CAPÍTULO 43

El grito de Alaina murió lentamente a medida que se fueron apagando sus ecos. Sólo un momento antes estaba tendida en el catre junto a su hijita dormida, confundida y angustiada por sus presentes circunstancias. Entonces el susurro de Cole llegó desde las sombras que rodeaban la enorme puerta y la esperanza y el alivio la envolvieron por completo, sólo para ser cruelmente demolidos cuando Gunn aplicó su puño con fuerza contra la mandíbula de su marido. Ahora, ella se acercó a las rejas de su prisión y vio temerosa que el negro levantaba a Cole en sus brazos. No tenía dudas de que Gunn podía lastimar seriamente y hasta matar a un hombre con un solo golpe o dos de esas manos nervudas y de duros nudillos.

La señora Garth llamó a varios hombres que vinieron corriendo desde el extremo opuesto de la cueva y los hizo pasar por el portal por donde había emergido Cole. Alaina oyó sus rápidas pisadas en la otra habitación y un momento después el sonido de gruesas botas en la escalera de madera.

La señora Garth se acercó a la reja de hierro, le indicó a Alaina con un gesto que se apartara de los barrotes y sacó la llave de su bolsillo. Al ver la mirada de Alaina clavada en la forma inerte que Gunn tenía en sus brazos y notando la evidente consternación de la joven, el ama de llaves soltó una carcajada burlona.

—El se encuentra bien, señora Latimer. Un poco aturdido, quizá, pero nada de cuidado. Gunn puede ser muy gentil… cuando quiere serlo.

La mujer abrió la reja y Gunn entró con su carga. Dejó caer a Cole al suelo de la celda y Alaina inmediatamente estuvo al lado de su marido, puso la cabeza de él sobre su regazo y se inclinó para examinar el magullón que ya estaba oscureciéndose en la mandíbula. No tenía ningún bálsamo para aplicarle, porque sus carceleros no le habían permitido ni siquiera beber o comer desde que la encerraron en esta húmeda prisión de piedra. Sólo podía agradecer que Glynis no tuviera que sufrir. La niñita se había alimentado de su pecho y antes de dormirse jugó un poco sobre su regazo.

La señora Garth hizo una mueca cuando vio las atenciones que la joven brindaba a su marido.

—Así están las cosas — dijo con desprecio—. Atiéndalo bien. Hasta puede divertirse con él, mientras tenga la oportunidad. Todo terminará demasiado rápidamente.

Alaina controló sus emociones con férrea determinación.

La aparición de Gunn había despertado temores que no podía permitirse abrigar. Su presencia dejaba pocas dudas de que Jacques DuBonné tenía una participación central en esta pandilla de delincuentes. Las insinuaciones de la mujer aumentaban sus temores y amenazaban con destruir por completo su coraje y su compostura.

La señora Garth cerró la puerta cuando salió Gunn, pero el negro la tocó en el hombro con un dedo romo.

—¡Aguarde! — La palabra no fue un pedido sino una orden y la señora Garth se detuvo y miró al hombre enarcando una ceja. Cuando él se alejó sin dar explicación alguna, lo miró con rencor.

—Ese negro sucio nunca aprende cuál es su lugar — murmuró cuando Gunn estuvo lo bastante lejos para no poder oírla—. Uno de estos días se pondrá malo y será la muerte de todos nosotros.

Gunn regresó con un cubo de madera lleno de agua y varias toallas bordadas con una ornamentada “L”, sin duda robadas de la casa. Abrió la puerta con un codo y depositó sus ofrendas en el suelo, delante de Alaina. Después se enderezó y se irguió ante ella y la miró. La mirada del negro fue de curiosidad antes que de amenaza. Se inclinó y tomó el brazo de Alaina como para palpar la carne con sus largos dedos que rodearon fácilmente todo el perímetro del brazo. Un risa baja, grave, resonó dentro de su pecho.

—¡El muchachito muchachita buena mujer! ¡Fuerte! ¡Primero una niñita! ¡Bien! Después un muchacho. ¡Grande! ¡Fuerte! ¡Fuerte! ¡Como Gunn!

De pronto dio media vuelta y sin más comentarios salió de la celda y desapareció rápidamente. La señora Garth cerró la puerta y dio vuelta a la llave.

—Debe de haber impresionado a ese animal — comentó despreocupada.

Alaina metió una toalla en el agua, la exprimió entre sus manos y la aplicó al mentón de su marido antes de levantar la vista.

—¿Por qué dice eso?

La mujer se encogió de hombros.

—Nunca lo había oído decir más de tres palabras a nadie con la excepción de Jack.

Alaina se sentó sobre sus talones y realizó un intento de persuadir a la mujer mientras Jacques seguía ausente.

—Realmente, señora Garth. Debe comprender que si mi marido encontró la forma de llegar hasta aquí, habrá otros que vendrán a ayudarnos.

La señora Garth soltó un resoplido.

—Me parece que si hubiera otros, queridita mía, habrían venido con él. Pero no importa. Si llegaran a aparecer, habrá quienes se encarguen de ellos.

—¿De veras cree que puede retenernos aquí abajo para siempre? — preguntó Alaina con incredulidad—. Sea sensata, señora Garth.

—¡Señora Garth! ¡Señora Garth! — dijo la mujer en un falsete burlón—. ¡Cómo detesto ese nombre! — Una sonrisa taimada asomó a sus labios—. Creo que es hora de que me llame señora Latimer.

La sorpresa asomó fugazmente al rostro de Alaina. — ¿De veras? ¿Y su nombre también es Roberta?

Los ojos oscuros de la mujer se entornaron y brillaron llenos de odio.

—Usted me confunde, Alaina — replicó, usando despectivamente el nombre de pila—. Nunca fui esposa de Cole Latimer sino su madrastra, Tamara Latimer, segunda esposa de Frederick.

¡Por supuesto! La mente de Alaina corría en círculos cada vez más amplios. ¿Quién hubiera podido saber más de los secretos de la casa que la mujer que la hizo construir? Aparentemente, ninguno de los varones Latimer había estado enterado de la existencia del pasadizo secreto de la habitación de Roberta. Una vez, esas habitaciones habían pertenecido a Tamara. Los pensamientos de Alaina se ordenaron con una mirada de conjeturas que ella no perdió tiempo en expresar.

—¿Usted era quien entraba y salía de la habitación de Roberta para asustarme? — Rió desdeñosamente. — Pero no me asustó tan fácilmente como usted esperaba. ¿De veras creyó que así podría inducirme a huir de aquí? ¿O que nos enfrentaría a Cole y a mí haciéndome creer que él había quemado mi vestido, o arrojando sospechas sobre mí cuando arruinó aquellos arneses ? Gestos débiles y tontos, señora Garth — dijo, ignorando descaradamente el nombre verdadero de la mujer—. Usted no asustó a nadie, ni siquiera a la pobre Mindy. Usted es un personaje ridículo, una payasa, lo mismo que ese bufón amigo suyo, Jacques.

—La tonta es usted — dijo Tamara—. Hubiera debido marcharse cuando tuvo la oportunidad o mejor aún, no venir. Cole estaba cayendo en mis manos con su depresión y con la bebida y yo lo inducía a beber más y más en todas las formas que podía. Pronto habría tenido un accidente y con todo lo que bebía nadie se hubiera extrañado. Entonces yo habría sido la señora de esta casa una vez más, como tengo todo el derecho a serlo. Pero vino usted y alteró la cabeza de Cole, lo instó a que volviera a ejercer su profesión y se confabuló con él para convertir mi mansión en un refugio para desagradables inválidos y repugnantes enfermos. — La miró con los ojos cargados de odio. — ¿Cree que yo habría permitido eso? ¿Que vengan carpinteros a modificar esta mansión? — Su tono de voz subió con la ira. — ¡La idea es absurda!

—Lo que a usted le preocupaba más era que su guarida de ladrones sería descubierta — dijo Alaina en tono casi amable — y que en ese caso se hubiera visto obligada a huir para que no la atrapasen. Supongo que ustedes han estado atacando como piratas a los barcos desde este lugar ventajoso y que empezó a hacerlo no bien entró a trabajar aquí. — Señaló con la cabeza hacia donde estaban los barriles y las cajas de rifles. — Esta cueva es un depósito ideal para mercaderías robadas. Pero dígame, ¿cómo lo hacen? Tienen que traer a los barcos aquí, a la boca de la cueva, y descargarlos de noche cuando nadie los ve. Pero ¿qué sucede después con los barcos? ¿Los queman? ¿Los hunden? ¿Cómo los hacen desaparecer?

Tamara rió complacida.

—Un poco de cada cosa, mi querida Alaina. — Levantó una ceja y agregó: — y sin sobrevivientes.

¡Sin sobrevivientes! Las palabras entraron salvajemente en la mente de Alaina con una visión de cadáveres destrozados por las balas o por el cuchillo. Recordó otro incidente donde hubo involucrados un barco en Nueva Orleáns y prisioneros confederados heridos. De estos últimos, tampoco hubo sobrevivientes y Alaina MacGaren fue culpada de la masacre. En algún momento de su estancia aquí Roberta puso sus manos en el dinero robado de aquel barco, el mismo botín que encontraron en Briar Hill y que después fue tomado por los asesinos del teniente Cox. De alguna manera pudo llegar hasta aquí, sin duda traído por el asesino o por uno de los ladrones.

Alaina estudió a la mujer atentamente. Tamara era pequeña, hasta menuda. En la oscuridad de la noche hubiera podido pasar muy bien por una mujer más joven, y con una peluca, por una pelirroja. ¿Era ella la renombrada ladrona y asesina que se hizo pasar por Alaina MacGaren, haciendo que la culpa cayera sobre la cabeza inocente de la verdadera Alaina?

—Usted ha excitado mi curiosidad, Tamara. — Un poco de zalamería podría hacer que la mujer respondiera con más despreocupación y Alaina estaba dispuesta a usar cualquier cosa para aclarar sus sospechas. — Siento que usted y yo hemos representado muchos personajes diferentes cuando fue necesario para nuestra supervivencia o nuestro beneficio. Somos similares, en un sentido. Hemos pasado muchas cosas y sin embargo nos las hemos arreglado aceptablemente bien. Somos capaces de conseguir lo que no tenemos. Pero Roberta era diferente, ¿verdad? Ella nos usaba. Confabulaba. Tramaba. Yo tenía a Cole en la palma de la mano, pero ella me lo arrebató. Últimamente hemos descubierto que Roberta tomó un dinero. Sólo que no era dinero de Cole y he empezado a creer que podría haber sido dinero de usted. ¿Mi suposición es correcta?

—¡Esa perra! — exclamó Tamara—. ¡Descubrió el camino del panel de espejos y vino aquí a meter la nariz sin que lo advirtiésemos! Yo traje ese dinero desde Nueva Orleáns y esa zorra tomó la llave de esta celda para llegar al cofre. Aquí el dinero estaba seguro hasta que vino ella con sus deditos indiscretos y metió la nariz donde no debía. ¡Se lo llevó todo! ¡Dinero por el que yo había trabajado duro! Hasta mató al jardinero cuando él la sorprendió tratando de enterrar su tesoro.

Tamara ignoró la exclamación de horror que soltó Alaina y continuó en voz cargada de veneno:

—El también fue un curioso y eso le costó la vida. Roberta se mostró cariñosa cuando él la presionó para que compartiera su tesoro y hasta se acostó con él para disipar sospechas. ¡Se acostó con ese cerdo sucio en mi propia cama!

La mujer parecía indignada por el hecho y se golpeó el pecho con la mano para acentuar sus palabras.

—En la misma cama que yo había comprado para mí y que ella descaradamente llamaba suya. Yo permanecí esa noche detrás de los espejos y lo vi todo. ¡Lo oí todo! Comprendí que estaban hablando de mi dinero. Más tarde, Roberta persuadió al jardinero a que cavara un pozo en el jardín de rosas y le hizo creer que enterrarían juntos el tesoro allí.

Tamara rió cáusticamente.

—El no sabía que estaba cavando su propia tumba. Yo observé desde la pasarela del tejado y vi lo que ella hizo. Tenían el dinero junto a ellos y él se había metido en los bolsillos algunos billetes para sentirse feliz mientras trabajaba. Entonces Roberta se deslizó por detrás de él con una pala y lo golpeó en el cráneo. El cayó en el agujero y salvó a esa perra de la molestia de tener que empujarlo, aunque rápidamente, acercándosele sobre manos y rodillas, ella le sacó de los bolsillos el dinero que él había tomado. Después le arrojó tierra encima y arriba de todo puso los rosales. Después de eso, yo la seguí hasta el cottage. Tuvo que hacer varios viajes para llevar hasta allá todo mi dinero. Bueno, allí fue donde lo puso. ¿Usted vio ese fogón grande y viejo en la cocina? Bueno, fue allí donde lo escondió, sobre un anaquel dentro de la chimenea. Probablemente fue el trabajo más grande que hizo en toda su vida. Cuando salió del cottage yo lo recuperé, pero ella ya había enviado lejos casi veinte mil dólares. Pocas semanas después comprobó que estaba encinta y me preguntó a mí, la confiable ama de llaves, si conocía a alguien que pudiera ayudarla a desembarazarse del niño. Le recomendé una comadrona que en realidad nunca aprendió el arte de su oficio y como sospeché fue descuidada y Roberta murió. Bien merecido lo tuvo.

Alaina hundió lentamente el paño en el agua y volvió a aplicar la compresa en el mentón de Cole.

—¿Y qué será de nosotros? — preguntó.

—Usted, mi querida Alaina — repuso Tamara, sonriendo blandamente —, se convertirá nada más que en una niñera y sirvienta para su criatura, mientras que yo me estableceré como su abuela por derecho, si bien lejanamente emparentada. Yo dirigiré esta casa en la forma que corresponde y no habrá carpinteros que destruyan lo que he creado.

—Quizá Cole tendrá algo que decir sobre eso. ¡Es su casa!

—¡Es mi casa! ¡Yo la diseñé! ¡Yo la amueblé! ¡Es mía! Hasta la última viga y el último ladrillo. Además — Tamara rió suavemente —, Cole Latimer cesará de existir. Sufrirá un accidente. Oh, me aseguraré de que sea identificado por suficientes testigos a fin de que la fortuna de Latimer pase a su parienta más cercana. Necesitaré establecerme como guardiana de la niña cuando a usted no puedan encontrarla en ninguna parte.

Alaina sintióse estremecer, pero bajó la vista hasta que pudo controlar el temblor de su voz. Entonces preguntó:

—¿Y esta cueva? ¿También fue parte de su diseño?

—¡Por supuesto! — Tamara estaba llena de orgullo—. Frederick estaba demasiado ocupado con sus pacientes para interesarse en lo que yo hacía o para enterarse de que esta cueva ya existía antes que fuera construida la casa. Viviendo aquí en esta región dejada de la mano de Dios, yo no iba a dejarme matar por salvajes sedientos de sangre. De modo que preparé una vía de escape desde mi dormitorio. Frederick proporcionó convenientemente todo el dinero que necesité para construir la casa como yo la quería. Pero me desheredó después que me fui y yo no he podido reclamarla como mía… hasta ahora. Por supuesto, será a nombre de la niñita, pues ella será la heredera legal de la fortuna Latimer, pero un bebé es sólo un peón de ajedrez. Ella puede ser usada y manejada. Será lo mismo que si la casa fuese nuevamente mía. Pero usted no debe cometer el error de considerarse indispensable, querida mía. Yo sólo la quiero aquí para que cuide de la niña, y si fuera necesario, alguna otra podría ser contratada para eso.

—Veo que lo tiene todo planeado. — Alaina habló en tono controlado aunque el corazón le palpitaba aceleradamente y sudaba por todos sus poros. Lo que tenían planeado para Cole la asustaba más que cualquier otra cosa—. Pero dígame, Tamara, ¿por qué usted no se quedó aquí desde el principio? Todo esto hubiera podido ser suyo sin que nadie se lo disputara, y no habría habido necesidad de matar a nadie.

Tamara arrancó los puños blancos de su vestido, los arrojó al suelo y los pisoteó, como si detestara esos recuerdos de su posición servil.

—Frederick Latimer sólo me quería como madre de su hijo. ¡Pero yo quería otra cosa! ¡Fama y fortuna! ¡Riqueza! El tenía todo eso, por supuesto, ¡pero nada le importaban la grandeza de ser rico, las fiestas! — Levantó imperiosamente el mentón. — Llegó un hombre, guapo, encantador. ¡Un jugador profesional, un tahúr! Me enamoré de él. Oh, usted debería habernos visto, mi querida Alaina. Hicimos que ese viejo río cobrara vida desde sus orígenes hasta el delta ida y vuelta. Pero había un niño. ¡Oh, no de él! ¡Del señor doctor Latimer! ¡Yo tenía el niño en mi vientre cuando huí! Sólo que a Harry le hice creer que era suyo y nunca le dije la verdad a mi hijo. Harry y yo trabajábamos en los vapores, sabe usted. Yo le hacía señales cuando alguien tenía una mano ganadora o cuando estaba apenas más bajo que él. No era que él necesitara mi ayuda, por supuesto. Era capaz de hacer saltar del mazo de naipes cualquier carta que le nombraran. Pero le gustaba jugar sobre seguro.

Se apoyó en la puerta y miró pensativa la punta de su agudo zapato negro.

—Después, algunos de sus clientes querían una mujer… y yo me convertí en otra clase de atracción. Yo… pacificaba a los perdedores y… — echó desafiante la cabeza hacia atrás — la mayoría quedaban felices y satisfechos. Pero Harry tenía mal carácter. No le gustaba que le llamaran tramposo. Era bueno con el revólver, pero una noche desafió al hombre equivocado, un matón creole de Nueva Orleáns. Sacaron a Harry del río con un agujero de bala en medio de la frente. — Apoyó un dedo en su frente para indicar el lugar—. Me dejó con un niño de un año, pero yo también sabía manejar los naipes, y si a los clientes no les importaba sentarse ante las mesas de juego con una mujer, yo solía ganar como para vivir bien. Cuando esa acción era lenta, encontraba otras formas de seguir viviendo. Hasta que di un gran golpe y me establecí con mi hijo en un pueblecito cajun bien alejado. Ese pequeño bribón recordaba la buena vida y yo le enseñé a temprana edad todo lo que sabía. Después creció lo suficiente, empezamos a compartir nuestras ideas y permítame decirle que tenemos algo de que jactarnos.

Tamara se encogió de hombros.

—Bueno, nos enteramos de que Frederick había muerto y yo vine aquí a ver qué podía hacer por mí misma. Planeé y esperé que Cole no regresaría de la guerra. Eso me hubiera ahorrado muchos problemas. Sabe usted, Frederick nunca se divorció de mí. Legalmente hubiera podido presentarme como su atribulada viuda y ganado el corazón de algún juez. Todavía tengo cierto atractivo y represento menos edad. Pero ahora, con la niñita, todo lo que tengo que hacer es convencer a un funcionario de que soy muy afecta a los bebés y de que quiero cuidar de los intereses de Glynis. Será mucho más fácil reclamar la herencia de ella que tratar de establecer mis derechos a la fortuna Latimer. Pero… he hablado demasiado y mi hijo llegara pronto. Debo dejarla por el momento, Alaina. No trate de ir demasiado lejos, ¿eh?

Tamara rió de su propia broma, dejó a su involuntaria huésped y se fue en la misma dirección que había tomado Gunn. Alaina quedó perturbada por las lucubraciones de la mente de esta mujer.

Alaina posó la mirada en su esposo y no pudo contener las lágrimas. El gimió y abrió los ojos.

—Bienvenido — murmuró ella.

—¡Alaina! — Cole trató de sentarse y tuvo que apoyarse en un brazo hasta que el mundo cesó de girar a su alrededor. Se palpó la mejilla y después miró las penumbras donde estaba depositada la carga robada—. Parece que todo el tiempo hemos estado sentados sobre un refugio de ladrones.

—Hace un momento llegué a la misma conclusión — comentó lúgubremente Alaina—. Y hay mucho más de lo que se ve. Son asesinos, Cole. Todos ellos.

—Tenemos que salir de aquí. — Se puso dificultosamente de pie y probó la sólida reja. Después se volvió y la miró con una sonrisa triste — Pero por el momento no veo cómo lo haremos.

Glynis empezó a gemir y lloriquear y Alaina fue a sentarse a su lado. Levantó a la niñita en brazos y la estrechó contra su pecho. Tendió una mano para invitar a Cole a que se le sentara al lado, y cuando él lo hizo, se apoyó agradecida entre sus brazos.

—¡Cole, piensan asesinarte! — susurró con urgencia por encima del llanto de Glynis—. Planean apoderarse de la casa Latimer…

El le puso suavemente un dedo en los labios para hacerla callar.

—Nos llegará alguna ayuda por medio de Saul y de Olie — susurró, hundiendo su nariz en el pelo perfumado de ella—. De modo que no te inquietes, amor mío. Saldremos de esto sanos y salvos.

—Pero, Cole, estoy segura de que enviaron a alguien a cuidar la escalera.

—Entonces esperaremos y veremos qué sucede. Habitualmente Saul puede cuidarse solo, y con la ayuda de Olie quizá los ladrones se lleven una sorpresa. — Se encogió de hombros en un gesto tranquilizador—. No pienso dejarme eliminar tan fácilmente como a ellos les gustaría.

Retiró los brazos de alrededor de Alaina y levantó a su hijita. — Está mojada — se quejó.

—¿Eso es todo lo que te preocupa? — Alaina rió con su pregunta. Secó la humedad de sus ojos y reprimió cualquier nueva exteriorización de temor. De alguna manera, la presencia de Cole y las seguridades que le daba la tranquilizaban y hacían que todo pareciera menos sombrío. Se levantó la falda y desgarró otro cuadrado de sus enaguas como había hecho antes para fabricar un pañal para Glynis. Cuando terminó de cambiar a la pequeña se la devolvió al padre, aunque Glynis se calmó apenas y siguió lloriqueando.

—Creo que vamos a encontrar a otro amigo antes que termine el día — dijo Alaina—. Fue Gunn quien te arrastró hasta aquí.

—¡Gunn! — Cole se frotó la mandíbula y giró la cabeza para calmar el dolor de su cuello—. ¡Por supuesto! ¿Cómo pude olvidar al matón de Jacques?

—Yo experimenté exactamente lo mismo cuando me secuestraron en Nueva Orleáns — comentó Alaina pensativa.

Cole ladeó la cabeza y observó tiernamente la delicada línea de la mandíbula de ella antes de sacar ninguna conclusión.

—Gunn debe de tener un toque digno de un cirujano. Nunca vi señales de ese golpe que dices que te dio y no las veo ahora.

—Creo que Jacques dijo algo de eso — repuso Alaina con una sonrisa.

—Lo siento. — Cole la besó en la boca. — Parece que hoy estoy citando a todo el mundo.

—A mí lo último no me pareció una cita — murmuró suavemente Alaina y lo miró con ojos rebosantes de amor—. Lo sentí como algo original.

Los gritos de Glynis pronto se convirtieron en chillidos y sólo amainaron cuando Alaina volvió a tomarla en brazos. La niñita se aferró exageradamente al pecho y gimió decepcionada hasta que Alaina se abrió el vestido. Cuando vio el pezón, empezó a mamar con fruición e inmediatamente se calmó.

Cole observaba con su habitual fascinación por los pechos desnudos, casi olvidado del apuro que estaban pasando. Otra vez rodeó a su esposa con un brazo a fin de que ella no tuviese que apoyar la espalda contra la piedra.

—Es curioso que no haya descubierto esta cueva antes de ahora — pensó él en voz alta—. Pero es que siempre detesté la habitación y entraba sólo muy raramente, aun cuando la ocupaba Roberta.

—Cole, fue Roberta quien asesinó al jardinero y el niño que tuvo en su seno era hijo de él. La señora Garth lo presenció todo.

Cole aceptó la declaración sin sorprenderse demasiado.

—Debió de sentirse muy presionada, ciertamente.

—Ella sorprendió con el dinero robado y quiso una parte.

—Entonces puedo creerlo. Ella era muy posesiva cuando se trataba de riqueza.

—No debemos decírselo a tía Leala ni a tío Angus… — rogó suavemente Alaina.

—No, temo que el choque sea demasiado fuerte para ellos.

—Hay algo más que debes saber… acerca de la señora Garth.

—Una mujer muy interesante — comentó Cole con amargura mientras la persona mencionada pasaba rápidamente de un extremo sombrío a otro de la cueva y cruzaba la puerta de madera después del usual sonar de cadenas—. Y muy ocupada, también.

—Es algo que tiene que ver contigo, Cole — dijo Alaina.

De pronto llegaron carcajadas burlonas desde las densas sombras de las cuales había surgido Tamara y en seguida vieron que allí estaba Jacques.

Alaina cubrió rápidamente la cabecita de Glynis y su pecho desnudo. El francés se aproximó.

—¡Vaya, vaya! ¿y qué tenemos aquí? — preguntó Jacques, deteniéndose delante de la puerta—. El doctor Latimer y la señora Latimer, ¿verdad? Qué agradable tenerlos de visita en mi humilde morada. y por supuesto, no debo olvidar a la dulce Glynis que mama de su pecho, mi hermosa Alaina. Oh, estar allí, querida mía. Disfrutaría intensamente.

Los ojos de Cole eran como acero frío y azul cuando se enfrentaron con la sonrisa divertida del hombre.

—Aparentemente usted no tomó en serio mi advertencia cuando se la di en el hotel.

—¿Qué fue lo que dijo usted entonces? — Jacques adoptó una expresión de fingida concentración. — ¿Algo acerca de que se aseguraría de que yo fuera juzgado por la más alta autoridad ? — Rió por lo bajo cuando Cole asintió. — Veremos quién juzga a quién, mi querido doctor.

Apoyó un hombro en los barrotes de la puerta y se quitó el guante de la mano derecha. Exhibió una extremidad quemada y contraída para que ellos la vieran.

—Un presente de su esposa, señor. Y esto también. — Se quitó el sombrero y apartó su pelo para mostrar la oreja izquierda perforada.

—¿Recuerda la última vez que nos vimos en Nueva Orleáns, Alaina? Creo que dijo que se quitaría la vida antes de dejar que yo la tocase. Bueno, esta vez tengo algo mejor para hacerla cambiar de idea. Si usted decide no comportarse amablemente conmigo, su esposo podría morir de una muerte muy lenta y dolorosa.

Alaina tembló ante esta amenaza y se apretó contra Cole.

—¿Eso es lo mejor que puede hacer con una mujer? — preguntó Cole desdeñosamente—. ¿Asustarla para que se le entregue? ¿Es así como hace todas sus conquistas?

El sarcasmo turbó por un momento la compostura del hombre, pero después Jacques continuó como si no hubiera oído.

—Por supuesto, tenemos planeado deshacernos del buen doctor de todos modos. Pero si usted coopera, Alaina, será mucho mejor para él.

—Pese a todos estos indultos que se ha procurado — dijo Cole en tono entre desdeñoso y burlón —, usted sigue siendo un completo bastardo.

—¿Le gustaría ver las credenciales otra vez, señor doctor? ¡Tenga — sacó el paquete de su chaqueta y lo arrojó entre los barrotes — Examínelos a su placer. ¡Oh, y tengo otro juego! — Sacó otro paquete. — Levemente diferente, pero igualmente aceptable para el representante ordinario de la ley. ¡Y aquí hay un indulto de México y otro de Francia! ¿Lo ve? Los países me otorgan indultos. — Su risa llenó la caverna y cuando su humor cesó, se hinchó de autosatisfacción. — En realidad, encontré a un hombre de mucho talento con una pluma y con odio hacia todo el mundo. — Se encogió despreocupadamente de hombros. — Vaya, creo que le di una oportunidad para odia también al otro mundo. — Abrió las manos en un gesto de impotencia. — ¿Ven lo confiado que estoy? Construiré un imperio aquí, tan poderoso que nadie osará tocarme, todo a partir de los huesos y de la fortuna de los Latimer, pero debo tener en cuenta que ustedes dos me han quitado mucho. Alaina, mi mano y mi oreja. Y el señor doctor, la mujer que deseaba para mí. Por esto, señor Latimer, me siento tentado a hacerlo castrar.

Cuando vio la mirada tolerante de Cole, Jacques cesó su parloteo, pues no encontró señales de que había preocupado al odiado doctor. Caminó de un lado a otro un momento, rascándose el mentón, sumido en profundos pensamientos.

—Usted también parece muy confiado, señor Latimer. — Miró ceñudo a Cole. — Me pregunto… ¿será que tiene esperanzas de que lo salven? ¿Es posible que base sus esperanzas en la llegada de — dio un paso atrás y señaló a un costado con la mano — éste?

Su estruendosa carcajada ahogó la exclamación de Alaina e hizo temblar el aire de la caverna mientras cuatro hombres traían a Saul, amordazado y maniatado, a la abertura de la celda donde lo arrojaron. Una media docena de rufianes con varios cortes y magullones rodearon al cautivo con sus garrotes preparados. El mismo Saul no estaba ileso. La sangre manaba de una herida hinchada en un costado de su cabeza y tenía un ojo casi cerrado. Mientras un hombre tenía abierta la puerta, otros dos arrastraron a Saul al interior. Cole se levantó para examinar las heridas del negro. Cuando volvieron a cerrar la puerta, Jacques comentó con indolencia, al observar las atenciones del doctor:

—Una pérdida de tiempo, señor. Estará muerto por la mañana. Mis hombres se ocuparán de eso.

—Usted también podría estar muerto por la mañana, señor Du Bonné — repuso Cole, librando a Saul de sus ataduras. Limpió con una toalla la herida de la cabeza del negro mientras éste se quitaba la mordaza.

—¿Todavía tan confiado, doctor? — preguntó Jacques.

Cole lo miro con una sonrisa torcida.

—Cuando una simple joven puede atacarlo y hacerle tanto daño como acaba de exhibir usted mismo ante nosotros, ¿debería temerle mucho?

El aguijón dio en el blanco y el hombrecillo se puso rígido. Con gesto airado, ordenó a sus hombres que se retiraran. Poco después un crujido de tafetán anunció la llegada de Tamara.

—Ahora los tenemos a todos, ¿eh? — se jactó Jacques con una carcajada de triunfo.

Tamara pasó frente a la celda.

—Las cosas nos han salido muy bien, por cierto. Creí que habíamos perdido nuestra oportunidad cuando el buen doctor logró salir del río y regresó para molestarnos. Pero otra vez lo tenemos, justamente donde queremos tenerlo. Y ahora no habrá nadie que lo salve.

Cole se puso de pie y observó atentamente a la mujer.

—¿Ustedes fueron quienes me arrojaron al río en Nueva Orleáns?

Tamara encogióse de hombros y levantó brevemente las cejas.

—Matar dos pájaros de un tiro, más o menos. Cuando se supo que usted se encontraba en Nueva Orleáns, después que me enteré de la muerte de su padre, me pareció que no podía dejar pasar la oportunidad. Y su uniforme nos proporcionó un medio para entrar en el hospital a fin de liberar a los prisioneros, ardid que usamos para arruinar el nombre de Alaina. Queríamos quedarnos con la propiedad de ella y lo hubiéramos logrado si los yanquis hubiesen tomado Shreveport cuando debieron hacerlo.

Todo estaba sucediendo demasiado de prisa para que Cole pudiera digerirlo.

—¿Usted fue informada de la muerte de mi padre? ¿Por qué iba usted a estar interesada en él?

—Cole — la voz de Alaina llegó desde atrás, pero Tamara la interrumpió.

—No importa, señora Latimer. Se lo diré yo misma.

—¿Decirme qué? — preguntó Cole y se volvió a medias para mirar inquisitivamente a su esposa.

—Usted no me recuerda, Cole. Era muy pequeño y sucedió hace mucho tiempo, aunque puede ver que he envejecido muy poco.

Cole se sintió aún más desconcertado.

—¿Acaso la conozco?

—Bueno, como he dicho, fue hace tanto tiempo que usted podría no reconocer a su madrastra.

—¿Tamara? — dijo él, sorprendido.

Ella inclinó levemente la cabeza.

—Por supuesto.

—¿Y está con esta pandilla de delincuentes? — preguntó Cole incrédulo. Señaló a Jacques—. ¿Con este bastardo despreciable?

Tamara levantó la cabeza con altanería.

—Es mi hijo.

Cole soltó un resoplido.

—No pariente mío, espero.

—Bueno, Jack.. — Tamara trató de calmarlo para la inminente revelación. — Tú eres…

Los ojos oscuros de Jacques despidieron fuego.

—El nombre es Jacques, madre. Preferiría que lo usaras. Tamara levantó una mano en un gesto de impaciencia.

—¡Oh, Jack, en eso estás volviéndote peor que Harry!

—¡Henri! — corrigió Jacques, furioso—. ¡Henri DuBonné! ¡Mi padre! ¡Henri DuBonné!

Los ojos de Tamara brillaron de ira.

—¡Harry nunca engendró un hijo en su vida!

Jacques la miró con indignada incredulidad.

—Tú no quieres decir que yo… y él… — Dirigió una mirada horrorizada de disgusto a Cole, quien devolvió el cumplido.

—Medio hermanos — declaró Tamara bruscamente—. El mismo padre, madres diferentes.

—¿Por qué me hiciste creer todos estos años que mi padre era Henri? — preguntó Jacques.

—No tenía sentido decirte la verdad mientras Frederick estaba vivo. El nunca te hubiera reconocido. No me hubiera creído a mí ni a ti. Ni siquiera remotamente te pareces a Frederick. Tú te pareces a mi familia. Fue más sencillo así y ahora tendrás la fortuna Latimer a través de la niñita.

Jacques murmuró, todavía no del todo conforme:

—Debía sospechar algo cuando ordenaste que el doctor fuera arrojado al río.

—Créeme que así es mejor, Jacques — dijo Tamara—. Tendremos la fortuna de Latimer a través de la niña. Además, podrás hacer lo que tú quieras con la madre. Ella está en tus manos.

—¡No mientras yo viva! — gritó Cole.

Jacques rió desdeñosamente.

—Eso, señor doctor, será remediado pronto. Ella será mía y usted estará muerto.

Jacques se dirigió a Tamara.

—Será mejor que los hombres se pongan en movimiento si quieren sorprender al barco en el recodo de río. Lleva un cargamento valioso que no querría perderme.

—Dejaremos aquí un par de hombres para asegurarnos de que el grandote no hará nada malo — sugirió Tamara.

—Sí, sí — dijo Jacques—. Gunn también puede quedarse, pero los otros tienen que darse prisa. Nuestros hombres a bordo estarán esperando el ataque.

La mujer se fue a cumplir lo ordenado. Jacques se volvió a los cautivos.

—Tendrán un poco de tiempo juntos antes de mi regreso, pero después encontraré un lugar donde ella y yo podremos tener un poco de intimidad.

El hombre se fue y su risa quedó flotando en la caverna.

Saul meneó la cabeza, afligido.

—Señor Cole, siento mucho haberme dejado sorprender. Estaban esperándome.

—¿Dónde está Olie? — susurró Cole.

—Venía detrás de mí, pero creo que oyó la conmoción cuando me sorprendieron y decidió no continuar. O quizá regresó en busca de ayuda.

—¿Ves, Alaina? — dijo Cole—. Todavía hay esperanzas.

—Oh, Cole — dijo ella apoyándose en su pecho—. No podría seguir viviendo si algo te sucediera.

—Ahora silencio, querida mía — la tranquilizó él—. Ten valor. Te aseguro que no pienso dejar que estos delincuentes se salgan con la suya.

Cole levantó la vista al oír fuertes pisadas. Apareció Gunn, trayendo en la mano un brillante Winchester con refuerzos de bronce. Llevaba el torso desnudo excepto un chaleco de brocado demasiado pequeño para él. Fue esta prenda lo que excitó la curiosidad de Cole. Un brillante remiendo rojo remplazaba el trozo que había sido arrancado, un trozo que Cole a menudo observaba pensativo cuando trataba de descifrar todo lo que había escuchado aquella noche antes del incendio de Briar Hill. El asesino del teniente Cox llevaba el chaleco en aquella oportunidad, pero había sido un hombre mucho más pequeño que Gunn. Un hombre del tamaño de Jacques.

Gunn se detuvo frente a la celda, meneó la cabeza y miró a Saul. Dejó el arma fuera del alcance de los cautivos y se inclinó sobre el negro que estaba sentado medio de frente a la reja.

—¡Tú hombre grande! — Saul se volvió y lo miró. — Grande como Gunn. — Levantó las manos y separó los diez dedos. — Todos estos te capturaron. — Bajó un dedo de modo que quedaron nueve. — Todos estos quizá no.

Gunn se puso de pie y miró pensativo a Saul, como si estuviera debatiendo consigo mismo sobre un asunto. De pronto aferró con ambas manos los barrotes de la reja y trató de separarlos.

—Gunn no puede romper. ¡Saul intentarlo!

Saul aferró los barrotes y probó con todas sus fuerzas, pero fue inútil. Gunn rió y se alejó, seguro de que los prisioneros permanecerían en la celda.

El sol se había puesto cuando Jacques regresó. Detrás de él se adelantaron dos hombres y Gunn apuntando directamente sus armas a los prisioneros.

Tamara se acercó para abrir la celda.

—Traiga aquí a la niña — le dijo a Alaina.

Alaina aferró a Glynis con tanta fuerza que la pequeña despertó y empezó a lloriquear.

Tamara se dirigió a Gunn.

—Si la señora Latimer no hace exactamente lo que yo le digo, dispárale a él. — Señaló a Cole. — Sólo en la pierna, primero. No queremos perderlo demasiado pronto. Y si el doctor Latimer hace algún mal movimiento, dispara contra la joven. Lo mismo vale para el negro. Dispara contra ella. — Se volvió hacia Alaina. — Ya lo ve, querida mía, usted no es imprescindible. Yo sólo necesito a la niñita, y si por alguien usted no debería preocuparse es por ella.

Alaina obedeció lentamente y dejó a Glynis en los brazos de la otra. La mujer cerró la puerta con llave, se retiró a una corta distancia y entonces se acercó Jacques.

—Ella ya tiene lo que quiere. — Señaló a su madre con un movimiento de cabeza. — Ahora yo tomaré lo que quiero.

—Puede irse al infierno — dijo Cole—. No estoy dispuesto a entregársela. Primero tendrá que matarme.

Jacques se encogió de hombros.

—Entonces sugiero, mi querida Alaina, que haga que el negro lo sujete… si quiere que su marido dure hasta la noche. Los haré matar a él y al negro si usted no sale voluntariamente.

Temblando, Alaina se apartó de Cole.

—¡Sujétalo, Saul! — gritó entre sollozos—. ¡Si no quieres que lo maten, sujétalo! ¡Por Dios, sujétalo!

De pronto Cole se sintió tomado por detrás y aunque luchó violentamente no pudo liberarse.

—Lo siento, señor Cole. — Saul estaba angustiado por lo que tenía que hacer. — La señora Alaina me lo ordenó y yo tengo que hacerlo.

Jacques abrió la puerta.

—Ahora, venga conmigo, señora Latimer.

—¡No! — rugió Cole—. ¡Lo mataré si le pone un dedo encima! ¡Se lo juro, Jacques!

Mirando a su marido a través de las lágrimas, Alaina obedeció a Jacques.

—¡Alaina! ¡No!

La puerta se cerró tras ella y la llave giró con definitiva finalidad. Saul soltó a su prisionero y Cole se abalanzó contra la reja.

—¡Alaina! ¡Alaina! ¡Dios mío, Alaina!

La puerta de hierro sonó ruidosamente cuando Cole la sacudió. Su medio hermano lo miró con desprecio y les indicó a los guardias que se marcharan.

—Pueden irse — dijo—. El no puede salir y si es necesario yo puedo llamarlos en seguida. Pero no hará falta.

Jacques tomó rudamente a Alaina del brazo.

—Lo odio, Jacques DuBonné — dijo ella con los dientes apretados ——.Me haga lo que me haga, recuerde que es solamente porque usted amenazó a Cole que yo cedo.

Jacques la abofeteó con fuerza y casi la hizo caer al suelo. ¡Bastardo maldito! — gritó Cole.

Alaina se enderezó lentamente y Jacques la arrastró hasta una pequeña habitación formada en el interior de la cueva. Una débil linterna colgaba de la pared de piedra y en el suelo había puesto un colchón.

—Quítese la ropa y acuéstese para mi placer, señora Latimer. La hora de mi venganza ha llegado.

La fuerza enloquecida de la bestia aumentó y el brazo de Cole se hinchó cuando aferró los barrotes. Por un momento Saul observó asombrado la ferocidad del hombre. Después se unió él también a la tarea, sumando sus fuerzas a las de Cole. Había visto que los barrote cedían un poco cuando Gunn quiso separarlos. Quizá, después de todo, había esperanzas.

El metal gimió y pareció ceder un poco. Ambos redoblaron su esfuerzos y el barrote súbitamente estalló y ambos hombres cayeron al suelo. Cole se levantó inmediatamente y su cuerpo delgado paso por el agujero. Si Saul no podía seguirlo, él regresaría a buscarlo.

Después de haber encontrado a Alaina.

Un siseo casi inaudible vino de la puerta de madera y atrajo al atención de Cole. Allí estaba Mindy y traía el Remington de Cole quien estuvo junto a ella en un instante y le preguntó en un susurro.

—¿Dónde está Olie?

—Río. Fue rodeando acantilado hasta el río. Vienen muchos hombres de la cueva. Olie, Peter, todos los hombres de la casa, Brag, el sheriff, pelean con ellos.

Cole le arrojó el arma a Saul y corrió en las sombras hacia donde había visto desaparecer a Jacques con Alaina. Según lo que pudo entender de los balbuceos de Mindy, Olie, Braegar, el sheriff y 1os hombres de la casa habían ido por el camino del río a fin de entrar en cueva, pero en algún punto se encontraron con los hombres de Jacques. El resultado de la confrontación todavía no estaba claro pero nadie en la caverna parecía estar enterado del ataque.

Corrió como un gato en la noche y oyó ruido de ropas desgarradas y los gritos apagados de Alaina. No bien llegó a la pequeña habitación vio a su esposa eludiendo los besos de Jacques. Se lanzó sobre hombre semidesnudo quien, al verlo, lanzó un grito y retrocedió, pero Jacques no pudo evitar el ataque de la bestia enfurecida que pareció brotar de la oscuridad.

Temblando y sollozando aliviada, Alaina se cubrió con los fragmentos de su camisa y se apretó contra la pared de piedra en un intento de eludir los movimientos de los hombres trabados en mortal combate. Por fin el puño de Cole golpeó la mandíbula del otro. Jacques se desplomó. De pronto se oyó un disparo en la parte de caverna donde habían estado prisioneros y Cole, comprendiendo que Saul estaba en dificultades, tomó a Alaina del brazo y corrió con ella por el túnel a oscuras.

Cuando cruzaron la puerta principal se detuvieron de repente. Allí estaba Saul apuntando a los dos hombres blancos y a Gunn y a Tamara con el Remington todavía humeante.

—¡Tonto! — chilló Tamara—. Aquí hay tres hombres armados. ¡Nunca podréis escapar!

—Bueno, yo tengo este revólver y quizá pueda llevarme a un par ustedes conmigo. Quizás usted sea la primera, señora, si no devuelve la criatura a su madre.

Tamara pareció vacilar. Saul la señaló con su largo dedo.

—Vamos, esa es la hijita de la señorita Alaina y la señorita Alaina quiere tenerla.

—Esto es solamente temporario — dijo Tamara cuando devolvió la criatura—. Volveré a tenerla antes que termine la noche.

—Sobre mi cadáver — repuso Alaina con determinación. — ¡Saul!

El grito resonó en la caverna, atrayendo la atención de todos hacia Gunn, que se acercaba con los brazos levantados en un gesto de desafío. Había dejado el Winchester apoyado contra un barril.

—¡Saul! ¡Gunn pelear con Saul! ¡Si ganas, quedas libre!

—¡Mátalo, tonto! — chilló Tamara—. ¡Mata a Saul! ¡El no puede quedar en libertad!

—¡No! — La voz de Gunn atronó otra vez en la caverna. Se volvió hacia sus compañeros y les advirtió. — ¡Saul pelear con Gunn solos! ¡Gunn matará a cualquiera que intervenga!

Saul le arrojó el arma a Cole. Cole mantuvo a Alaina y a la niñita detrás de él y le hizo una seña afirmativa a Saul cuando sus espaldas quedaron contra la pared.

El negro se arrancó los restos de su camisa de trabajo y Gunn desgarró el chaleco de brocado. El gesto fue como una señal y los dos hombres cargaron y se encontraron con un fuerte ruido cuando los pechos chocaron. Se separaron y empezaron a darse golpes que hubieran hecho estallar los huesos de hombres menos fuertes. Como grandes titanes negros, volvieron a chocar y se convirtieron en una masa retorcida de músculos. Entonces, de pronto Saul giró y su brazo derecho pasó por debajo del izquierdo de Gunn. En seguida, Saul enlazó sus manos sobre la espalda del otro y empezó a hacer palanca hacia abajo. Gunn soltó un gruñido de dolor y el ruido de hueso al quebrarse resonó en la caverna.

Gunn cayó al suelo y Saul, sobre manos y rodillas, se incorporó aspirando grandes bocanadas de aire. Gunn se arrastró hasta apoyarse en las pilas de mercadería, se incorporó y quedó erecto, con el brazo colgando en un ángulo extraño y una expresión intensa en el rostro. Alaina se volvió cuando oyó un sonido que venía desde atrás de ellos y le gritó una advertencia a Cole. El se volvió y se enfrentó al furioso Jacques, quien, arma en mano, venía desde un ramal de la caverna. Jacques se lanzó de cabeza hacia Cole y el Remington cayó al suelo cuando Cole fue lanzado hacia atrás por la súbita embestida. Saul lo levantó a la carrera y apartó a Alaina del peligro cuando el revólver de Jacques apuntó hacia ella. La mano de Cole golpeó el arma hacia arriba en el momento que salía el disparo y el estampido arrancó una larga sucesión de ecos. Cole aferró la muñeca de Jacques cuando la boca del arma volvía a apuntar a Alaina. Los dos hombres cayeron al suelo y Jacques siguió disparando a ciegas. Las balas silbaron y sus explosiones se unieron con los ecos en una especie de trueno continuado. Un chorro de aceite mineral brotó de un barril cuando una bala lo atravesó y una linterna cayó sobre el líquido y en un momento un volcán de llamas se elevó del hilillo de aceite. Muy cerca estaba la amenaza de un pequeño barril de pólvora.

El revólver quedó sin balas y Cole soltó la muñeca del otro y le dio un puñetazo en la boca. El pirata de río fue lanzado hacia atrás.

De pronto, un brazo negro aferró a Jacques desde atrás y lo arrastró. Con su brazo sano, Gunn sujetó a Jacques y lo inmovilizó, aunque el francés trataba frenéticamente de escapar.

—¡Gunn dice que Saul quedar libre! ¡Gunn nunca deja de cumplir una promesa! ¡Ellos se irán! ¡Nosotros nos quedamos!

Jacques chilló una respuesta que terminó con una rápida presión del brazo de Gunn. En seguida, la cabeza de Jacques se ladeó fláccidamente y cuando el negro lo soltó, su cuerpo cayó lentamente al suelo, evidentemente con el cuello quebrado.

Gunn se dirigió a Saul. — ¡Váyanse!

—¡Sí, señor! — Saul estaba ansioso por obedecer.

Cole recorrió la cueva con la mirada. No veía señales de su madrastra, pero sus ojos vieron una nueva amenaza. Las llamas seguían el hilo de aceite en dirección al barril de pólvora. Fue hacia Alaina y Saul y les gritó que huyeran. Cuando los alcanzó, tomó a Glynis de los brazos de Alaina y casi arrastró a su esposa en dirección al túnel. Mindy estaba oculta junto a la puerta, esperando para asegurarse de que salieran, y tenía la puerta abierta para que pudieran pasar.

Cole miró hacia atrás y vio que el fuego estaba llegando a rodear el fondo del barril. Le gritó una advertencia a Saul quien se arrojó sobre Mindy mientras que Cole se arrojaba para proteger a Alaina y a su hijita. Entonces, de repente, un rugido ensordecedor y una quemante oleada de calor se difundieron por la caverna cuando el pequeño barril explotó. Barriles, tambores, balas, cajas, rebotaron en las paredes de piedra, derramando y desparramando su contenido para las llamad hambrientas.

Cole ignoró las cenizas calientes que cayeron sobre su espalda, hizo poner a los otros de pie y los encaminó rápidamente hacia el túnel que llevaba a la habitación de Roberta. Cole prefirió no informarles que cuando abajo aumentara el calor, la corriente de aire se intensificaría violentamente y el túnel se convertiría en una chimenea. Todo lo que en él hubiera sería destruido y pronto la casa sería pasto de las llamas.

Subieron la escalera a una velocidad frenética, Mindy en brazos de Saul y Alaina empujada delante de Cole, quien sostenía firmemente a su hijita. La niñita lloraba asustada, pero no había tiempo para consolarla. Se oyó un trueno ensordecedor y una lluvia de chispas ascendió en espiral hacia ellos.

—La puerta ha volado con la explosión — gritó Cole—. ¡Tenemos que salir de aquí o nos asaremos vivos!

Llegaron por fin a la puerta de espejos. Estaba cerrada. Alaina tomó a la niñita de brazos de su marido y señaló el trozo de madera que sobresalía de la pared. Cole saltó y movió la madera como le indicó su esposa, pero nada sucedió. Entonces, mientras ellos miraban, los cables se deslizaron lentamente fuera de sus guías y quedaron cortados.

—¡Tamara! — rugió Cole. Debió imaginar que ella había huido de la cueva y escapado por la escalera.

—¡Estamos atrapados! — gimió Alaina.

Saul depositó a Mindy al lado de Alaina, retrocedió y lanzó una fuerte patada al panel hasta que la recalcitrante puerta se abrió. Salieron a la habitación de Roberta casi sin aliento, pero no perdieron tiempo en dar la alarma en toda la casa.

Cuando salían al pórtico delantero, Olie, Braegar, Peter y el sheriff traían un carro lleno de maniatados piratas de río, cuidados por los victoriosos peones de la propiedad.

Olie corrió no bien vio a Cole y explicó las razones de su tardanza.

—Cuando iba detrás de Saul supe que sería inútil tratar de llegar por ese camino, de modo que envié a Peter en busca del sheriff y del doctor Darvey y después fui por el río para ver si podía encontrar la entrada de la caverna. Cuando di la vuelta al acantilado había en el río una barcaza llena de hombres y tuve una buena pelea con ellos hasta que vino el sheriff.

—Está bien, Olie — le aseguró Cole al hombre—. Ahora estamos a salvo y los piratas han sido capturados gracias a ti.

Mientras ellos observaban, enormes llamas empezaron a ascender desde la cara del acantilado y más arriba, anunciando la conflagración hasta a varias millas a la redonda. Un agudo silbido atravesó el rugido de las llamas y se hizo más agudo cuando una llama pequeña brotó del tejado de la torre occidental y, expandiéndose, envió al tejado inferior estrellándose en medio de una lluvia de chispas por el costado de la casa. En seguida las llamas se elevaron y aullaron como en voraz deleite. Las ventanas de la casa se pusieron rojas y después blancas. Los cristales saltaron y de las aberturas surgieron llamas que empezaron a lamer hambrientas los aleros.

El fuego llegó al tejado y Braegar tomó a Cole del brazo y señaló hacia arriba. Sobre la estrecha pasarela que coronaba el techo, una extraña figura se movía en una danza grotesca. Su largo pelo negro se arremolinaba alrededor de su cabeza agitado por el viento. La figura llevaba un vestido de color rojo sangre y varios de los espectadores murmuraron atónitos el nombre de Roberta. Los tres que habían sobrevivido a la odisea conocían el rostro y sabían que no era el de Roberta. Tamara agitó los brazos como si suplicara a los cielos y lanzó un alarido. Después se volvió, vio el grupo de rostros blancos vueltos hacia arriba y extendió un brazo acusador. Su grito agudo pudo oírse por encima del fragor de las llamas.

—¡La casa Latimer es mía para siempre! ¡Ustedes no pueden quitármela! ¡Ahora ninguno de ustedes la tendrá!

—¡Está loca! — El comentario vino de atrás y Cole se volvió y encontró allí a Martin Holvag. Después vio que Rebel se les había unido y estaba junto a Braegar retorciéndose las manos.

—¡Sé que está allí! — dijo Rebel—. Encontré el diario de Roberta y ella dijo que había escondido un tesoro. ¡Tiene que estar en la casa, pero ahora se está quemando!

—¿Tú tomaste el diario de Roberta? — preguntó Alaina sorprendida.

—Bueno, lo encontré allí, como esperando que alguien lo tomara — gimió Rebel.

—¡En mi dormitorio! — exclamó Alaina.

—¿Cómo podía yo saber que era tu dormitorio? ¡Hay tantas habitaciones en esa maldita casa, que me confundí!

—¿Esa fue la razón por la que entraste en nuestra habitación aquella noche? — preguntó Cole, furioso—. ¿Buscabas un dinero que no era tuyo? ¿Toda tu enfermedad fue una treta para buscar el tesoro?

Rebel se retorció las manos y miró implorante a Braegar, quien de pronto pareció muy disgustado. Braegar le volvió la espalda y se alejó. Rebel quedó ahogada en sollozos.

Un nuevo volcán de fuego atravesó la casa. ¡Más blanco! ¡Más caliente! El tejado pareció elevarse como si fuera un ser viviente presa de una dolorosa agonía y después, súbitamente, se desplomó dentro de la casa, acompañado por una serie de extrañas, salvajes carcajadas que sólo parecieron estar en la imaginación de los presentes, pero el fantasmagórico sonido se alejó arrastrado por el viento de la noche.

La noche estaba otra vez silenciosa cuando los Latimer se retiraron al dormitorio principal del cottage. Sólo un fulgor rojo en e cielo más allá de las copas de los árboles podía verse desde la habitación del segundo piso, pero eso no los preocupó, porque era aquí donde Cole disfrutaba del placer de ver jugar a su hijita, y con ella estaba Alaina. Y fue aquí que Alaina, casi con timidez, deposito un rollo de billetes sobre la cama, junto a él.

Cole la miró sorprendido.

—¿Qué es esto?

Alaina enrojeció.

—¿Recuerdas los dos mil dólares que quisiste que yo aceptara de ti en Nueva Orleáns?

Cole asintió lentamente.

—Bueno, la señora Hawthorne me dio el resto cuando estuvo aquí. Dijo que lo había guardado para mí.

—¿El resto?

—Ahora no hay dos mil dólares — explicó Alaina—. Me temo que ella usó parte de la suma para comprar los vestidos que traje cuando vine aquí. Sabes, no eran vestidos usados sino nuevos, comprados con tu dinero.

Cole rió con incredulidad.

—¿Quieres decir que todo este tiempo estuviste negándote a usar ropas que yo te compré pero que usabas otras pagadas con mi dinero?

Alaina asintió.

—Yo no lo sabía, Cole. ¿Me perdonas por ser tan ciega y tan orgullosa?

—Amada mía — rió él y la atrajo contra su pecho—. Tú has dado sabor a mi vida. ¿Cómo podría enfadarme contigo por nada? Me considero afortunado porque tú compartes mi vida y porque continuarás haciéndolo hasta que seamos viejos.

—Ese es mi plan, yanqui — susurró ella —, y mi deseo más querido.