modo que ya tenemos a la familia patriótica, esperando a que pase el funeral de su mujer para que los Demonios puedan acabar con los bandidos.

—¿Patriótica? —se extrañó Carlos al tiempo que indicaba al camarero que trajese dos cervezas más—. Quiero decir, estoy al corriente de lo que han hecho los Demonios de Kell, ¿pero acaso el hijo de Morgan no es un Khan del Clan de los Lobos?

—Eso es cierto, amigo —dijo el hombre tras beberse una tercera parte de la cerveza—. Pero hay algo que no entiendes. El hijo del primo de mi mujer estuvo en el Nagelring con el principito Víctor y ese tal Phelan. Me dijo que Phelan no quería saber nada de su rico y poderoso primo, lo cual no me parece nada mal a pesar de que los Clanes le hayan lavado el cerebro. Y, mira, después de todo, Phelan hizo un largo trayecto para asistir a la ceremonia de jubilación de su padre, ¿no? Apuesto a que habría asistido al funeral si hubiese sido su padre el que murió. Y asistirá al de su madre.

Carlos asintió con la cabeza y vio entrar a otro hombre en el bar. Se apoyó una carpeta en el estómago y gritó:

—¡Anderson, Capetti, Chung, Negron, Watterman! Woman Scorned partirá dentro de seis horas hacia Lamon, con parada en Chukchi, Ciotat y Trant. Sueldo habitual y un máximo de veinticinco kilos de equipaje.

Carlos apuró la cerveza y dio un golpe a su compañero en el hombro.

—Gracias por ponerme al día, amigo. Siempre me ha gustado hablar con personas interesantes que saben cómo funcionan realmente las cosas.