CAPÍTULO 42

Angus Craighugh había sido olvidado por los miembros de la familia y fue conducido a una habitación de huéspedes por el mayordomo, quien estoicamente le prestó ropa para dormir y ordenó a Peter que le preparase un baño. En la silenciosa soledad de su habitación, Angus tuvo tiempo para pensar. Nunca en su vida había golpeado a una mujer, pero hacía pocas horas casi abofeteó a su sobrina encinta. Y aunque el mayordomo le aseguró que Alaina ya estaba en tiempo de dar a luz, Angus se angustió pensando que él había sido la causa de que empezara el parto.

Por la mañana, Angus esperó en el salón que los otros despertasen de su demorado sueño y oyó los susurros excitados de los sirvientes.

«¡Una niña! ¡Pequeñita! ¡Saludable! ¡La señora Latimer está bien! ¡Ahora duerme!»

Gracias a Dios, pensó Angus. Nunca se hubiera podido perdonar si algo no hubiese salido bien. Pero entonces sintió una presencia en la puerta del salón y levantó lentamente la vista. Una niña pequeña, delgada, apenas de unos siete años, con un recatado vestido de muselina, pelo oscuro brillante y ojos grandes y luminosos, la observaba tímidamente apoyada en el marco.

Angus parpadeó. La niñita se parecía mucho a Roberta cuando ésta tenía esa edad y eso casi la sobresaltó. La niña se acercó y se sentó frente a él.

Angus carraspeó.

—No recuerdo haberte visto antes aquí.

Mindy ladeó la cabeza y sonrió lentamente.

—Soy… soy el tío de la señora Latimer.

Mindy miró en dirección a la escalera y se rascó la nariz. Angus se inclinó hacia adelante.

—¿De quién eres tú, niñita?

Una pequeña fotografía en marco ovalado estaba sobre una mesilla junto a la silla de la niña y ella la señaló y sonrió tímidamente. Angus se levantó y fue a mirar más de cerca la fotografía, después enarcó las cejas, asombrado. Era una fotografía de Alaina y Cole juntos. Volvió a su asiento y miró a la niñita hasta que momentos después Miles apareció en la puerta y se aclaró discretamente la garganta.

—Annie estaba preguntándose, señor, si usted querría comer ahora. Los otros todavía duermen y serán usted y la niña solos.

Angus miró a la pequeña.

—¿Quieres desayunar conmigo… eh?

—Mindy, señor. — Miles proporcionó la información—. Y no es probable que obtenga algo más de ella. No ha hablado desde que el jardinero la trajo aquí.

—¿El jardinero?

—Su tío, señor, pero me temo que ha muerto. El doctor y la señora Latimer se hicieron cargo de la niña. Ella es huérfana, señor.

Angus se levantó y le tendió la mano a la niña.

—Yo tuve una hija una vez. — Hubo una luz tierna en sus ojos cuando habló, una chispa de vida que mucho tiempo había estado muerta—. Era hermosa como tú.

Mindy caminó junto a él hasta el comedor y sonrió tímidamente a este hombre que la miraba con ternura. Fue un buen comienzo para Angus.

Glynis Lynn pasó su primera tarde bajo la mirada fascinada de su padre.

—Tiene tu boca y tu nariz — le dijo Cole a Alaina.

Alaina sonrió.

—¿Cómo puedes saberlo?

Cole se apartó de la cuna y fue a sentarse en el borde de la cama. — Porque es mi deseo más ferviente que sea así.

—¿Obtienes siempre todo lo que deseas?

—Sí — dijo él, como terminando la discusión—. Y tenerte a ti fue mi mayor deseo.

Llamaron tímidamente a la puerta y Cole fue a abrir y encontró a Angus en el pasillo.

—Capitán Latimer… hum… mayor… doctor Latimer…

—Pruebe con Cole — sugirió el anfitrión.

—Cole. — Angus asintió y ganó un poco de confianza. — He estado pensando casi toda la noche y el día, incapaz de ordenar todo lo que sé. Del dinero, quiero decir, y de Roberta y todo lo demás que sucedió desde que nos conocimos. Empecé a rezar. — Rió por lo bajo. — No lo había hecho en mucho tiempo, sabe usted. Pero pareció aclararme la cabeza. Ahora sé que fui un tonto y tengo que disculparme por mi estupidez y por haber insultado a Alaina. Le ruego que me perdone.

Cole sonrió y extendió la mano. Nunca creyó que oiría esas palabras de Angus.

—A veces, ser un tonto es el derecho de un hombre. Me temo que yo lo he sido muchas veces. ¿Cómo, si no, aprendería uno a ser sensato?

Angus se frotó la mejilla con la palma de la mano.

—Creo que iré a hablar con Leala.

Cole asintió con vigor.

—¡Eso sí que es ser sensato!

Los Craighugh y la señora Hawthorne partieron la primera semana después del nacimiento de la niñita. Al despedirse, Angus pidió ansiosamente a los Latimer que los visitaran pronto y que llevasen a Mindy con ellos.

Llegó agosto y el calor aumentó. El sol y los vientos secos y cálidos convertían a la casa de la colina en un horno. En contraste, el cottage se mantenía fresco debajo de los enormes olmos y Alaina llevaba cada vez con más frecuencia a Mindy ya Glynis a pasar las horas del día cerca de Cole en las frescas habitaciones. Ordenó que hicieran una limpieza profunda del lugar. El cottage era una construcción que transmitía solidez. Los pisos eran de roble y, como en la cocina, de lajas. Mientras que la casa de la colina crujía y gemía ante la brisa más suave y sus ventanas vibraban con el viento, el cottage era firme y seguro y uno podía olvidarse de que afuera había tormenta o hacía calor o soplaba un viento helado. Lo habían construido para que durara varias generaciones y Alaina se sentía atraída por la serenidad que allí se respiraba. Se sentía más a gusto en este ambiente decorado con sutil elegancia, en contraste con la recargada mansión de la colina.

Fue durante una cena que Cole sugirió la posibilidad de trasladarse al cottage. El anuncio dejó a Alaina preguntándose si él era capaz de leerle los pensamientos, y trató de contener su entusiasmo cuando replicó:

—Creo que es una buena idea, yanqui.

Cole hizo un gesto a la señora Garth para llamarle la atención porque él estaba esperando que le sirviera el brandy habitual de después de la comida. La mujer pareció sorprenderse más que Alaina por el proyecto del traslado.

—Perdóneme, señor — se apresuró a disculparse la señora Garth y vertió una pequeña cantidad de líquido en la copa. El mismo doctor la había regañado por servir dosis excesivas de licor y ahora a menudo rechazaba totalmente la bebida y prefería tomar su café sin añadidos.

—¿Has pensado en lo que harás con este lugar? — preguntó Alaina desde su silla, que ahora estaba cerca de la de él.

—Pensé que podría convertirlo en un hospital aceptable, ciertamente mejor que algunos que he visto.

El botellón chocó contra la copa y el brandy se derramó sobre la mesa. La señora Garth secó rápidamente la mesa con una servilleta, se disculpó y salió de la habitación. Cole la miró con curiosidad, pero olvidó el incidente cuando Alaina, ahora que estaban solos, se sentó sobre su regazo.

—¡Oh, Cole, creo que es una idea excelente! — exclamó con entusiasmo y le echó los brazos al cuello—. Y Braegar podrá ayudarte. Vaya, los sirvientes y yo podemos empezar mañana a llevar ropas y cosas al cottage.

Pero Cole perdió súbitamente interés en el tema. La presión del trasero de su mujer sobre sus muslos empezaba a excitarlo.

—¿Se da cuenta, señora mía, de cuánto tiempo hace que no hacemos el amor? — Ella lo miró sorprendida por el súbito cambio de tema. — Tengo otra idea excelente, si quieres escucharme.

Alaina se apoyó contra su pecho.

—¿Podríamos discutir esto en la intimidad de nuestro dormitorio, yanqui?

En los días siguientes consiguieron un paciente para el hospital antes que Cole anunciara su decisión a los sirvientes. Rebel Cummings vino de visita con Braegar y durante la cena escuchó con aparente desinterés cuando discutieron la posibilidad de que los hombres combinaran sus habilidades en esa manera. Después, cuando se preparaban para partir, súbitamente y sin advertencia se desmayó y cayó convenientemente en brazos de Cole. No hubo forma de revivirla; le dieron a oler sales pero con eso sólo consiguieron que se ahogara y tosiera y volviera a desmayarse.

Alaina observó toda la escena con recelo, pues la mujer lo único que hacía era revolcarse contra Cole. Sintió la tentación de darle a Rebel un fuerte pellizcón para reanimarla de una vez, pero se abstuvo porque era la esposa de un médico respetado. Braegar insistió en que no había que mover a Rebel y hubo que preparar para ella un cuarto de huéspedes. Alaina no era cruel ni indiferente con las dolencias de los demás, pero había visto mejores actuaciones que ésta. No conocía cuál era el juego de la mujer, pero si se trataba de una treta para pescar a Cole, Alaina estaba decidida a impedirlo en la manera más tranquila y discreta posible. Una breve charla cara a cara con Rebel bastaría, si llegaba a presentarse la necesidad.

Rebel se quedó tres días y se marchó después de una confrontación con Cole Latimer. Parecía que ella tenía tendencia a caminar durante las horas de la madrugada y en una de esas oportunidades entró por error en el dormitorio de sus anfitriones poco después que Cole despertó a Alaina con ardientes besos, deseoso de hacerle el amor.

El grito salvaje de Cole hizo que Rebel diera un salto y huyera de la habitación. Después, ni sus murmullos ni sus avergonzadas disculpas acerca de lo enferma que estaba o de que se había perdido bastaron para calmar la ira del dueño de casa. Olie recibió orden de traer el carruaje a primeras horas de la mañana. Rebel no aceptó el desayuno, evitó la mirada de Cole, subió al carruaje y se fue.

El sol salió en un cielo despejado el segundo jueves de septiembre, pero poco después aparecieron nubes altas y alargadas. Alaina todavía no se había reunido con Cole en el cottage, según era su costumbre, porque la niñita aún no se había despertado para comer.

Alaina se bañó y se vistió preparándose para el corto viaje colina abajo. Antes del fin de semana empezarían a residir en el cottage en una forma más permanente, y a comienzos de la semana siguiente los carpinteros iniciarían las modificaciones en la casa de la colina.

Al sentir una presencia en la puerta del cuarto de baño, Alaina se volvió, dejó de cepillarse el pelo y vio con sorpresa que allí estaba la señora Garth con Glynis en sus brazos. Era la primera vez que el ama de llaves se dignaba tocar a la niñita y por alguna extraña razón, la escena a Alaina le resultó inquietante.

—Tengo que mostrarle algo, señora — dijo la mujer en tono inexpresivo—. ¿Quiere venir conmigo?

La señora Garth se volvió, salió otra vez por la puerta del cuarto de baño, cruzó la habitación de la niña y salió al pasillo. Una sensación de temor hizo que Alaina fuera lenta en reaccionar.

—Bueno, vamos — ordenó la señora Garth desde la puerta. Su voz sonó casi cortante—. No disponemos de todo el día.

—Deje que yo lleve a Glynis — dijo Alaina—. La seguiré dentro de un momento después de cambiarle los pañales.

—Esto no puede esperar. Venga.

Alaina comprendió que no tenía alternativa, pues el ama de llaves salió con la niñita al pasillo. En seguida entraron en la habitación de Roberta y la señora Garth se dirigió sin vacilar al espejo instalado en la alcoba. La mujer levantó una mano y oprimió el ángulo superior de los paneles plateados, y Alaina abrió la boca por la sorpresa cuando el espejo se movió y se abrió, revelando un oscuro pasadizo en el que entró la señora Garth. La mujer se volvió para invitar a Alaina a que la siguiera y ésta así lo hizo, aunque con vacilación. Alaina se detuvo en la abertura. El panel de espejo se había abierto hacia un oscuro pozo cuadrado donde una escalera descendía interminablemente en espiral. Abajo sólo parecía haber un pozo sin fondo, en sombras que su mirada no pudo penetrar. Alaina miró hacia arriba y vio que la escalera llegaba hasta el nivel del ático y que allí una escala de madera llevaba a una pequeña puerta que sólo podía conducir a la pasarela que había en el tejado a lo largo de la ornamentada arista donde se unían las dos aguas del techo. Una ventana diminuta en la cima dejaba entrar una luz fantasmal.

La señora Garth se había detenido y aguardaba con la mano libre apoyada en un trozo de madera que sobresalía de la pared.

—¿Viene, señora Latimer? — La impaciente pregunta de la mujer resonó en el hueco de la torre.

—¿No deberíamos llamar a Cole o a algunos de los hombres? — preguntó Alaina súbitamente alarmada. Se mordió el labio cuando miró a su hija dormida y deseó desesperadamente tenerla otra vez en sus brazos.

—Abajo hay muchas cosas que usted debe ver y no tenemos tiempo que perder. ¡Venga!

Esto último fue indudablemente una orden. Alaina la siguió dócilmente porque en la angosta escalera no había espacio para trabarse en una lucha por la posesión de su hijita. No bien Alaina se apartó de la entrada, la señora Garth giró el trozo de madera y con un rechinar de cadenas y poleas, el panel se cerró tras ellas. Alaina parpadeó en la repentina oscuridad. Se oyó el raspar de un fósforo y en seguida se encendió la mecha de una linterna. Sosteniendo la linterna en alto con una mano y con la niña sujeta en el otro brazo, la señora Garth empezó a descender rápidamente la escalera en espiral y Alaina no tuvo más alternativa que seguirla. Desde las profundidades subía una fuerte corriente de aire que parecía traer pequeños sonidos, apagados y distantes. Siguieron bajando hasta que las paredes de madera fueron remplazadas por piedra. Poco después se volvieron ásperas y desparejas, como si el túnel fuese una chimenea natural en el acantilado. La corriente de aire trajo un olor húmedo y los sonidos se hicieron más fuertes. Alaina miró hacia arriba y vio que la ventanita era sólo un punto luminoso. Calculó que se encontraban muy abajo del sótano de la casa y probablemente cerca del nivel del agua.

Poco después las paredes se volvieron húmedas y de las profundas sombras llegaron chillidos agudos y entrecortados. Alaina comprendió que había murciélagos aferrados en las grietas de la pared de la roca.

Cuando llegaron al fondo del pozo una gruesa puerta de madera les cerró el paso. La señora Garth se apoyó en una palanca vertical y la movió hacia un lado hasta que con un ruido de cadenas la puerta empezó a moverse. Cuando se abrió lo suficiente para permitirle pasar, la mujer entró y esperó que Alaina hiciera lo mismo. Una vez en el otro lado, empujó otra palanca, pero arrugó la frente cuando quedó una abertura del ancho de la mano de un hombre.

—¡Maldito mecanismo! ¡Nunca funciona bien! — protestó el ama de llaves. Dejó la palanca, tomó otra vez la linterna y reanudó la marcha. El piso descendía en marcada pendiente y había una nueva fuente de luz.

Alaina miró a su alrededor y le temblaron las piernas. A lo largo de las paredes de la caverna débilmente iluminada con linternas había toda clase de mercadería y cajas con provisiones y barriles de madera. Detrás de una puerta con rejas de una pequeña cámara lateral había pequeños barriles de pólvora y varias filas apiladas de cajas alargadas en cuyos costados se veía dibujado el perfil de un rifle.

—¿Rifles? ¿Maquinaria? — murmuró Alaina asombrada y de pronto recordó que Cole le había hablado de un barco perdido en el río. El navío llevaba una carga similar. ¿Podía ser que tuviesen piratas de río en su propio sótano?

—Por favor, señora Latimer. Por aquí — La voz del ama de llaves se había vuelto casi insultante por su arrogancia—.Un poco más adelante.

La señora Garth abrió la marcha hacia una cueva pequeña que parecía haber sido tallada en la blanda piedra arenisca a fin de formar una tosca habitación. La mujer entró directamente, dejó a la niñita en un catre angosto que estaba contra la pared y Alaina corrió y levantó inmediatamente a su hija. En ese momento un fuerte ruido metálico la hizo volverse y entonces vio que la señora Garth cerraba con llave una ornamentada reja que transformó la pequeña habitación en la celda de una prisión.

—¿Qué hace? — gritó Alaina, indignada—. ¡Déjeme salir de aquí!

La señora Garth miró a su prisionera con una mueca de desprecio y desabrochó lentamente el cuello de su recatado vestido negro hasta revelar la redondez ascendente de unos pechos llenos. Levantó las manos y retiró las horquillas del severo rodete que tenía en la nuca, sacudió la cabeza y su pelo cayó libremente sobre sus hombros. El rostro ya no tenía la expresión apagada y sin emoción de la señora Garth sino que había cobrado una nueva vida. Sólo que era una vida amarga, llena de odio y de desprecio reprimido.

—He fregado y me he inclinado lo suficiente ante los demás — dijo con rencor—. Estoy recuperando lo que fue mío desde el principio, señora Latimer.

La manita de Mindy apretó con ansiedad el espejo. Podía ver su imagen pero no a quienes cruzaron esa barrera y eso era lo que la inquietaba. Había estado vistiéndose en su habitación cuando oyó las bruscas órdenes de la señora Garth y la respuesta preocupada de Alaina. Se despertó su curiosidad y siguió el sonido de las voces que la llevaron desde su habitación hasta la temida cámara roja que había sido de Roberta, pero llegó a tiempo de ver solamente desaparecer a la señora Garth con la niñita por la abertura. Su ansiedad se convirtió en terror cuando su adorada Alaina entró en ese oscuro vacío y antes que pudiera llegar, el panel de espejos se cerró. Mindy empujó desesperadamente, pero la barrera no se abrió. Entonces llevó una silla hasta la puerta que daba al pasillo y se sentó a esperar y vigilar, lista para ocultarse si la puerta de espejos se abría otra vez. Contó angustiada las lentas campanadas del reloj del piso bajo que resonaron en toda la casa y cada hora se sintió más ansiosa. Las doce campanadas del mediodía indicaban la hora en que ella y los Latimer regresaban habitualmente del cottage para el almuerzo y Mindy sabía que Cole vendría pronto. El se ocuparía de que Alaina y Glynis estuvieran a salvo.

Fue una espera larga para la niña, pero cuando corrió a la ventana al sonar la hora vio que Cole venía hacia la casa. Bajó rápidamente la escalera y llegó al pórtico cuando el doctor pasó junto a Peter, quien seguía aguardando en la escalinata para llevar a la señora al cottage. Sólo que Alaina no había bajado.

Peter se encogió de hombros ante la pregunta del doctor. Le habían dicho que viniese a las nueve para buscar a la señora, pero como cualquiera podía ver, él todavía seguía allí.

Ocupado con sus pensamientos, Cole entró en la casa sin notar a Mindy, quien se aferraba a su chaleco. No era propio de Alaina tener a Peter esperando toda la mañana y de pronto pensó que podía estar enferma. Subió la escalera de dos en dos escalones pero encontró vacíos el dormitorio y el cuarto de la niña.

—¿Alaina? — Caminó por el pasillo y abrió las puertas para mirar en las otras habitaciones. — Alaina, ¿dónde estás?

Al bajar la escalera se cruzó con Mindy que subía. Abrió la puerta de la cocina e interrogó a Annie, pero la cocinera nada sabía.

—No la he visto desde el desayuno, señor.

Cole volvió a cruzarse en la escalera con Mindy, quien ahora bajaba. La niña dio media vuelta y decidió seguir nuevamente a Cole. Lo encontró cuando él salía de la habitación de la niña después de haber revisado otra vez el dormitorio y el cuarto de baño.

—¡Mindy! — Cole se arrodilló. — ¿Has visto a Alaina?

La niña sonrió y asintió con vigor. Lo tomó de la mano y lo llevó directamente a la habitación de Roberta, directamente frente al espejo. Empujó el centro del panel y se volvió para ver si él entendía.

Cole asintió distraídamente.

—Sí, Mindy. Es un bonito espejo, pero ahora tengo que encontrar a Alaina y a Glynis.

Mindy señaló frenéticamente su imagen reflejada, pero Cole ya había dado media vuelta y se alejaba. Los ojos se le llenaron de lágrimas de impotencia. Recordó que la adorada Alaina solía explicarle cosas acerca de héroes y de hombres sabios. La adorada Alaina había dicho que cualquiera podía hacer cosas fáciles pero que sólo los héroes y los sabios hacían cosas tan difíciles que nadie podía imitarlos.

¡Bueno! ¡Mindy no era un hombre sabio pero quizá tendría que ser una heroína si Cole no la escuchaba! ¡Escucha, Cole! ¡Escucha! ¡Por favor, escucha!

Las lágrimas rodaron por sus mejillas y su sollozo fue silencioso. Se secó furiosa las lágrimas y fue otra vez a buscarlo. El estaba interrogando a Peter.

—¡No, señor! — Peter meneó la cabeza. — Como ya le he dicho, ella dijo que quería que le trajesen el carro esta mañana alrededor de las nueve y he estado aquí desde entonces y todavía estoy.

—¿Ella no salió para nada? — le preguntó a Miles.

—No, señor. La última vez que la vi fue cuando subió después del desayuno.

Apartó las manos de Mindy pero ella volvió a aferrarlo con firmeza del chaleco.

—¡Ahora no, Mindy! — dijo liberándose de los dedos de la niña y no notó la expresión desesperada con que ésta lo miraba, como implorándole silenciosamente que la siguiera—. ¡Tengo que encontrar a Alaina! ¿No entiendes? ¡Alaina y la niñita han desaparecido!

Apartó a la niña de un empujón y entró en el comedor, pensando toda clase de posibles horrores.

—¡Peter! — gritó de repente.

El muchacho apareció en la puerta antes que el eco se apagara.

—Llévate el carro y ve a buscar a Olie ya Saul y en el camino pon toda tu atención por si encuentras alguna señal de la señora Latimer. Tráeme a los hombres tan pronto puedas, pero de paso mira en el cottage por si ella está allí.

Peter salió a la carrera y poco después, desde la ventana, Cole veía alejarse el carro a toda velocidad. Pero un sonido repetido le llamó la atención. Se volvió y vio que Mindy estaba golpeando la mesa con sus pequeños puños. Cuando vio que él la miraba, se detuvo e hizo con los brazos un movimiento como si estuviera acunando a una criatura. Después señaló con el dedo hacia la escalera e hizo con las manos ademán de empujar.

—Mindy, ahora no quiero jugar contigo. No quiero mirar otra vez el espejo. Alaina y la niñita han desaparecido y no sé dónde están. Comprende, por favor.

La niña asintió rápidamente, se señaló a sí misma y repitió todos los movimientos que acababa de hacer. Cole le volvió la espalda para ocultar su irritación.

—Déjame en paz, Mindy.

Los golpes volvieron a empezar y no cesaron hasta que él se volvió con los ojos sombríos por la cólera. Entonces vio que las lágrimas corrían abundantes por la cara de la niña y su ira se calmó. No pudo pronunciar la severa reprimenda que estaba en la punta de su lengua.

Mindy se detuvo, esta vez con las manos apoyadas en la mesa, y empezó a pensar. Recordó cuando la metieron entre unos arbustos y le advirtieron que no hablase ni gritase no importaba lo que viera. Recordó el lento desplomarse de su padre y los atronadores disparos de los mosquetes. Recordó los alaridos de su madre cuando los indios de caras pintadas la arrastraron fuera de la casa en llamas. Recordó el ruido sordo de la pala y la caída de su tío en el agujero. Su mente se detuvo. Ahora eran la adorada Alaina y la pequeña Glynis cuyos ojos decían tantas cosas hermosas cuando Mindy se inclinaba sobre la cuna. El tiempo para el silencio había pasado.

La boca de Mindy se abrió y sus labios se crisparon con el esfuerzo pero todo lo que salió fue un sonido sibilante. El sonido se convirtió en sollozos y Mindy golpeó la mesa, exasperada. Los sollozos se intensificaron hasta que hicieron estremecer el cuerpecito delgado y Cole no supo cómo tranquilizarla. Tomó a la niña en brazos.

—¡Papá! ¡Papá! ¡Mamá! ¡Mamá! — De pronto Mindy se echó atrás. Levantó las manos y tomó mechones de pelo a ambos lados de la cabeza de Cole, sin dejar de mirarlo a los ojos. Sus labios trabajaban y los sonidos luchaban por salir.

—¡Na! ¡Na! ¡Ainya! ¡Ainya!

—¿Alaina?

La cabecita asintió vigorosamente.

—¡Nis! ¡Nis! ¡Inis!

—¿Glynis?

—¡Co! ¡Cole! — Cerró fuertemente los ojos—. ¡Co! ¡Ven! — Las lágrimas corrían abundantes—. ¡Co! ¡Ven rápido!

Le soltó el pelo, lo tomó de una mano y se la sacudió con ansiedad. — ¡Co! ¡Ven rápido!

Por fin Cole comprendió. Ella sabía dónde estaban Alaina y trataba de decírselo. Se puso de pie y se dejó conducir hasta la habitación de Roberta. Mindy se plantó frente al espejo y apoyó en él las manos bien separadas. Se volvió y miró a Cole por encima del hombro.

—¡Erta! ¡Erta!

—¿Erta? — repitió lentamente Cole—. ¡Puerta!

Mindy apoyó un hombro en el espejo.

—¡Puerta! ¡Puerta! ¡Abre!

—¿El espejo es una puerta y Alaina ha salido por ahí?

Mindy asintió con ansiedad.

—¡Inis! ¡Inis! — Señaló el espejo.

Cole miró los bordes del panel.

—¡Ar… Ar… Arth! ¡Señora Arth! — Mindy pronunció lentamente los extraños sonidos.

—¿La señora Garth? — De pronto Cole recordó que no había visto a la mujer en su frenética búsqueda por toda la casa. Se acercó al espejo y lo examinó de arriba abajo. Tenía un plateado ligeramente envejecido que esfumaba la imagen reflejada, pero no había señales de goznes ni de nada parecido. Apartó las cortinas que rodeaban al espejo y notó la pequeña marca de una mano cerca del ángulo superior derecho. Apoyó la mano en ese lugar y empujó. El espejo se movió dos centímetros. Empujó con más fuerza y el vidrio plateado giró.

—¡Mindy! — Cole la miró—. ¡Olie y Saul vienen hacia aquí! Tráelos a este lugar y enséñales la entrada.

Los ojos de la niña brillaron. Sin demorarse, dio media vuelta y se alejó corriendo.

Cole tomó una lámpara de una mesilla, pasó por la abertura y empezó el descenso. Si alguien lo estaba esperando, la luz le avisaría de su llegada. Pero sin la lámpara corría peligro de caer. Lentamente siguió descendiendo hacia lo que parecía el fondo del infierno. Un débil rayo de luz asomaba por la abertura que había quedado en la gruesa puerta de madera y como encontró suelo parejo, Cole bajó la mecha. Una vez más todo fue oscuridad a su alrededor, excepto el mezquino resplandor que salía por la abertura. Cole se acercó con

cautela. Entró. Aquí había linternas que iluminaban débilmente. Se detuvo para examinar el contenido de la cueva y rápidamente sacó sus propias conclusiones. Entonces, la pequeña celda en el rincón le llamó la atención. Allí estaba la persona que buscaba.

—¿Alaina? — susurró, y al salir del túnel se encontró con el sonriente negro al que llamaban solamente por el nombre de Gunn. El puño del hombre salió disparado hacia arriba y las luces relampaguearon en una brillante detonación de dolor, y con la misma rapidez se disolvieron en una negrura total.