15

15

Zhongshan

Mancomunidad Federada

13 de mayo de 3055

Nelson Geist levantó la vista cuando la Corsaria Roja entró en la habitación. La corsaria llevaba un mono de color verde parecido al que él tenía a los pies de la cama. La media luz que entraba por la ventana no le impidió ver la mancha roja que empezaba a aparecer en su hombro izquierdo e incluso pudo oler el líquido refrigerante que salía del traje.

Los ojos de la corsaria se iluminaron.

—¡Cómo se atreve!

—¿Atreverme a qué? —preguntó al tiempo que retiraba la manta y se ponía en pie desnudo y de espaldas a ella.

—Usted ha ido diciendo que yo ordené el desvío de alimentos a una guarida de ComStar que hay al sur de aquí.

—Es cierto —contestó mientras miles de imágenes de sus nietos le cruzaban la mente—. Los alimentos que recogen sirven para alimentar a los esclavos. Ese centro de ComStar se estaba convirtiendo en un orfanato. Envié los alimentos porque no consumiremos todo lo que tenemos aquí y usted iba a deshacerse del resto.

La Corsaria Roja le dio una bofetada. Su fuerte manotazo lo empujó contra la cama. Luego se abalanzó sobre él y se sentó a horcajadas en su pecho, aprisionándole los brazos con las rodillas.

—Aquí mando yo. Usted no es nadie. Si da las órdenes que yo he dado en mi nombre, serán obedecidas. Si da falsas órdenes en mi nombre, será castigado.

Nelson sintió el sabor agridulce de la sangre que emanaba de la herida en el labio.

—Entendido. Entonces castígueme si quiere. Haga la guerra conmigo, no con los niños.

—Yo no hago la guerra con niños —dijo antes de escupirle en la cara—. Hemos asesinado a los guerreros más bravos de Zhongshan. Lo habría matado a usted si hubiese elegido la guerra —añadió, y acto seguido lo volvió a abofetear—. Es un miserable librenacido. He ordenado que destruyan el orfanato.

La ira le hizo contraer los músculos. Intentó levantarse haciendo fuerza con el estómago. La corsaria se echó hacia adelante para mantenerle los brazos inmóviles, pero sus movimientos permitieron a Nelson liberar la mano derecha. La levantó para darle en la cabeza, pero falló el golpe y acabó introduciendo su pulsera de acero en la herida del hombro.

El líquido refrigerante se mezcló con la sangre y la corsaria cayó al suelo. Luego permaneció rígida con las piernas dobladas y la cabeza ladeada.

Nelson se sentó en la cama y se agachó para observarla de cerca. Con los dedos impregnados de sangre, encendió la lámpara de la mesita de noche, le desabrochó el mono y vio el agujero del traje refrigerante. Un trozo de metralla irregular le había rajado tres conductos de líquido refrigerante. El líquido fluorescente amarillo verdoso supuraba por los tubos y, al mezclarse con la sangre, adquiría un color similar al de una oruga.

—Guerrera estúpida —murmuró Nelson mientras le bajaba el mono hasta la cintura y se lo ataba al cuerpo con las mangas. Luego le desabrochó el traje refrigerante y también se lo quitó. Arrancó un trozo de sábana y, cuando le hubo limpiado la herida, se dio cuenta de que no bastaría. Aunque el líquido refrigerante podía mantener a un guerrero vivo en la cabina, era casi tan tóxico como el veneno de un serpiente si llegaba a mezclarse con la sangre.

Arrancó otro trozo de ropa y lo introdujo en la herida. La corsaria lanzó un gemido de dolor y Nelson estuvo a punto de retocarle la venda. Aunque no quiera creer que soy un guerrero, eso es lo que soy. La tortura no forma parte de mi trabajo, al menos para mí.

Nelson levantó a la corsaria y la tumbó en la cama. Se puso el mono y las botas, la envolvió en la manta y la volvió a tomar en brazos. La cargó hasta el ascensor y bajaron dos pisos hasta la planta baja, donde se encontraba la base de la milicia de Zhongshan. Giró hacia la derecha y llegó a la enfermería de los bandidos.

Un doctor bandido levantó la vista al verlos llegar.

—¿Qué pasa ahora?

—La Corsaria Roja. Tiene metralla en el hombro —contestó Nelson, tras abrir la puerta de una patada. Acto seguido, depositó a la mujer en una camilla cubierta de papel—. El líquido refrigerante le ha llegado a la sangre. Tendrá que lavar la herida y utilizar agentes quelatantes para eliminar el líquido de refrigeración.

El doctor, que caminaba tras Nelson, descolgó un teléfono que había en la pared.

—Tendré que informar a Bryan de que ahora está él al mando.

Nelson atrajo al hombre hacia él y lo condujo al otro lado de la mesa.

—Yo llamaré a Bryan y le informaré. Usted limítese a curarla.

Nelson no se sorprendió cuando un par de hombres armados lo escoltaron hasta la enfermería de la Nave de Descenso. Sabía que la Corsaria Roja lo habría matado instantáneamente de haber sido ella la que lo hubiese ido a buscar, como también sabía que sólo él podía desempeñar aquel trabajo. Seguramente aquellos dos no se encargarían más que de deshacerse de su cuerpo. Cuando fueron a buscarlo hizo un signo a Spider para indicarle que no lo esperase despierto y siguió a los corsarios sin rechistar.

Los dos hombres se detuvieron junto a la puerta de la habitación privada de la Corsaria Roja, que levantó la cabeza al oír el timbre e hizo entrar a Nelson mientras los otros dos se marchaban tras cerrar la puerta tras él.

La Corsaria Roja estaba algo demacrada. Los agentes quelatantes habían teñido su piel de un tono grisáceo. Nelson sabía por propia experiencia que los fármacos que daban a los pacientes provocaban náuseas, lo cual dificultaba enormemente los rigores del despegue. Además, salir de un planeta de gravedad superior a la normal era una ardua tarea incluso para un pasajero que gozara de buena salud.

Aunque los ojos de la corsaria seguían brillando, tenía tendencia a permanecer con la mirada fija en un punto durante demasiado tiempo.

—Supongo que no espera que se lo agradezca.

—Lo que espero es inmaterial —contestó Nelson con la cabeza bien alta y llevándose las manos a la nuca—. Tener la muerte tan cerca no la ha cambiado.

—Un guerrero me habría dejado morir —dijo mientras contemplaba el mundo que dejaban atrás a través de la pantalla visora—. Hace tiempo que podría haberse ido y no lo habríamos encontrado nunca.

—Entonces no sabía que el Clan de los Lobos había enviado una unidad para capturarlos ni que habían llegado al punto de salto nadir —dijo Nelson en un tono neutro y algo irritado—. Si me hubiese escapado, su gente habría registrado Zhongshan hasta dar conmigo.

—Si hubiese sabido que podía escapar, ¿habría aprovechado la oportunidad?

—Es una pregunta hipotética. ¿Por qué se preocupa ahora por eso? Lo hecho hecho está.

La corsaria dio un puñetazo en la cama.

—¡No! No hay nada hecho —gritó con los ojos brillantes de ira mientras lo escrutaba con la mirada—. No es una pregunta hipotética, Nelson, y yo sé la respuesta. La respuesta es «no». Usted nunca me habría dejado aquí.

¿Tiene razón? Nelson sacudió la cabeza, tanto en respuesta a su pregunta interna como para contradecir la afirmación de la corsaria.

—Nunca diga «nunca». La podría haber dejado.

—No —insistió ella—. La gente de la Esfera Interior es débil. Se aferran a la idea de que la compasión por el enemigo les hace moralmente superiores. Si no pueden ganar con la fuerza de los puños, al menos pueden reivindicar la victoria moral haciendo algo amable, caritativo y honrado por aquellos que lo tienen atrapado. Del mismo modo que pueden redimir la ferocidad de su ataque compadeciéndose de los supervivientes.

El discurso la dejó sin respiración, pero Nelson no hizo nada por romper el silencio. Aquellas palabras eran ciertas. La compasión por los vencidos y los débiles se loaba como un valor tradicional. Incluso la feroz sociedad marcial del Condominio Draconis opinaba que un hombre sabio podía encontrar el equilibrio entre el ninjo y el giri, la compasión y el deber. La Mancomunidad Federada compartía los mismos ideales que la caballería que encarnó el rey Arturo, Federico el Grande y otros héroes que habían existido miles de años atrás.

Le sorprendía que mientras que las tradiciones militares de la Esfera Interior buscaban el equilibrio entre estos dos conceptos, los Clanes habían dejado de lado la compasión en su afán por crear soldados perfectos. Nelson era consciente de que un guerrero capaz de matar con rapidez y sin remordimientos era superior, al tiempo que se convertía en una máquina que mataba sin parar hasta que la detenían o hasta haberlo reducido todo a la anarquía y la muerte.

Se dio cuenta de que esta singularidad lo había conducido a la Corsaria Roja y también era lo que la hacía repulsiva. Al abandonar la compasión podía demostrarle lo que el destino le tenía preparado de no haber sido mutilado o de no haberse visto obligado a contenerse. Ella había alcanzado los sueños de gloria guerrera que abrigara él. Nelson pensaba que había superado aquellos sueños, que había madurado al asumir el concepto de compasión, pero alguien dentro de él —el cazador— pedía su libertad a gritos.

Sin embargo, Nelson temía aquella libertad. Odiaba la falta de control y tenía miedo de fracasar y morir, como también temía lo que haría en el frenesí de un combate. La guerra ya era lo bastante bárbara cuando no se ponía límite a la violencia. Como odiaba al cazador que llevaba dentro, le repugnaba ver sus deseos más íntimos reflejados en los ojos de la corsaria.

La voz de la corsaria se volvió áspera.

—Bryan me ha informado de que cumplió a tiempo la orden de no destrozar el orfanato. Le ha elogiado por su diligencia al pasarle mi última orden.

Nelson consiguió contener una sonrisa.

La Corsaria Roja se incorporó en la cama.

—No le he dicho que lo engañó. Si lo hiciera, exigiría que lo matasen en un Círculo de Iguales, y eso no lo permitiré.

—¿Acaso cree que Bryan moriría?

La corsaria rio a grandes carcajadas.

—El éxito le vuelve presuntuoso, Nelson. No, Bryan le arrancaría el corazón y lo estrujaría en su cara para derramar la sangre en sus ojos mientras muriese —dijo cerrando los ojos y con una sonrisa de placer—. Pero usted me ha proporcionado un arma contra Bryan. Usted puede serme muy útil si alguna vez tengo que pararle los pies.

—Por eso no luchará conmigo en el Círculo de Iguales —concluyó Nelson observándola de cerca—. Pero ¿por qué no puedo luchar yo con él?

—Porque le gustaría morir para olvidarse de mí, ¿quiaf? —contestó antes de hacer una pausa para recuperar el aliento—. Como me salvó, debería estar en deuda con usted. Pero como luego me desobedeció, debería ordenar que lo matasen. Sus intenciones son demasiados claras, Nelson.

—Eso es lo que a usted le gustaría creer —dijo Nelson sacudiendo la cabeza—. La salvé por la misma razón por la que tergiversé su orden. Cuando un guerrero se juega su vida, lo hace para evitar que muchos otros pierdan la suya. Es posible que usted viva para la guerra, pero yo vivo para luchar contra la necesidad de guerra.

—¿Pensaba salvarme para educarme?

—No, no pensaba en nada. Usted estaba herida y podría haber muerto. Actué para evitar que la muerte se anotara otra victoria —dijo con la mirada clavada en el suelo—. Actué así porque no quería verla morir.

La mujer sonrió de forma inquietante.

—Creo que en el futuro tendrá más cuidado con sus impulsos.

Aunque intentó adoptar un tono frío, Nelson percibió un atisbo de emoción que no podía atribuir a la fatiga. Levantó la vista y la sorprendió mirándolo. Al instante supo lo que ella estaba pensando y se estremeció ante tal futuro.

Está tan intrigada por mi compasión como yo por su capacidad para ser despiadada. Somos la materia y la antimateria encerrados en una espiral. Las cosas empezarán a acelerarse hasta que nos encontremos cara a cara y nos aniquilemos mutuamente.

—No soy de su propiedad —dijo Nelson con una fría mirada—. Nunca lo seré.

—Es propiedad mía desde la primera vez que nos vimos —dijo con la mirada fija—. Somos almas gemelas, Nelson Geist. Afrontaremos nuestros destinos y saludaremos nuestra muerte.