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Elissa

Zona de ocupación del Clan de los Lobos

25 de octubre de 3055

Phelan asió el traje refrigerante a toda prisa y señaló hacia el mapa holográfico de la bahía a la que se dirigían.

—Conal nos estará esperando aquí, al extremo norte de la bahía. El poblado que hay al sur parece desierto. Tanto nuestros sensores como las referencias de Nelson al mundo virtual al que le había sometido la corsaria indican la existencia de una extensa red subterránea —dijo mirando a Christian Kell—. ¿Geist ha confirmado el trazado de la ciudad?

Chris asintió.

—Ha dicho que coincidía.

Evantha señaló el mapa.

—¿Qué posibilidades tiene Conal de llenar el poblado de bombas trampas como las que usted puso en Denton?

—Buena pregunta —dijo Phelan asiendo la pistola y agachándose para atársela a la pierna derecha—. Creo que no muchas. Quiere que aterricemos cerca de él, de lo que deduzco que intentará atraparnos antes de entrar en la ciudad y que no habrá ninguna fuerza esperándonos para una emboscada.

El joven Khan miró a Carew y a Caitlin.

Si la hubiera, debéis iniciar el ataque. Conal no quería que participaseis en el combate y lo que yo quiero es que os pongáis al mando de la PAC en caso de necesidad. Hay que mantenerlo ocupado.

Chris frunció el ceño.

—¿Y por qué no nos limitamos a bombardear a sus tropas?

Phelan hizo rechinar los dientes. Tiene razón, sería más fácil.

—Porque esas tropas todavía pertenecen al Clan de los Lobos. No quiero matarlos, a ser posible.

Dan Allard pasó una mano por las montañas que había tras las líneas de los Solahmas de los Lobos.

—Estas montañas son una madriguera de minas. Si Conal lleva a su gente ahí, el enfrentamiento puede ser terrible.

—Entonces dejaremos que se mueran de hambre. Lo principal es atrapar a la Corsaria Roja —dijo Phelan sacando la pistola de la funda para cargar la recámara y volverla a enfundar—. Derrotaremos a Conal, atraparemos a la Corsaria Roja y nos iremos.

La Oivl’s Nest se inclinó ligeramente al entrar en la atmósfera. Phelan observó a los hombres y mujeres que se encontraban en la sala de instrucciones. Todos, jóvenes y viejos, sabían a lo que se enfrentaban y no sólo no mostraban el más leve temor sino que sus rostros desprendían un atisbo de impaciencia.

—Aterrizaremos dentro de una hora aproximadamente. ¿Alguna pregunta?

Chris levantó la mano.

—¿Conmutarás la sentencia del Kommandant Geist?

—Chris, el Geist se cambió de bando y disparó a nuestra gente —dijo Phelan sacudiendo la cabeza—. No puedo darle un ’Mech.

—Si no recuerdo mal, primo, él no es el primer hombre que ha disparado a fuerzas de su propia nación.

La acritud de las palabras de Chris se filtró en lo más profundo de su corazón. Phelan hizo un gesto de asentimiento.

—Es cierto, primo, que me cambié de bando y disparé a gente de la Esfera Interior. ¿Si estuviera yo en su lugar, me darías un ’Mech?

Chris abrió la boca para contestar, pero se detuvo.

—Tocado, Phelan. Creo que estás equivocado, pero es tu decisión.

Phelan miró a su primo y esbozó una rápida sonrisa.

—Y yo creo que tienes razón, como también soy consciente de que es mejor arrepentirse de no haber aceptado a un hombre leal en mis filas que de poner a un traidor en la cabina de un ’Mech.

—Lo entiendo.

—Todo el mundo a las estaciones de combate —ordenó Phelan pulsando un botón que hizo desaparecer la imagen del planeta—. Hemos encontrado a nuestra presa y ahora tenemos que matarla.

Nelson Geist hizo visera con la mano para proteger sus ojos de los rayos del sol.

—¿Dónde? No la veo.

De pie junto a él en la nariz del aerocoche de la Owl’s Nest, Bates señalaba un agujero entre los batallones Alfa y Beta de los regimientos de los Demonios de Kell.

—Ahí está. Es un BattleMaster rojo.

Nelson entrecerró los ojos e intentó divisar algo a través de la calima que enturbiaba la nube de polvo que los Demonios de Kell iban levantando a su paso.

—No veo nada —dijo dando un codazo a Bates en las costillas—. Déjeme sus prismáticos.

Bates agachó la cabeza para quitarse del cuello la correa de los prismáticos y se los pasó a Nelson, quien secó el sudor de la superficie del objetivo y miró a través de ellos. Mientras los agarraba firmemente con la mano mutilada, intentaba enfocarlos con el dedo índice.

Los ’Mechs de los Demonios de Kell, con las piernas negras y el cuerpo y los brazos rojos, estaban de espaldas a ellos. En el centro vio un enjambre de ’Mechs negros correspondientes al Khan y a su estrella. Medio ocultos por la nube de humo que habían levantado las titánicas máquinas de guerra, el mando de Elementales de Evantha reforzaba el extremo izquierdo de la formación mercenaria.

Un poco más allá, a través del agujero que Bates había señalado, Nelson divisó al Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos. Sus ’Mechs tenían un dibujo de color verde militar con una clara intención marcial pero que no destacaba demasiado. Nelson sabía que el Trigésimo Primero, aunque era una unidad del Clan, no contaba con el apoyo del Khan y su gente. De haber sido juzgados por las condecoraciones de sus ’Mechs, habrían ocupado el último lugar en la lista de favoritos.

Nelson creía que el Khan no los tenía muy bien considerados porque llevaban consigo otros cuatro BattleMechs. Había tres máquinas que no podía reconocer a pesar de las marcas impresas en escarlata y oro que los identificaba como bandidos. En cambio, sí que reconoció la última. Ahí está ella. Tal vez se esté preguntando dónde estoy.

—¿La ves ahora?

Nelson asintió, tras lo cual la perdió de vista para volverla a encontrar cuando su ’Mech empezaba a avanzar. A medida que el BattleMaster se acercaba a los Demonios de Kell, Nelson creyó advertir cierta indecisión en sus movimientos. El Mech no se mueve con la agilidad que solía mostrar la Corsaria Roja. ¿Qué ocurre? Seguro que está ahí. Tiene que ser ella.

Nelson bajó los prismáticos y se frotó los ojos. Los volvió a levantar y vio el BattleMaster moviendo el CPP derecho hacia la línea de los Demonios de Kell y luego retirándolo para corregir la primera maniobra de objetivo. Dios mío

Nelson devolvió los prismáticos a Bates.

—Sí, ya veo.

El agente de seguridad asió los prismáticos sin advertir la rodilla de Nelson dirigiéndose con fuerza hacia él. Al recibir el impacto de la rodilla en la ingle, Bates se dobló hacia adelante, momento que aprovechó Nelson para tirar los prismáticos y darle un golpe detrás de la oreja derecha. Bates cayó del aerocoche y se desplomó inconsciente en el suelo.

Nelson se colocó junto a él de un salto y dejó los prismáticos sobre su pecho.

—Lo siento, amigo, pero no lo habrías entendido.

Se volvió a meter en el aerocoche y sacó la pistola que había en el lateral izquierdo del vehículo. La puso en el asiento del copiloto y se dirigió a toda velocidad hacia el poblado.

Phelan sabía que en cuanto se iniciase el combate, su ’Mech sería el primero al que apuntarían. Aunque estaba bien equipado para ser un ’Mech ligero, no era nada en comparación con el Man O’War que pilotaba Conal. Aquel ’Mech era un OmniMech, material de guerra de primera clase parecido al Warhawk en el que viajaba Ranna. Un solo disparo de cualquiera de las armas de Conal bastaría para arrancar una extremidad del Wolfhound.

Los BattleMechs del resto del Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos eran idénticos o ligeramente inferiores a los que los Demonios de Kell utilizarían contra ellos. Como se suponía que los del Trigésimo Primero iban a enfrentarse a los bandidos, los Clanes no querían malgastar sus ’Mechs en un combate así. El OmniMech de Conal era una reliquia de la gloria que había conocido en otro tiempo.

A un kilómetro de distancia de las líneas de combate, el monitor secundario de Phelan se llenó de informes. Los Demonios estaban preparados. Se ajustó la pistola y decidió que él también lo estaba. Seguidamente, encendió la radio.

—Conal Ward, le ordeno que abandone el mando del Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos y comparezca ante mí inmediatamente. Por la presente, queda arrestado a la espera de un juicio por insubordinación y desobediencia a un oficial superior. A los demás miembros de su mando se les concederá una amnistía si abandonan ahora.

Echó un vistazo al visualizador de combate holográfico, pero, como era de esperar, ninguno de los Lobos del otro lado se movió. Vio a Conal en el centro de la formación enemiga y a la Corsaria Roja justo detrás de él.

—No tiene por qué acabar así, Conal.

La carcajada desdeñosa de Conal resonó en el neurocasco de Phelan.

—Antes me equivoqué cuando dije que era un Lobo, Phelan. Sigue siendo un debilucho de la Esfera Interior, ya que un Lobo no me habría dado una segunda oportunidad para rendirme. Además, si de verdad lo fuera, uno de nosotros ya estaría muerto.

Phelan contactó con el Tac Uno por radio.

—Ha llegado el momento.

Nelson Geist condujo el aerocoche robado por las calles que había recorrido en otro tiempo. La ciudad no estaba tan cuidada y limpia como en el simulacro, pero reconoció al instante cada rincón de la misma. Al momento, sintió un escalofrío y empezó a sudar. Detuvo el vehículo, salió y se puso a vomitar.

Permaneció con las manos apoyadas en las rodillas mientras su pecho se convulsionaba cada vez que el estómago intentaba arrojar su contenido. Se concentró para detenerlo. He venido aquí con un propósito. Se secó la boca con la manga de la camisa. Ella me tenía lástima porque me veía débil. ¡Pero soy débil!

Extendió la mano para agarrarse al aerocoche y se puso en pie de nuevo. Una vez dentro, asió la pistola de aire comprimido e introdujo una bala en la recámara. Sostuvo el arma por la empuñadura con la mano derecha y divisó la plaza desolada que conducía al edificio principal.

—Sé dónde estás. Te tengo. Eres mía.

Las lanzas de asalto de los Demonios de Kell avanzaron entre las dos fuerzas mientras las de apoyo no dejaban de disparar misiles, que dibujaban un arco en el aire antes de caer sobre el objetivo. Chris Kell hizo rotar su Thunderbolt hacia la izquierda cuando la lanzadera de MLA situada en el hombro lanzó quince misiles al enemigo. Con el retículo sobre el Clint, disparó un láser de largo alcance y tres de pulsación medios.

Dos de los láseres de pulsación se desviaron del objetivo, pero el tercero desgarró el blindaje del brazo derecho del Clint. Unas placas de blindaje a medio fundir cayeron al suelo dejando al descubierto huesos de metal, músculos sintéticos y el complejo mecanismo del cañón de proyección de partículas del ’Mech. El láser pesado de la Thunderbolt propulsó un rayo energético verde que impactó en el pecho del Clint y fundió la fina chapa del blindaje.

Cuatro de los misiles de Chris habían colisionado en el mismo punto, destrozando lo que quedaba del blindaje y causando daños internos. Cuando otra andanada de misiles arremetió contra el blindaje de la pierna derecha del ’Mech, Chris creyó ver que la máquina se tambaleaba ligeramente pero que acababa manteniendo el equilibrio.

El contraataque del Clint afectó gravemente a la Thunderbolt, cuyos CPP perdieron casi una tonelada de blindaje por la parte derecha del pecho del ’Mech. Los dos láseres de pulsación situados en el torso del Clint convergieron en la línea central de la Thunderbolt. Al hacerlo, el blindaje se resquebrajó a la altura del corazón del enorme ’Mech sin que éste quedase afectado. Chris logró controlar el efecto desestabilizador tras la pérdida del blindaje y siguió descargando.

Nelson Geist escupió en el suelo embaldosado del pasillo en penumbra. El calor era intenso bajo la superficie del planeta. Sintió que tenía empapada la camisa mientras unas gotas de sudor le bajaban por las sienes hasta alcanzar el labio superior. Se lamió el labio y se secó la mano mutilada en los pantalones para asir la pistola con firmeza.

Mientras se arrastraba por el vestíbulo en dirección al pasillo prohibido, una sonrisa nerviosa se apoderó de sus facciones. Si estuviera en un ’Mech, tendría un traje refrigerante y no sudaría aunque el calor de la cabina fuera cinco veces superior a éste. Examinó el terreno y comprobó por enésima vez que el cierre de seguridad de la pistola estuviese quitado.

Al doblar la esquina, Nelson sintió que algo le obstruía la garganta. El pánico estuvo a punto de apoderarse de él al imaginar por un segundo que el collar de descargas volvía a presionarle el cuello. Intentó palpar el collar con la mano lisiada y cuando sus uñas sintieron el contacto con la carne, se apoyó contra la pared. Esta vez nada te detiene.

Se frotó los ojos irritados por el penetrante sudor y alcanzó el final del pasillo. Igual que en el simulacro, encontró dos puertas cerradas. Casi cerradas, se corrigió a sí mismo. Al ver la delgada veta de luz amarillenta que separaba ambas puertas, volvió a sonreír, pero esta vez apretó los dientes para reprimir cualquier grito triunfal que pudiera escapársele.

Paso a paso, metro a metro, recorrió silenciosamente la distancia que lo separaba de las puertas. Se esforzó en respirar por la nariz intentando detectar cualquier rastro de olor que le recordara a ella, pero lo único que inhaló fue el hedor de su vómito y su transpiración. Al exhalar, el sudor que le goteaba de la nariz le roció las manos.

Se acercó a las puertas y oyó un par de chasquidos. Giró la cabeza para examinar el camino por el que había venido, temiendo la presencia de algún guardián armado dispuesto a detenerlo en el umbral de su victoria. Al cerciorarse de que no había nada ni nadie detrás de él, dedujo que el ruido procedía de la habitación. Intentó recordar aquel sonido y no pudo reconocer el chasquido de una arma. Parecían más bien los pasadores de una maleta al abrirse.

Nelson respiró profundamente cuando abrió la rechinante puerta. Durante su estancia en la Tigress y en las innumerables pesadillas que se sucedieron después, había imaginado cosas horribles sobre aquella habitación: cámaras de tortura, un pasillo de los horrores y una estancia repleta de trofeos con pedazos de individuos a los que la Corsaria Roja había derrotado y la mitad de su mano en primer plano. Sin embargo, todo lo que había imaginado en sus alucinaciones, todos aquellos sueños maléficos, no se acercaban a la aterradora realidad.

Al entrar en la habitación, la Corsaria Roja mecía la cabeza del cilindro que había insertado en el gigantesco dispositivo de la pared. Las etiquetas de seguridad amarillas y negras se despegaron cuando el cilindro se colocó en su sitio. La corsaria retiró las etiquetas y sonrió al levantar la vista y verlo.

—Me imaginaba que eras tú.

Nelson la miró antes de posar la vista en la maleta del escritorio que había delante de la corsaria y en el dispositivo de la pared. El símbolo de aviso al dorso de la maleta le remitió a sus años de entrenamiento como cadete. Aunque no podía ver su contenido, sabía que se trataba de una cama de espuma blanda con un fusible para sostener el cilindro, ya que, como el instructor les había dicho: «Los gatillos de las minas nucleares no resisten mucho movimiento».

¿Una mina nuclear? El valle entero, todo, será destrozado. ¡Está loca!

—Soy yo —dijo Nelson apuntándola con la pistola, por lo que ésta puso las manos en alto—. Loca es poco para ti. Eres demoníaca. Nada de lo que digas impedirá que te mate.

La corsaria esbozó una leve sonrisa.

—Te quiero, Nelson Geist —dijo mientras bajaba las manos para acariciar su estómago a través del traje refrigerante—. Llevo un hijo tuyo en mis entrañas.

Desde los primeros disparos la batalla se desarrolló como Phelan tenía previsto. El Trigésimo primero de Solahmas de los Lobos había empezado a retirarse antes de poder cerrar el espacio entre ellos. Su objetivo era volver a la fortaleza de la montaña y luchar desde allí, pero Conal había adelantado demasiado su línea. Debe de haber olvidado que los Demonios están equipados con armas como las nuestras, aquellas armas arrebatadas a los Jaguares de Humo y a los Gatos Nova tras el combate de Luthien.

Phelan sonrió al darse cuenta de que aquélla era la solución al misterio sobre la forma en que Conal había sido atrapado fuera de su zona de cobertura. Esperaba detener el avance de los Demonios con una par de disparos de largo alcance y retirarse a las montañas de forma ordenada. Como había sido demasiado arrogante para coordinarse con los Demonios durante las operaciones de captura de bandidos, no sabía lo que podían hacer. Tu estúpida arrogancia es la razón por la que la se debe mantener la tregua. Si no aprendemos a respetar la Esfera Interior, se nos echarán encima y nos aniquilarán.

Poco después de iniciar la retirada el ’Mech de Conal se detuvo para ver cómo una tormenta de MLA hacía que el BattleMaster de la Corsaria Roja cayese de rodillas al suelo. El Man O’War se interpuso entre el BattleMaster derribado y las líneas de los Demonios de Kell.

El Man O’War levantó ambos brazos y los cruzó por encima de la cabeza en un claro gesto de desafío.

—Estoy ileso, Khan Phelan. ¿Será usted el que acabe conmigo? —dijo al tiempo que sus líneas se desmoronaban detrás de él y los Trigésimo Primeros salían disparados hacia los búnkeres.

Phelan abrió su radio y contactó con todas las frecuencias tácticas.

—¿Qué me ofrece si gano?

—La rendición de mis tropas.

—¿Están dispuestas a claudicar?

—Lo estarán, Khan Phelan.

Phelan entrecerró los ojos. ¡Maldito traidor mentiroso! Mentiste en el último combate para que no obtuviera mi Nombre de Sangre y ahora has hecho casi tanto daño a la Esfera Interior como la Corsaria Roja. Phelan vio parpadear el indicador y su monitor secundario le informó de que Conal había enviado un mensaje codificado de onda corta al poblado. Tú tienes un as escondido en la manga, pero yo tengo a Carew y a Caitlin en el aire, dispuestos a impedir una emboscada. Phelan preparó su ordenador para que pitase si recibía una respuesta a través de aquella frecuencia y asintió con la cabeza.

—Bien negociado y hecho, Conal —dijo el Khan sonriendo para sus adentros mientras su ’Mech se alejaba de las líneas de los Demonios de Kell. Tú tienes tu plan, y yo el mío. ¿Quién engañará a quién?

—¿Un hijo mío?

Al formular la pregunta, la Corsaria Roja asió rápidamente la maleta. Nelson, que seguía apuntándola con la pistola, apretó el gatillo. El primer disparo le alcanzó en el hombro izquierdo, haciendo que se contorneara hacia un lado y tirara la maleta con el arma que había ocultado durante tanto tiempo.

Sin pensarlo dos veces, Nelson volvió a cargar la recámara y disparó de nuevo. La pistola de la corsaria le devolvió el disparo antes de que la segunda embestida de Nelson le destrozase el antebrazo derecho. La Corsaria chocó contra la pared y cayó al suelo, dejando un rastro de sangre a su paso.

Nelson se dio cuenta de que necesitaba aire y pensó que se debía a la impresión del combate. Sin embargo, no tardó en notar el sabor de la sangre en sus labios. Bajó la mirada y vio dos agujeros en su camisa. El dolor empezó cuando tiró la pistola para hacer presión sobre las heridas con el brazo derecho, y se agudizó al retirarlo.

Dio un paso hacia adelante y luego otro. El mundo empezó a ensombrecerse, pero Nelson se obligó a mantener el equilibrio. Con el brazo alrededor de su estómago, extendió la mano mutilada y alcanzó el escritorio. Tiró la maleta al suelo y se dirigió hacia un rincón de la estancia.

Al ver a la Corsaria, se arrodilló junto a ella y supo que jamás se volvería a levantar. Estaba muerta. Los proyectiles de plomo del primer disparo le habían atravesado la garganta pero, por alguna extraña razón, sus facciones permanecían intactas. Le cerró los párpados con la mano izquierda, inclinó la cabeza y lamentó lo que podría haber sido si el universo hubiese sido blanco en lugar de negro. Se retiró y buscó un lugar para morir.

El equipo de radio del cinturón de la Corsaria Roja emitió un pitido y una voz dijo:

—Están en posición. Es el momento.

Nelson escupió la sangre de la boca y arrancó la caja negra del cinturón. La sostuvo en la mano mientras intentaba reunir la fuerza necesaria para levantarla. Oyó el silbido de sus pulmones al quedarse sin aire y se esforzó por llevarse el dispositivo a la boca. Cuando lo consiguió, pulsó el botón rojo.

—Estáis solos —dijo deteniéndose para recuperar el aliento—. Cuando lleguéis al infierno, ella os explicará dónde estuvo el error.

Phelan sabía que su única ventaja era la velocidad de su ’Mech. Aunque el Man O’War de Conal podía igualarle en una carrera por tierra, la agilidad del Wolfhound lo hacía casi invencible. Si Conal no vigilaba el aumento calorífico de su ’Mech —y un ’Mech como el Man O’War contaba con buenos reguladores de calor—, sus circuitos de disparo empezarían a quemarse.

Phelan debía esperar a que Conal diera un paso en falso. Sería difícil destruirlo a gran velocidad, pero para él también lo sería. Fuérzalo, haz que fuerce su máquina y entonces lo atrapas. El Khan se echó hacia adelante y hacia la derecha, manteniéndose lo más alejado posible del brazo derecho del Man O’War.

Conal desplazó el ’Mech hacia la derecha y apuntó con el brazo al Wolfhound. Dos vetas idénticas crepitaron al salir disparadas de las bocas de los CPP y surcaron el suelo por detrás del ágil Wolfhound, arrojando al aire trozos de roca a medio fundir. El brazo izquierdo del Man O’War apuntó a Phelan, pero sus láseres de pulsación pesados y medios esparcieron los dardos energéticos por la cabeza del ’Mech.

Se ha pasado de largo. ¿Pero qué está haciendo? Phelan sacudió la cabeza mientras observaba los extraños movimientos del Man O’War. No está tomando ninguna precaución. ¿A qué juega? ¿Cree que para que no lo m mí? ¿Por qué no puede atraparme desde tan cerca? Se mueve para que no lo mate, pero tampoco se esfuerza por matarme a mí. ¿Por qué no?

Phelan cambió su visualizador holográfico a infrarrojo y obtuvo un claro perfil del Man O’War. Aunque Conal lo había estado forzando, el calor todavía no alcanzaba niveles excesivamente altos. No tendría que cambiar el objetivo para acercarse a él. Esperó a que titubeara y, al propulsar el Wolfhound hacia adelante a toda velocidad, tuvo la sensación de que Conal —pese a sus escasas precauciones— no le dejaría conseguir la distancia que necesitaba para ganar.

De repente, su ordenador emitió un pitido para informarle del estado de la onda corta de Conal. Phelan levantó la vista y vio que había dejado de perseguirlo. El Man O’War dio un paso en falso y su armamento se hundió medio metro en el suelo.

Phelan desvió el Wolfhound hacia la izquierda y acortó la distancia entre ambas máquinas. A medida que el círculo se cerraba, el Wolfhound se alejaba del arco que formaban las armas del Man O’War. Acercándose a la popa del ’Mech, Phelan colocó el retículo sobre la ancha espalda del OmniMech y arremetió con todo lo que pudo.

El láser pesado situado en el brazo derecho del Wolfhound utilizó el rayo verde de escalpelo para hacer un profundo agujero en la espalda del otro ’Mech. Los tres láseres de pulsación clavaron agujas escarlatas de energía en el corazón del Man O’War. Los láseres destrozaron la caja del giroestabilizador, expulsando miles de pedazos a través de la herida de la espalda.

Ni siquiera el neurocasco de Conal podía hacer nada por mantener el equilibrio de una máquina de guerra desprovista de giroestabilizador. El Man O’War aterrizó en una nube de polvo mientras sus extremidades se desprendían al impactar contra el suelo, dejando el ’Mech fuera de combate.

Nelson Geist se dio cuenta de que había tirado la radio cuando oyó el ruido de las piezas al caer al suelo. Sonrió y se inclinó hacia el escritorio lamentándose de su torpeza. Pese a la incomodidad de mantener la cabeza en aquella posición, se esforzó por no desviar la mirada de los brillantes transistores de plástico negro. Sabía que el dolor no duraría mucho e intentó consolarse pensando que mirar una radio rota era mucho mejor que morir viendo a la Corsaria Roja.