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Nave de Descenso Lugh
Estación de recarga nadir, Gran X
Mancomunidad Federada
10 de julio de 3055
Christian Kell se dirigió a la escotilla de la Lugh.
—He venido lo antes posible, coronel. ¿Qué ocurre?
Daniel Allard hizo un gesto a Chris para que se acercase a la consola de comunicaciones.
—Creo que Conal Ward acaba de encontrar otro motivo de queja. Pensaba que disponer de un testigo que pudiera aportar algo de información nos sería útil. Vete preparando porque el coronel Brahe lo ha amenazado con matarlo si lo vuelve a ver.
A pesar del tono irónico de sus palabras, Chris sabía que el hombre del Clan debía haberse empleado a fondo para deshacerse del imperturbable Akira Brahe, oficial al mando del Primer Regimiento.
La voz de un comtech resonó por el altavoz de la consola.
—Mensaje para usted procedente de la White Fang, coronel Allard.
Dan hizo un guiño a Chris.
—Gracias a él siempre sé qué hora es. Seguro que hasta se le ha arrugado el traje de cumpleaños —bromeó el comandante en jefe de los Demonios de Kell pulsando un botón de la consola que le transfirió la imagen de un hombre atractivo con expresión de enojo. La furia de sus ojos parecía proceder de las profundidades de algún lugar oscuro y remoto—. Buenas tardes, coronel estelar Ward.
—Daniel, debo incumplir la prohibición que impuso en las comunicaciones de fuera del sistema.
Dan Allard continuó hablando como si no hubiese oído nada.
—Me gustaría presentarle a uno de los oficiales de mi batallón, el coronel Christian Kell.
Al observar a Chris a través de la pantalla la expresión de Conal Ward se volvió todavía más severa.
—Debía imaginármelo. Usted no es de casta pura, sino un librenacido ilegítimo del hermano de Morgan Kell, ¿quiaf?
Chris asintió con la cabeza. La expresión imperturbable de su rostro dejaba claro que se había dado cuenta de que Conal intentaba provocarlo. Tal vez se habría ofendido si el hombre del Clan no hubiese pronunciado la palabra «librenacido». Este término, que para cualquier miembro de la casta del Clan de guerreros genéticamente modificados era un insulto, carecía de sentido en la Esfera Interior, donde todo el mundo nacía «libremente». No debo permitir que me ofenda. Eso le daría poder sobre mí.
El hombre del Clan se volvió a dirigir a Dan.
—Coronel, me han pedido que informe a mi líder, el ilKhan. Como usted ha coaccionado a los débiles burócratas de ComStar para que se aferren a su idea errónea de que su maquinaria de hiperpulsación ha sufrido daños, yo estoy dispuesto a utilizar mi propio generador de hiperpulsación.
Pese a la expresión confusa del rostro de Dan, los años de experiencia habían enseñado a Chris que aquello no era más que una máscara engañosa.
—Coronel estelar, la prohibición de las comunicaciones tiene una razón de ser. Creo que su informe puede esperar.
—Y yo creo que no —contestó el hombre golpeándose la palma de la mano—. Esto es una unidad militar, coronel. Tenemos una cadena de mando.
Dan levantó la cabeza tras la furiosa respuesta de Conal.
—Y esto es una operación militar, coronel. Su cadena de mando me incluye a mí. Petición denegada.
—No era una petición, coronel.
—Está denegada en cualquier caso, coronel Ward —dijo Dan al tiempo que asentía a Chris—. Pedí al coronel Kell que viniera para informarle de la razón por la que nos hemos detenido en esta estación de recarga con señales de rastro que nos identifican como navíos mercantiles. Sé que lo he intentado anteriormente, pero usted no parece entenderlo. ¿Coronel?
Chris quiso soltar una carcajada, pero se contuvo.
—Coronel, la orden de silencio absoluto en las comunicaciones de HP es porque esperamos que Gran X sea el objetivo de los invasores. Sabemos qué tipo de información obtuvieron en Deia y su transcripción de los interrogatorios ha sido de gran ayuda. Si pudiéramos obtener un informe sobre ellos, creo que descubriríamos más cosas.
Conal meneó la cabeza.
—Eso es imposible. Esos individuos han sido derrotados.
Dan parpadeó varias veces y se acercó todavía más a la pantalla.
—¿Qué? ¿Derrotados?
—Eso es lo que los Clanes hacen con los bandidos. Es obvio que no son invencibles —dijo Conal con tono de suficiencia—. Como no los queremos en nuestro depósito de genes, los eliminamos.
Chris lanzó una mirada severa a la imagen de Conal Ward en la pantalla.
—Pero en las transcripciones decían que la Corsaria Roja los había esclavizado para liberarlos más tarde.
—Desinformación. No puede creer nada de lo que digan.
—Pero Hooper y Vandermeer pertenecían a los Soldados de Robinson. Fueron capturados en el Pleasure Pit de Kooken —dijo Dan visualizando unos datos en una pantalla auxiliar—. Las grabaciones de voz parecen indicar que son sus hombres.
—Entonces eran unos traidores y merecen todavía más la muerte.
Dan Allard sacudió la cabeza.
—Después de esto, creo que no deberíamos lesionar a los prisioneros. Considérelo una orden.
Conal adoptó una severa expresión.
—Lo tomaré como un consejo.
—Entregará todos los prisioneros a los Demonios de Kell, coronel estelar. Mantendrá cerradas las comunicaciones por radio hasta que los invasores aterricen con sus Naves de Descenso en Gran X Cuatro.
Chris se sorprendió de la facilidad de Dan para mantener un tono inflexible.
Conal, sin embargo, no parecía tan impresionado.
—¿Y si no lo hago, coronel?
—No se atreva a desafiarme, Conal Ward —contestó Dan echándose hacia adelante mientras se le inflaba el pecho de ira—. Yo estaba en Luthien cuando derrotamos a los Jaguares de Humo y a los Gatos Nova. Mis ’Mechs son como los suyos y mis guerreros conocen a la perfección la forma de combate de los Clanes. Y, para que lo sepa, tengo seis veces más guerreros que usted y todos están dispuestos a luchar contra los Zuavos.
»Estamos aquí para detener a los bandidos, coronel estelar. Eso es lo primero, y cuando hayamos acabado con ellos podemos buscar algún recóndito lugar donde discutir nuestras diferencias. Hasta entonces, usted está a mis órdenes, y mis órdenes son que se atenga a las instrucciones que le hemos enviado. ¿Lo capta?
Antes de que Conal pudiera contestar, apareció una nueva imagen en la pantalla. Era del escáner de control del tráfico regional del sistema solar mostrando pequeños símbolos y códigos para designar a las diversas Naves de Descenso y Salto de la zona. Chris advirtió un nuevo símbolo en un punto de salto pirata a dos días de Gran X Cuatro.
—Coronel Allard, hay una Nave de Salto aproximándose al sistema. El escáner preliminar no muestra indicadores IFF y parece que coincide con los escáneres previos sobre los bandidos.
Dan pulsó un botón del escritorio y empezó a sonar una alarma por toda la Lugh.
—Ya vienen. A sus máquinas. En cuanto aterricen les dejaremos bien claro que éste es su último asalto.
Encerrado en el mundo virtual de la base de la Corsaria Roja, Nelson Geist viajaba a solas con sus pensamientos. Aunque era consciente de que la intención de la Corsaria Roja era confundirlo, no podía evitar esa sensación de conflicto interno que lo martirizaba. Por más que intentaba deshacerse de esa idea y aparcarla en lo más hondo de su mente, todo era vano.
Ella había cumplido su palabra y había liberado a algunos de los esclavos en Deia. Había reunido a los capturados en el Pleasure Pit de Kooken y le había dicho que él había decidido quiénes podían quedar en libertad. Luego escogió a tres hombres de los Soldados de Robinson y los dejó escapar. Aunque Nelson se alegraba por ellos, le dolía pensar en la irritación de Spider y los otros reservistas al pensar que los había traicionado.
Pero aquello era una insignificancia en comparación con el enorme problema al que se enfrentaba. La Corsaria Roja había demostrado ser una amante voraz y hábil. Lo había hecho quedarse a su lado durante el asedio a Deia y estaba loca de alegría por haber vencido a los Lobos. Durante las tres semanas que duró la operación, pasaron las noches juntos, y cada vez con más frecuencia acababan rendidos y abrazados entre las sábanas.
Nelson nunca había tenido una pareja sexual como ella. Con la corsaria no valían acuerdos ni rendiciones. Días después de su primer encuentro habían superado ya todos los límites de aquella experiencia. Nelson se sentía rejuvenecer cada vez que hacía el amor con ella, e incluso aliviaba el dolor de su orgullo masculino por haber perdido los dedos. En la cama, los dos eran uno, devorando y devorados, por lo que eran y en lo que se convertían cuando estaban juntos.
Sin embargo, al despertar entre sus brazos, el asombro de ver dónde se encontraba y con quién estaba lo devolvía instantáneamente a la realidad: estaba durmiendo con la mujer que lo había esclavizado; estaba dando placer a la mujer que había sometido a sus amigos y los había obligado a matar para sobrevivir; estaba disfrutando de la vida con una mujer que era el ojo derecho de la muerte; estaba conociendo el éxtasis con alguien que infligía dolor y pena a otros.
Cuanto más se esforzaba por alejarse de ella, más se acercaba. Le creaba adicción y su único consuelo era ver que ella parecía sentirse igual de atraída Los dos sabían que aquello sólo podía conducirlos a la destrucción, sin embargo se reían en la cara del inminente desastre. Era como si las paradojas aumentasen el placer y la futilidad de todo ello avivara su deseo.
Luego, cuando los bandidos se prepararon para otro asalto, ella empezó a distanciarse para concentrarse en la misión a la que se enfrentaban. Nelson sabía que su rechazo era sólo temporal —como ella misma le había dicho y demostrado—, pero no podía evitar sentirse dolido. Durante todo este tiempo he estado deseando librarme de ella porque en el fondo la odio con todas mis fuerzas y, sin embargo, esta separación me está consumiendo.
En un intento de retomar el control de sus emociones, Nelson bajó al último nivel del edificio principal y fue en busca del pasillo y las puertas que le habían causado problemas la víspera de Deia. Si la visualizo y quedo impresionado, tal vez pueda empezar mi propia y cruda forma de terapia de aversión. Sonrió tras este último pensamiento y dobló la esquina.
Intentó sentir el impacto, pero no ocurrió nada. Muy al contrario, sintió que la cabeza se le expandía como un personaje de dibujos animados inhalando aire comprimido por una manguera. Se hacía más y más grande mientras el mundo que tenía ante sus ojos se dividía en dos hasta convertirse en puntos diminutos. Por más que intentaba apartar la vista de la brillante luz blanca que rodeaba los puntos, el resplandor parecía filtrarse en los centros de visión de su cerebro.
Como impulsados por un tirachinas, los dos puntos salieron disparados hacia adelante, se expandieron e iniciaron la persecución. Intentó agacharse al verlos avanzar hacia él pero, hiciera lo que hiciese, éstos no se desviaban de su camino.
Sintió cómo golpeaba contra la cinta. Perdió el equilibrio y cayó a un lado de la cinta. ¿Qué ha ocurrido? Mientras luchaba por liberarse de los anteojos y los auriculares, oyó una sirena que llamaba a los batallones de combate.
Intentó ponerse en pie, pero tenía una familiar sensación de náusea. Hemos saltado. Hemos saltado al siguiente sistema. ¿Dónde estamos?
Tendido en el suelo de la plataforma, el mundo dejó de dar vueltas. Se quitó los guantes y las ventosas del cuerpo y oyó que la sirena se apagaba seguida de tres tonos más fuertes. Al oírlos, extendió los brazos e intentó agarrarse a una de las barras de la cinta. ¡Volvemos a saltar!
El universo se hinchó como una burbuja y explotó. Nelson se vio como un quark en una molécula de dimensiones gigantescas y supo que aquella molécula no era sino una ínfima parte de sí mismo. Las sensaciones se le agolpaban en el cerebro, reflejándose unas en otras como las imágenes de un espejo repetidas hasta el infinito.
La escotilla que conducía a la habitación de la Corsaria Roja se abrió delante de ella. Se rio a grandes carcajadas, se dirigió hacia él y se arrodilló para besarlo en la boca.
—Ha sido maravilloso, Nelson. ¡Casi perfecto!
—¿El qué?
—Nos estaban esperando en Gran X. Podrían habernos atrapado si hubiesen esperado a que iniciáramos el asalto —explicó levantando la cabeza y soltando otra sonora carcajada—. Pero los Lobos son demasiado impacientes. Nos desafiaron nada más aparecer. Nosotros saltamos a nuestro segundo destino y los dejamos sin saber dónde habíamos ido.
Volvió a mirarlo y Nelson sintió su penetrante mirada en lo más hondo de su ser.
—Estuvieron cerca.
Ella esbozó una maliciosa sonrisa.
—Al filo del abismo, Nelson. Parece mentira que hayamos estado tan cerca de la destrucción y la hayamos esquivado con tanta facilidad, que hayamos estado al borde de la muerte y no hayamos podido saborearla —contestó mientras le tendía la mano para que se arrodillase frente a ella—. Sólo hay una cosa que podría hacer este día más perfecto. Ven conmigo y la exploraremos juntos.
Chris vio cómo el icono de la Nave de Salto desaparecía de la pantalla.
—¿Adonde ha ido?
—Han vuelto a saltar —contestó Dan acercándose al capitán de su Nave de Salto—. Janos, que su tripulación investigue los posibles destinos de salto desde aquí. Establezcan una relación entre los datos que obtengan y nuestra lista de objetivos probables.
—La lista es muy larga, coronel.
—No me importa. Si todavía estamos aquí cuando alcancen su objetivo, las consecuencias serán funestas. Nuestras baterías de fusión de litio están al cien por cien, de modo que podemos hacer dos saltos más, ¿de acuerdo?
—Afirmativo. Hemos asaltado dos estrellas, como la Bifrost y esa nave de los Lobos. Son seis entre miles.
Chris asintió al oír las palabras de Janos. Una nave FTL podía saltar a una distancia de treinta años luz en cualquier dirección y las baterías de fusión de litio permitían a las naves almacenar la energía equivalente a dos saltos. Aunque el número de mundos habitados a los que se podía llegar de un salto desde Gran X se limitaba a cinco, el número de sistemas estelares deshabitados se acercaba a las tres cifras. Los bandidos podían hacer la recarga en cualquiera de ellos.
—Coronel, la caza no va a ser fácil. Si llegan a un planeta habitado, nos avisarán y entonces podremos atacar.
—Cierto, Chris, pero también podrían pasarse una semana recargando para el siguiente salto e irse, lo cual los dejaría fuera de nuestro alcance —dijo Dan sacudiendo la cabeza y abriendo la transmisión con el oficial de comunicaciones—. Korliss, ¿tiene idea de por qué saltaron los bandidos?
—Nada positivo, señor, pero creo que recibieron un mensaje de ataque de los Lobos.
—¡No me diga! —La expresión de sorpresa del rostro de Dan se mezcló con un atisbo de severidad—. Teniente, hágame el favor de ponerme con el coronel estelar Ward.
—Sí, señor.
Chris señaló la imagen del sistema en la pantalla.
—Se acerca otra nave.
Dan asintió mientras el nuevo icono parpadeaba en la pantalla. Luego se desvaneció la imagen y, en su lugar, apareció el rostro del coronel Ward.
—¿Sí, coronel Allard? ¿Qué ocurre? Tengo que prepararme para un salto.
—¿De verdad? ¿Y hacia dónde?
—En persecución de los bandidos, por supuesto.
—Por supuesto —dijo Dan en un tono de voz que Chris no recordaba desde hacía mucho tiempo y que rezumaba su indignación—. Coronel estelar, parece que hemos detectado una llamada desde su nave a los bandidos.
Conal asintió mecánicamente.
—Sí.
—¿Qué era exactamente, coronel estelar?
—Una solicitud de combate, coronel Allard. Usted debió recibir la misma llamada de los Jaguares de Humo en Luthien.
—Tiene razón, pero entonces no queríamos tender una emboscada a los Jaguares de Humo.
Conal irguió la cabeza.
—Los guerreros de verdad no permanecen a la espera de una emboscada.
Dan gritó:
—¡Los guerreros de verdad acatan órdenes!
—Hemos recibido una señal de la nueva nave, coronel —anunció la voz de Korliss—. También la han enviado a los Lobos.
—Divida la pantalla —ordenó Dan mirando fijamente a Conal—. A ver si entiende esta orden, coronel estelar: quédese donde está hasta que yo le diga adonde debe ir.
—¡Yo no recibo órdenes de un mercenario cualquiera!
—Entonces las recibirá de mí, coronel estelar —contestó una voz al tiempo que el rostro de Phelan aparecía junto al de Conal en la pantalla—. El ilKhan le envía recuerdos, coronel Allard. Estamos aquí para destruir a los bandidos y haremos lo que haga falta para cumplir nuestra misión.